Aviñón.
Palacio Papal. Mayo de 1320.
El
camarlengo subía los escalones de piedra rosa de dos en dos. Se sujetaba la
sotana con ambas manos y su respiración, apenas un resuello imperceptible,
ahora era un jadeo asmático. Sabía que el pontífice estaba reunido en la sala
capitular con los obispos, concretando el próximo sínodo y que era un
atrevimiento interrumpir las comandas eclesiásticas. Pero era una información
que el santo padre tenía que conocer de primera mano. El largo pasillo se le
hizo eterno, una luz diáfana se colaba por los amplios ventanales del palacio.
El día se abría paso por una primavera que olía a lavanda y tomillo. La brisa
de la campiña francesa movía las elegantes cortinas y los hermosos tapices, las
campanas anunciaban los rezos vespertinos… A cada lado de la puerta dos
templarios le cerraron el paso con sus picas.
─¡Es
asunto de urgencia para su Santidad! ─Indicó.
Juan
XXII le miró imperturbable cuando el muchacho abrió los portales y supo
descifrar en el rostro acalorado de su joven secretario que debía posponer la
reunión.
─¡Sus
Santidades me disculparan, pero aquí mi camarlengo me trae noticias que en pos
de su valor de cercenar esta comitiva deben ser importantes! ¿No es así, Luca?
─El joven asintió.
Los
obispos se levantaron sin hacer ruido y uno a uno se despidió del santo varón
besándole el anillo piscatorio. Al abandonar la sala aún perduraba el aroma
floral de sus distinguidos perfumes.
─Y
bien…
El
camarlengo, a un amago del santo pontífice, se acomodó en uno de los elegantes
sillones. Justo a su derecha, ya que sabía de antemano que era por ese oído por
el que mejor escuchaba.
─¿Recuerda
a Guilhlem Bélibaste, su Excelencia? ─Preguntó sin querer levantar mucho la
voz, como si temiera que los muros escucharan desde la fría piedra.
─Claro
que lo recuerdo, Luca. Bastantes quebraderos de cabeza me han dado esos herejes
cátaros.
─Después
de las divinas intervenciones de sus antecesores, sobre todo de su Excelencia
Gregorio IX y usted mismo como fiel seguidor de ese sendero, padre, los cátaros
han sido borrados de la faz del mundo casi en su totalidad. Pero Guilhlem
Bélibaste, considerado el último “perfecto”, el último gran cátaro con
ambiciones de propagar su paganismo, se ha escapado de la cárcel de Carcassone,
donde esperaba su juicio, tras asesinar a un hombre del Señor en Villerouge-Termenès.
El
santo padre arqueo las cejas y su rostro pasó de la sorpresa a estar sumamente contrariado.
─¡La Iglesia no se puede permitir que esa ola
de herejía retome una vez más su fuerza! ¡Cuán costoso fue para las arcas
eclesiásticas la creación de la cruzada albigense en colaboración con el rey de
Francia, para exterminar esas malas hierbas! ─Bramó el santo varón arrascándose
la papada y removiéndose en el sillón.
─Es
por ese motivo, tras conocer la noticia, vine presto a pedir su sabio consejo y
proceder, Excelencia.
─Ponte
en contacto con Arnaud Sicre, hombre de confianza de la santa Inquisición franca
─ordenó con firmeza Juan XXII─. Él sabrá que hacer. Es como un sabueso. Dará
con su paradero.
Tirvia.
Cataluña. Julio de 1320.
Pierre
Penchenier se afanaba sobre el telar con cara de concentración. Fabricaba una
alfombra de lana de oveja xisqueta que tenía que entregar al señor feudal de
Tirvia a finales de aquella semana… Desde su llegada a la aldea había sido
recibido de buen grado por sus habitantes. Aquel lugar, escondido en los
pirineos, era seguro. Tras su paso por otros pueblos tuvo que huir hasta allí
para sentirse a salvo, ya que aquellas poblaciones eran más grandes, con el
consiguiente peligro del paso de más gente por sus mercados artesanos y calles.
