Por Pepe Martinez.
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Yo
iba a San Asra y conocí a un hombre con siete mujeres, cada mujer tenía siete
sacos, cada saco tenía siete gatos, cada gato tuvo siete gatitos. Gatos, sacos
y esposas. ¿Cuántos iban a San Asra? Mi número de teléfono es 044-33-11…
Es lo que pinte en la pared del departamento de mi tercera víctima. Su cerebro ahora decora la
encimera de la cocina.
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Puede que sea un fetiche, pero le encanta verla quitarse la ropa.
Cada prenda que cae al suelo deja al descubierto la tersa piel blanca libre de imperfecciones.
La joven pide que apague las luces, pero no le hace caso y yo lo agradezco.
Además ella odia la oscuridad.
—No te quites las bragas —la veo decirle mordiéndose el labio
inferior.
—¿Por qué no?
—Porque es un desperdicio cariño —dice desabotonándose la blusa y
concuerdo con ella—. De que serviría que pasaras horas buscando el conjunto
adecuado para nuestro pequeño encuentro si yo no pudiera admirarlo.
No se dicen nada más, las dos se funden en un beso apasionado y se
dejan llevar por las caricias. En los pocos meses que las he estado espiando,
me he dado cuenta que Lucia la ha cambiado. Se ha trasformado en una experta en
el arte de dar y recibir placer. No es que se considere la mejor amante del
mundo, pero Lucia es quien la anima, la guía y aconseja donde presionar, donde
acariciar y cuando usar la fuerza, en poco veo estallar el éxtasis en los dedos
de la agente Rodríguez y el grito ahogado de placer es opacado por el ringtone
de Great Balls of Fire interpretado por Jerry Lee Lewis.
—¿Tienes…que…contestar? —quiere saber Lucia quien agitada se cubre
con la sábana blanca de su cama.
—Es de la oficina y estoy de servicio.
—¡Amanda!
—Sé que te dije que sería toda tuya, pero estoy a nada de que me
promuevan.
Lucia sabe que discutir con la agente Amanda Rodríguez es tiempo
perdido.
—Regresare en unas horas —promete Amanda.
—No hagas promesas que no puedes cumplir —responde con un puchero
en el rostro.
—Cariño…estaré aquí para la cena.
Existen varios tipos de promesas. Están las que salen de nuestra
boca por acto reflejo. Las que sabemos que no podemos cumplir, pero aun así nos
comprometemos y las que salen de nuestros corazones, esas que estamos
dispuestos a cumplir a pesar de que todo esté en nuestra contra. Para Amanda es
ese tipo de promesa y a mí me encantaría decirles que la cumplirá…pero no
puedo.
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—¡Mierda! —es lo primero que sale de la boca del agente Álvarez.
Lleva tanto tiempo en la fuerza como su pareja la agente Rodríguez,
no quiere ser promovido y no le interesa un pimiento lo que le ha pasado al
pobre desgraciado que ve en las fotos.
—¿Ya estas tomando notas? —dice la agente Rodríguez a su espalda.
—Claro que sí jefa —dice con desgana, sacando de su escritorio
libreta y bolígrafo.
—¿Qué es lo que tenemos?
—No mucho, no tiene identificaciones, el departamento es rentado y
los datos son falsos. El casero no hacia muchas preguntas. Los chicos de
forense dicen que fue una bomba en el móvil.
—¿Tenemos un nombre? —pregunta al ver las fotos de la escena del crimen.
—¿Tenemos un nombre? —pregunta al ver las fotos de la escena del crimen.
—Escucha esto, le decían Bruce.
—Eso explica la nota en
la pared —espeta mostrándole la imagen del acertijo.
—No comprendo.
—Duro de Matar 3: La Venganza —dice Amanda con una sonrisa de
placer—, es una de mis favoritas.
—No me van las películas de acción y por lo visto al tal Bruce tampoco.
—Así parece, la respuesta es muy sencilla.
—Pero” Brucie” no sabía multiplicar —dice con una carcajada el
pobre idiota—, es claro que no pudo marcar dos mil cuatrocientos uno.
—Y tú no sabes leer, la respuesta es uno —no dice nada más y se
sienta a examinar las fotos de mis otros regalos. El Asesino McClane es como me
llaman los periódicos, supongo que es porque todas mis ofrendas se relacionan
con las películas Die Hard.
