Seudónimo: Mesme
Autora: Nieves Muñoz
—…Letras con las que forjé mi destino. Noches en vela buscando el ardid definitivo que me convirtiera en la dueña y señora de esta casa para siempre. Charles cayó bajo el hechizo de mi belleza cuando mi cuerpo era perfecto, pero tras convertirme en su esposa… ¿quién me aseguraba que aquel amor se mantuviera mi reciente estatus? ¡Un crío! Esa era la solución. ¡Sangre de su sangre para que le atara a mí de por vida! —Comenzó a reír de forma histérica. Un hilo de saliva se deslizó desde su comisura y la mano de Ángela la limpió de un manotazo, aunque la voz con la que prosiguió no era la suya. Carmen la miraba horrorizada, pero clavada en el sitio por el aura hipnótica que desprendía su amiga mientras aferraba el diario entre sus manos—. ¡Tuvo que nacer una niña! ¡Una maldita cría con hoyuelos en las mejillas que encandiló al padre! Entonces lo vi… Cuando creciera y él la abrazara, sentiría sus curvas jóvenes, sus pechos firmes, su aroma tan parecido al mío hecho de lascivia; aroma a sexo y a vida, pero más suave y apetecible; recién estrenado. Y solo existiría ella. No podía dejar que eso sucediese. Por eso hice el pacto y ordené construir la casa de muñecas.
Autora: Nieves Muñoz
—…Letras con las que forjé mi destino. Noches en vela buscando el ardid definitivo que me convirtiera en la dueña y señora de esta casa para siempre. Charles cayó bajo el hechizo de mi belleza cuando mi cuerpo era perfecto, pero tras convertirme en su esposa… ¿quién me aseguraba que aquel amor se mantuviera mi reciente estatus? ¡Un crío! Esa era la solución. ¡Sangre de su sangre para que le atara a mí de por vida! —Comenzó a reír de forma histérica. Un hilo de saliva se deslizó desde su comisura y la mano de Ángela la limpió de un manotazo, aunque la voz con la que prosiguió no era la suya. Carmen la miraba horrorizada, pero clavada en el sitio por el aura hipnótica que desprendía su amiga mientras aferraba el diario entre sus manos—. ¡Tuvo que nacer una niña! ¡Una maldita cría con hoyuelos en las mejillas que encandiló al padre! Entonces lo vi… Cuando creciera y él la abrazara, sentiría sus curvas jóvenes, sus pechos firmes, su aroma tan parecido al mío hecho de lascivia; aroma a sexo y a vida, pero más suave y apetecible; recién estrenado. Y solo existiría ella. No podía dejar que eso sucediese. Por eso hice el pacto y ordené construir la casa de muñecas.
—¡Basta, Ángela! —Carmen dio
un manotazo al librito y este cayó al suelo con un crujir de hojas. Ángela
parpadeó y ahogó un sollozo. Se palpó el cuerpo mientras temblaba con
violencia.
—¿Pero qué…? —balbució.
—¡No me chingues! ¡Es cierto!
Esta casa está maldita y vos lo sabías—sentenció la mujer moviendo un dedo
acusador delante de su rostro.
La casita de muñecas vibró.
Las puertecillas que cerraban los distintos pisos se abrieron mostrando así el
interior a escala. En una de las habitaciones se veían unos muñecos
desmadejados en el suelo y, desde ellos, comenzó a gotear un líquido rojizo que
pronto se deslizó hacia las escaleras alcanzando los departamentos inferiores.
En la réplica de la buhardilla, las diminutas jaulas se tambalearon como si
alguien las sacudiera.
Las dos mujeres percibieron
el temblor y el sonido metálico a través del techo y luego, el olor. Óxido y
hierro con un dulzor que les provocó náuseas. La ola de sangre barrió la
habitación y lamió sus tobillos. Ángela chilló hasta que se le quebró la voz al
ver cómo un lápiz con un ojo ensartado navegaba girando en aquella marea roja.
Los dos metros de Raúl
ocuparon el dintel de la puerta. Miraba a las mujeres enloquecido.
—¡Por fin encuentro la casa
de muñecas! —Avanzó hacia ellas con la mano extendida.
—¡Qué carajo dices, Raúl!
—gritó Ángela—. ¿Y qué coño está pasando? —Las páginas del diario empapadas en
sangre flotaron, arremolinándose entre las piernas de la morena. Se pegaron al
tatuaje de su muslo y pareció que todo su cuerpo recibiera una descarga
eléctrica. Volvió a hablar con esa voz velada que no era la suya—. ¡Tú! ¡Cómo
te atreves a aparecer por aquí! ¡No puedes romper nuestro pacto, maldito
cabrón!
Raúl iba a decir algo cuando
Carmen se abalanzó sobre él con una mueca de terror congelada en su rostro. El
hombre intentó retenerla entre sus brazos, pero cayó como un guiñapo a sus pies
con un chapoteo. Frente a él, interponiéndose entre Ángela y la casita de
muñecas, una niña contemplaba el último latido del corazón que acababa de
arrancar del cuerpo de Carmen con su manita en garra.