En el pueblo sabían que era un “Bon Home”,
pero nunca habían tenido en el pasado problemas con otros gentiles. En su
mayoría, procedentes de Occitania, solían ser gente con recursos dispuestos a
ayudar sin pedir casi nada a cambio, debido a sus castas creencias. Pierre, en
el fondo, lo que deseaba en lo más profundo de su alma era convencer a los
máximos oriundos de la aldea. Transmitir el bautizo que garantizaba la
autentica salvación con el consolamentum. Imponer sus manos sobre sus frentes
impuras y que la verdadera luz de Dios les alejara del mundo terrenal del
Diablo.
Mientras
hilaba en el taller el “perfecto” era observado detenidamente desde la esquina
de un caserón de piedra y paja. Sabía
que era él…
Una bolsa titilante de mancusos tuvo la gran
virtud de recuperar la memoria y soltar la lengua de un lugareño. Eso ocurrió
mientras bebía una jarra de vino en la única posada de la aldea y puso frente
al tabernero las monedas. Le había perdido la pista en Narbonne y supo que
había cruzado a Cataluña por Collioure.
Tras
diversas indagaciones por todo el pirineo catalán supo que inicialmente se
había establecido en Morella. Tras una breve estancia pasó a San Mateo donde
intentó sin frutos crear una nueva comunidad de herejes. Se hacía llamar Pierre
Penchenier. Pero su verdadero nombre era: Guilhlem Bélibaste, el último gran
“perfecto”. Y tenía que denunciarlo ante el corregidor del condado de Foix.
Diez
días después, una comitiva formada por seis soldados, un sacerdote de la
Inquisición y el agente de confianza Arnaud Sicre, entraron en la plaza de
Turvia con un carro arrastrado por dos percherones tordos. Guilhlem los vio
llegar desde su taller. Aunque aún estaban lejos pudo apreciar como uno de los
hombres señalaba hacia su modesto lugar de trabajo. Sabía a lo que venían, pero
no huyó. Con suma tranquilidad siguió doblando mantas colocándolas en un enorme cesto de mimbre.
─¡Pierre
Penchenier, cuyo nombre verdadero es Guilhlem Bélibaste, pagano cátaro!
─Comenzó el sacerdote que se había adelantado hasta la puerta del obrador─. En
nombre de la ley del conde de Foix, de la santa Iglesia y por mandato supremo
de su Excelencia Juan XXII, se procederá a su arresto por el asesinato de un
hombre de la curia y por practicar la herejía, alejándose de los designios de
nuestro Señor Jesucristo. ¡Prendedle!
Colocaron
sobre su cuerpo tres cadenas voluminosas, rodeándole desde la cabeza a los
tobillos. Abandonaron el pueblo bajo abucheos y lanzamiento de verduras
podridas. Los que antes le habían acogido con amabilidad y civismo, ora le
insultaban y despreciaban. Mostrando ante el poder de la Iglesia su estricta
sumisión.
Guilhlem
Bélibaste, no se quejó ni una sola vez mientras avanzaba lentamente por los
estrechos senderos montañosos. A veces rodaba sobre el albero y los guardianes
le pinchaban con sus picas. Podían haberlo introducido en la jaula que
conducían los caballos. Pero el sacerdote les explicó que aquel cuerpo impuro y
diabólico tenía que redimir sus pecados por la gracia del dolor.
