Por Alejandra López.
Julián Cepeda, llegó a su casa desde el
trabajo, como todas las tardecitas.
Al abrir la puerta del pequeño departamento, lo
recibió Angie, su única compañía. Una perrita sin marca que había encontrado
vagando por las calles tres años atrás.
El departamento era chico pero cómodo, Julián
consideraba que más que suficiente para ambos. Él trabajaba como locutor en una
emisora radial de la zona en que vivía.
Fue hasta la cocina y sirvió un plato de leche
para Angie, después tomó una botellita de Coca-Cola de la heladera y fue al
comedor. Se abocó a leer el diario vespertino mientras paladeaba la bebida
fresca.
Esto era para él una rutina que disfrutaba y a
la vez le permitía “estar siempre informado” para su trabajo.
La necesidad de ir al baño, hizo que
interrumpiera su lectura. Orinar le urgía.
Cuando vació su vejiga, se lavó las manos y en
un gesto mecánico se miró al espejo. Éste le dijo que ya era hora de que fuera
a la peluquería.
Pensaba en la posibilidad de ir el sábado a
cortarse el pelo cuando lo sobresaltó un ruido proveniente del comedor. Rápidas
pisadas que cesaron para luego sentir el crujido de algo. Algo que sonaba a
papel. La adrenalina comenzó a hacerle estragos en el cuerpo. Quedó paralizado
ante el espejo del baño con el corazón palpitándole como un caballo desbocado.
Estaba segurísimo de haber cerrado la puerta
con llave y no había abierto ninguna ventana.
Aguzó el oído, y por encima de los locos
latidos de su pecho, siguió escuchando: ruido de papel, como si alguien diera
vuelta las páginas de un libro.
Y la perra que ladraba siempre ante la
presencia de extraños, ahora permanecía en silencio. Él había oído hablar de
ladrones que drogaban y dejaban fuera de combate a las mascotas.
Suspiró, y con las piernas temblándole, decidió
salir del baño y enfrentarse a lo que hubiera en el comedor.
Primero se proveyó de un arma, la afilada
tijerita de cortarse los bigotes que tenía en el botiquín.
Salió y se quedó petrificado.
Se vio a sí mismo dando vuelta las hojas del
diario y tomando sorbos de Coca-Cola.
El Julián que leía el diario, lo miró y le
sonrió.
Parado, con la tijerita de los bigotes en la
mano, comenzó a acercarse y casi estuvo a punto de tocarlo, pero sus piernas le
ordenaron que corriera. Y corrió hacia el cuarto de baño. Le parecía que el
corazón le iba a estallar en la cabeza. Trabó la puerta, apoyó las manos en el lavatorio
y se miró al espejo. En él, no se reflejaba imagen alguna.
Gritó. Corrió hacia la puerta de entrada,
mirando de soslayo al hombre que permanecía indiferente a todo, hojeando el
periódico y dando sorbitos a la gaseosa.
Ya fuera del departamento, inhaló profundamente
hasta serenarse.
Tomó una decisión. Ingresó nuevamente al
departamento. Se acercó al Julián que leía el diario, asombrándose de la
tranquilidad de ambos. Alzó la mano y clavó la punta de la tijera en la yugular
del hombre. La sangre estalló. En el último estertor, la tijera cayó con un
ruido surrealista.
Nadie pudo explicarse por qué Julián Cepeda, hombre calmo, responsable en su trabajo, atento con sus vecinos aunque un tanto solitario, se había suicidado.
Fin
Al principio me recordó a la "metamorfosis" de Franz Kafka.. luego tomó un giro a "Tiempo Libre" de Guillermo Samperio... pero el final en realidad no me lo esperaba, me sorprendió... jeje algo así como "Habitación 1408" de Stephen King. Muy buen relato... breve... conciso... lo necesario... MUY BIEN
ResponderEliminarCortito pero entretenido, me gusta casi todo, con excepción del nombre de la perrita, me parece muy poco adecuado... en fin, gustos de la autora.
ResponderEliminarSaludos!
Angie.
Muy, muy bueno.
ResponderEliminarEl suspenso llevado hasta límites angustiantes, mostrando los miedos del protagonista a flor de piel.
Excelente final.
¡Felicitaciones!
Me gustó, es el tipo de relatos entretenidos y algo confusos que a veces no entiendo pero me hace pensar, saludos!
ResponderEliminarAtte: Romi