Seudónimo: Shion
Autor: Robe Ferrer
—¿Qué dices de un diario? —preguntó Carmen a la vez que se giraba. Vio que su amiga tenía un cuaderno; se veía viejo y estropeado. Cuando la miró a la cara, su semblante había cambiado. Sus ojos verdes se habían tornado totalmente negros y sin vida. En su pelo negro había aparecido un lazo de color azul para adornarlo.
Autor: Robe Ferrer
—¿Qué dices de un diario? —preguntó Carmen a la vez que se giraba. Vio que su amiga tenía un cuaderno; se veía viejo y estropeado. Cuando la miró a la cara, su semblante había cambiado. Sus ojos verdes se habían tornado totalmente negros y sin vida. En su pelo negro había aparecido un lazo de color azul para adornarlo.
—Según
dijo Roberto mientras le torturaba, Raúl fue el que hizo el trato con mi madre.
—Carmen se encontraba anonadada por lo que decía Ángela. Aquello no tenía
sentido—. Contando me encuentro en la cabeza de esta mujer y no encuentro
rastro del pacto, solo quedáis él y tú.
Antes
de que Carmen reaccionase, la niña, manejando el cuerpo de Ángela, agarró a la
mexicana por el cuello y la levantó algunos centímetros del suelo.
—Ahora,
libérame o te infringiré un daño que podrás paliar ni con toda la morfina que
llevas encima —amenazó.
Carmen
no podía hablar debido a la presión que la mano de Ángela ejercía sobre su
garganta. Meneaba la cabeza en señal de negación, sin saber a qué se estaba
refiriendo la otra mujer. La presión sobre su cuello se aflojó para que pudiera
hablar.
—No
sé de qué carajo me hablas, suéltame Ángela.
—Mi
madre hizo un pacto con uno de vosotros para que me encerrara dentro de un relato
para vivir para siempre cautiva de mi aspecto infantil. La única forma de
acabar con este maleficio es que el escritorzuelo borré lo que escribió.
Raúl
hizo acto de presencia en la habitación en la que se encontraban. En cuanto vio
lo que sucedía, se lanzó contra Ángela para tirarla al suelo y que soltara a
Carmen.
La
niña, en el cuerpo de Ángela, se elevó unos centímetros para flotar por el aire
y situarse a la altura de Raúl. Le escupió a la cara y colocó su pulgares en la
frente del muchacho, que gritó. La presión que ejercía era tal que Raúl empezó
a marearse.
—Vas
a contarme lo que quiero saber. —Se quitó la horquilla que sujetaba su lazo y
la introdujo por las fosas nasales del hombretón y empezó a apretar y retorcer
el tabique nasal del mismo hasta que se escuchó un crack por debajo de los gritos de Raúl. La sangre le manaba de la
nariz de forma incontrolable.
Tras
un golpe en la nuca, Ángela cayó al suelo junto a Raúl. A su lado, Carmen
empuñaba un taburete. Volvió a golpear a su compañera en dos ocasiones más, y
lo hubiera hecho una tercera, si Raúl no
la hubiera detenido.
—¡Maldita
chingada, hija de mil padres! —le gritaba mientras intentaba zafase de Raúl
para asestarle un nuevo golpe.
—Pará,
no ves que no es ella, que algo la poseyó. La misma ha matado a Sergio y a
Roberto, vi sus cuerpos en otra habitación salvajemente torturados.
—Ha
dicho algo sobre un pacto con su madre, Raúl, ¿qué sabes de eso?
—No
sé nada de ningún pacto.
La
puerta de la habitación se cerró con un gran estruendo. Junto a ella se
encontraba una niña con un viejo vestido y un lazo azul adornando su pelo. Una
malévola sonrisa adornaba también su rostro.
Sin
una gota de viento, su pelo comenzó a elevarse y los iris se le tonaron rojos.
La dulce voz que debía ser infantil era ronca como la dejada por la cazalla. El
vaporoso vestido también flotaba a su alrededor.
—¿Quién
de vosotros hizo el pacto con mi madre? —bramó.
—La
puta, con la nena —se asombró Raúl.
—No
soy tan niña con creéis… Mi último cumpleaños tenía que haber soplado veinte
velas, pero mi madre siempre me trató y me vistió como a una niña pequeña.
