jueves, 26 de enero de 2012

Los huevos en la sartén

Por Camila Carbel.

       —Buenas noches, ¿en que podemos ayudarle?
     —Hola. No se si podrán ayudarme, eso espero. Ya no sé qué hacer —dijo una voz, que parecía al borde del llanto, del otro lado de la línea telefónica.
     —Primero dígame su nombre, dirección y cuénteme que le esta pasando.
     —Bien. Me llamo José Castillo, vivo en la calle 4 de Octubre y San Luís.
     —Perfecto, ahora cuénteme, ¿porque decidió llamarnos? —Pregunto el operador de turno. Aunque lo preguntaba por pura rutina, creía saber la respuesta.
     —Bueno, yo vi el anuncio en la televisión. Y la verdad ya no aguanto más. Estuve esperando más de media hora con el televisor encendido para anotar el número. Y bueno, lo acaban de pasar.
     —Claro— respondió. Ese anuncio había tenido mucho éxito, y estaba probado estadísticamente, que se recibían más llamados luego de que saliera la publicidad. —cuénteme el motivo de su llamada. 
     —Bueno, pasa que nos llevamos muy mal con mi esposa. Ella no me deja ver el fútbol los Domingos, se enoja si salgo con mis amigos y para castigarme cocina verduras durante toda una semana. Me grita todo el tiempo. Quiere que yo haga todas las cosas de la casa, como limpiar la pileta, bañar a los perros, arreglar el auto, cambiar las lamparitas, pintar la habitación.
     —Entiendo, pero antes respóndame una pregunta fundamental José. ¿Hubo episodios de violencia física?
     —Algo asi. Violencia psicológica si, ya casi ni salgo de casa, y…
     —Entiende José, pero respóndame la pregunta por favor.
     —Esta bien, disculpe. Es que ya no se que hacer, nada de lo que digo o hago esta bien, siempre me grita.
     —Pero ¿le pego en alguna de esas discusiones?
     —Me empujo, y una vez me pego un cachetazo, hasta me dejo la marca en el rostro. Ah y una vez me tiro con un cuchillo.
     —¿Y le dio? ¿Digo el cuchillo le dio? —Dijo el operador, muy interesado en la historia del hombre.
     —No, por suerte. Pero si le dio a la foto de casamiento que estaba atrás mió. Y en su propia cara. Eso fue gracioso. Aunque para ella no, claro.
     —¿Y luego que paso?
     —En ese momento solo grito, pero al día siguiente, cuando íbamos a casa de su madre, al bajar del auto me tomo de la mano. Lo cual me sorprendió porque hace años que no lo hacia, pero no dije nada. Y antes de llegar a la puerta, su mano se cerro en mi dedo meñique y me lo que quebró.
     —No me había contado eso cuando le pregunte por hechos violentos José. —respondió el operador, con su tono serio habitual.
     —Bueno, no sabia que debían ser todos los episodios violentos —dijo José, estirando la o de la palabra todos.
     —Si, desde la secretaria se hará lo posible por ayudarlo y si es necesario tendrá que realizar la denuncia correspondiente y vivir en un refugio para hombres maltratados. Pero primero debemos saber que tan grave es su caso y todos los antecedentes del mismo para poder ayudarlo eficazmente José.
    —Bueno. Me falto contarle la vez que le escribí un poema.
     —Pero antes de eso, termíneme de contar que paso cuando le quebró el dedo.
     —Ah, cierto. Y no paso nada, almorzamos en la casa de mi suegra y Roxana, mi esposa, dijo que me había agarrado el dedo con la puerta del auto. Despues fui al hospital, donde me pusieron un palito de helado y unas vendas. Hasta el día de hoy no puedo cerrar del todo ese dedo.
     —Si. Ahora puede contarme lo anterior.
     —Bueno. Un día yo quise sorprenderla, solo tener un lindo gesto para con ella, nada más. Pero ella piensa, cada vez que salgo de la rutina, que lo hago por culpa, porque cree que la engaño. Y te digo algo entre hombres, jamás la engañaría. Antes prefiero castrarme yo mismo con un cuchillo de cocina, porque no me quiero imaginar de lo que seria capaz de hacerme ella si tan solo miro a otra mujer.
     »Un día me dijo que cuando tuviera pruebas de esa supuesta infidelidad iba a destriparme vivo.
    —Por lo que me cuenta han sido varias las agresiones y las amenazas, señor Castillo.
     —Desde que comenzó todo esto han pasado ya cinco años. Todavía no entiendo como las mujeres se convirtieron en lo que son hoy en día.
     —Desde tiempos inmemorables que viene esto señor. Primero nos hicieron creer que eran el sexo débil, y luego poco a poco, años tras año, fueron llenándonos la cabeza con ideas extrañas. ¿Por qué cree que hay tantos gay? Porque las mujeres son malas. Controladoras y manipuladoras. Pero no nos pondremos a debatir ideas.
     »Yo estoy aquí para ayudarlo. Lo escuchare primero y luego veremos como poner fin a esta situación, usted tranquilo. Nuestra misión es frenar la ola de violencia contra los hombres.
     —Bueno. El día que le dije el poema, que le había escrito, me tiro con las copas y los platos de porcelana que nos habían regalado para nuestra boda, hace ya quince años. Rompió todo, ni un solo plato se salvo esa noche.
     —¿Aún se acuerda del poema? ¿Podría decirme cómo era? —pregunto el operador, olvidando cual era su función en el trabajo.
     —Claro que me lo acuerdo. Lo escribí yo mismo.
     »Mi amor, por favor
prepara mis tostadas con mermelada
Todas las mañanas.

