Cuando recobran el conocimiento
siempre les ocurre lo mismo. Antes de abrir los ojos lo primero que les
sobreviene son los olores. Son aromas conocidos, que sus mentes confusas
reconocen al instante. Huelen la humedad, adherida a sus fosas nasales, como un
ser vivo correoso e informe. Huelen el hormigón, y en sus bocas pastosas,
embotadas, se instala un sabor desagradable. Huelen al moho, extendiéndose en
los pulmones, en una conquista de esporas invisibles… Es entonces cuando con
dificultad van abriendo los parpados, pesados. Un leve haz luminoso penetra en sus pupilas,
pero una fosca envuelve las imágenes, que se moldean y cambian a su antojo. Les
cuesta unos minutos hasta que sus cerebros consiguen aclarar la situación. Los
ojos, nerviosos, se mueven de un lado a otro, en una periferia que abarca hasta
donde sus cabezas pueden girarse… Descubren donde están. Una fábrica
abandonada. Desde sus posiciones en el suelo pueden observar las poleas, las
cintas transportadoras, las enormes máquinas y motores. Pero todo está en
desuso, el tiempo ha ido apropiándose de cada rincón, las sombras pintan el
silencio de ruidos inconexos. Hasta que sus ojos me ven… Intentan gritar, pero
la mordaza es fuerte. El golpe es seco, certero, justo entre la sien y el
lóbulo temporal.
El
vertedero tiene un hedor tan penetrante que aunque te duches varias veces aún
perdura el estigma de la putrefacción en la piel. Miro mi reloj: las 7.45…
Ahora recapacito. No tenía que haberme echado las mechas, pero mi peluquera es
una pesada. Cuando salga de este apestoso lugar tendré el cabello hecho una
porquería. Dinero tirado.
−¡Inspectora
Guardado, ha aparecido un trozo más!
Es
el agente Gutiérrez, de la científica, sobre un montón de desperdicios. Un
gilipollas. Tiene entre las manos una pierna, por su morfología, femenina. Está
en proceso de putrefacción. Miríadas de moscas revolotean alrededor, el imbécil
intenta apartarlas de su cara con su mano libre. El olor es tan fuerte que
traspasa la mascarilla. El miembro tiene pegado por la parte seccionada trozos
de basura.
−¡Métela
en su bolsa correspondiente y la pones junto a las otras partes!
Es
la tercera porción del cuerpo que la científica encuentra… Esta mañana, poco
antes de las 6 de la madrugada mi móvil comenzó a vibrar como un poseso sobre
la mesilla de noche. El comisario Andrade me habló de mala hostia, yo le
contesté de igual forma. Cosas de la falta de sueño y el primer café…« Nuevas
partes amputadas de un cuerpo, dijo». El quinto en cuatro meses, siempre en
lugares distintos. Un operario al iniciar sus labores con la excavadora halló
el macabro incidente. Un torso, un brazo. Un factor común, a todas las victimas
les falta la cabeza.
A pesar de su inconsciencia apenas
noto el peso de su cuerpo. Sus cabellos se han echo a un lado dejando ver parte
de su rostro. Es una chica bonita. Una costra de sangre seca se le ha acumulado
en la sien. Pero respira, eso es bueno. Por un momento pensé que el golpe había
sido fatal… La fábrica parece un animal dormido, cómplice de mis desvelos nocturnos. La cargo en la
parte de atrás de la Westfalia, y tras asegurarme de que no hay nadie manejo
hasta mi casa del bosque. La vivienda se halla en un coto privado de caza, en
lo profundo de la masa forestal. Un lugar alejado de la civilización y solo
transitado cuando levantan la veda para la cinegética… Antes de aparcar el
vehículo en el garaje le quito la matrícula falsa y las fundas de los
neumáticos. Consejos efectivos…
Tardé en construir el sótano más de
un año. Sus paredes insonorizadas ayudan mucho. No tengo porque contenerme…
Deposito a la chica sobre una mesa de metal y la ato con correas de pies y
manos. No puedo evitar que mis recuerdos me lleven al principio…
Cuando
llego a comisaria tengo que aguantar las bromas de turno de los petardos de las
oficinas. Vertí sobre mi ropa casi un frasco de colonia y restregué con tanta
fuerza mis manos que tornaron en un color rojizo. En vano, el hedor a
podredumbre aún perdura en mí.
