De niño fui pobre, mi padre era un ebrio que lo
mejor que hizo por nosotros fue morir. Mi madre era una triste mujer que
ayudaba en un puesto de ropa usada en el mercado y la feria, en verdad éramos
unos miserables que no tenían nada más que lo justo para cubrir el cuerpo.
Eran compañeros desde el caso de Los
crucificados, de eso hacía ya cinco años y eran los mejores amigos desde hacía
cuatro. Congeniaron a la perfección. Carlos Márquez no tenía pelos en la
lengua, nunca temblaba al decir lo que estaba bien o mal; por su parte Arturo Ramos
se distinguía por su trato equitativo y eso fascinaba a Márquez, porque no lo
trataba de una forma especial por sus orígenes.
—¿Dónde encontraron el cuerpo? —quiso
saber el agente especial Márquez.
—Cerca de las ruinas de la gran mansión —dijo Ramos con un poco de
reticencia, sabía que a su amigo no le gustaba nada ese lugar.
—Pues nada, creo que regresaremos al dulce hogar.
Un buen día, mi madre se cansó y decidió que era
hora de buscar fortuna en la gran ciudad, así que nos fuimos a la capital.
Logramos acomodarnos casi de inmediato, pues ella fue contratada como el ama de
llaves de la gran mansión a las afueras de la capital.
El edificio era exactamente como
Márquez lo recordaba, pero ahora parecía más tétrico al tener las ventanas
tapiadas y las puertas aseguradas. Cerca de la puerta se encontraba ya el
equipo forense examinando la escena del crimen.
—Qué espanto de lugar —dijo Ramos
frunciendo el seño.
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
—respondió su compañero sin gesto alguno en la cara. Lo que le interesaba era
el cuerpo, este era el quinto del mes.
—Una nueva víctima cada diez días —mencionó
Ramos—, todos varones de la misma edad, casi la misma altura, color de piel y estatus social. Todos con la cara… mutilada.
Titubeó al decirlo; desde que tomaron
el caso Márquez era muy susceptible a las deformaciones de las víctimas. Ramos
supuso que era debido al pasado de su amigo.
—Pero este es el primero que dejan a
la puerta de la casa —señalo Márquez inclinándose sobre la manta blanca que
ahora estaba marcada con líneas rojas.
—¿Crees qué está cambiando su ritual?
—No, creo que la ha cagado —dijo
sonriendo con una mueca aterradora, al ver la ventana rota a un costado de la
puerta principal—. Mira esto, está recién rota y ninguno de estos pelmazos lo
ha notado.
—Bueno, lo nuestro son los cuerpos,
no los tipos que los dejan —dijo el jefe de la cuadrilla forense que por fin se
digno a mirar a Márquez a la cara.
—¿Te apetece entrar por una tacita de
café? —dijo a Ramos, ignorando por completo al jefe forense.
—¿No será mucha molestia?
—Ninguna, pase usted —ofreció el
agente inclinándose de una manera ridícula, pero sin sonreír.
Cuando entramos la primera vez en la gran mansión quedé deslumbrado, sentí que la vida cambiaría, teníamos un lugar donde vivir, comida caliente, ropa nueva y la promesa de un futuro mejor para mí. El patrón era una persona muy buena y noble, después descubriría que no todo ere miel sobre hojuelas.
Se encontraban en la enorme sala de
estar y a pesar de que todo estaba cubierto de polvo y basura, Márquez se desenvolvía
bien por el terreno. Se movían con precaución, como les enseñaron en la
academia. No querían alertar al posible sospechoso/testigo de que estaban al
acecho.
—Te juro que si dices separémonos… —dijo Ramos con tono de
reprimenda—. ¿De verdad crees que está aquí dentro?
—Estoy seguro —lo interrumpió Márquez
con el ceño aún más fruncido—. Creo que escuché algo arriba, iré yo primero tú espera
aquí.
—Vale, pero ten cuidado —le advirtió
al agente—, no quiero que esto se convierta en una thriller de serie B.
El hijo del patrón, quien tenía la misma edad que
yo, resultó ser un bastardo engreído. En poco tiempo comprendí que era su
esclavo, cuando jugábamos a las luchas él siempre se excedía y yo me llevaba la
peor parte. Los moretones en mi cara eran tan evidentes que tenía que inventar
historias ante el patrón y mi madre para que no lo culparan. Temeroso de
regresar a las sucias calles me quedaba callado. Era, en verdad, un hijo de perra.
Al
subir las escaleras recordó todos los juegos infantiles, todas esas
tardes de juegos con su compañero, aderezados
por el arrepentimiento. Cada escalón
era un “si tan solo hubiera...”
—No me martirizaré —se dijo en un
susurro.
—¿Cómo dices? —quiso saber Ramos
quien ya lo seguía de cerca.
—¡Mierda! —se sobresaltó Márquez—. Te
dije que esperaras en la planta baja.
—Y un carajo, no pienso dejarte solo
en este lugar, te ves muy tenso desde que entramos. Sé que los recuerdos te
están atormentando y te crees culpable por lo que está pasando.
—No sé de qué me hablas, Arturo.
—No insultes mi inteligencia, Carlos,
desde que llegó el caso a la oficina lo he sabido.
—¿Crees que el jefe lo sepa? —dijo
sorprendido.
—¿Soy la única persona que sabe lo que hiciste aquí cuando eras niño?
—El único —confirmó Carlos.
—Bien. Entonces no hay de qué
preocuparse —dijo en un tono conciliador—. ¿Desde cuando sabes que es él?
—Desde el primer cuerpo.
—Pero… joder. ¿Sabías que era él?