Tras
más de quince horas otearon en la lejanía la villa de Castellbó. Fue ahí, justo
cuando accedieron al camino principal que les llevaba hasta la población del
valle de Urgel, cuando le levantaron del piso y lo metieron en la jaula. Estaba
herido por infinitas partes. Sus pobres vestiduras estaban hecha jirones y sus
labios cortados por la sed. Uno de los guardianes se apiadó de él y le dejó
mojarse los labios en un instante que el sacerdote estaba despistado… El
crepúsculo teñía de sombras los pirineos…
Tres
días estuvo torturándole Arnaud Sicre. El sacerdote de la Inquisición le dio
venia para que mediante la purga confesara sus pecados. Comprobó mediante sus
propias y maltrechas carnes su habilidad para manejarse en el arte del castigo…
Lo
subieron al “Potro”. Sintió como las cuerdas se iban tensando a cada giro de la
rueca y sus huesos se descoyuntaron con un dolor insufrible. Pero no gritó…
Mientras el “inquisitor” ordenaba otra vuelta, pensó que Dios les había dado
aquella carcasa de carne para lograr el tránsito a la pureza.
Al día siguiente le aplicaron “El tormento
del agua”. Litros del líquido vital se vertieron a través de un embudo en su
esófago y su estómago se infló como un globo hasta casi romperse. Pero no
confesó… Negó el bautismo falso, la eucaristía de la falsa iglesia cimentada en
la riqueza y la ostentación.
El
tercer día le sentaron en una banca atado de pies y manos. Los torturadores le
abrieron la boca y le introdujeron la “Pera”. Instrumento usado para la herejía
cuando se ejecutaba en el órgano bucal… Cuando Arnaud Sicre activó los
tornillos, el malévolo instrumento se abrió lentamente dentro de su boca,
destrozándole dientes y carne. Pero él, firme, escupiendo esputos de sangre,
siguió en sus treces…
Aquel amanecer lo llevaron hasta la plaza
principal de Castellbó. Iba tirado sobre la jaula, ya que no podía mantenerse
en pie… La turba, a su paso, le lanzó todo tipo de comida podrida, heces y
piedras. El griterío era tal que solo se distinguía la palabra “Hereje” por
encima de las voces y los insultos. Desde su posición fetal pudo ver el cadalso,
la inmensa pira de madera. Sonrió al observar al unísono a un halcón que
sobrevolaba el campanario, que doblaba las campanas en un réquiem.
Lo
ataron a la pira… El sacerdote, en un último intento de que se acogiera a la fe
cristiana, le acercó la biblia a sus heridos labios. Sin embargo, le sonrió con
la boca destrozada negando con la cabeza… A la orden del inquisidor prendieron
fuego a la hoguera. Justo antes de que el fuego salvador prendiera sus ropajes,
los que estaban cerca pudieron oír sus últimas palabras.
─¡Después
de seiscientos años, el olivo volverá a reverdecer sobre las cenizas de los
mártires!
Todos
se quedaron en silencio ante aquella profecía pronunciada, hasta la multitud. Solo
se oía el crepitar de las llamas y de repente un terrible grito que se perdió
por el valle hasta llegar a las nevadas montañas pirenaicas.
Aviñón.
Palacio Papal. Agosto de 1320.
Su
Excelencia Juan XXII, dejó de comer un racimo de uvas y se limpió las manos
cuidadosamente antes de abrir el sobre lacrado que su camarlengo le había
traído.
Una
gran sonrisa fue adueñándose de su rostro al leer el contenido de la carta.
Noticias de Castellbó, buenas noticias. Habían acabado con el último gran
cátaro. La mala hierba había sido erradicada.
Lo
más extrañó fue, al leer el último párrafo donde referían la profecía vertida
por el “perfecto”, que sintió en lo más recóndito de su alma como un afilado
estilete desgarraba sus puras carnes. Como el legado de aquellos “Bons Homes” que con tanto esfuerzo quiso borrar,
no se perdería en los anales de la historia… Que su lucha al fin y al cabo
había sido inútil, yerma…
La
sonrisa, de golpe, abandonó su rostro abotagado…
Consigna:
Escribir un relato de género episcopal bajo el título: “Lo más extraño fue…”
Por:
Gato negro.
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