El sol comienza a ponerse y la oscuridad se
apodera del campo de batalla, poco a poco han cesado las detonaciones de las bombas,
los disparos cada vez son menos, las avionetas ya no surcan el cielo arrojando
su mortífera carga, ahora ya solo se escuchan lamentos, gritos de dolor, los
últimos suspiros de hombres que abandonan la vida. Y junto a ellos estoy yo en
la trampa de lodo que me rodea esperando con resignación mi final, ya hace un
tiempo que no siento dolor, mi cuerpo adormecido deja ir mi vida.
Hace poco menos de un
año escuche por primera vez el nombre de Somme, un rio en el norte de Francia,
donde tendríamos como misión enfrentarnos y romper las líneas alemanas, para
servir como una distracción para dividir las fuerzas del enemigo y precipitar
nuestra victoria. Durante varios meses los altos mandos discutían las formas y
lo que sería mejor para la batalla, sintiendo confianza del éxito de sus
planes. A finales de diciembre de 1915 nos dieron la noticia del cambio del
Comandante en Jefe de las Fuerza Expedicionaria Británica, El General Douglas
Haig sucedió al General John French. Lo que causo opiniones divididas entre las
tropas, pero al final todos estábamos listos para cumplir las órdenes del
General.
En los meses siguientes
recibíamos noticias de adelantos y a trazos para la campaña, lo que nos dejaba
intranquilos y nerviosos con la incertidumbre de entrar en combate o no, para
varios de nosotros sería la primera vez que lo hacíamos. Quizás por eso las
bromas y el optimismo era una parte esencial de las barracas, pensando en los
enemigos que verían su fin ante nuestra valentía y arrojo, claro quién podría
culparnos de tales fantasías infantiles si apenas habíamos dejado la niñez.
Mientras seguíamos con nuestro entrenamiento que erróneamente nos hacía pensar
que la batalla sería tan sencilla. Con nuestros pequeños triunfos en los
ejercicios de guerra y sin consecuencias en las fallas de estos nuestro optimismo
crecía. Nuestras fantasías conjuntas nos ponían como el heroico batallan que
daría el golpe final a nuestro enemigo, ensayábamos nuestras reverencias ante
el Rey Jorge cuando nos nombrara caballeros por nuestros logros en campaña, en
la barraca todos reíamos a carcajadas.
En enero de 1916 ya se
había llegado a un acuerdo con el gobierno francés para llevar a cabo la
operación conjunta, que sería en la ruta de Bretaña y Normandía donde los U-Boot
alemanes atacaban los barcos con suministros. Fue el General Joseph Joffre quien
dio el visto bueno. Pero en febrero
nuevas discusiones hicieron cambiar la operación por la del valle del rio
Somme, se pensaba que el lugar serviría para arrollar las fuerzas alemanas
gracias a la conjunción que daba a las fuerzas francesas y británicas. Lo que
no sabíamos era que el enemigo adivinando las intenciones había construido todo
tipo de fortificaciones en la zona. El 21 de febrero 1916, se dio el ataque a
Verdún, así que los franceses se vieron obligados a mandar tropas a defender la
ciudad, así que nuestro ejército tomo el papel protagónico para la operación.
Después de los
preparativos previos se estableció el 1 de julio de 1916 como el inicio de la
operación, apenas teníamos un par de semanas en Somme, donde habríamos ayudado
a terminar las trincheras. Una semana antes como preludio la artillería había
estado disparando, según nos informaron un millón y medio de granadas, nos
hacía pensar que no habría enemigos y que sería una campaña fugaz, así que
todos esperábamos con ansia la orden para atacar, la tensión cada vez era mayor
al acercarse la hora para entrar en acción, varios no conciliamos el sueño,
revisábamos una y otra vez nuestro equipo que todo estuviera listo, los
veteranos nos veían y su mirada era de tristeza mientras se acurrucaban y
dormían lo que podían.
