Por Yolanda Boada Queralt
Él ha llegado esta tarde con dos regalos. El más voluminoso, envuelto en papel de colores y con un enorme lazo rosa, venía en la parte trasera de la carreta. Dos criados han transportado el bulto hasta el salón. El pequeño —más importante— lo llevaba escondido en uno de los bolsillos del chaleco, cerca del corazón. «¡Ven a abrir tu regalo, mi niña!», ha exclamado mamá, con las mejillas más encendidas de lo normal. He arrancado aquel ridículo lazo y he rasgado el papel con rabia. Una casa de muñecas. «Es una réplica de esta mansión. La ha construido un artesano siguiendo mis indicaciones», ha comentado él, contemplando a mamá con los ojos brillantes. Ha sido entonces cuando ha rebuscado entre sus ropas y una cajita ha aparecido en su mano. Mientras se declaraban amor eterno y se besaban, mis manos de niña se han cerrado con tanta fuerza que las uñas han lacerado las palmas. Me he asomado a una de las ventanitas de la casa para ocultar las lágrimas y he distinguido una miniatura exacta de mi lecho infantil.
Él ha llegado esta tarde con dos regalos. El más voluminoso, envuelto en papel de colores y con un enorme lazo rosa, venía en la parte trasera de la carreta. Dos criados han transportado el bulto hasta el salón. El pequeño —más importante— lo llevaba escondido en uno de los bolsillos del chaleco, cerca del corazón. «¡Ven a abrir tu regalo, mi niña!», ha exclamado mamá, con las mejillas más encendidas de lo normal. He arrancado aquel ridículo lazo y he rasgado el papel con rabia. Una casa de muñecas. «Es una réplica de esta mansión. La ha construido un artesano siguiendo mis indicaciones», ha comentado él, contemplando a mamá con los ojos brillantes. Ha sido entonces cuando ha rebuscado entre sus ropas y una cajita ha aparecido en su mano. Mientras se declaraban amor eterno y se besaban, mis manos de niña se han cerrado con tanta fuerza que las uñas han lacerado las palmas. Me he asomado a una de las ventanitas de la casa para ocultar las lágrimas y he distinguido una miniatura exacta de mi lecho infantil.
Más
tarde, después de que hubieran acomodado la casa de muñecas en mi habitación y
todos regresaran a sus quehaceres, he oído ruidos provenientes de la habitación
de mi madre. He salido al corredor y me he acercado a su puerta. Susurros y
risas sofocadas. Gemidos. Sintiéndome incapaz de soportarlo, y al mismo tiempo
incapaz de resistirme, les he espiado. He visto cómo el cuerpo de mamá se
arqueaba en pleno éxtasis y cómo un hilillo de saliva escapaba de entre sus
labios entreabiertos. Y cómo él aumentaba el ritmo de sus embates y le aferraba
los pechos.
Allí
parada les he detestado profundamente... Casi tanto como me aborrezco a mí
misma.
Nunca
seré como mamá. Jamás tendré el cuerpo de una verdadera mujer, un cuerpo que
los hombres desearan acariciar y poseer. Soy una mujer atrapada en un cuerpo de
niña. Un bicho raro. Un monstruo.
Mamá,
siempre tan preocupada por las apariencias, hace años que decidió convertirme
en su «muñequita eterna» —mucho mejor eso que explicar a la gente que, en
realidad, ya he cumplido los veinte—. Me viste y me habla como a una cría y,
estoy segura, la mayor parte del tiempo cree que lo soy.
Ya
no soporto esta farsa.
*
* * (...) * * *
—¿Falta
mucho? —preguntó Sergio desde el asiento trasero. Carmen bostezó. Roberto
roncaba.
—No
—respondió Ángela sin apartar los ojos de la carretera—. Tras la próxima curva
ya podréis ver el caserón.
Raúl
estiró sus casi dos metros de altura y se golpeó contra el techo del vehículo.
—¡Ya
veréis qué buenas historias nos inspirará este lugar! Afilad los lápices —dijo
Ángela—. En sus tiempos fue una hermosa mansión, pero luego la reconvirtieron
en escuela. Lleva años abandonada. En el pueblo la llaman «La casa de las
muñecas» y dicen que está maldita. Algunos afirman haber visto el fantasma de
una niña cubierta de sangre...