No hubo respuesta. Carlos Márquez siguió
caminando alerta sin poner más atención a su amigo y compañero.
La peor parte de mi vida en esa mansión fue cuando
quedé marcado, éramos ya casi unos adolescentes cuando el amo –como él exigía
que le llamara– me jugó su última trastada. En esa ocasión decidió que
jugaríamos a Caballeros de la Mesa Redonda, él sería Sir Lancelot, equipado con
una de las viejas dagas estilo medieval que servían de decoración en la gran
mansión, yo sería el temible Caballero Negro enfundado en mi improvisado yelmo
de papel de baño.
—Tú ve por el pasillo de la derecha
—ordenó a Arturo—, yo iré por el de la izquierda.
—No me has contestado.
—Joder, hermano —replico Carlos
visiblemente enojado—, si no he dicho nada es porque esperaba equivocarme.
No se dijeron nada más, cada uno
caminó por su pasillo designado esperando encontrar al sospechoso.
Arturo Ramos irrumpió en todas las
habitaciones que encontró, fue así que se topó con una cama improvisada y
objetos varios sobre una mesilla de noche. Había estudiado suficientes perfiles
de asesinos en serie para identificar la colección, un objeto personal de cada
víctima para recordarle que fue suya. Examinó todo cuanto pudo, ya no había más
un sospechoso, sino un culpable. Era hora de buscar a Carlos, temía por él. Arturo
era el único que sabía todo el esfuerzo de Carlos por recuperar lo que perdió
en esa misma mansión hace tantos años. Le aterraba que en un arranque de locura
lo perdiera todo.
Con la cara sangrante fui trasladado de emergencia
al hospital. Los médicos explicaron a mi madre que llegué justo a tiempo y que
con la cirugía estética de la época no quedaría huella de mi accidente. El jefe de mi madre se ofreció a pagar los
gastos, supongo que se sentía culpable, pues su hijo no hizo lo suficiente para
evitar mi incidente. Me negué rotundamente. Ese fue el momento en que lo
decidí. Sería yo quien liberaría al mundo de la inmundicia. En cuanto me dieron
de alta me fui para siempre de la mansión y comencé a buscar el modo de
impartir mi justicia.
—Hola criado.
—¿Qué cuentas, joven amo? —dijo
dándose la vuelta.
—Cuando murió mi padre me convertí en
El Patrón —replicó el hombre.
—Lo sé, seguí las noticias por los
periódicos y vi cómo lo perdiste todo con tus locuras.
—Eso es cuestión de enfoques —dijo
con una sonrisa sarcástica—, desde hace años encontré algo mejor que la riqueza, y por lo que veo, tú también encontraste algo.
—Así es y ese algo es lo que me trajo
frente a ti.
El sonido del disparo recorrió toda
la gran mansión hasta llegar a los oídos del agente Ramos, en ese momento su mayor temor se veía cumplido. Tenía
que comprobarlo por sí mismo, no se permitió pensarlo dos veces. Deshizo el
camino recorrido y corrió por el pasillo de la izquierda. No fue difícil
encontrarlos, estaban en la única habitación que no tenía puerta.
—Así que lo has hecho —afirmó Arturo
al ver el cuerpo del homicida tirado en el suelo con un disparo en la frente, a
su lado se encontraba una daga estilo medieval —. ¿Con esta fue…?
—Sí, Arturo, esa daga fue con la que
torturó y mató a esos jóvenes —dijo con voz desquebrajada.
—A lo que me refiero es…
—Sé a lo que te refieres y la
respuesta es sí, y no solo la daga, también fue en esta misma habitación donde
ese hijo de perra me mutiló hace tantos años —dijo tocando las horribles
cicatrices de su rostro que eran el motivo de que nadie lo viera a la cara en
el departamento de policía.
¿FIN?
Ok Pepe mis crítica constructivas:
ResponderEliminarMe gustó tu firma de escritor, tu huella o la esencia con la que escribes, si leyera otro texto con éstas características sin duda pensaría que es tuyo... el "humor" que encontré tipo escena cliché del chavo del 8 (Profesor Girafales versus Doña Florinda, por así decirlo) esbozó en mí una leve sonrisa, pero no lo suficiente como para salirme del contexto planteado.
Las personalidades de los implicados no está muy determinada, no descifro si fue por que así lo deseaste o por que te faltó acentuarlas y ese tipo de soliloquios que hace el protagonista dando algunas retrospectivas a su vida, crean la necesidad de seguir queriendo saber ¿Qué sigue?, algo que no había sentido desde "El espantapájaros" de R.L. Stine.
Aunque como mencionas en tu texto "no todo es miel sobre ojuelas" desde que escribió y cito textual "—Te juro que si dices separémonos… —dijo Ramos con tono de reprimenda—. ¿De verdad crees que está aquí dentro?" Imaginé quién era el asesino llevándome a un "Ya lo sabía" al terminar el cuento, tal vez un giro inesperado era necesario... ¿O nos darás en un futuro alguna sorpresa? Odio los To be continue...
Por último déjame felicitarte por tu ortografía sin duda la mejor que haya visto desde hace mucho tiempo en algún escrito.
Una recomendación para que tomes en cuenta, no todos los que leen tienen el mismo nivel de cultura (aunque suene feo el decirlo así) por lo que deberás ser un poco más cuidadoso con el humor supongo no deberá ser muy "alto" para que todos los comprendan... te aseguro que muchos no saben que es un "thriller de serie B" y pensarán que hablas de Michael Jackson jaja... en fin...
Muy bueno.. espero que pronto salga "La mansión 2"