Al primero lo deje en el
elevador de un conocido hotel del centro de la ciudad. El rostro era
irreconocible, dispare en la cabeza tantas veces que no quedo nada. En su pecho
deje colgando un cartel que decía: “Ahora
tengo una ametralladora, Jo, Jo, Jo”.
Mi segunda víctima casi se les pasa por alto, no puedo culparlos.
Hice también el trabajo que parecía un caso clásico de suicidio. Enfunde al
tipo con un traje fino de marca europea, lo arroje de una azotea de un edificio
corporativo y me largue. No fue hasta que llegaron a la morgue que el forense
dictamino que el hombre ya estaba muerto antes de estamparse contra el
pavimento. Además de que la barba era falsa y le raje en plena frente: ¡Soy Hans Gruber!
—¡Joder! —la escucho gritar, seguro que se ha dado cuenta.
—¿Qué pasa?
—El acertijo en la pared, es de la tercera parte.
—Sí, ya me lo has dicho.
—Parece que a McClane no le gusta su segunda parte y no pudo
culparlo —le dice al soquete que tiene en frente—. Lo que quiere decir que
tenemos que buscar ir al metro.
La veo salir corriendo, lástima que es demasiado tarde. El tren eléctrico
exploto diez minutos después de que llego a la oficina. La conozco tan bien que
sé que desde ahora tomara esto de forma personal. Pero aun no es personal, no
hasta que llegue a la casa de su amante.
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—“Aves del mismo plumaje vuelan juntas, lo
mismo hacen los porcinos y los cerdos, las ratas y los ratones siempre tiene su
oportunidad, así que yo también tendré la mía.”
—Simon Gruber.
—Así es querida —le digo con expresión divertida.
—¿Dónde está?
—Muerta, ella cargaba la bomba del tren —sé que es otro más de esos
clichés, pero lo digo enserio. La chica exploto en mil pedazos— No temas, en
realidad no voy a ofrecer resistencia, soy todo tuyo.
No me contesta, parece estar dolida en realidad. No es como pensé que
pasaría, la creía más dura, pero supongo que de verdad la amaba y el shock es
demasiado. Me es inquietante lo que hará ahora. ¿Me entregara a las
autoridades?, ¿Tomara venganza con sus propias manos? O ¿Querrá saber mi motivación?
—¿Por qué lo hiciste?
—La tercera opción —me mira contrariada y no la culpo. Solo ha sido
un títere en mi hermoso juego—. Por nada en especial en realidad, veras. He
vivido más de lo que se debe y he visto más de lo que puedes imaginar. Soy un
hombre de un estatus económico que bien puede rivalizar con los más ricos de
este país y aun así nunca has visto mi rostro o escuchado mi nombre. Pero eso
ya no importa, porque cuando me lleves a la cárcel, saldré en las noticias y
pasaran mi cara por los noticieros en esta misma fecha y los periódicos hablaran
de mis fechorías durante años y homenajean a mis víctimas.
—¿Que te hace pensar que te dejare vivir? —está fúrica, puedo
notarlo en su tono de voz— Bien podría darte un tiro en este instante y terminar
con esto. Nadie lo sabría y tú seguirías siendo un desconocido.
—Pero yo ya he dejado marca —le digo apuntando a ella—. Tú me
recordaras por el resto de tus días.
— ¡Yippee-ki-yay,
motherfucker! —grita
al disparar su arma.
5
He despertado, en una sala de hospital. No sé qué hago aquí, la
cabeza me duele un infierno, frente a mi cama se encuentra una mujer. Creo que es
policía, lleva una placa colgando al cuello.
—¿Sabe qué día es? —me pregunta un médico.
—No.
—¿Sabe cuál es su nombre?
—¿Qué clase de pregunta es esa? —pregunto, pero a la vez me hago
esa misma cuestión. ¿Quién soy?
Veo al médico caminar hacia la mujer policía, parece que tiene una plática
acalorada. Algo en mi interior me dice que no le agrado mucho a esa mujer quien
ahora camina hacia a mí. Intento pararme, pero me doy cuenta que no puedo hacerlo,
estoy encadenado a la cama.
—El matasanos dice que no tiene ni puta idea de quién eres, ni lo
que has hecho —me escupe con odio—. Pero me importa una mierda, solo vine a
decirte que el jurado está por decir su veredicto y espero que sea la pena de
muerte.
Después de eso, se marcha. ¿Qué es lo que habré hecho?
Me toco un relato Policíaco.
me gusto bastante, buenos diálogos...
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