*
* * (...) * * *
Por Nieves Muñoz
—¡Ya
están aquí! —La niña palmoteó y el lazo azul que adornaba su cabello se agitó
con violencia. Volvió a mirar por la ventana de la buhardilla. El rumor a su
espalda subió de volumen hasta que se giró y su ojos centellaron—. ¡Silencio,
criaturas incompletas! Solo a mí se me ha dado la oportunidad de ser. ¡No sois
dignos! —Sus zapatitos de charol resonaron contra las tablas mientras recorría
la estancia. Las jaulas temblaban por la ira de los que allí estaban
encerrados. La mujer de metal se acurrucó contra los barrotes cuando la niña le
dirigió una mirada torcida; el hombre de la corbata quiso decir algo, pero no
le salieron las palabras; un recién nacido berreó y en la jaula de al lado se
escuchó el chapoteo ahogado del náufrago. Los cuervos revolotearon con sus
chillidos nerviosos cuando la niña dio una patada a las cañas esparcidas por el
suelo—. ¡Monstruos! Averiguaré con qué hijo de Satanás hizo el pacto la puta de
mi madre para dejarme encerrada entre las letras de una historia. Siempre niña…
¡Ja! ¡Eso no me detuvo para darle su merecido! Y ese escritorzuelo tendrá el
suyo.
*
* * (...) * * *
Por Robe Ferrer
—¿Creías
que habíais llegado a esta casa por casualidad? —le preguntó la joven aniñada—.
¡Yo os traje aquí!
La
niña le hizo un profundo corte en la mejilla derecha, igual que había hecho
antes en la izquierda. Debido a la mordaza de cinta americana, Sergio no pudo
gritar.
Los
cinco se habían disgregado nada más entrar, en busca del mejor rincón para inspirarse.
Ninguno había vuelto a saber de los demás.
—Sé
que no fuiste tú el que pactó con mi madre. Eres demasiado mediocre para que
tus letras puedan retenerme, pero me dirás quién me atrapó en esta casa. Sergio
meneó la cabeza a modo de negación.
La
joven retiró la mordaza, pero el chico aguantó el grito. Sabía que en cuanto
separara los labios, sus mejillas se desgarrarían hasta las orejas.
Ante
este hecho, la falsa niña le atravesó el ojo derecho con un lápiz. El grito,
aunque ensordecedor, no se escuchó más allá de las paredes de la vieja
habitación.
—Dime
lo que quiero saber o morirás desangrado; igual que tu compañero. —Señaló hacia
una esquina donde yacía Roberto sobre un gran charco de sangre.
Sergio
se desmayó, chorreando sangre por el ojo y las mejillas.
*
* * (...) * * *
Por Yolanda Boada Queralt
—Raúl...
Raúl pactó con tu puta madre —escupió Roberto, palpándose la cabeza. Sangraba
profusamente. Recordó cómo, al entrar en aquella habitación, había encontrado a
Sergio atado y amordazado. Al arrodillarse para liberarlo, aquella niña maldita
le había golpeado, dejándolo inconsciente. Intentó incorporarse, pero descubrió
que también estaba atado.
La
niña tiró del lápiz que atravesaba el ojo de Sergio y, con un «plop», el globo
ocular emergió de la cuenca, quedando ensartado en el lapicero. Como si de un
macabro chupa-chups se tratara, se lo acercó a los labios y lo lamió. Sonrió.
—Si
eso es cierto, te recompensaré: morirás el último.
Y,
con un movimiento veloz, hundió el lápiz en la cuenca vacía, perforando el
cerebro de Sergio.
*
* * (...) * * *
—¡Carmen!
¡Mira lo que encontré! —exclamó Ángela. Su amiga, que estaba registrando la
habitación de al lado, acudió con premura.
—¡Por Quetzalcóatl! ¡La casa de
muñecas!
Ángela
abrió unas ventanitas y descubrió un libro.
Una
corriente de aire frío invadió la estancia.
Ángela
sintió una suerte de descarga que, desde las yemas de los dedos, le recorrió
todo el cuerpo. Cayó en un pozo negro y quiso gritar, pero ya no era dueña de
su cuerpo.
—Mi
viejo Diario...
Por Carmen Gutiérrez
Raúl encendió un cigarrillo y dio una calada larga y relajante. Llevaba mucho tiempo en el auto fumando sin parar y escuchando música. Había sintonizado pública pero no funcionaba; encendió su celular y lo conectó al sistema de sonido. Tampoco el teléfono recibía señal pero no le dio importancia. Abrió su cuaderno de notas por enésima vez y leyó lo que había escrito con tinta roja. Era buen material. Sergio había prometido instalar la fuente eléctrica portátil pero ya había tardado mucho, aun así esperaba que la conectara para pasar sus notas en limpio al ordenador y continuar desde ahí.
