Me
llamo Billy. Mamá nunca me dijo quién era mi padre, así que… no tengo apellido.
Me regaló este medallón antes de que aprendiera a hablar. Tiene una vela
grabada y por eso los demás niños me llamaban así: Candela. Mejor que manito o tripas de chile. Sí, mamá es mexicana. El pueblo en el que me crié
está justo al otro lado de la frontera y sus habitantes son casi todos blancos.
Como mi padrastro, Thomas. Un hijo de puta grande y malo que nunca se cansaba
de pegarme.
Me
crié en un pueblo llamado Esperanza. Con mucha diferencia, el lugar más
desesperanzador que he conocido. Mi "querido" padrastro, me arreaba
al menos una buena paliza al día, lloviera o hiciese sol. Decía que lo hacía
para enseñarme a ser un hombre, pero lo único que yo aprendí es a recibir una
paliza.
La
última vez que me puso la mano encima fue hace dos años. Me largué sin mirar
atrás. Me fui a buscar fortuna. El legendario oro de Juárez. Quería enseñarle a
ese cabrón que podía llegar más lejos que él en toda su vida… pero el mundo es
un lugar muy duro. Aunque conocí a una chica, Molly. Joder, era preciosa… La
cosa no funcionó; su padre se aseguró de ello. Así que he vuelto a mi pueblo
natal. Sin oro y sin apellido.
Lo
primero con lo que se encontró Billy al entrar en Esperanza fue con el sheriff.
Le estaba esperando como si hubiera anunciado su llegada y quisiera darle la
bienvenida.
—Vaya,
vaya. Si es el pequeño Billy Candela —dijo, no sin desprecio—. Cuanto has
crecido. ¿Encontraste el oro de Juárez? Nah, sino no estarías aquí con esos
harapos.
—Hola,
sheriff. No encontré el oro de Juárez porque no existe, es solo un cuento de
hadas.
—Bueno.
Espero que no vengas a causar problemas.
—No,
sheriff. Vengo a visitar a mi madre.
—Por
si acaso, dame ese revólver que llevas. —Indicó con su mano derecha la
cartuchera del muchacho—. Te lo devolveré cuando te marches, y espero que sea
pronto.
Billy
sacó el arma de la funda despacio y se la entregó a la autoridad local; un buen
amigo de su padrastro.
Caminó
por la plaza del pueblo hasta que una voz femenina le llamó.
—Billy
Candela, de vuelta en el pueblo y no has venido a verme… —acusó la mujer.
—Acabo
de llegar, de hecho, tenía intención de que tu casa fuera la segunda parada de
mi ruta, tras la granja de mi madre. —La chica se acercó a él y le dio un
prolongado beso en los labios.
—Así
que ahora haces planes; se nota que estás madurando, muchacho. Te he echado de
menos, ¿sabes? —dijo coqueta.
Un
par de mujeres que se acercaban hacia la pareja, se desvió en otra dirección y
se metieron en la tienda de verduras. Las puertas de la cantina se abrieron y
el dueño asomó su prominente barriga seguida del resto del cuerpo.
—¡Rossie!
Mueve el culo, te necesito aquí dentro. Las bebidas no se van a servir solas.
La
chica acudió a su labor seguida del recién llegado al pueblo. Cuando entró en
el local todo el mundo se le quedó mirando. A pesar de no ser hora punta, el
bar estaba bastante lleno. Algunos parroquianos se apartaron de la barra para
dejarle hueco. Los que jugaban manos de póker dejaron sus partidas a medias
para dedicarle toda su atención.
—El
pueblo está raro —comentó Billy a la camarera.
—Hace
dos años que te fuiste, todo ha cambiado. Es diferente.
—Raro,
no digo diferente digo raro. Más que nunca al pueblo le pega más el nombre de
Desesperación que el de Esperanza.
—Muchacho,
si no vas a tomar nada lárgate a molestar a otro lugar —le espetó el dueño del
local. Billy se tensó sobre el asiento y se llevó la mano a la funda del
revólver sin recordar que lo había entregado un rato antes.
—Está
bien. Rossie, ya nos veremos en otro momento.
—Espera,
a este te invito yo —dijo la chica a la vez que le servía un whisky de una
botella que tenía bajo la barra—. Este es el que el dueño guarda para los
clientes especiales; no vayas diciendo por ahí que lo has probado o tendré
problemas. Y dime, ¿encontraste el oro de Juárez que siempre decías que ibas a
ir a buscar.
—No.
Descubrí que solo es una leyenda. En Juárez no hay oro y nunca lo ha habido
—Después de beberse el licor y cruzar algunas palabras más con la chica, abandonó
el bar con dirección a la granja en la que vivía su madre.
Rossie
fue mi novia durante algún tiempo antes de irme de Esperanza. Creí que estaría
enfadada porque me fui sin despedirme. No quería que la nostalgia me atara a
aquel lugar para siempre, si quería irme, ese era al momento. Imagino que lo
tuvo que pasar mal, pero veo que no me ha guardado rencor.