Estaba tan enferma que pensaba que así me mantendría eternamente joven. Como se
dio cuenta de que con eso no bastaba para capturarme en mi edad infantil, hizo
un pacto con uno de vosotros; a cambio de fama, me maldijo y me encerró en este
cuerpo hasta que se deshaga de ese escrito. No sé cual de vosotros dos hizo el
pacto con la puta de mi madre, pero lo averiguaré y os obligaré a devolverme mi
libertad.
—Ninguno
de nosotros ha hecho tratos con tu… —comenzó Carmen.
—¡¡SILENCIO!!
—bramó la muchacha—. No quiero más mentiras, os haré confesar por las buenas o
por las malas.
Entonces
se lanzó contra la mujer con la boca tan abierta que sus dientes parecían las
fauces de un cepo para osos. En un acto reflejo, Carmen colocó su brazo derecho
para protegerse del ataque. La mandíbula de su atacante se cerró con tal fuerza
que le rompió el cúbito y el radio. El grito de dolor retumbó en toda la
estancia.
Nuevamente,
Raúl reaccionó para liberar a su compañera de la niña. Empujó a la pequeña que
apenas se movió de su sitio, aun que sí que soltó a su presa. Carmen cayó de
rodillas, sangrando por la mordedura y con el brazo destrozado debido a la
misma.
La
niña atacó a Raúl. Agarró el cuello del escritor argentino y comenzó a apretar.
Al hombre le pareció ver que de los ojos de la chica salía un halo que se
dirigía hacia los suyos. Se intentaba colar en él para saber si había hecho un
pacto con su madre.
—Suéltale,
o rompo el diario. —Ángela se había puesto en pie, aunque parecía que le
costaba mantener el equilibrio. Sujetaba una de las hojas entre los dedos de su
mano derecha mientras con la izquierda sostenía el resto del cuaderno.
—Adelante.
Esa libreta no tiene ningún poder sobre mí. Al contrario, soy yo quién la
manejo.
Entonces
se lo demostró. El diario de la niña se deslizó de las manos de la barcelonesa
seccionándole con una de sus hojas dos dedos de su mano diestra. Cuando llegó
al suelo, se elevó de nuevo y comenzó a girar sobre sí misma como aspas de
molino y rápidamente se dirigió hacia el cuello de Ángela. Segundos después, su
cabeza y su cuerpo eran dos objetos sin vida independientes uno del otro.
—Ella
ya no me servía para nada —comentó la niña a Raúl—. Ahora continuemos tú y yo.
El
halo que le salía de los ojos penetró brevemente en los del argentino que se
estremeció, pero no emitió ningún sonido. Un instante después, su cuerpo cayó
al suelo con un agujero en el cuello. La niña le había arrancado la nuez,
después la dejó caer junto a su antiguo dueño, llena de sangre.
—Tú
tampoco fuiste, por lo que solo me queda la mexicana.
Se
acercó a Carmen, que seguía en el suelo doliéndose de la mano.
—No,
por favor, yo no hice pacto con nadie —gimió ante la llegada de la niña.
Empleando
el mismo método que con Raúl, la niña se introdujo en la mente de la mujer y
comenzó a sondearla. Cuando acabó, salió bruscamente de aquella cabeza. Mantuvo
a su presa sujeta por las sienes unos segundos. Después retorció rápidamente su
cuello haciéndolo crujir como el de un pollo. Carmen cayó hacia atrás, ya sin
vida. Ninguno de aquellos cinco escritores era el que había pactado con su
madre.
—¡¡Maldita
hija de puta!! ¿Con quién hiciste el pacto? —gritó la niña fuera de sí—.
Encontraré a ese escritorzuelo y le hare pagar lo que me hicisteis.
En
cinco puntos diferentes del planeta, Roberto, Sergio, Ángela, Carmen y Raúl
morían en sus casas fulminados por un infarto. Unos hechos que no pudieron ser
relacionados entre sí, porque, aparentemente, no existía ninguna conexión entre
los cinco casos.
Pero
desde otro plano del universo, Pandemónium reía a la vez que miraba la casa de
muñecas que aquella mujer le había regalado para sellar el pacto. La niña había
matado a sus cinco compañeros de El Edén de los Novelistas Brutos porque ella
lo había permitido (lo había escrito). Mientras tuviera en su poder aquella
casa, nada podría evitar que su obra se convirtiera en el número uno de las
ventas; aquel era el trato: la fama a cambio de mantener a su hija encerrada por
siempre entre las palabras.
A su espalda, la puerta de la casita de muñecas se
abrió y la niña con el lazo azul en el pelo cruzó su umbral. Por fin había
descubierto el secreto para deshacerse del maldito escritorzuelo.
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