Se había alejado del grupo sin poder
evitarlo. Cuando Roberto sugirió el retiro se sintió agobiado, tenía pesadillas
y ataques de ansiedad además sus piernas lo estaban torturando, sin embargo se
alegró cuando Ángela sugirió la locación. No había empacado su lapicera ni su
cuaderno oficial así que Carmen le prestó el bolígrafo rojo y Ángela el librito
negro. Comenzó a escribir desde que salieron de Ciudad Edén, y mientras todos
dormitaban en la zona de descanso al lado de la carretera él se dedicó a
desarrollar la historia.
En su cabeza comenzó a desempolvarse
una historia que no lo dejaba tranquilo. Al llegar y separarse, siguió
desenrollando ese hilo argumental. Estaba bien pero tenía el remordimiento de
usar el recurso prostituto de meter a sus compañeros en la historia. No le
gustaba, le parecía un método facilón y descarado y no podía quitárselo de la
cabeza.
La canción
cambió y comenzó The poet and the muse de
Poets of the fall. Carmen se la
había pasado unos días antes. Le pareció irónico el nombre de la banda y la
dejó correr mientras escribía.
*
* * (...) * * *
Un
golpe en la pared estremeció a las mujeres y se acuclillaron por instinto,
Carmen buscó en vano un escondite, lo único que había ahí era la casa de
muñecas. Ángela se guardó el diario en el bolsillo del pantalón.
—Tenemos que encontrar a los chicos —susurró Carmen—.
Tengo un mal presentimiento.
Ángela
la guió hasta la habitación donde habían estado antes. Se escondieron debajo de
una mesa que cubrieron con un mantel raído.
—Préstame el diario —dijo
Carmen. Con la luz del celular lo revisó—. Si
esto es tuyo das miedo, amiga.
—Es mi diario pero… —dijo
Ángela señalando las imágenes en tinta roja que llenaba las páginas— yo no dibujo tan bien.
La
página mostraba a una niña lamiendo lo que parecía una chupa chups pero al
observar bien era un ojo en un lápiz. Al lado estaba un hombre, dormido o
inconsciente, que usaba sombrero de detective.
—Parece Sergio…—dijo
Carmen susurrando y dio vuelta a la página, otra imagen apareció: un hombre muy
delgado con el torso desnudo y maniatado observaba a la niña mientras gritaba— Este podría ser Roberto…¿no crees?
—¿Qué demonios? —Ángela
se sentía muy inquieta, quería largarse.
Carmen
pasó página y una sola palabra, repetida una y mil veces, escrita con furia en
color sangre apareció en el papel: Raúl.
Ángela
ahogó un grito de sorpresa y Carmen salió del escondite, temblando y mirando a
su amiga con terror, quien no entendía la reacción de Carmen.
—¿Qué le hiciste a los chicos, Ángela? —preguntó Carmen temblando.
—¿Yo?
—Dijiste que es tu diario… ¿Qué le hiciste a Sergio?
¿Y Roberto? ¿Dónde está Raúl?
* * * (...) * * *
Find
the lady of the ligth gone mad with the nigth, that´s how you reshape destiny…
Encuentra
a la dama de la luz enloquecida con la noche, así es como volverás a dar forma
al destino…
La
canción era muy buena… jodidamente adecuada… Raúl la puso de nuevo y volvió a
la escritura.
*
* * (...) * * *
—¡No hice nada! —gritó
Ángela— ¡Estás alucinando!
—No lo noté antes por la oscuridad, pero lo vi cuando
te cubriste la boca, si tu no hiciste nada… ¡Entonces explica esto! —gritó Carmen a su vez señalando las manos de
Ángela.
La
mujer levantó las palmas y a la luz del celular vio sangre entre seca entre las
uñas y en las mangas de la chaqueta que se quitó al momento, también tenía la
blusa llena de sangre y mugre.
Carmen
corrió lo más a prisa que pudo, pero su maldita pierna en recuperación la
torturaba con pinchazos de dolor mientras bajaba la escalera. Llamó a gritos a sus compañeros a pesar de saber que
estaban muertos. Tenía que
encontrar a Raúl antes que ella.