Antes de irme a trabajar
Me despediré con un beso
Prométeme que nunca más me romperás un hueso.

Si quieres te entrego mi amor, mis llaves y mis autos
Pero tú tendrás que lavar las copas y los platos.

Y no me esperes hasta tarde
hoy jugare a la play con amigos
Sé que me extrañaras,
Así que te compre un jarrón de vino.
      ¿Qué le parece? Se que no es tan romántico, pero es sincero. Eso cuenta.
     —Si es sincero. Igual, yo jamás podría hacer algo así. Pero bueno, la verdad que no me pagan para opinar. Y luego que le dijo el poema, y paso lo de la batalla campal de vajilla. ¿Alguno resulto herido?
     —Claro que si. Yo tenia miles de heridas por los cortes en todo el cuerpo, pero no eran muy profunda. Pero si me quedo una gran cicatriz en la frente.
     —¿Y recibió atención medica? ¿Hace cuanto de este episodio, señor Castillo?
     —Fue hace un par de años —Se detiene a pensar, para darle información mas precisa al amable operador que lo atiende —Sucedió hace 4 años.
     »Si fuimos al hospital pero me atendió una doctora, y la policía que estaba en la guardia. Le conté como me había hechos los cortes, y me dijeron que algo habría hecho para que Roxana reaccionara así. Le quise contar lo del poema, eso no era delito. Pero no me dejaron seguir hablando y la doctora me puso alcohol en todas las heridas. Creo que fue una de las veces en que sentí más dolor en toda mi vida.
     —Me lo imagino.
     —Tengo una pregunta.
     —Si dígame.
     —¿Ustedes no me llevaran con policías mujeres, verdad?
     —La verdad que en su mayoría son policías hombres, los que trabajan con nosotros, pero hay algunas mujeres trabajando. Pero no se preocupe, ellas luchan por nosotros, para que de una vez por todas estemos en igualdad de condiciones, José. No tiene por que meter.
     —¿Esta seguro que trabajan para nuestro bien? —José quería decir muchas cosas más, pero por su cabeza pasan miles de imágenes de policías torturándolo, por haber denunciado a una de su género.
    —Pero si quiere puede solicitar que a la investigación de su maltrato sea llevada solo por hombres. No hay ningún problema —dijo rápidamente el operador, temiendo que el agredido colgara la comunicación.
     —¿Me puede asegurar eso?
     —Claro que si. Delo por hecho. Ahora coménteme si hubo otro caso más.
     —No, eso fue todo.
     —Bien, ahora escúcheme con atención. Le haré una pregunta que será fundamental en como seguiremos trabajando ahora. José, ¿Cree que puede convivir unos días con su esposa? ¿O prefiere marcharse de su casa? Es decir, la pregunta correcta, es: ¿Teme por su vida, dentro de esa casa?
     Emilio Castro, el operador del turno noche de la secretaria de lucha contra la violencia de genero en hombres, pensó que José, el pobre sujeto maltratado a lo largo de los años por su esposa, había cortado la comunicación. Pero no quería ni preguntar. Por dos razones. Una por si aun el seguía allí, no quería interferir en sus pensamientos. Pero también tenia miedo a haber realizado mal su trabajo.
