Las dunas parecían nunca acabar. Sus pisadas se
hundían en la arena. No
había rastro de plantas, agua, si quiera nubes que taparan el sol.
—No puedo continuar —comentó
su hermano con voz apagada.
—¡Tienes que
aguantar! no puedes dejarme solo —No podía imaginar qué haría sin él.
—Me duele mucho la pierna —añadió su hermano
apretándose el lugar de la herida con la vaga esperanza de que pudiese mejorar.
—Se ve horrible…
Donde lo había
mordido la serpiente se había puesto de un tono morado oscuro, casi negro, que
se extendía cada vez más. Tenía la pantorrilla terriblemente hinchada, parecía
la pata de un elefante.
—No debe faltar
mucho, ¡tenemos que seguir! —Habían partido hace cinco días, ya no les quedaba
ni comida ni agua. Estaban deshidratados, cansados, adoloridos y sobre todo
tristes, porque las cosas no habían salido como pensaban.
La guerra nos rodea, nos espera un mundo mejor, allá, a lo lejos… Era
lo que siempre decía su hermano cuando se detenían frente al inmenso desierto, con
la esperanza de que un mundo mejor los aguardaba al otro lado.
Y allí estaban,
asándose bajo el sol, perdidos en un infinito desconocido.
Dieron un par de
pasos más, uno aguantado del hombro del otro, cuando la pierna herida le falló
a su hermano y cayó de bruces sobre la arena caliente.
—¡Me duele demasiad…
—Sus palabras se cortaron por un grito de dolor que fue como una apuñalada a su
corazón.
—¡No te rindas!, Yo
sé que puedes seguir…
—¡No! —Se detuvo para
gemir de dolor—, ¡No entiendes!, debes seguir… tú solo. Consíguelo, hazlo por
mí.
—Pero… ¿cómo? ¡Tú
eres mi guía!, con tu paso siempre seguro, podía haberte seguido hasta el fin
del mundo…
—¡Y mira hasta donde
nos metimos! —Hizo un gesto de dolor— Continúa, hermano, yo me encontraré con
mamá y papá y les contaré lo fuerte que fuiste… —Sus ojos se cerraron
lentamente y su cuerpo dejó de estar vivo.
Tras largas horas de
caminata, pensaba que había fallado en su misión, cuando divisó frente a él un
pueblo donde la gente caminaba por las calles, felices, y el sonido de las
armas era algo desconocido.
No aguantaba más y
cayó al suelo. A los poco minutos escuchó una voz femenina, sentía que alguien
lo llevaba en brazos.
—¿Aquí no hay guerra?
—preguntó con un hilillo de voz.
—No, aquí estarás a
salvo.
– FIN –
Basado en: «Guía», de Carolina Dilo.
El final es tan bonito!
ResponderEliminarPero la redacción deja mucho que desear, tiene varios errores de puntuación, y algunas letras sobran. Seguro con una revisión y cambios quedaría mejor :)
Angélica Leal Rodríguez.