domingo, 9 de julio de 2023

El pombero de cristal

Claudia se mostró fascinada cuando abrió el paquete y halló la figura de cristal de un pombero, una criatura fantástica de Entre Ríos. A pesar de su aspecto siniestro y desagradable, le cautivó su tonalidad y el resplandor de sus ojos. Lo colocó junto al velador sobre su mesita de noche y le agradeció a su padre con un beso.

 

Ernesto, el padre de la joven era un viajero y coleccionista de objetos guaraníes.

Cuando compró la estatuilla, lo hizo pensando que según la mitología guaraní, este ser mágico castigaba a los niños desobedientes. Él amaba mucho a la jovencita, pero solo no sabía bien cómo afrontar su adolescencia y temía perderla por completo.

Para Claudia, a pesar de que le causaba mucho temor su aspecto, no podía dejar de observar y hasta podía percibir como esos ojos de cristal brillaban con firmeza. Mientras ella se hundía en un profundo sueño...

Una noche, la joven despertó sin motivo y al tantear la luz del velador, vio que la estatuilla no estaba, solo una carcasa de cristal. Entonces sintió ruidos en el taller vacío de su padre, quien estaba de viaje, y se dirigió hacia él.

Al abrir la puerta encontró a lo que parecía ser un hombre de un largo y grueso cabello oscuro, de cuerpo robusto, macizo y piel morena, revolviendo y buscando entre los objetos de su padre, con un odio terrible. Asustada, giró bruscamente e intentó correr, pero el sujeto que ya había advertido a la joven se apresuró y toscamente cerró la puerta de un manotazo.

Claudia no gritó, solo se escabulló por debajo del hombre grotesco intentando encontrar una salida, pero tropezó con una banqueta y cayó al suelo. Cuando alzó la cabeza se topó con unos ojos grandes y cristalinos que la observaban con calma.

Los ojos de cristal que la cautivaban durante las noches. Lo reconoció inmediatamente, aquel ser que parecía un hombre, pero no lo era, se inclinó hacia ella y posó sus dedos suavemente en los labios de la joven e intentó tranquilizarla. Luego extendió su mano, mostrándole algo. Tenía un trozo de papel manchado con un polvillo verde oliva que sostenía torpemente entre sus grandes dedos oscuros. La chica lo tomó con gran sigilo y desconfianza. Una extraña letra con una palabra escrita a mano en otra lengua. Un conjuro guaraní. «Cristal».

El pombero tembló y se dejó caer ante una asustada Claudia, que aún no salía de su estupor. De pronto, notó que aquel ser lloraba y él se acurrucó junto al pecho de ella, curiosamente la joven sintió lástima y curiosidad. Le quitó el cabello grueso de la cara y le preguntó qué es lo que buscaba con tanto anhelo. El respondió intentando hablar, que necesitaba recordar su nombre real, había sido vilmente hechizado.

Leyó detenidamente el papel que ese ser sostenía y se dio cuenta de que el conjuro era un anagrama de un nombre encantado. Su padre volvía esa misma tarde de su viaje y ella se prometió que le ayudaría a encontrar la solución al hechizo.

La chica, que lo había admirado cada noche, le había temido debido a su apariencia feroz. Se preguntó si siempre había sido una criatura o un hombre. ¿Quién lo había maldecido, cuál había sido la razón? Su aroma salvaje y natural la embriagó y tuvo deseos de besarle y lo hizo. Y entonces el pombero, lo recordó todo.

Él vivía como un hombre en el bosque en Ibupirá y protegía el claro mientras se encargaba de cuidar a los animales. Un día el arrendatario al que servía,  que era un viejo chamán del norte, lo maldijo por creer que el joven había raptado a su esposa embarazada y lo convirtió en una estatuilla de cristal, tan fría como suponía su interior. Pero él solo había intentado proteger a esa mujer y al hijo por nacer, ya que el brujo era un malvado que había torturado y sometido a su esposa por años y él sentía pena por el inocente que ella engendraba. Debía protegerlo.

