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(Continuación de la historia “El
moldeador” en la fase de los relatos de terror).
Aquella
cosa no hacía más que reproducirse exponencialmente. Tras aquella primera
tormenta, las desgracias alrededor del mundo no habían hecho sino aumentar. Las
noticias solo giraban en torno al tema. Hasta que dejó de haber noticias. Los
moldeadores lo arrasaron todo. Acababan con todo tipo de vida humana que
encontraban a su paso. Las fuerzas militares de todo el mundo intentaron
detener a los primeros monstruos sin éxito alguno. Los que tuvimos suerte,
conseguimos huir de las zonas pobladas, evitando cualquier población, pues eran
el destino favorito de los moldeadores.
¿Qué
era lo que ocasionaba el nacimiento de un nuevo moldeador además de las
tormentas? Fue lo que más nos costó averiguar. Pero tras años de ensayo, error
y mucha observación, conseguimos saber que era una bacteria mutada que se
originaba en los ganados ovinos. Debían reunirse varios millones de bacterias y
aplicarles una potente descarga energética para multiplicar su reproducción. Y
para conseguir esa cantidad de bacterias eran necesarias varias ovejas muertas.
Así fue como comenzó el desastre.
Además,
tuvimos que dejar de comer cualquier alimento de origen animal, ya que la
bacteria podía infectar a otros animales e incluso a humanos si habían ingerido
carne contaminada. También así fueron desapareciendo las personas. Otros
moldeadores utilizaban sus cuerpos de base para la creación de un nuevo
monstruo; podían oler cuáles eran los adecuados.
Muchos
de los refugiados murieron por desnutrición al no poder comer nada de origen
animal. Las vitaminas eran necesarias y las farmacias eran inaccesibles para la
mayoría. Las ciudades se iban quedando vacías a medida que los moldeadores
pasaban por allí. El campo era nuestra única opción. Los cultivos y los árboles
frutales eran lo que nos mantenía con vida.
Los
países con tormentas recurrentes eran donde los moldeadores más abundaban. Así
que muchos emigramos al sur, donde las bestias habían conseguido llegar pero no
eran tanta cantidad.
La
única forma de matarlos era prendiéndoles fuego, así que en los refugios de
supervivientes teníamos gasolina y pedernales. Habíamos llenado las pistolas de
agua, con las que solíamos jugar antes del desastre, de gasolina y habíamos
ideado sistemas de prendido rápido en los cinturones de los pantalones. De esa
forma podíamos disparar gasolina y coger una planta enganchada al pantalón de
forma que, al sacarla, prendiese inmediatamente con el pedernal y poder
lanzársela al monstruo.
Éramos
una colonia de unos treinta, bien organizados y con unas tareas definidas.
Entre todos habíamos elegido democráticamente al líder: Mathew. Era un hombre
humilde y con experiencia en el combate, pues había sido militar. Yo le
admiraba muchísimo. Sabía escuchar y dar consejos y podías acudir a él si te
ocurría cualquier cosa. Era como el padre que un día me fue arrebatado por un
moldeador.
Había
tenido la oportunidad de buscar a mi padre, aunque fuera para enterrarlo, ya
que sabía dónde el moldeador lo tenía encerrado. Pero preferí no hacerlo.
Conocía lo que aquellas cosas eran capaces de hacerles a los humanos si no los
mataban para hacer otro clon. No aguantaría ver a mi padre en esas condiciones.
Mathew me acompañó durante años en mi duelo y supo criarme a pesar de no ser su
hijo. Juntos fuimos los que ideamos los sistemas para prender fuego a los
intrusos. Otros habían sugerido lanzallamas, pero el fuego no se esparciría por
el objetivo como lo hacía la gasolina.
Una
vez pensé que iba a perderlo. Fue en una misión para coger barriles de
combustible. Esa vez yo no fui; me quedé ayudando en el campo. Cuando llegó el
grupo de expedición, hubo revuelto por su llegada. No era un revuelto de
alegría, sino de alarma… Salí corriendo temiéndome lo peor. Atravesé a
empujones la multitud que rodeaba a los recién llegados y ahí lo vi. Mathew,
tendido en el suelo, respiraba, pero tenía las piernas totalmente quemadas y gemía
de dolor. A su lado yacía, en un estado lamentable, uno de los compañeros que
más lo ayudaba en estas misiones, Luke, quien había realizado un acto heroico
según los demás acompañantes de la misión y se había sacrificado por
Mathew.
