Claudia se mostró fascinada cuando abrió el paquete y halló
la figura de cristal de un pombero, una criatura fantástica de Entre Ríos. A
pesar de su aspecto siniestro y desagradable, le cautivó su tonalidad y el
resplandor de sus ojos. Lo colocó junto al velador sobre su mesita de noche y
le agradeció a su padre con un beso.
Ernesto, el padre de la joven era un viajero y coleccionista
de objetos guaraníes.
Cuando compró la estatuilla, lo hizo
pensando que según la mitología guaraní, este ser mágico castigaba a los niños
desobedientes. Él amaba mucho a la jovencita, pero solo no sabía bien cómo
afrontar su adolescencia y temía perderla por completo.
Para Claudia, a pesar de que le
causaba mucho temor su aspecto, no podía dejar de observar y hasta podía percibir
como esos ojos de cristal brillaban con firmeza. Mientras ella se hundía en un
profundo sueño...
Una noche, la joven despertó sin
motivo y al tantear la luz del velador, vio que la estatuilla no estaba, solo
una carcasa de cristal. Entonces sintió ruidos en el taller vacío de su padre,
quien estaba de viaje, y se dirigió hacia él.
Al abrir la puerta encontró a lo que
parecía ser un hombre de un largo y grueso cabello oscuro, de cuerpo robusto,
macizo y piel morena, revolviendo y buscando entre los objetos de su padre, con
un odio terrible. Asustada, giró bruscamente e intentó correr, pero el sujeto
que ya había advertido a la joven se apresuró y toscamente cerró la puerta de
un manotazo.
Claudia no gritó, solo se escabulló
por debajo del hombre grotesco intentando encontrar una salida, pero tropezó
con una banqueta y cayó al suelo. Cuando alzó la cabeza se topó con unos ojos
grandes y cristalinos que la observaban con calma.
Los ojos de cristal que la
cautivaban durante las noches. Lo reconoció inmediatamente, aquel ser que
parecía un hombre, pero no lo era, se inclinó hacia ella y posó sus dedos
suavemente en los labios de la joven e intentó tranquilizarla. Luego extendió
su mano, mostrándole algo. Tenía un trozo de papel manchado con un polvillo verde
oliva que sostenía torpemente entre sus grandes dedos oscuros. La chica lo tomó
con gran sigilo y desconfianza. Una extraña letra con una palabra escrita a
mano en otra lengua. Un conjuro guaraní. «Cristal».
El pombero tembló y se dejó caer
ante una asustada Claudia, que aún no salía de su estupor. De pronto, notó que
aquel ser lloraba y él se acurrucó junto al pecho de ella, curiosamente la
joven sintió lástima y curiosidad. Le quitó el cabello grueso de la cara y le
preguntó qué es lo que buscaba con tanto anhelo. El respondió intentando
hablar, que necesitaba recordar su nombre real, había sido vilmente hechizado.
Leyó detenidamente el papel que ese
ser sostenía y se dio cuenta de que el conjuro era un anagrama de un nombre
encantado. Su padre volvía esa misma tarde de su viaje y ella se prometió que
le ayudaría a encontrar la solución al hechizo.
La
chica, que lo había admirado cada noche, le había temido debido a su apariencia
feroz. Se preguntó si siempre había sido una criatura o un hombre. ¿Quién lo
había maldecido, cuál había sido la razón? Su aroma salvaje y natural la
embriagó y tuvo deseos de besarle y lo hizo. Y entonces el pombero, lo recordó
todo.
Él vivía como un hombre en el bosque en Ibupirá y protegía
el claro mientras se encargaba de cuidar a los animales. Un día el arrendatario
al que servía, que era un viejo chamán
del norte, lo maldijo por creer que el joven había raptado a su esposa
embarazada y lo convirtió en una estatuilla de cristal, tan fría como suponía
su interior. Pero él solo había intentado proteger a esa mujer y al hijo por
nacer, ya que el brujo era un malvado que había torturado y sometido a su
esposa por años y él sentía pena por el inocente que ella engendraba. Debía
protegerlo.