Así fue que una noche, mientras el otro hombre dormía, el joven zaguero tomó a la mujer y corrieron juntos hacia el bosque, pero el brujo los persiguió y durante el forcejeo, la esposa cayó al vacío y pereció. Entonces el chamán, se vengó de él y lo convirtió en esa horrenda estatua que representaba a un monstruo temido y maldecido por todos los lugareños, un ser malicioso y enemigo de los humanos. Desde entonces el pombero salía de su carcasa por las noches y por su característica salvaje, cometía destrozos y se alimentaba de ganados y de seres pequeños a los que podía devorar con sus propias manos.

Cuando Ernesto, el padre de Claudia encontró la estatuilla y la llevó a su casa, la criatura se enamoró de la chica. Él había estado observando noche tras noche a Claudia, le recordaba algo que no terminaba de vislumbrar, estaba aterrado y sentía mucha ira, pero algo en los ojos violáceos de ella lo calmaba.

Nunca pensó dañar a la chica, pero si iba a asesinar y devorar a su padre si es que tenía la oportunidad, el maldito le recordaba mucho al brujo y temía que la chica sufriera el mismo destino que la esposa del otro. Sin embargo dentro de su naturaleza despiadada, algo más  había despertado un sentimiento cálido, que lo hacía vibrar..

Al amanecer, Claudia despertó en su habitación y encontró en la manga de su camisón, el trozo de papel manchado.  La estatuilla de cristal estaba en su mesita de noche,  tenía la misma expresión de siempre, lo miró fijamente durante unos segundos, luego lo tomó en sus manos y acarició el frío y áspero rostro de cristal «Pobrecito, que te han hecho» pensó ella.

Al volver de su viaje, Ernesto la encontró en su taller y sus objetos preciados desparramados, por lo que confrontó a su hija. Ella lo estaba esperando y tenía preguntas, ¿Dónde había obtenido al pombero? Él se lo había comprado a una vieja que lo había encontrado en el bosque y pensó que la historia del pombero maldito y sus consecuencias en los niños y jóvenes curiosos, evitaría que realizara las idioteces que los adolescentes hacen. Ella pareció no oír a su padre y le dijo con entusiasmo que había presenciado a la estatuilla cobrar vida durante la noche y que necesitaba conocer más acerca de él para liberarlo, ya que él tenía tanto conocimiento de leyendas y conjuros guaraníes que podría ayudarle a resolver ese anagrama, estaba segura. Él aceptó incrédulo y resignado la siguió hasta su habitación. Allí se hallaba la carcasa de cristal vacía. Ernesto, la tomó entre sus dedos y la giró para apreciarla mejor, mientras Claudia lo miraba intrigada. De pronto oyeron un rugido a sus espaldas y el pombero apareció detrás de ellos.

Claudia dio un respingo, trató de apaciguar al gigante ser y le recordó que su padre solo intentaba ayudarlo. El ser miró fijamente al hombre mayor y su ira se acrecentó. Al ver al pombero a los ojos, el hombre casi temblando, se inclinó para  dejar la carcasa sobre la mesita de su hija.

Pero Ernesto sonrió para sí mismo y sorpresivamente arrojó sin más la carcasa al suelo. El pombero se abalanzó hacia él y Claudia trató de interponerse entre ambos, pero su padre fue más rápido y sopló un extraño polvo verdoso que había sacado envuelto en un trozo de papel de la manga de su camisa. Convirtiendo al ser en una estatuilla de nuevo, luego la tomó en sus manos e intentó estrellarla en el suelo. Pero Claudia no se lo permitió y se lo arrebató. Ella corrió hacia el taller, pero se hallaba cerrado con llave. Su padre la siguió, mientras ella ocultaba rápidamente la estatuilla detrás del sillón.

