Massimo no paraba de roer su lápiz. Desde que tuvo el
acceso de ira al comprobar que debía eliminar la escena de la diligencia porque
no cabía en el sendero y que habían perdido tiempo y dinero, nadie se atrevía a
dirigirse a él. Los actores, sentados en torno a la mesa del estudio de
grabación improvisado, le lanzaban miradas furtivas disimuladamente. Sabían de
la importancia del tiempo perdido y que se le tenía que ocurrir algo pronto
para llegar a tiempo a la presentación del corto al concurso de Nápoles.
La idea de rodar un western en Córcega les había
parecido disparatada desde el principio. Pero Massimo era un genio. Capaz de lo
mejor y de lo peor. Los recursos eran los que eran y no podía permitirse ir con
su equipo hasta Colorado. De modo que los había convencido de que los estrechos
de montaña y la vegetación que brotaba entre las rocas escarpadas de la isla
eran lo más parecido al escenario real que podían encontrar y costear.
El guión era impecable y se ajustaba a los 10 minutos
de duración que debía tener el corto. No habían tenido problemas para encontrar
reses locales cuyos propietarios estaban encantados de cobrar por dejarlas ser
guiadas por los "vaqueros". El caballo que habían alquilado y que se
turnaban en montar Carlo, Mario y Lucca, era manso y su único defecto era que
le costaba un poco galopar. Pero el cámara era un experto en sacar el máximo
rendimiento a las tomas con ángulos que las hacían totalmente creíbles. También
sería el encargado de tunear al manso con las pelucas equinas que llevaban para
que parecieran tres caballos distintos. Todo estaba saliendo de maravilla pero
la dichosas diligencia se había encargado de estropear el plan. La escena
cumbre en la que Cara debía ser rescatada de la diligencia en marcha por el
sheriff no se podía rodar porque los senderos eran demasiado estrechos y se
encallaba constantemente. En su fuero interno Cara estaba contenta ya que no le
hacía ninguna gracia que Carlo, el sheriff, la tuviera que coger por la
ventanilla por la cintura y subirla a ese caballo. Por muy manso que fuera.
Así que allí estaban los cinco esperando que Massimo
tuviera una idea brillante para sustituir a la diligencia. De todos es sabido
que un western sin diligencia deja bastante que desear. Y al lápiz de Massimo
ya casi no le quedaba madera que roer.
—Ya me encargo yo de la cena— anunció Lucca para
relajar el ambiente.
—Mientras no vuelvan a ser espaguetis tan
"rabiosos" que no se puedan comer— comentó Mario.
—¿Acaso se te ocurre algo mejor que se pueda hacer con
esta porquería de hornillo? En esto sí que parece que estemos en el Oeste—gruñó
Lucca antes de alejarse hacia el rincón del almacén que les servía de
"cocina".
Iban por la segunda botella de vermentino, sumidos en
un tenso silencio sólo interrumpido por las maldiciones del cámara que, a su
bola, intentaba retocar las tomas en su ordenador —qué difícil resulta filmar
en una isla tan pequeña sin que se cuele el mar por todas partes— cuando
se abrió la puerta del despacho
improvisado de Massimo al más puro estilo Catarella, provocando un portazo que
retumbó en todo el almacén y sobresaltó a los presentes.
—¡Lo tengo! ¡En marcha!— gritó el guionista.
—¿A estas horas?— repuso Cara.
—¿A dónde?— quiso saber Carlo.
Les contó su plan. Había contactado con el chico que
alquilaba las canoas en la playa. Traería una; también unas bicicletas y a un
amigo carpintero con sus herramientas. Disponían de toda la noche para
convertir la canoa en una estrecha diligencia. No sería muy complicado darle a
ese amarillo una pátina para que pareciera madera, disponían además de las
cortinas del almacén y del gran baúl del atrezzo para conseguir hacer la
cabina. Los remos los usarían para crear la estructura y colgar las
cortinillas.
—¡No puede ser tan difícil!— alentó a los suyos
imbuido por el espíritu napoleónico corso. —¿A qué esperáis?— les gritó,
impaciente, a los rostros de incredulidad que lo miraban. —¡Movéos!—
De arreglar los
efectos y de la falta de caballo de tiro para la canoa ya se ocuparía el cámara
y su programa de retoques. En cuanto llegara el joven con el material se
pondrían manos a la obra y por la mañana harían la toma de la escena de la
diligencia tal como estaba prevista.
—Por cierto, tendremos que ensayar bastante ya que el
chico hará de conductor-secuestrador. Tiene más experiencia en el manejo de
canoas que Lucca. El resto hará todo como estaba previsto.
Esa noche la luz del almacén no tuvo descanso. Unos
estaban trabajando en la transformación de la canoa, otros cosiendo, ensayando,
imprecando o maldiciendo y todos bebiendo vermentino. El chico de la canoa
resultó ser un actor bastante aceptable, aparte de apuesto, y a Cara se le
había pasado el mal humor por tener que trasnochar.
El único que miraba todo con escepticismo era el
cámara. —Raro, no digo diferente digo
raro— no paraba de repetirle a su copa. —Y, como siempre, tendré que
arreglarlo yo mañana—.
A la mañana siguiente, aunque un poco resacosos,
pudieron rodar la escena sin grandes contratiempos. El vehículo circulaba sin
problemas por los senderos, Cara fue rescatada con éxito, aunque un poco a su
pesar, por el sheriff Carlo que la alzó en volandas a su caballo y salieron al
"galope" del manso hacia un "Happy End" necesario en el
género.
Al cámara ya le daría tiempo de adecentar un poco lo
que hiciera falta con su ordenador durante el vuelo de vuelta que pudieron
alcanzar, tras recoger todo y regalarle la canoa-diligencia al chico de la
playa que la pondría de reclamo para los turistas en su puesto de alquiler.
Y los dejamos, vestidos de gala, algo adormecidos, a
las nueve en punto de la noche cuando en el teatro Augusteo se abre el telón
para el pase del "Concorso Cortometraggio, Napoli 2019".
Consigna: relato WESTERN en el que encajes la frase «Raro, no digo diferente digo raro».
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