—¡Qué amigos más flojuchos
tienes, escritorzuelo! —Y lanzó el órgano por encima de su hombro. Raúl ahogó
un gemido, pero la niña le ignoró—. ¿Ahora eres morena, mami? —Se dirigió hacia
Ángela—. ¡Qué mal gusto! No sé que vio papi en ti, la verdad. Pero eso ya no
importa. Ahora tendré al escritorzuelo y la casa de muñecas para mí sola y así
poder avanzar la historia como yo quiera. Me lo has puesto fácil, mami,
poseyendo a esta tipa. ¿Cuál era tu plan? ¿Matarme con esas manitas? ¿No podías
haber elegido a la otra que era más alta? ¿Y qué haría papi sin mí? ¿Crees que
follar contigo le quitaría esa pena? Bah… En todo caso, hoy acabará todo.
—Sí —asintió Ángela—. Hoy
acabará todo… pero para ti, engendro.
La niña hizo un movimiento de
baile, una media vuelta en la que salpicó de sangre el rostro de Raúl y lanzó
los brazos hacia Ángela en lo que parecía una reverencia. Al instante, una
aguja enhebrada con hilo negro comenzó a zurcir los labios de la mujer en una
sutura perfecta. Esta se llevó las manos a la boca cosida, pero tan solo puedo
emitir un gruñido. El hombre trastabilló hacia atrás.
—Cosas de familia. —La niña
se encogió de hombros—. A mami solo la puedo matar a través de tus letras si
tengo su diario: allí está encerrada su alma, como la mía lo está en la casita
de muñecas mediante tus letras, por eso ha podido poseer a tu amiga. Pero… —y
señaló a Ángela—, ella está en mi casa y puedo hacerle lo que quiera. Como a
ti. Como os he odiado… Tú escribías tus
letras una y otra vez para no dejarme crecer, para repetir mis días mientras
mami seguía siendo la señora del esta casa por siempre, y ellos… Noches de
rabia en las que hundía estos dedos en mi coño impúber hasta hacerme sangre
mientras les oía gemir en la habitación de al lado como animales, pellizcándome
los pezones para ver si me crecían los pechos de un vez. Noches de rabia por
ser una mujer atrapada en un cuerpo infantil mientras ella quisiera. Esa puta
que me parió como trampa para ser la señora de esa casa, para retener a mi
padre a su lado, y luego urdió el plan definitivo para librarse de cualquier
competencia… para librarse de mí. ¿Crees que no lo sé todo?
Raúl cogió aire, le dirigió
una mirada inquieta y valoró sus opciones. Dio un paso adelante con las manos
levantadas en son de paz.
—Está bien, está bien…
Podemos hablarlo, ¿no te parece? Al fin y al cabo yo te conozco mejor que
nadie. Puedo darte lo que deseas, si tú me das lo que quiero. Tú tienes la
casita; yo, las palabras.
La niña ladeó la cabeza y el
lazo se deshizo. Cayó hacia el suelo y se tiñó de rojo.
—¿Y para qué necesita un
escritorzuelo como tú mi casita de muñecas?
Raúl sonrió y enseñó un
colmillo por encima del labio en una mueca lobuna.
*****
“… La casita de muñecas será
el principio y el final de toda historia, porque todas las historias comienzan
con una idea, y cada idea será atrapada entre sus paredes como las moscas en el
papel encolado. ¿Acaso ha aparecido, lector, una casita en tus sueños? ¿Le has
regalado una a tus hijos? ¿La has dibujado, distraído, en una servilleta de
papel? ¿Y si te dijera que la casita es un medio, una trampa, un ardid para
llegar hasta ti y robarte el alma, tus ideas, tus recuerdos? ¿Para hacerlos
vivir en sus habitaciones y encerrarlos para siempre en el papel? ¿Estarás ya,
lector, prisionero de las letras de este escritorzuelo maldito que solo busca
inspiración?
Raúl García, abril 2017 “
—¿Vienes a la cama, amor mío?
—Sacudió los bucles rubios sobre la espalda desnuda con un gesto de su mano y
sus pechos temblaron con el movimiento. Luego deslizó los dedos por sus curvas
de mujer y los coló entre las piernas—. Estoy lista para ti.
El hombre levantó la vista de
la pantalla y sonrió. Un colmillo se asomó entre sus labios. Cerró la tapa del portátil
y la casa de muñecas dejó de vibrar, como si se hubiera apagado un interruptor
que la dejara en silencio.
—Tú siempre estás lista,
pequeña. Ya he terminado de escribir por hoy, cuando más me leen, más almas se
quedan atrapadas. ¡Es grandioso! Pero ahora… soy todo tuyo—. El gruñido le
interrumpió. Una figura morena, desde un rincón, intentaba gritar a través de
los hilos que cosían sus labios. Prosiguió—: ¿Cuándo vas a matarla, querida?
—Aún no. Quiero que nos vea
follar como tuve que verlos yo a ellos… una eternidad.
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