Cuando la esposa de Ernesto murió en el bosque de Ibupirá, el zaguero intentó recuperar a  la bebé y entonces él tuvo que maldecirlo, sabía muchos encantamientos guaraníes. Fue sencillo, lo convirtió en un objeto que representaba a un ser que nunca encontraría la felicidad, porque despierto solo buscaría destruir y causar malicia, ya que amar no estaba en su naturaleza. Como buen remate, se lo entregó a su hija para que el joven devenido en esa estatuilla monstruosa, noche tras noche observara como la jovencita le pertenecía al viejo. Claudia era suya y esa era su venganza. Pero cuando se mudó de ciudad, perdió la estatuilla, y tuvo que recuperarla.

Al caer la noche, el pombero despertó, abandonando su carcasa de cristal y buscó desesperadamente a Claudia por toda la casa. Ella no estaba allí. Después de romper todo a su paso lleno de ira, corrió hacia el bosque lindante a la casa, lanzando alaridos y rugidos. Deseaba mucho a Claudia, no tenía idea de cómo, pero lo sentía. Llegó a un páramo desierto y observó oculto y agazapado, cómo Claudia discutía con su padre enfurecido al saber que ella se había interesado y estaba tratando de ayudar al Pombero a romper el conjuro.

Sus ojos brillaron con malicia y cuando vio surgir a Cristal de entre los árboles, el brujo sopló un polvo verde que volvió al Pombero, una estatua viviente.

La muchacha corrió hacia él intentando desesperadamente interceptarlo justo cuando su padre lo empujaba al suelo, pero el hombre voluminoso de un de un pisotón aplicado en el cuello de la estatua la rompió en mil pedazos. A la chica se le rompió el corazón y miró con desazón como los pedazos de cristal esparcidos se deshacían en el suelo producto de la magia.

Ernesto observó la escena con desprecio y cierta satisfacción. Aquel estúpido zaguero, creyó que lo había destruido al fin y aun así su rostro, reflejó un poco de compasión por su hija.

Sin embargo, Claudia recuperó el trozo de cristal con el nombre grabado, justo antes de que desapareciera y entonces comprendió que el conjuro era un anagrama de ese nombre. Él había olvidado quien era al haber sido convertido en un pombero, al recordar su identidad, el hechizo debía romperse «Carlist es Cristal y no al revés» Gritó ella en voz alta. En tanto, un poderoso viento sopló de repente y una rama cruzó el aire de la noche golpeando al anciano, quien falleció al caer al vacío detrás.

A Carlist, una antigua maldición guaraní lo había convertido en aquel ser, encerrado dentro de aquella estatuilla de cristal. Claudia, lo había liberado y en cierta medida también amado. Lo suficiente como para que su espíritu hubiera recuperado su habilidad de sentir, lo que aquel encantamiento le impedía. 

Al amanecer, el joven zaguero despertó en el suelo, al lado de la cama de Claudia, era humano. Salió de la casa, tambaleándose y se dirigió caminando con cautela, junto al claro del bosque donde encontró a la jovencita, juntando  unas pequeñas florecillas, junto al cauce del río, iba a colocarlas junto a una cruz improvisada que simulaba ser  la tumba de su padre. Ella aún lo amaba.

La chica parecía una hermosa hada, con sus rizos desparramados por el viento y su largo camisón blanco que ondeaba como una bandera. Él se acercó, se agachó de frente ante ella y la miró a los ojos. No había visto ojos tan cálidos como los que le devolvieron la mirada en ese momento.

La joven susurró un nombre para sí «Carlist» dijo ella, y él se agacho apoyándose en una de sus rodillas a los pies de Claudia y se quedó cabizbajo. La joven le rodeó el cuello grueso con sus brazos y le obligó a alzar el mentón de él con sus suaves dedos. Carlist, contuvo la respiración, mientras los rizos de ella ondeaban junto a su nariz y sus sentidos se alteraban.

Ahora comprendía que el amor humano no era poético, era sanador, era la confianza que se tenían mutuamente.  Podía confiar en ella y sabía que no lo iba a abandonar. Y Claudia sabía que lo tendría a su lado, era su protector y siempre estarían juntos.

 

Sunny

Consigna: Relato de amor que incorpora un componente (o muchos) fantástico.

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