−¿Qué
nuevo perfume usas, Guardado? –Dice López con una sonrisa estúpida.
−¡Eau
de cochon, la nueva fragancia natural! –Apunta su colega.
−¿Por
qué no os vais los dos un poquito a la mierda?... Parra… López…
−¡La
mierda ya la traes contigo, jajajaja!
−¡Gilipollas!
–Sentencio y me encierro en mi despacho tras un portazo.
El
día transcurre entre legajos de papeles e informes. Me siento agobiada por el
Comisario que quiere avances con el caso “Del Tablajero”, como lo ha bautizado.
No entiende que no exista ni una sola prueba. Tengo que aguantar su arenga, sus
despropósitos, poniéndome de inútil y vaga. Aún puedo escuchar sus alaridos por
el pasillo… Mi compañero Fer me trae un café aguado de la máquina. Creo que esa
jodida máquina está ahí desde que construyeron el edificio. Noto como me sonríe
y como no puede evitar que sus ojos azules se fijen en mis pechos. Me pone
cachonda y pienso en Borja empotrándome contra la mesa mientras lo hacemos,
estoy deseando largarme de aquí y empezar mi semana libre… Fer sigue
sonriéndome, con esa cara de bobo que ponen los tíos cuando están encoñados y
harían cualquier cosa por una mujer, seguro que está medio empalmado… Quizá
algún día me lo tire.
Aquel niño siempre volvía los veranos
a pasar las vacaciones al pueblo. Era esa clase de personas que te caen mal sin
que hubiera un motivo exacto. Estuve dos noches sin dormir pensando en cómo
hacerlo. Mis insomnios me recompensaron con una idea. No iba a resultar
complicado. Aquel chaval, a pesar de ser de ciudad parecía cortito, sin muchas
miras…
Lo cité en la vieja almazara
abandonada. Al llegar se extrañó que no hubiera nadie más. El día anterior le
dije que habíamos quedado un grupo de chicos para jugar por el molino, que se
animara, que lo pasaría bien. Que no se arrepentiría. Que dentro de poco
llegarían los demás.
A mi señal lo llevé por los oscuros
pasillos que conducían a la bodega. A pesar de que la actividad comercial había
cesado desde hacía años aún quedaban algunos motores, tornas y aparejos para la
fabricación del oleo. Incluso debajo del suelo, había enormes vasijas de barro
para conservar el aceite. Algunas de esas ánforas tenían restos de borra y
aceite… Cuando llegué a los depósitos me detuve y lo miré a los ojos.
−¿Quieres ver el interior de los
contenedores? –Le propuse poniendo voz de suspense.
−¿No es peligroso?
−¡Anda ya, será divertido!
Con algo de esfuerzo aparté la
tapadera. Un fuerte olor a oleo rancio nos hizo retroceder. Después de unos
segundos nos asomamos a la oscura abertura. El chico miraba ensimismado,
absorto en el abismo. Ni se percató cuando le empujé. Puedo decir que luchó, su
pequeño y enclenque cuerpo intentó salir a flote. Pero aquel líquido oleaginoso
lo engullía, lo arrastraba. Sus ojos inyectados en pánico me miraban
implorantes, solo obtuvieron por respuesta mi sonrisa cínica… Fue fácil
convencer al pueblo que había sido un accidente, un desgraciado incidente…
La
casa me recibe con un fuerte olor a lejía. Me gusta la pulcritud, el orden, la
meticulosidad de cada paso. Echo un rápido vistazo. Las luces están encendidas,
pero no hay nadie en la planta de abajo. Me acerco hasta las escaleras que dan
acceso al piso superior. Todo tranquilo. Escuchó un ruido. ¡El sótano!
