Por Eli.
Una pasada la media
noche, la primera tormenta de Junio caía sobre aquel suburbio y sus
alrededores, creando riachuelos en los costados de las aceras, que engordaban al
avanzar la noche.
Lluvia abundante. Gotas
grandes estrellándose con violencia en los tejados, en los autos.
En el rostro y la
humanidad de solo una persona en kilómetros a la redonda. Una figura de pie en la oscuridad de aquella
calle, que atravesaba de forma horizontal la colina donde se encontraba
construido aquel suburbio.
Parado frente a la
última casa del lado oeste del suburbio. En aquel rostro pálido, verdoso, había
una expresión de profunda atención. De ensimismamiento. Los ojos neblinosos
bien abiertos, sin parpadear, observaban hacia una ventana en específico de
aquella calle. El resto del rostro era una tumba. Inexpresiva.
La lluvia arreció. De su
cuerpo pálido, necrófago, escurría el agua a chorros. Pero aquella figura no se
movió durante dos horas. En aquel rostro extraño, de profundas sombras en los
parpados y extraños surcos oscuros de viejas cicatrices, los dos ojos
observaban como lunas fantasmales. Esperaba.
En algún punto de la
madrugada, después de que la manecilla de los relojes moviéndose en el interior
de las casas del suburbio, pasará las tres, la expresión en el rostro de
aquella figura cambió. Los labios se estiraron hacia sus lados, exhibiendo sus
delgadas heridas.
Sonreía con la malicia
de un niño que está por cometer una fabulosa travesura. Los ojos como lunas
parecieron llenarse, entintarse, o cobrar fuerza de alguna forma.
Caminó, con los zapatos
deformados y llenos de agua hacia el jardín de aquella casa donde todas las
luces habían sido apagadas.
Murmuraba sin dejar de
sonreír, pero aquellas palabras veloces nadie podría oír. Sepultadas por el
escándalo de la lluvia, y ningún oído despierto para poderlas atrapar.
Llegó a la puerta sobre
la que se miraban diversos cerrojos dorados. Puso su mano sobre el picaporte, y
a pesar de todo, la puerta se abrió.
La figura entró sin
cautela, pero en silencio. Caminó entre las sombras parsimoniosas de aquella
casa, con pleno conocimiento de a donde se dirigía. Aunque había dejado de
murmurar, aún sonreía.
Llegó a las escaleras y
comenzó a subir. Goteaba por todo su cuerpo.
Jessey Weston de siete
años abrió los ojos, agitado y profundamente aterrado por la pesadilla que
había tenido. Todavía recordaba la sensación de aquellas manos ásperas, manos
muertas, sujetándolo por el antebrazo.
El miedo no se había
quedado en las pesadillas y se temía que no solo eso hubiera saltado con él,
fuera de sus sueños.
“Tengo que encender la luz”
Pensó desesperadamente,
echando miradas rápidas hacia todas las partes de su habitación. Asegurándose
que de momento la pesadilla no estaba
más. Atenazando las sabanas a la altura de su pecho.
La habitación, a esas
horas, bajo aquella oscuridad, se le antojaba enorme, y el trecho hacia el
apagador, demasiado extenso.
Fue entonces cuando la
vio.
La puerta se encontraba
abierta y afuera se miraba la profunda oscuridad. El pasillo y las múltiples
puertas, y el paso abierto a absolutamente cualquier cosa que se encontrara
allá.
El miedo lo picoteo y lo
sofocó por unos segundos, pero decidió que quien sabe cuánto llevara aquella
puerta así, pero si nada había sucedido todavía, no significaba que no fuera a
suceder.
Afuera, en la calle,
llovía con fuerza y su ventana retrocedía sobre su marco ante el golpeo de la
tormenta.
“¡Ahora!”
Se dijo en su mente y
saltó de la cama. Corrió desesperadamente, imaginándose en el camino lo que
sucedería cuando por fin alcanzara la puerta. Lo que vería subir por las
escaleras. Lo que vendría por él.
Llegó, tomó la puerta y
la azotó con velocidad. Echó el pasador. El cuerpo le latía todo en miedo.
Habría llorado si no sintiera la garganta tan cerrada, como si llevara un hueso
grande ahí atorado. Habría llorado si hubiera sentido que podía.
Ni si quiera estaba
seguro de que pudiera hablar si se lo proponía. Un ligero mareo le acometió
entonces. Aún no estaba al cien por ciento espabilado.
Pero cuando lo hizo,
cuando la adrenalina lo empujó fuera del pesado velo del sueño, lo empujo
también hacia su memoria fresca. Estaba seguro de que había cerrado la puerta,
porque siempre, sin importar nada, la cerraba.
Movió uno de sus pies
desnudos y escucho un chapoteo. El suelo… estaba mojado. Levantó el pie y lo
palpo. Era agua.
-¿Estás ahí? Jijiji…
Jessey levantó la mirada
rápidamente. El corazón había vuelto a
bombear, a golpearse contra sus paredes interiores de forma tan súbita que le
dolía.
Sintió un frio caer
sobre su nuca y su espalda. Jessey Weston miraba hacia la cama.
-¿Estas-ahí?Jijiji…-Volvió
a preguntar y reír aquella voz extraña y ronca. Asexual. Grave, ronca y a la
vez parecía la voz de una mujer, o tal vez de un hombre que intenta sonar como
una.
Lo que fuera, estaba envuelto en las sabanas, moviéndose. Y le hablaba a él.
Lo que fuera, estaba envuelto en las sabanas, moviéndose. Y le hablaba a él.
El pequeño palpó
desesperado hacia su espalda, intentando tocar el picaporte o el interruptor de
luz. Pero no podía hallar ninguno de los dos, y sin embargo tampoco podía dejar
de mirar aquella figura oscura envuelta en las sabanas que lo habían cobijado
hacia solo un minuto y que ahora descendía de la cama. Riendo y murmurando.
-¿Dónde estás? Jijiji
La lluvia no amaino a la
mañana siguiente. Fue la señora Weston que entró a la habitación para despertar
a Jessey. Era sábado y no había que asistir a la escuela, sin embargo se
perdería el desayuno y ella no estaba dispuesta a servir dos veces.
-¿Jessey? Jessey es
tarde y si no te levantas ahora y bajas puedes olvidarte del desayuno.
Jessey no respondió ni
se movió. Estaba completamente envuelto por las sabanas sobre la cama.
Algo olía bastante raro,
a decir verdad.
Fin
Muy, muy bueno, Eli.
ResponderEliminarEl suspenso que imprimiste al texto es excelente, y es imposible no sentir el miedo del niño. Ese "Jijiji" de la risa tenebrosa asusta...
El final, también, de lo mejor.
Me gustó mucho.
¡Saludos!
Eli:
EliminarMuchisimas gracias por leerlo, y me agrada mucho que te gustara. Fue uno de los primeros intentos concretos de crear una historia que alguién pudiese leer de noche y realmente quedar con insomnio.
Gracias por tu amable comentario, Juanito. Ya valió la pena haberlo escrito :).