—Buenas noches, ¿en que podemos ayudarle?
—Hola. No se si podrán ayudarme, eso
espero. Ya no sé qué hacer —dijo una voz, que parecía al borde del llanto, del
otro lado de la línea telefónica.
—Primero dígame su nombre, dirección y
cuénteme que le esta pasando.
—Bien. Me llamo José Castillo, vivo en la
calle 4 de Octubre y San Luís.
—Perfecto, ahora cuénteme, ¿porque decidió
llamarnos? —Pregunto el operador de turno. Aunque lo preguntaba por pura
rutina, creía saber la respuesta.
—Bueno, yo vi el anuncio en la televisión.
Y la verdad ya no aguanto más. Estuve esperando más de media hora con el
televisor encendido para anotar el número. Y bueno, lo acaban de pasar.
—Claro— respondió. Ese anuncio había
tenido mucho éxito, y estaba probado estadísticamente, que se recibían más
llamados luego de que saliera la publicidad. —cuénteme el motivo de su
llamada.
—Bueno, pasa que nos llevamos muy mal con
mi esposa. Ella no me deja ver el fútbol los Domingos, se enoja si salgo con
mis amigos y para castigarme cocina verduras durante toda una semana. Me grita
todo el tiempo. Quiere que yo haga todas las cosas de la casa, como limpiar la
pileta, bañar a los perros, arreglar el auto, cambiar las lamparitas, pintar la
habitación.
—Entiendo, pero antes respóndame una
pregunta fundamental José. ¿Hubo episodios de violencia física?
—Algo asi. Violencia psicológica si, ya
casi ni salgo de casa, y…
—Entiende José, pero respóndame la
pregunta por favor.
—Esta bien, disculpe. Es que ya no se que
hacer, nada de lo que digo o hago esta bien, siempre me grita.
—Pero ¿le pego en alguna de esas
discusiones?
—Me empujo, y una vez me pego un
cachetazo, hasta me dejo la marca en el rostro. Ah y una vez me tiro con un
cuchillo.
—¿Y le dio? ¿Digo el cuchillo le dio? —Dijo
el operador, muy interesado en la historia del hombre.
—No, por suerte. Pero si le dio a la foto
de casamiento que estaba atrás mió. Y en su propia cara. Eso fue gracioso.
Aunque para ella no, claro.
—¿Y luego que paso?
—En ese momento solo grito, pero al día
siguiente, cuando íbamos a casa de su madre, al bajar del auto me tomo de la
mano. Lo cual me sorprendió porque hace años que no lo hacia, pero no dije nada.
Y antes de llegar a la puerta, su mano se cerro en mi dedo meñique y me lo que
quebró.
—No me había contado eso cuando le
pregunte por hechos violentos José. —respondió el operador, con su tono serio
habitual.
—Bueno, no sabia que debían ser todos los
episodios violentos —dijo José, estirando la o de la palabra todos.
—Si, desde la secretaria se hará lo
posible por ayudarlo y si es necesario tendrá que realizar la denuncia
correspondiente y vivir en un refugio para hombres maltratados. Pero primero
debemos saber que tan grave es su caso y todos los antecedentes del mismo para
poder ayudarlo eficazmente José.
—Bueno. Me falto contarle la vez que le
escribí un poema.
—Pero antes de eso, termíneme de contar
que paso cuando le quebró el dedo.
—Ah, cierto. Y no paso nada, almorzamos en
la casa de mi suegra y Roxana, mi esposa, dijo que me había agarrado el dedo
con la puerta del auto. Despues fui al hospital, donde me pusieron un palito de
helado y unas vendas. Hasta el día de hoy no puedo cerrar del todo ese dedo.
—Si. Ahora puede contarme lo anterior.
—Bueno. Un día yo quise sorprenderla, solo
tener un lindo gesto para con ella, nada más. Pero ella piensa, cada vez que salgo
de la rutina, que lo hago por culpa, porque cree que la engaño. Y te digo algo
entre hombres, jamás la engañaría. Antes prefiero castrarme yo mismo con un
cuchillo de cocina, porque no me quiero imaginar de lo que seria capaz de
hacerme ella si tan solo miro a otra mujer.
