Por Antonio Tomé Salas.
Querido lector, no me gustaría empezar a
contarle el siguiente relato sin por lo menos llegar a advertidle de la dureza
del mismo. Este relato que usted se dispone a leer es un relato triste,
deprimente, amargo y muy muy doloroso. Al menos yo me siento así, hundido en la
más inmunda tristeza. Bueno una vez advertido de tales detalles creo que
podemos comenzar.
La historia que me dispongo a contarles,
es la historia de como un padre perdió a su única hija. Por desgracia yo soy el
padre. Cuando mi hija murió era muy joven y a día de hoy tengo que deciros, que
para nada lo he superado.
No hay nada más triste para un padre que
perder a una hija, o al menos eso dicen, pero por desgracia mi situación es
peor si cabe, pues yo estaba junto a ella cuando fue brutalmente asesinada, lo
presencié todo.
La noche en que asesinaron a mi pequeña
fue hace seis meses, y os juro que lo recuerdo todo con absoluta claridad, me
acuerdo de todos los detalles como si fuera una película que he visto unas
cincuenta veces.
Era una noche de invierno, fue tres días
antes de Navidad, del cielo caía un aguacero terrible y apenas podíamos
desplazarnos por las calles.
Mi hija y yo deambulábamos por las
calles empedradas de un pueblo que no conocíamos, íbamos sin rumbo y sin
destino, y lo más curioso de todo es que con el aguacero que estaba cayendo
sobre nuestras cabezas, estábamos muertos de sed.
Mi pequeña me miro con ojos suplicantes
y me dijo que no aguantaba más que tenia mucha sed. Yo le dije que resistiera
un poco que ya encontraríamos alguna casa y nos colaríamos.
Y por suerte, aunque más tarde pensaría
que fue la peor decisión de mi vida, vimos a unos quince metros una casa
monumental con un ventanal enorme. La ventana estaba parcialmente abierta, y
entonces lo vi claro, entraríamos sin hacer ruido y comeríamos algo. A día de
hoy me maldigo por haber entrado en esa casa junto a mi hija.
Yo entraba primero en las casas, y mi
hija iba detrás siempre, me asomé por la ventana y no vi peligro alguno, me
volví hacia atrás y le hice una señal a mi hija para que me siguiera...
Entramos con mucha cautela.
Silenciosos.
La habitación en la que nos encontramos
era enorme, justo debajo de la ventana por la que entramos había una cama
individual, la cual me pareció que estaba desocupada. Enfrente de la ventana se
encontraba la puerta de la habitación (que estaba cerrada) y un armario
empotrado. A la derecha había una
estantería llena de libros, lo cual no tenia importancia para mi pues no sé
leer. Y por ultimo a la izquierda se encontraba el típico escritorio con un
televisor.
Nos colamos sigilosos como el viento
pero como ya dije; mi hija tenia mucha sed.
Se puede decir que en nuestra “familia”
tenemos un sexto sentido para localizar la comida, y por suerte o por desgracia
la habitación apestaba a comida.
Mi hija con ese olor tan intenso a
comida se excitó y no paraba de moverse por toda la habitación, os juro que
intenté tranquilizarla, pero me fue imposible.
Estaba yo de cara a la ventana y mi hija
estaba enfrente mía cuando un bulto enorme se sacudió bajo las sábanas de la
cama, cobarde o no mi impulso fue meterme en el armario.
El bulto volvió a sacudirse pues pude
oír perfectamente el frufrú de las sábanas desde dentro del armario, me asomé
con cautela y pude ver perfectamente a mi hija junto a la cara de ese hombre, a
un escaso centímetro.
Le supliqué que parara, le ordené que
viniera a mi lado, le dije que ese hombre no estaba totalmente dormido y que
podría atraparnos, pero ella no paró y yo sabia que al estar tan cerca de la
comida, con esa fragancia tan apetecible ya no podría detenerse.
Entonces de repente el hombre salto como
un resorte de la cama y sacudió las palmas de las manos por el aire, como si
estuviera pegando a un fantasma. Una de las manos del hombre rozó a mi pequeña
pero no le hizo el menor daño.
Justo en el instante en que yo me
disponía a salir del armario en busca de mi hija el hombre encendió la luz de
la habitación, y entonces yo me quede cegado, fue una experiencia horrible, por
un momento mis ojos quedaron totalmente inútiles y tan solo veía una pantalla
blanca delante de mi, era como nadar en un mar de leche.
A lo lejos vi un punto negro bastante
grande y pensé que seria la ventana, que tras su cristal me mostraba la noche,
la salvación, la salida. Volé hacia la ventana cuando de repente escuché a mis
espaldas que la puerta de la habitación se abría de golpe. Justo cuando llegue
a la ventana me di un golpe en mi enorme nariz, tantee a mi derecha y encontré
la abertura de la ventana, un frío inmenso me acogió en la calle.
Desesperadamente llamé a mi hija para
que saliera de aquella maldita casa, pues ya sabia yo lo que ocurriría a
continuación, he visto a tantos morir por culpa de la maldita comida que ya he
perdido la cuenta, la momentánea ceguera empezaba a desvanecerse y maldita la
hora, por qué para ver lo que vi a continuación mejor seria haberme quedado
ciego.
El hombre irrumpió en la habitación
spray en mano, cerro la puerta y la ventana. Y yo como único espectador tras el
cristal.
El hombre quitó el tapón del spray y
roció toda la maldita habitación con insecticida.
Me quedé tras el ventanal observando y
golpeando el cristal inútilmente.
Regueros de lágrimas se entremezclaban
con la lluvia.
Mi pequeña murió lenta y dolorosamente.
Fin
Cabe aquí el mismo comentario que te dejé en tu blog:
ResponderEliminar"¡Genial! Qué buena historia. Suspenso al por mayor, y un giro al final impactante, inesperado.
¡Felicitaciones, Antonio!
Saludos."
Muy bueno...