* * * (...) * * *
In
the dead of night she came to him with darkness in her eyes, wearing a mourning
grown, sweet words as her disguise…
En
lo profundo de la noche ella vino a él con la oscuridad en sus ojos, vistiendo
de luto, dulces palabras como disfraz…
Cada
vez que escuchaba la canción era más apropiada, la música le llenaba la mente,
y la llenaba de palabras; no podía dejar de escribir…y escuchar.
*
* * (...) * * *
Carmen
atravesó el salón cojeando, buscó su mochila decidida a largarse pero su mente
le jugaba malas pasadas.
—¡Carmen, no me dejes aquí! —gritó
Ángela en la planta alta.
No
hizo caso, salió y se dirigió al auto.
—¡Raúl! ¡Raúl! ¡Raúl! —gritó
desesperada.
* * * (...) * * *
Now,
if its real or just a dream the mystery remains, for it’s said in moonless
nights the may still haunt this place…
Ahora,
si esto es real o solo un sueño el misterio permanece, se dice que en noches
sin luna ellos aún embrujan este lugar…
Tendría
que agradecerle a Carmen la recomendación. Aun le quedaba mucha historia que
desarrollar pero el primer esbozo era prometedor y lo arreglaría con el
ordenador. Un golpe en la ventanilla lo sacó de su ensimismamiento y al girarse se encontró con la cara de
Carmen que le gritaba desesperada:
—¡Raúl, tenemos que irnos y buscar ayuda!
—¿Qué te pasa? ¿Qué tienes? —preguntó
él y abrió la puerta.
Carmen
entró por el lado del conductor y antes de que pudiera cerrar la puerta una
mano como una garra la tomó del cabello y tiró de ella hacia afuera. Se aferró
al volante con todas sus fuerzas y gritó de dolor.
Raúl,
sin pensar y con la adrenalina al cien, enterró el bolígrafo en la mano que
sacudía la cabeza de su amiga. La mano soltó a Carmen quien cerró la portezuela
y encendió el auto y se fueron a toda
velocidad. Raúl se giró y vio a Ángela con el bolígrafo aun en la mano,
maldiciendo y tratando de alcanzarlos.
—¿Qué pasó? ¡Tienes que regresar! —gritó Raúl mientras su amiga conducía como loca por
el camino rural que los había llevado a la casona.
—No puedo! —dijo
ella en un sollozo— ¡Están muertos! ¡Ángela
los mató!
—¡Estás loca! —trató
de tomar el control del auto para obligarla a frenar—
¡Pará!
—¡No! —Carmen
manoteó para deshacerse de él— ¡Viene por ti!
¡Chingada madre! ¡Te estoy salvando! ¡Mira esto y deja de chingar!
Le
lanzó el diario. Raúl comenzó a hojearlo quedando petrificado. No dijo nada
hasta que Carmen se detuvo en una gasolinera camino a Ciudad Edén.
—Llamaré a la policía. Si tengo razón los encontrarán
y si estoy equivocada los rescatarán y ya veré…—dijo
Carmen al bajarse del auto.
Asintió
y al verla alejarse cojeando sacó el diario y su cuaderno de notas.
El
diario contenía más dibujos que palabras pero él no las necesitaba. Su historia
comenzaba con la frase “Él ha llegado
esta tarde con dos regalos” y la primera página del diario mostraba a un
hombre en penumbras entrando a la casona, cargando dos paquetes… sintió un escalofrío.
A medida que leía su trabajo y lo comparaba con los dibujos en el diario el
pánico se apoderó de él. Carmen tenía razón, la niña venía por él pues había
sido él quien la había creado.
Sin
embargo su escrito llegaba sólo hasta la parte en la que Carmen buscaba la
salida, con la mochila ya en la espalda pero el diario tenía más dibujos
garabateados.
Ángela
siguiendo a Carmen.
Carmen
y Raúl gritando dentro del auto.
Una
mano con el bolígrafo encajado.
El
auto en la carretera…
el
auto en la gasolinera…
Carmen
en la cabina telefónica…
Raúl
solo en el auto…
La
última página mostraba el auto destrozado y la cara de Raúl apenas visible
entre los hierros retorcidos. Apenas tuvo tiempo de levantar la cabeza para ver
a un camión de transporte que se dirigía a toda velocidad hacia él.
Horror y más horror ¡Cuánta crueldad! El estómago se queja. ¡Uf !
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