     —No, no temo por mi vida.
     »Si me pega y me grita todo el tiempo. Pero por eso no se muere la gente.
     —¿Esta seguro?
     —Si, si.
    —Bueno. Entonces usted mañana debería realizar la denuncia, en una comisaría común o en la comisaría del hombre. Si quiere alguno de nuestra secretaria o yo mismo, si usted así lo desea puede acompañarlo. Luego se le notificara a su esposa y al juez de la causa, y podrían ocurrir dos situaciones. O que usted se marche por un tiempo al albergue especial de nuestra secretaria o que su esposa vaya a prisión antes del juicio. ¿Me entendió señor José?
     —Si… Disculpe, me puede decir su nombre?
     —Si, como no. Soy Emilio Castro.
     —Sí, señor Castro. Así lo haré. En realidad será lo primero que haga mañana por la mañana. Y me gustaría que usted, que ya sabe por lo que pase, me pueda acompañar. Y también para que impida que me tome la denuncia una oficial. No puedo ni ver a las oficiales ni enfermeras. Luego de esa vez que le conté.
     —Y sí, me lo imagino. Pero ya no deberá preocuparse por eso. A partir de ahora, todo andará bien. Hizo lo correcto en llamar y mañana dará el segundo paso, cuando realice la denuncia.
    —Muchas gracias por atender mi historia señor Castro. La verdad, cuando llame pensé que nadie atendería el teléfono.
     —No José, siempre estamos aquí.
     —Gracias. Hasta mañana. A primera hora, en la comisaria del hombre.
     —Así es. Allí estaré y llevare la grabación de nuestra conversación.
     —Bueno. Hasta luego.
     —Adiós, José. Recuerde que ya no deberá padecer más abusos.


     Antes de dirigirse a la comisaria, Emilio Castro hizo su parada habitual en el café exprés, ubicado a tan solo dos cuadras. Mientras tomaba su capuchino doble, escuchó en la radio una noticia que modificaría el transcurso de la mañana.
     Noticia de último momento, gritaba el conductor. Hallaron muerto a un hombre. Para ampliar nuestro móvil se encuentra en el lugar del hecho. —Cuéntenos más del trágico suceso, María Cristina.
     —Estamos ubicados en  la calle 4 de Octubre y San Luis. Donde lamentablemente se produjo otro caso de muerte por violencia de género en hombres. La policía llegó cuando aún la esposa de la víctima lo estaba golpeando con una sartén en su cabeza. Por lo cual fue trasladada a la comisaría más cercana, para tomarle declaración.
     »Aparentemente ella lo ataco luego de saber que él iba a encontrarse con un amigo. Esa es toda la información por el momento.
     El locutor tomo la palabra, pero Emilio ya no lo escuchaba. El hombre con el que había hablado la noche anterior estaba muerto. Y su único pensamiento era que debió protegerlo mejor.  

FIN
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Me toco realizar comedia con una poesía incluida. 

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