»Un día me dijo que cuando tuviera pruebas
de esa supuesta infidelidad iba a destriparme vivo.
—Por lo que me cuenta han sido varias las
agresiones y las amenazas, señor Castillo.
—Desde que comenzó todo esto han pasado ya
cinco años. Todavía no entiendo como las mujeres se convirtieron en lo que son
hoy en día.
—Desde tiempos inmemorables que viene esto
señor. Primero nos hicieron creer que eran el sexo débil, y luego poco a poco,
años tras año, fueron llenándonos la cabeza con ideas extrañas. ¿Por qué cree
que hay tantos gay? Porque las mujeres son malas. Controladoras y
manipuladoras. Pero no nos pondremos a debatir ideas.
»Yo estoy aquí para ayudarlo. Lo escuchare
primero y luego veremos como poner fin a esta situación, usted tranquilo.
Nuestra misión es frenar la ola de violencia contra los hombres.
—Bueno. El día que le dije el poema, que
le había escrito, me tiro con las copas y los platos de porcelana que nos
habían regalado para nuestra boda, hace ya quince años. Rompió todo, ni un solo
plato se salvo esa noche.
—¿Aún se acuerda del poema? ¿Podría
decirme cómo era? —pregunto el operador, olvidando
cual era su función en el trabajo.
—Claro que me lo acuerdo. Lo escribí yo
mismo.
»Mi amor, por favor
prepara
mis tostadas con mermelada
Todas
las mañanas.
Antes
de irme a trabajar
Me
despediré con un beso
Prométeme
que nunca más me romperás un hueso.
Si
quieres te entrego mi amor, mis llaves y mis autos
Pero
tú tendrás que lavar las copas y los platos.
Y
no me esperes hasta tarde
hoy
jugare a la play con amigos
Sé
que me extrañaras,
Así
que te compre un jarrón de vino.
¿Qué
le parece? Se que no es tan romántico, pero es sincero. Eso cuenta.
—Si es sincero. Igual, yo jamás podría
hacer algo así. Pero bueno, la verdad que no me pagan para opinar. Y luego que
le dijo el poema, y paso lo de la batalla campal de vajilla. ¿Alguno resulto
herido?
—Claro que si. Yo tenia miles de heridas
por los cortes en todo el cuerpo, pero no eran muy profunda. Pero si me quedo
una gran cicatriz en la frente.
—¿Y recibió atención medica? ¿Hace cuanto
de este episodio, señor Castillo?
—Fue hace un par de años —Se detiene a
pensar, para darle información mas precisa al amable operador que lo atiende —Sucedió
hace 4 años.
»Si fuimos al hospital pero me atendió una
doctora, y la policía que estaba en la guardia. Le conté como me había hechos
los cortes, y me dijeron que algo habría hecho para que Roxana reaccionara así.
Le quise contar lo del poema, eso no era delito. Pero no me dejaron seguir hablando
y la doctora me puso alcohol en todas las heridas. Creo que fue una de las
veces en que sentí más dolor en toda mi vida.
—Me lo imagino.
—Tengo una pregunta.
—Si dígame.
—¿Ustedes no me llevaran con policías
mujeres, verdad?
—La verdad que en su mayoría son policías
hombres, los que trabajan con nosotros, pero hay algunas mujeres trabajando.
Pero no se preocupe, ellas luchan por nosotros, para que de una vez por todas
estemos en igualdad de condiciones, José. No tiene por que meter.
—¿Esta seguro que trabajan para nuestro
bien? —José quería decir muchas cosas más, pero por su cabeza pasan miles de
imágenes de policías torturándolo, por haber denunciado a una de su género.
—Pero si quiere puede solicitar que a la
investigación de su maltrato sea llevada solo por hombres. No hay ningún
problema —dijo rápidamente el operador, temiendo que el agredido colgara la
comunicación.
