miércoles, 25 de enero de 2012

Las cajas de los recuerdos

Por Palomba Lainez.


1

Sentí en aquel momento que mi corazón daba un vuelco.Aquel domingo ojeaba el diario cuando de repente me detuve en una nota sobre una sobreviviente a la ocupación nazi.
Había una foto de una anciana de mirada intensa y cuerpo frágil cuya imagen me resultó familiar.
La historia de Sini era estremecedora.Había llegado a la Argentina para donar una caja de madera oscura con llaves enormes y oxidadas que su familia guardó durante setenta años.Cada una de ellas representaba una historia que no deseaba olvidar.Pertenecían a judíos que los nazis enviaron a los campos de concentración.
Con ojos melancólicos recorría cada uniforme de época en las fotos colgadas en el centro Ana Frank de Buenos Aires donde ahora, al fin, según el deseo de sus padres esas llaves son un ícono de la memoria allí en el barrio de Belgrano.
A pesar de sus noventa y dos años conservaba en la niebla de su memoria cada detalle de su Ámsterdam ocupada.
Tenía veinte años cuando empezó la guerra.Meses antes muchas familias judías de Alemania y Austria se trasladaban a Holanda huyendo de la persecución.Cuando los alemanes tomaron Holanda, ya tenían todos los datos de cada uno de ellos.Al poco tiempo les avisaron que tenían que estar listos que los iban a pasar a buscar, y que debían dejar sus pertenencias a la policía.Pero, como era lógico, desconfiaban de ellos; preferían dejar las llaves de sus casas a vecinos y amigos.Muchos de ellos se las dejaron a la familia de Sini.Terminada la guerra, al conocer el interés de su padre de conservarlas, se las donaban agigantando su colección.
Sini nunca entabló amistad con alguna adolescente judía, pero de alguna manera se sentía hermanada: leían los mismos libros de la época, y sufrieron con el mismo horror opresivo del nazismo.
La “llitzksieg”, la guerra relámpago, ideada por el alto mando de Adolf Hitler logró conquistar Holanda en menos de una semana.Luego de cuatro días de guerra todo el país era de los alemanes.
Rápidamente averiguaron los datos de todos, con quien estaban casados, cuál era su religión.Echaron a todos los profesores judíos de las universidades, racionaron los alimentos.Todo cambió.
A Sini la perseguían los detalles y cada vez que contaba sus desventuras lo hacía en vos baja  con ese temor latente como si todavía la rodearan o pudieran oirla.Que terrible era ver por todas partes a los oficiales de la SS con su calavera como distintivo en las gorras.A los judíos los deportaban y los llevaban, pero lo hacían a la noche cuando regía el toque de queda.Todo estaba bien pensado.









2

A medida que seguía leyendo crecía mi emoción y mi nostalgia.Con cada relato crecía en mi mente el recuerdo de mi abuelo cuando me contaba lo que había vivido con la guerra.Abría su caja de madera y como un destello de luz afloraban sus memorias.Yo conmovida observaba aquellas fotos, aquellos recortes de periódicos que agolpaban mi mente colmando todo mi ser.Aún hoy atesoro y venero las imágenes de aquellas personas que lo ayudaron a huir de aquel horror.Cómo olvidar el afán que pusieron en salvar la vida de miles de niños.