Así fue que una noche, mientras el
otro hombre dormía, el joven zaguero tomó a la mujer y corrieron juntos hacia
el bosque, pero el brujo los persiguió y durante el forcejeo, la esposa cayó al
vacío y pereció. Entonces el chamán, se vengó de él y lo convirtió en esa
horrenda estatua que representaba a un monstruo temido y maldecido por todos
los lugareños, un ser malicioso y enemigo de los humanos. Desde entonces el
pombero salía de su carcasa por las noches y por su característica salvaje,
cometía destrozos y se alimentaba de ganados y de seres pequeños a los que
podía devorar con sus propias manos.
Cuando Ernesto, el padre de Claudia
encontró la estatuilla y la llevó a su casa, la criatura se enamoró de la
chica. Él había estado observando noche tras noche a Claudia, le recordaba algo
que no terminaba de vislumbrar, estaba aterrado y sentía mucha ira, pero algo
en los ojos violáceos de ella lo calmaba.
Nunca pensó dañar a la chica, pero
si iba a asesinar y devorar a su padre si es que tenía la oportunidad, el
maldito le recordaba mucho al brujo y temía que la chica sufriera el mismo
destino que la esposa del otro. Sin embargo dentro de su naturaleza despiadada,
algo más había despertado un sentimiento
cálido, que lo hacía vibrar..
Al amanecer, Claudia despertó en su habitación y encontró en
la manga de su camisón, el trozo de papel manchado. La estatuilla de
cristal estaba en su mesita de noche,
tenía la misma expresión de siempre, lo miró fijamente durante unos
segundos, luego lo tomó en sus manos y acarició el frío y áspero rostro de
cristal «Pobrecito, que te han hecho» pensó ella.
Al volver de su viaje, Ernesto la
encontró en su taller y sus objetos preciados desparramados, por lo que
confrontó a su hija. Ella lo estaba esperando y tenía preguntas, ¿Dónde había
obtenido al pombero? Él se lo había comprado a una vieja que lo había
encontrado en el bosque y pensó que la historia del pombero maldito y sus
consecuencias en los niños y jóvenes curiosos, evitaría que realizara las
idioteces que los adolescentes hacen. Ella pareció no oír a su padre y le dijo
con entusiasmo que había presenciado a la estatuilla cobrar vida durante la
noche y que necesitaba conocer más acerca de él para liberarlo, ya que él tenía
tanto conocimiento de leyendas y conjuros guaraníes que podría ayudarle a
resolver ese anagrama, estaba segura. Él aceptó incrédulo y resignado la siguió
hasta su habitación. Allí se hallaba la carcasa de cristal vacía. Ernesto, la
tomó entre sus dedos y la giró para apreciarla mejor, mientras Claudia lo
miraba intrigada. De pronto oyeron un rugido a sus espaldas y el pombero
apareció detrás de ellos.
Claudia dio un respingo, trató de
apaciguar al gigante ser y le recordó que su padre solo intentaba ayudarlo. El
ser miró fijamente al hombre mayor y su ira se acrecentó. Al ver al pombero a
los ojos, el hombre casi temblando, se inclinó para dejar la carcasa sobre la mesita de su hija.
Pero Ernesto sonrió para sí mismo y sorpresivamente arrojó
sin más la carcasa al suelo. El pombero se abalanzó hacia él y Claudia trató de
interponerse entre ambos, pero su padre fue más rápido y sopló un extraño polvo
verdoso que había sacado envuelto en un trozo de papel de la manga de su
camisa. Convirtiendo al ser en una estatuilla de nuevo, luego la tomó en sus
manos e intentó estrellarla en el suelo. Pero Claudia no se lo permitió y se lo
arrebató. Ella corrió hacia el taller, pero se hallaba cerrado con llave. Su
padre la siguió, mientras ella ocultaba rápidamente la estatuilla detrás del
sillón.
