Sandra estaba
recostada sobre la cama viendo la novela de las cinco de la tarde. Pronto se
levantaría para prepararle la merienda a Marcos que llegaría del trabajo.
Absorta en una
escena crucial, atendió el teléfono, le dijeron que en el hospital estaba
Marcos. Un accidente con la moto. El médico le informaría de su estado en
cuanto llegara. Anotó la dirección y el teléfono. Cortó y llamó, cerciorándose
de que no era un “cuento” para tenderle alguna trampa. Efectivamente, era el
teléfono del hospital y le dijeron que Marcos estaba ingresado en cuidados
intensivos.
Ansiosa salió
a la calle donde rayos cálidos abrazaron su angustia, tomó un taxi. Nadie la acompañaba porque la
pareja vivía en el interior del país y allí no tenían familiares ni amigos.
Solo algún conocido o compañeros del trabajo.
Se guió por
las indicaciones del hospital y así llegó a la U.T.I. Con estómago oprimido por
los nervios, tocó el timbre. Minutos más tarde la atendió una enfermera. Sandra
le explicó por qué estaba allí; la mujer la hizo pasar a una oficina y le dijo
que pronto vendría el doctor.
Cuando entró
el profesional y comenzó a hablar del cuadro sumamente delicado en que fue
ingresado su esposo, a la mujer empezó a
temblarle el cuerpo. Las palabras las sentía distantes y las captaba aisladas.
“Politraumatismo. Múltiples fracturas
vertebrales. Traumatismo encéfalocraneano. Conmoción cerebral”.
Estaba en coma
y era muy difícil que sobreviviera al accidente; si lo hacía, no cabían dudas
de que quedarían secuelas importantes.
“Basta,
basta”- gritaba Sandra en su interior. Pero en cambio dijo: “Por favor,
permítame verlo unos minutos”.
—Bueno, este
no es horario de visitas, pero espere aquí que la enfermera le avisará cuándo
puede pasar.
Media hora más
tarde, Sandra entró a la sala de terapia.
Olor a
desinfectantes, ruido de aparatos que jugaban su partida con la muerte. La
dejaron sola al lado de la cama de su esposo. Poco lo podía reconocer entre los
vendajes, el brazo con la vía, sensores en el pecho descubierto y el
respirador. Solo tomó la mano libre de Marcos y la sostuvo suavemente.
Pasaron
numerosos días de partes médicos, muchos desahuciantes, pocos esperanzadores.
Recién al
trigésimo día de su internación, Marcos comenzó a mostrar alguna mejoría. Poco
a poco los médicos le fueron quitando el respirador. A Sandra le decían que
tenían que ser cautos. Todavía la vida del hombre corría peligro.
En sus
visitas, ella le susurraba poemas de amor esperando el milagro:
“No te duermas
amor
todavía no
recorrimos
los caminos
más dulces
el vino aún es
hiel
y los pájaros
lastiman porque
no pueden
volar.
despierta
para que
me ayudes a
dormir a tu lado”
Una
tarde, su esposo abrió por primera vez
los ojos y la reconoció. Movió los labios como queriendo decirle algo. La mujer
se aproximó. No podía entenderlo al principio por la debilidad de sus palabras.
Pero luego de varios minutos de esfuerzo, logró comprender lo que quería.
Intentando contener las lágrimas, le dijo que estaba de acuerdo.
Y así fue cómo
el pacto quedó sellado en una habitación de hospital, entre olor a
desinfectantes y muerte.
Tres meses más
tarde regresaron al hogar. Él se había restablecido por completo. Como secuela
sólo quedó una leve renguera. Por ello, los médicos hablaban de “milagro”. El
caso era inexplicable para la ciencia.
Poco a poco
retomaron sus rutinas. La vida les había dado una revancha y decidieron
aprovechar al máximo esta oportunidad; con lo cual se replantearon la
postergación de ser padres. No esperarían a tener una mejor posición económica.
Pasaron meses
felices, pero el bebé no aparecía. Por ello, al año y medio del accidente de
Marcos, consultaron con un especialista. Ambos temían que el accidente hubiera
dejado estéril al hombre. Salieron del consultorio del médico con una larga
lista de estudios que ambos debían realizarse.
Cuando
regresaron con los resultados, el galeno les dijo que Marcos no era estéril.
Todos los valores estaban dentro de parámetros normales. En cambio, solicitó
nuevos exámenes más profundos para Sandra porque había algunos “detalles” y
quería cerciorarse bien antes de dar un diagnóstico aunque aparentemente
tampoco ella era estéril.
Cuando
volvieron al consultorio, la pareja quedó desconcertada.
El médico
derivó a Sandra a un oncólogo. No cabían dudas, tenía un tumor maligno y debía
ponerse en tratamiento de inmediato. Pasaron algunos meses de terapia con
drogas fortísimas que provocaron efectos adversos en la joven. Su cuerpo se iba
debilitando día a día.
Dos veces
estuvo internada y la última fue dada de alta con el rótulo de “terminal”, cosa
que Marcos se encargó de ocultarle. Sabía que volvían al hogar a esperar el
desenlace.
Cada día la
salud de Sandra empeoraba. Una noche, mientras estaban acostados, ella le dijo
a su esposo: “Mañana”
—Mañana qué,
amor- preguntó él.
—Mañana me vas
a llevar a nuestro lugar favorito.
Él sabía que
se refería a las orillas del río, al cual iban con frecuencia en verano donde disfrutaban
de estar echados sobre las rocas, escuchando el murmullo de la corriente.
—No amor, hace
mucho frío y anunciaron lluvias para mañana.
—Sabes que
esto no da para más, y yo no solo lo sé, lo siento. Así que mañana cumpliremos
con el pacto que sellamos en el hospital.
Marcos no
acotó nada porque sabía muy bien de qué se trataba.
Al otro día
amaneció gris y lloviznaba de a ratos. Sonriente, Marcos le preguntó:
—¿Te preparo
el desayuno?
—No quiero
nada. Por favor, vamos.
Él envolvió el
frágil cuerpo de la mujer en una frazada. La levantó en brazos y luego la
depositó en el auto, a su lado.
Llegaron al
río y la sentó suavemente sobre una roca. El lugar se encontraba completamente
desierto. No llovía pero soplaba un viento húmedo sobre sus rostros.
—Quiero café – dijo ella.
—Lo dejé en el
auto – acotó Marcos.
—Por favor… No
quiero que me veas.
Él dio media
vuelta y se dirigió hacia el vehículo.
Cuando volvió,
solo quedaba sobre la roca la manta que envolviera el cuerpo de su mujer. Miró
hacia el río y no pudo distinguir nada, solo la corriente de agua.
No se molestó
en recoger la frazada ni el termo. Regresó al auto. Goterones gruesos
comenzaron a caer. Puso en marcha el motor y arrancó. Las lágrimas y la lluvia
hacían casi nula la visibilidad.
Apretó a fondo
el acelerador en el camino desierto, decidido a modificar una parte del pacto.
FIN
Género: romántico con poesía.
Wow, esto si que es romántico!! Felicidades!!! Cami.
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