Desde que entré por primera vez a trabajar en la oficina y
la vi, me gustó. La noté tan atractiva y moderna que me sentí impactado. Pero
cuando escuché su voz, me enamoré. Hablaba con una cadencia que era como música
para mis oídos. Aunque claro, siempre le hablaba a él, el gran señor, nuestro
jefe. Él a veces estaba enojado y le daba órdenes en un tono ríspido, pero ella
no se dejaba apabullar. Siempre le contestaba con elegancia y sensualidad.
De vez en cuando yo dejaba de hacer mis tareas y empezaba a divagar, me imaginaba su dulce voz diciéndome obscenidades en algún lugar donde solo la naturaleza fuera testigo de sus palabras lujuriosas.
De vez en cuando yo dejaba de hacer mis tareas y empezaba a divagar, me imaginaba su dulce voz diciéndome obscenidades en algún lugar donde solo la naturaleza fuera testigo de sus palabras lujuriosas.
Hasta que un día la escuché mientras le leía un mail al
jefe. Le hablaba de una cita, del nuevo colchón de agua que quería estrenar con
él.
Ahí fue cuando no aguanté más. Me levanté de mi silla, tomé
el maldito bastón blanco del jefe y acallé todas las palabras de su estúpida
computadora para siempre.
– FIN –
:O !!
ResponderEliminarPero qué rudo! Creo que no está muy bien redactado, ni estructurado, como que le faltó tiempo de cocción, o revisión.
Angélica Leal Rodríguez.