Cuando la esposa de Ernesto murió en el bosque de Ibupirá, el
zaguero intentó recuperar a la bebé y
entonces él tuvo que maldecirlo, sabía muchos encantamientos guaraníes. Fue
sencillo, lo convirtió en un objeto que representaba a un ser que nunca
encontraría la felicidad, porque despierto solo buscaría destruir y causar
malicia, ya que amar no estaba en su naturaleza. Como buen remate, se lo
entregó a su hija para que el joven devenido en esa estatuilla monstruosa,
noche tras noche observara como la jovencita le pertenecía al viejo. Claudia
era suya y esa era su venganza. Pero cuando se mudó de ciudad, perdió la
estatuilla, y tuvo que recuperarla.
Al caer la noche, el pombero
despertó, abandonando su carcasa de cristal y buscó desesperadamente a Claudia
por toda la casa. Ella no estaba allí. Después de romper todo a su paso lleno
de ira, corrió hacia el bosque lindante a la casa, lanzando alaridos y rugidos.
Deseaba mucho a Claudia, no tenía idea de cómo, pero lo sentía. Llegó a un
páramo desierto y observó oculto y agazapado, cómo Claudia discutía con su
padre enfurecido al saber que ella se había interesado y estaba tratando de
ayudar al Pombero a romper el conjuro.
Sus ojos brillaron con malicia y
cuando vio surgir a Cristal de entre los árboles, el brujo sopló un polvo verde
que volvió al Pombero, una estatua viviente.
La muchacha corrió hacia él
intentando desesperadamente interceptarlo justo cuando su padre lo empujaba al
suelo, pero el hombre voluminoso de un de un pisotón aplicado en el cuello de
la estatua la rompió en mil pedazos. A la chica se le rompió el corazón y miró
con desazón como los pedazos de cristal esparcidos se deshacían en el suelo
producto de la magia.
Ernesto observó la escena con
desprecio y cierta satisfacción. Aquel estúpido zaguero, creyó que lo había
destruido al fin y aun así su rostro, reflejó un poco de compasión por su hija.
Sin embargo, Claudia recuperó el
trozo de cristal con el nombre grabado, justo antes de que desapareciera y
entonces comprendió que el conjuro era un anagrama de ese nombre. Él había
olvidado quien era al haber sido convertido en un pombero, al recordar su
identidad, el hechizo debía romperse «Carlist
es Cristal y no al revés» Gritó ella en voz alta. En tanto, un poderoso viento sopló de repente y una rama cruzó el
aire de la noche golpeando al anciano, quien falleció al caer al vacío detrás.
A Carlist, una antigua maldición
guaraní lo había convertido en aquel ser, encerrado dentro de aquella
estatuilla de cristal. Claudia, lo había liberado y en cierta medida también
amado. Lo suficiente como para que su espíritu hubiera recuperado su habilidad
de sentir, lo que aquel encantamiento le impedía.
Al amanecer, el joven zaguero
despertó en el suelo, al lado de la cama de Claudia, era humano. Salió de la
casa, tambaleándose y se dirigió caminando con cautela, junto al claro del
bosque donde encontró a la jovencita, juntando
unas pequeñas florecillas, junto al cauce del río, iba a colocarlas
junto a una cruz improvisada que simulaba ser
la tumba de su padre. Ella aún lo amaba.
La
chica parecía una hermosa hada, con sus rizos desparramados por el viento y su
largo camisón blanco que ondeaba como una bandera. Él se acercó, se agachó de
frente ante ella y la miró a los ojos. No había visto ojos tan cálidos como los
que le devolvieron la mirada en ese momento.
La joven susurró un nombre para sí «Carlist» dijo ella, y él se agacho
apoyándose en una de sus rodillas a los pies de Claudia y se quedó cabizbajo.
La joven le rodeó el cuello grueso con sus brazos y le obligó a alzar el mentón
de él con sus suaves dedos. Carlist, contuvo la respiración, mientras los rizos
de ella ondeaban junto a su nariz y sus sentidos se alteraban.
Ahora
comprendía que el amor humano no era poético, era sanador, era la confianza que
se tenían mutuamente. Podía confiar en ella y sabía que no lo iba a abandonar.
Y Claudia sabía que lo tendría a su lado, era su protector y siempre estarían
juntos.
Sunny
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