3

Muchas veces las familias judías que iban a ser apresadas dejaban a sus hijos pequeños a una familia holandesa para salvarlos.Se les falsificaba los documentos y pasaban a ser hijos de holandeses.
Una vez una mujer detectó que la identificación estaba mal porque entre su hijo verdadero y el que le habían dejado sólo había cinco meses de diferencia de edad.Estuvo con un temor enorme durante varios días, hasta que lo corrigieron.La gente trataba de hacer las cosas lo mejor posible pero siempre habían pequeños errores que podían ser fatales.
Así sucedió con mi abuelo.La demora en los trámites para pasar a formar parte de una familia holandesa jugó una mala pasada.Llegaron los oficiales arrasando a familias enteras.Con la angustia y el llanto de un niño de tan solo nueve años subió a aquel tren abrazado fuertemente a su padre.Ya era imposible escapar de aquel cruel destino, cuando mi abuelo empezó a patear el piso del vagón y las maderas cedieron bajo sus pies.Así, sin pensarlo, con una mezcla de travesura de niño y deseo de expresar su bronca logró un medio de escape, el pasaje a su salvación.Luchando y forcejeando para que su padre, del que no quería soltarse, bajase con él, escuchaba sus consejos.A pesar de la resistencia que opuso ése fue el último contacto que tuvo con su progenitor.Que difícil y cruel fue aquel momento.Se separaba de lo único que le quedaba en la vida, su madre había muerto cuando tenía tan solo tres años.Nunca olvidaría todo lo que se dijeron en esa última mirada que padre e hijo se dirigieron.Todo fue muy rápido.En un pestañeo fue expulsado y depositado sobre el empedrado.Así pegado a  esas piedras que lo aferraban a la vida con la misma dureza que su futuro le deparaba, se mantuvo conteniendo el aliento como si los oficiales fueran capaces de descubrirlo desde el convoy ya lejano.Recobrando sus fuerzas y su valor logró incorporarse, alejarse de las vías y volver a la ciudad.Una vez allí, ocultándose, buscó a la mujer que había intentado salvarlo.Al fin a salvo en su casa, pudo comer y saciar su sed.
Milenka, incansablemente y arriesgando su propia vida, se encargaba de poner a salvo a todos los niños.Era admirable su minucioso trabajo.Centenares de papeles guardados con sumo cuidado en frascos que enterraba en el fondo de su casa detallaban minuciosamente los datos de cada niño, de su familia de origen y los de los padres adoptivos con el deseo de, una vez finalizada la guerra, volvieran a sus familias si lograban las mismas sobrevivir.
Todos sus planes parecían marchar a la perfección hasta que los oficiales que habían estado siguiendo sus pasos detuvieron a toda su familia.En ese preciso momento ella se trasladaba a entregar a mi abuelo a la familia sustituta cuando irrumpieron los oficiales.Desesperada logró ocultarse junto a él entre bolsas de basura tapándose con cartones.Pero una mano los descubrió milagrosamente.Aquel oficial que conocía todos sus movimientos los puso salvo.
Mi abuelo finalmente fue adoptado y Milenka bajo una nueva identidad fue llevada a las afueras de la ciudad con otra familia.Allí la esperaba su novio, quien ya era su esposo pues bajo otro nombre aquel oficial había falsificado los documentos donde figuraban ya como marido y mujer.





4

Los dos últimos años de la guerra, cuando los alemanes no dejaban pasar nada de comida empezó el infierno del hambre.No había electricidad, no había gas, no había calefacción.Entonces Sini iba todos los fines de semana en bicicleta a la casa de un tío que vivía en un pueblito a setenta kilómetros de Ámsterdam.Como en el campo tenían más recursos para comer le daban leche, harina y otras cosas.Nunca en su vida la quisieron tanto en su familia como en ese tiempo.Cuando volvía con los alimentos todos la recibían con una alegría enorme.Pero todo se terminaba rápido.El lunes a la noche no quedaba nada y había que esperar hasta el otro fin de semana para poder comer .

Consternada ante los relatos de Sini que se entremezclaban con los de mi abuelo, aparté el diario y corrí hacia el teléfono.Debía comunicarme con mi madre y contarle lo que había descubierto.
Aquella mujer era la misma que aparecía junto a su hija en esa foto que mi abuelo había conservado celosamente durante tanto tiempo en su caja de madera.
Debíamos conocer a Sini, la hija de aquella mujer cuya bondad inigualable que tantos niños había salvado.

FIN

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Relato político- 

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