—¿Me puede asegurar eso?
—Claro que si. Delo por hecho. Ahora
coménteme si hubo otro caso más.
—No, eso fue todo.
—Bien, ahora escúcheme con atención. Le
haré una pregunta que será fundamental en como seguiremos trabajando ahora.
José, ¿Cree que puede convivir unos días con su esposa? ¿O prefiere marcharse
de su casa? Es decir, la pregunta correcta, es: ¿Teme por su vida, dentro de
esa casa?
Emilio Castro, el operador del turno noche
de la secretaria de lucha contra la violencia de genero en hombres, pensó que
José, el pobre sujeto maltratado a lo largo de los años por su esposa, había
cortado la comunicación. Pero no quería ni preguntar. Por dos razones. Una por
si aun el seguía allí, no quería interferir en sus pensamientos. Pero también
tenia miedo a haber realizado mal su trabajo.
—No, no temo por mi vida.
»Si me pega y me grita todo el tiempo.
Pero por eso no se muere la gente.
—¿Esta seguro?
—Si, si.
—Bueno. Entonces usted mañana debería
realizar la denuncia, en una comisaría común o en la comisaría del hombre. Si
quiere alguno de nuestra secretaria o yo mismo, si usted así lo desea puede
acompañarlo. Luego se le notificara a su esposa y al juez de la causa, y
podrían ocurrir dos situaciones. O que usted se marche por un tiempo al
albergue especial de nuestra secretaria o que su esposa vaya a prisión antes
del juicio. ¿Me entendió señor José?
—Si… Disculpe, me puede decir su nombre?
—Si, como no. Soy Emilio Castro.
—Sí, señor Castro. Así lo haré. En
realidad será lo primero que haga mañana por la mañana. Y me gustaría que usted,
que ya sabe por lo que pase, me pueda acompañar. Y también para que impida que
me tome la denuncia una oficial. No puedo ni ver a las oficiales ni enfermeras.
Luego de esa vez que le conté.
—Y sí, me lo imagino. Pero ya no deberá
preocuparse por eso. A partir de ahora, todo andará bien. Hizo lo correcto en
llamar y mañana dará el segundo paso, cuando realice la denuncia.
—Muchas gracias por atender mi historia
señor Castro. La verdad, cuando llame pensé que nadie atendería el teléfono.
—No José, siempre estamos aquí.
—Gracias. Hasta mañana. A primera hora, en
la comisaria del hombre.
—Así es. Allí estaré y llevare la
grabación de nuestra conversación.
—Bueno. Hasta luego.
—Adiós, José. Recuerde que ya no deberá
padecer más abusos.
Antes de dirigirse a la comisaria, Emilio
Castro hizo su parada habitual en el café exprés, ubicado a tan solo dos
cuadras. Mientras tomaba su capuchino doble, escuchó en la radio una noticia
que modificaría el transcurso de la mañana.
Noticia de último momento, gritaba el
conductor. Hallaron muerto a un hombre. Para ampliar nuestro móvil se encuentra
en el lugar del hecho. —Cuéntenos más del trágico suceso, María Cristina.
—Estamos ubicados en la calle 4 de Octubre y San Luis. Donde
lamentablemente se produjo otro caso de muerte por violencia de género en
hombres. La policía llegó cuando aún la esposa de la víctima lo estaba
golpeando con una sartén en su cabeza. Por lo cual fue trasladada a la comisaría
más cercana, para tomarle declaración.
»Aparentemente ella lo ataco luego de
saber que él iba a encontrarse con un amigo. Esa es toda la información por el
momento.
El locutor tomo la palabra, pero Emilio ya
no lo escuchaba. El hombre con el que había hablado la noche anterior estaba
muerto. Y su único pensamiento era que debió protegerlo mejor.
FIN
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Me toco realizar comedia
con una poesía incluida.
DEL 1 AL 10 LE DOY UN: 6.5
ResponderEliminarGERMÁN