En
el puente que cruzaba el río estaban el reverendo y el sheriff charlando, así
que decidió dar un rodeo y llegar a la granja por el camino trasero para evitar
cruzarse con ellos. Instantes antes de cruzar la valla, escuchó disparos que
procedían del granero. Cuando llegó, se encontró con su madre y su padrastro en
el suelo y una escopeta humeante junto a ellos. Casi en el mismo momento llegó
su madre con el reverendo y el sheriff.
—¿Qué
has hecho, Billy? —preguntó el reverendo. El sheriff desenfundó su revólver y
le indicó que levantase las manos y que no hiciera ninguna tontería. El
reverendo se agachó junto a los cuerpos para comprobar que estaban muertos—.
Será mejor que hagas caso al sheriff.
—Yo
no he hecho nada —se excusó el chico dando un paso hacia atrás—. Soy inocente.
Tienen que creerme —y dio otro paso hacia atrás.
—No
te muevas, Billy —indicó por segunda vez el sheriff—. No me obligues a
dispararte.
Haciendo
caso omiso de la orden, se giró y salió corriendo hacia el bosque. Sabía que
allí no podía quedarse, así que decidió buscar refugio en el único lugar cercano
en el que estaría a salvo: la casa de Rossie.
Al
caer la noche trepó hasta la ventana del cuarto de la chica y llamó al cristal.
En seguida la muchacha abrió y escuchó con paciencia lo que Billy le contaba.
Ella le abrazó y le consoló durante un largo rato.
—Aquí
solo te puedes quedar hasta el alba, luego sabes que mi madre viene a
despertarme para acompañar a mi padre y mis hermanos al campo. ¿Tienes algún
sitio en el que refugiarte hasta el mediodía? Entonces te llevaré un poco de
comida y algunos dólares para que puedas viajar.
—En
las montañas, en la gruta del acantilado. Es el lugar más seguro que conozco
por aquí.
Es
mediodía y oigo los pasos de Rossie que se acerca a la gruta. Sabe
perfectamente dónde está porque aquí veníamos a dar rienda suelta a nuestra
pasión. Oigo que me llama desde la entrada. En silencio me pongo en pie y me
encamino hacia allí.
Al
asomarme fuera de la cueva me encuentro con su mirada, la noto diferente, más
que diferente rara; como el resto del pueblo. Se agacha y, para mi asombro,
saca un derringer de debajo de su vestido.
—¿Qué
haces Rossie?
—Quédate
quieto y dime dónde escondiste el oro de Juárez. Sé que lo encontraste porque
esa perra que has tenido como novia me lo dijo.
—¿De
quién me hablas?
—De
Molly. Llegó aquí hace dos días y me lo contó todo. Que había sido tu novia y
que juntos habíais encontrado el oro y planeabais iros a California a empezar
una nueva vida. Pero que su padre os había descubierto y a ti te había echado
del pueblo y a ella la había recluido en un convento. Se había escapado y se dirigió
aquí porque sabía que vendrías a buscar a tu madre. Lo que no sabía era que
aquí me habías dejado a mí, embarazada de una niña que me arrebataron nada más
nacer y de la que no he vuelto a saber nada. —Las lágrimas afloraban a la
comisura de los ojos de la chica—. Así que, si no quieres que te mate como hice
con ella y como he hecho con tu madre y su marido, dime dónde has escondido el
oro.
—Rossie,
baja el arma —pidió con el cerebro abotagado por toda la información que estaba
recibiendo. No sabía que ella estuviera embarazada cuando él se fue. Tampoco
sabía que Molly había ido a buscarle. Y, por último, no podía creer que Rossie
hubiera matado a su familia.
—¡Cállate!
Merezco ese oro después de todo lo que he tenido que pasar por tu culpa.
—Pero
ya te he dicho que no existe el oro.
—¡Mientes!
Ella me lo confesó todo.
—Tienes
razón. No merece la pena mentir más. El oro está al fondo de esta misma cueva.
Era el lugar más seguro que conozco.
—Aparta.
—Cuando la chica pasó a su lado para entrar en la cueva, Billy se echó sobre
ella para quitarle el arma y forcejearon. En esa lucha, Rossie tropezó y cayó
desde el acantilado.
—¡Nooo!
¡Rossie! —gritó Billy cuando la chica caía. Una fuerte pena acompañada de un
llanto inconsolable se adueñó de él. Se arrodilló en el suelo y comenzó a
golpearlo hasta que los dos cañones de una escopeta se apoyaron en su cabeza.
—Billy
Candela, quedas detenido por el asesinato de tu madre, tu padrastro y de Rossie
Cooper —dijo el sheriff sin bajar el arma—. Pon las manos en la nuca y no me
obligues a disparar.
—¿Cómo
me ha encontrado? —preguntó entre sollozos.
—Rossie vino a verme esta mañana y me dijo que tras
matar a tu familia habías acudido a su casa a confesarle todo, y que pensabas
refugiarte aquí antes de huir a México al anochecer. Enseguida vine hacia aquí,
pero parecer ser que ella llegó antes e intentó convencerte para que te
entregaras. Te colgaré por todo esto, Billy Candela. Al ocaso tu cuerpo se
balanceará en el patíbulo, dalo por seguro.
Consigna: relato WESTERN en el que encajes la frase «Raro, no digo diferente, digo raro».
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