A las 06:00 a.m. nos indicaron que
estuviéramos listos, todos los efectivos estábamos amontonados en nuestros
puntos de salida de las trincheras, nerviosos pero seguros de que sería muy
rápido el ataque y la rendición de los enemigos, por lo que sonreíamos y nos
expresábamos confianza con palabras de aliento, a las 07:20 se voló la primera
galería subterránea a los 8 minutos ya se habían volado todas menos una, un
silencio general en lo que se buscaba el siguiente objetivo y empezar el
combate en la tierra de nadie, era nuestro momento, estábamos listos.
Salimos como nos habían instruido a velocidad
de paso, algunos otros habían salido antes a la tierra de nadie con la clara
intención de tomar las trincheras alemanas, en cuanto dejaran de caer los
proyectiles. Nadie nos imaginamos que los alemanes habían sobrevivido en sus
refugios muy bien protegidos y que estaban en perfectas condiciones de infligir
daño a nuestra vulnerable infantería. En cuanto los alemanes abrieron fuego comenzó
el terror, las balas siempre encontraban víctimas, los compañeros empezaron a
caer como moscas, tuve la suerte de encontrar una saliente que me protegió de
las primeras ráfagas de muerte. a mi alrededor caían los compañeros que no
tuvieron la misma suerte, varios caían sin realizar ni un solo disparo y
recibían varios, los sueños heroicos terminaron al ver la sangre correr en el
valle, charcos rojizos y espesos de la sangre acumulada de mis compañeros, ya
no había risas eran gritos de dolor y muerte, poco a poco el ambiente se llenó
de la nauseabunda combinación de pólvora, carne quemada, vomito viseras y eses
regada por todos lados, los cuerpos destrozados por las explosiones caían a mi
alrededor salpicando mi cuerpo, a unos metros estaba mi compañero que decía que
mataría cien alemanes, con la cabeza destrozada, un dispara había esparcido su
cerebro, al otro lado otro intentaba inútilmente de parar la hemorragia que una
bala había provocado al volarle la quijada dejando colgando la lengua bañada en
sangre.
Algunos se refugiaban
entre los cuerpos de los caídos esperando la ayuda que no llegaba. Los
rescatistas trataban inútilmente de ayudar a todos los heridos, la masacre
estaba fuera de su capacidad de ayuda. Los mandos nos ordenaban que avanzáramos
y mandaban más hombres al frente, los cuales caían sin vida sin ganar ni un
centímetro. Las detonaciones me habían ensordecido y con señas el teniente me
indicaba que avanzara y dejara mi pequeña guarida no sé cuánto tiempo había
pasado y yo seguía agazapado esperando que terminara todo, cada cierto tiempo
se detenían las acciones, y cada bando esperaba la rendición del contrario
inútilmente y se volvía a la carga.
No podía distinguir el
sol, ya que el humo lo cubría pero ya habían pasado horas desde el inició de la
contienda, quizás más de medio día, fue cuando se dio una pausa y se retiraban
algunos heridos que me indicaron que siguiera adelante con otros compañeros,
seguimos la orden con una combinación de adrenalina y miedo, habíamos avanzado
un par de pasos cuando volvieron al ataque los alemanes, tomándonos por
sorpresa, empezando el intercambio de disparos, sentí un golpe en el pecho, me
quema y siento la humedad de mi sangre saliendo de mi cuerpo, caigo de espaldas
y veo un cielo gris por el humo, no quiero moverme, lo intente y fue grande el
dolor, las lágrimas salen de mis ojos y me hacen pensar en todo lo que no podré
hacer, nunca volveré a ver a mi madre y mis hermanos, a mi padre no ayudaré en
las reparaciones de la casa, mis amigos pensaran en algún momento en mí, no
saber lo que es un beso de la mujer amada, no tuve el tiempo no me dieron la
oportunidad, esta bala me arrebata la vida.
Nadie vino a mi rescate
nadie me ayudo y aquí estoy tendido esperando el fin mientras mi sangre se va
escapando de mi cuerpo, ya no tengo fuerza ni para gritar, siento mi cuerpo
frío y empiezo a temblar, ya paso un tiempo desde que deje de sentir mis pies
mis piernas mis brazos, mi respiración cada vez es más lenta más difícil, me
estremezco y es el último signo de vida que doy y cierro mis ojos para siempre,
olvidado en el lodo de un país extraño.
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