Otra
vez tú en la puerta. La tormenta arrecia afuera y la silueta del animal se
perfila entre estallidos de luz y ruido ensordecedor. Otra vez tú. ¿Qué vienes a buscar? ¿Qué quieres? El gato
permanece inmóvil y su largo pelo, empapado, deja entrever que no es tan grande
como aparentaba en un principio. Los mechones mojados caen lánguidos sobre sus
ojos y aparece un cuerpecillo, podría decirse, casi raquítico. No le veo la
cara, pero adivino los ojos verdes y una mirada letal a través del cristal de
la puerta. Hasta a esta casa en el
culo del mundo has tenido que volver. Hasta durante mis vacaciones tienes que recordarme
tu presencia. Nicoleta duerme en la habitación de la casa que han alquiladoen
las montañas mientras él, imbécil de él, está mirando por la ventana el
fantasma o el espíritu o la aparición o lo que mierda quiera que sea aquello al
otro lado del cristal de la puerta.
—Vasile,
mi amor... —susurra ella de pronto.
—¡Dios!
¡Nicoleta! —El corazón le va a mil por hora. —¿Qué haces aquí?
—Eso
venía a preguntarte yo... —contesta mientras acerca el rostro a la puerta. Ahí
afuera no hay nada. Déjalo ya, amor…
***
—Vasile,
Vasile, ¡Vasile! ¿Me oyes, Vasile? —El grito ensordecedor le despierta
desorientado.
—¡Nicoleta!
—grita asustado.
—¿Quién
es esa? Vasile, hostias, despierta. El enemigo está aquí. Hay que salir a las
calles. ¡Vamos!
Nicoleta, ¿dónde estás? Era tu voz, era tu olor.
Joder, y me encuentro con el aguafiestas de Nicolai aullando. La
artillería, los gritos de los hombres, las órdenes de los mandos superiores, la
lluvia cayendo. Truenos que se acercan. Vasile se ata las botas y sale con el
fusil al exterior de la tienda. Joder. Un infierno, un laberinto de imágenes. Fuego,
hombres en el suelo. Pasa cerca de la tienda improvisada como enfermería y
escucha lamentos. Alguno preferiría morir. El corazón le late fuerte, ojalá no
estuviera allí. Corre hacia donde lo hacen el resto de soldados, de compañeros
de muerte, hasta llegar a una trinchera donde se tira al suelo sudando. Allí
espera. Está cansado.
El
ritmo de los bombardeos no cesa y compone una macabra melodía junto a los
disparos, los gritos de ánimo, furia y perdición de los hombres. La lluvia moja
su rostro. Es lo único hermoso allí. La lluvia y... ¿Qué es eso? Algo se mueve entre la multitud. Una especie de
animal que, malherido, debe de andar desorientado. Intenta seguirlo con la
mirada, pero es complicado en mitad de la noche de aquel infierno. Parece que
se acerca hacia él. Es menudo, huesudo y una larga melena oculta por completo
su rostro. Parece que gatea, que se arrastra a ratos, quizá camina a dos patas
acuclillado. Lo único seguro es que se dirige hacia él con rumbo errático. De
pronto, una enorme explosión ilumina parcialmente la población y, aterrado,
descubre a Nicolai sangrando a su lado. Una mueca macabra y los ojos
desorbitados constatan que está muerto. Los brazos desmadejados reposan
suavemente sobre la tierra. Descansa... ¿Pero qué es eso? Hay algo al lado de
su compañero. Una sombra menuda se acurruca junto al cuerpo todavía caliente.
Otro estallido imposible vuelve a iluminar el cielo y la tierra. Dios santo,
por todos los dioses que hacen que los hombres luchen y maten y mueran y
acuchillen y violen y consigan traer el terror de las más macabras pesadillas a
la tierra. Por todos los putos santos católicos, protestantes, ortodoxos,
musulmanes que se han vuelto locos desparramando los cuerpos de sus adoradores,
los hombres, mutilados sobre el barro. Un niño. Un pequeño. No era un animal.
Es un crío de unos seis años tiritando de frío. Me habla con la mirada. Me
habla...
***
—Vasile,
¿otra vez dando una cabezada? Anda, despierta y dime si te gusta entonces más
este color —pregunta Nicoleta por enésima vez.
—Me
gusta, cariño. Me parece muy apropiado para la habitación de Macka —contesta
Vasile incorporándose en el sofá.
—¿Macka?
¿Por fin te has decidido? —Nicoleta da un salto de alegría y, sujetando su
abultada barriga, besa a Vasile.
Se
abrazan y el calor de Nicoleta le embriaga. Se tumban en el sofá y, en
silencio, sueñan con el futuro.
***
—¿Qué,
qué, quién eres? ¿Pero qué haces aquí? —pregunta Vasile al pequeño.
Le
mira fijamente con ojos de asombro. Unos ojos enormes que no lloran, no
titubean, solo se dedican a escrutarle e interrogarle. Parecen decirle, pero ¿qué
estás haciendo aquí, Vasile? ¿Qué narices estás haciendo? ¿Por qué todo esto?
¿Por qué sé que puedo confiar en ti? Vasile acerca una mano y el pequeño no
titubea. Consigue rozarle la mejilla, está completamente helado. El chico
permanece rígido. Tan solo abre levemente la boca para emitir una especie de
sonido mudo. Vasile se acerca poco a poco. La batalla ensordecedora no le deja
escuchar, necesita aproximarse para poder oír. El cuerpo de Nicolai les separa
y se recuesta sobre él para llegar al niño. Dime, pequeño, dime. Cada vez están
más cerca y acaban frente a frente. Ajeno a la barbarie que le rodea, ausente,
recuesta la cabeza en el regazo del pequeño, que vuelve a abrir la boca y emite
una especie de maullido muy suave. Vasile sonríe. El chico vuelve a hacerlo. Un
suave y dulce maullido vuelve a hacerle sonreír. No logra ver las facciones del
chico, pero sabe que también está sonriendo y comienza a acariciarle la
mejilla. El soldado llora y se deja consolar por el pequeño. Se abrazan ocultos
en la trinchera entre cuerpos inertes.
***
—¡Vasile!
¡Despierta! Despierta, haz el favor. ¿Otra vez esa pesadilla? ¿Qué te ocurre?
Jamás vas a conseguir deshacerte de los terrores de la guerra. —Nicoleta se incorpora
de la cama y resopla.
—Lo
siento, lo siento —se despierta llorando—, lo siento. He vuelto a verlo, he
vuelto a sentirlo. Ese pequeño gato acurrucado. ¡No pude protegerle, Nicoleta!
¡No fui capaz! Debería haber muerto yo…
—No
digas eso, no vuelvas a decirlo.
La pareja se abraza en mitad de la noche. Vasile llora, llora pero sonríe con ternura. Baja de la cama con la ayuda de las muletas y se sienta en la silla de ruedas y todo su cuerpo se resiente. Pero ese dolor pasará. Ese dolor es soportable.
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