Al
líder lo trasladaron a la enfermería y ahí pasó semanas hasta que pudo volver a
andar. Al parecer se habían cruzado con un moldeador y, al intentar dispararle
con gasolina, Mathew había tropezado y parte del combustible se había derramado
sobre él. Luke lanzó, sin saber que había gasolina sobre Mathew, un trozo de
hierba ardiendo sobre el moldeador. La bestia prendió, pero también lo hizo el
rastro de líquido que llegaba hasta los
pantalones del líder. Consiguió levantarse y huir unos pasos antes de
desplomarse por el dolor. También había recibido un zarpazo de una de las
extremidades de la bestia en el brazo izquierdo; un mal menor comparado con el
panorama de sus piernas. Afortunadamente, el soplo de la bestia no lo había
alcanzado. Sin embargo, mientras el monstruo había estado ardiendo, había
desprendido su aliento, el cual había alcanzado a Luke de lleno cuando se
dirigía a ayudar a Mathew. Luke se había desplomado, pues todo su cuerpo se
había reblandecido a causa de la respiración del moldeador y no podría mantenerse
en pie. Ni siquiera moverse.
El
resto de compañeros los trajeron entre todos. Luke apenas podía hablar, solo
emitía un aullido de lamentación. Estaba suplicando que lo matasen. Nadie se
atrevía a matarlo. En primer lugar, porque un cuchillo no agujerearía su cuerpo
en aquel estado y, en segundo lugar, porque todos le teníamos mucho cariño. No
tuvimos más remedio que sedarlo e incinerarlo. Hacía tiempo que no teníamos
ninguna baja y no encontrábamos más supervivientes en las expediciones que
hacíamos. Fueron unas duras semanas.
Cuando
Mathew se recuperó por completo, quiso ir en busca de medicinas. Se habían
gastado casi todas con él, evitando infecciones y cicatrizando las heridas. Me
pidió que lo acompañase junto a los otros exploradores. La misión fue sin
incidentes. Habíamos ido a las casas circundantes, deshabitadas, donde, al
parecer, había vivido una familia de médicos y veterinarios. No había ni rastro
de las bestias. Cuando salíamos de la última de las casas, Mathew silbó
fuertemente. Le mandamos callar y nos sorprendimos por tal falta de sentido
común. Él dijo que era para llamar la atención de los posibles supervivientes,
ya que necesitábamos ampliar la plantilla.
Acabamos
de llegar al campamento con suficientes medicinas para varios meses. Todos nos
han recibido con alegría. La cena ha estado deliciosa: berenjenas con romero y
cebollas. Nos hemos quedado hasta tarde cantando y riendo. Ha sido una noche
como las que hacía años que nadie tenía. De vez en cuando, es bueno desconectar
de los desastres.
En
medio de la noche me despiertan unos gritos y una luz naranja. Salgo de la
tienda corriendo y veo a todo el mundo huyendo despavorido. En medio de las
llamas, distingo a Mathew, a cuyas espaldas se encuentran dos moldeadores.
-¡Corre!
-grito-. Mathew, ¡vete!
Él
se ríe y lo miro desconcertado y asustado.
-¿No
lo ves? -me dice-. ¿No ves que ahora soy su amo?
Ese
no es Mathew. Algo le ha cambiado.
-El
día en el que Luke se sacrificó por mí -continúa-, uno me arañó en el brazo. Me
infectó. Ahora puedo controlarlos mentalmente, me obedecen, hijo. Los he
llamado hoy en la expedición. Sentía su llamada y ellos la mía. Sospechaba que
algo me había ocurrido aquel día. Ahora lo sé. Ven conmigo, hijo.
Tiende
su mano hacia mí y sin darme tiempo a responder, uno de los dos moldeadores se
acerca a él y le echa el aliento encima. Mathew se deja moldear hasta
convertirse en una corona que la bestia se coloca sobre la cabeza.
Nos
ha traicionado. Mi mejor amigo, mi padre adoptivo, mi todo. Me ha traicionado.
La humanidad ya no sale de esta. No hay esperanza. No hay confianza. No hay
nada a lo que agarrarse ya.
Caigo
de rodillas al suelo, impotente, y la bestia se acerca a mí.
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