Bajo
muy despacio los escalones, la luz está encendida. Al descender el último
peldaño la veo…
Voy desnudando poco a poco a la
mujer, ella se resiste. Puedo ver el miedo en sus pupilas, el pánico a que
abuse sexualmente de su hermoso y terso cuerpo. ¡Qué equivocada está! Sus
estrechos orificios no serán profanados por ninguna parte de mi anatomía. La
despojo de la ropa porque así es más fácil… Extiendo un gran plástico en el
suelo, cubre toda la superficie de la mesa. La chica puja por librarse de sus
ataduras, gimotea. Me está poniendo nervioso. Para no escucharla más me acerco
hasta mi plato technics y pongo el vinilo de la primera sinfonía de Mahler, Titán.
El primer movimiento siempre me pone los pelos como escarpias. Los violines in
crescendo, los clarinetes dibujando extrañas travesuras sobre la partitura…
¡Alto, un ruido en el piso de arriba! Atrapo entre mis manos un martillo de
carpintero.
Al
principio la muchacha no se percata de mi presencia. Está tan aterida que no es
consecuente con lo que la rodea, solo con lo que la tiene aterrorizada. Tiene
una mordaza que la aprieta la boca y está atada a la mesa metálica de pies y
manos. Su cuerpo desnudo es hermoso, está perlado de sudor. Cuando me ve puedo
percibir en sus ojos llorosos un halo de esperanza. Ha visto mi placa en la
solapa de mi traje. Intenta avisarme del peligro con fuertes golpes de cabeza,
la mesa tiembla. La música de Mahler es de mis favoritas, suena por toda la
habitación acolchada…
−¡Hola
cariño! –Puedo ver primero la estupefacción en la mirada de la chica, después,
tras asimilarlo en su cerebro confuso, el horror sin fronteras−. Anda, suelta
eso, por favor. –Señalándole el martillo
en sus manos.
−¡Ey,
hola, llegas pronto! Me habías asustado. Aún estaba con los preparativos.
–Contesta desde un rincón de la sala y sintiéndose un poco estúpido al depositar
la herramienta sobre el suelo. Hoy está guapísimo.
La
mujer intenta gritar, farfulla entre la mordaza que hiere sus labios. Me acerco
hasta ella y acaricio su larga melena pelirroja. Ella aparta la cabeza
violentamente. Arquea su cuerpo hasta levantarlo, en vano, vuelve a
desplomarse.
−¡La
primera y la última vez que abandonas los restos en un basurero! ¿No entiendes
que es un lugar asqueroso? Admiro tu minuciosidad. A penas dejas rastros y si
los hay, aunque sean leves, me encargo de que desaparezcan… ¡Pero hacerme ir a
un vertedero, joder Borja!
Él
me mira serio. Le ha dolido mi reprimenda. Resopla un par veces antes de
acercarse a mí.
−Querida
mía –comienza con una voz que se asemeja más a un susurro−. ¡Qué gran malestar
me embarga ahora! No fue mi intención causarte ese mal trago. Solo seguí las
pautas para no darles un patrón determinado. Se están acabando los lugares… El
río… El arcén de la carretera comarcal… Los campos de trigo… El pozo…
Se
separa unos metros y va hacía un pequeño carro con ruedas tapado con una lona.
−¡Quiero
recompensarte! Por todas esas molestias causadas y de las cuales me siento
profusamente avergonzado. ¡Te dejaré elegir los instrumentos de tortura! –Eso
lo dice con decisión firme, mientras destapa el carro. Me reconforta.
Puedo
percibir el horror extremo en los ojos de la chica, se queda paralizada. Su
piel se ha vuelto pálida, se está meando encima…
Desde
una estantería, a la espalda de la muchacha, silenciosas en su mar de formol,
nos observan cuatro cabezas humanas perfectamente diseccionadas…
Consiga:
Alguien, poco a poco recupera el olfato, y con él los olores conocidos: a humedad, a
hormigón y a moho. No tarda en darse cuenta de dónde se encuentra: una fábrica
abandonada.
Muy bueno!!👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽
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