La
noticia nos sorprendió a Robe y a mí, mientras investigábamos un panteón en el
cementerio abandonado del pueblo viejo de Belchite. Según nuestros informes
estaban sucediendo innumerables acontecimientos paranormales en aquella
necrópolis. Cargados de numerosos aparatos para la ciencia parapsicóloga
queríamos dar fe a lo acontecido. De hecho, decían, que aquel pueblo estaba
maldito por los tristes acontecimientos en la guerra civil y era archiconocido
por todos los amantes del misterio. Incontables pruebas fidedignas se habían
conseguido a lo largo de muchos años de investigación que daban valor a todos
los informes de varios parapsicólogos.
─¡Era
Buendía!−Hice una pausa, respirando profundamente, antes de contarle la novedad
a mi colega tras colgar el celular−. Han encontrado una tumba en los bosques de
los Picos de Europa, cerca de un pequeño pueblo. Se acerca sorprendentemente a
la descripción que el ocultista alemán Herman Frick hizo del lugar de sepultura
en sus memorias. Es muy probable que sea la fosa del brujo asturiano Evelio
Montañasaltas. Sí es así puede que en el ataúd se encuentre el último ejemplar
del Necronomicón del árabe loco Abdul alhazred, con el que, según el germano,
fue enterrado el hechicero. Dueño legítimo del pagano libro. Ojala la suerte no
nos sea esquiva y el incunable, si está entre los restos mortales, se halle en
condiciones óptimas.
─¡Deja
lo qué estés haciendo, Raúl!¡Sí nos damos prisa en menos de 6 horas estamos
allí!
Con
total discreción Buendía había contratado a un par de peones del pueblo de
Camarmeña. Uno de ellos, un chico de color, conduciendo un viejo Land Rover
Defender nos recogió en la plaza de la villa. Apenas nos cruzamos con un par de
lugareños que llevaban a las vacas a los tinados. Las ancianas, recelosas,
cerraban los postigos de las ventanas de sus caserones de piedra y tejados de
pizarra a nuestro paso. Tras varios kilómetros por una carretera comarcal el
auto se desvió por una pista forestal que era devorada por un inmenso bosque.
Oscuro, viejo…
El trayecto se nos hizo largo, el conductor no
abrió la boca en todo el camino. Robe y yo sentíamos un extraño hormigueo en el
estómago. Estábamos ante un hito con mayúsculas. El libro maldito del árabe
loco era uno de los incunables más buscados a lo largo de la historia. Incluso
había dudas de su verdadera existencia y muchos decían que fue un invento del
no menos loco, escritor norteamericano: H.P.Lovecraft. El simple hecho de que
hubiera una mínima posibilidad de que el libro estuviera allí merecía todos los
kilómetros que llevábamos ya en nuestras espaldas.
─¡Ya
casi estamos! –masculló el obrero en un acento extraño, mezcla de asturiano y
una lengua africana− A partir de aquí hay que caminar medio kilometro más o
menos.
Fuera del todoterreno hacía fresco. La tarde estaba
avanzada y los altos arboles apenas dejaban entrar la poca luz que las nubes
dejaban escapar. Se sentía una fuerte opresión en el pecho. Era como si los
arcaicos arboles nos vigilaran. Las maderas crujían a nuestro paso, tal vez en
una comunicación ancestral y más vieja que el propio hombre. Olía a rancio, un
aroma fuerte de humedad y putrefacción… A lo lejos pudimos percibir un halo de
luz entre la floresta. Tras avanzar unos pasos alcanzamos un claro en el
bosque. Allí se encontraba el profesor Juan Alejandro Buendía con sus sempiternas
gafas redondas junto al otro peón. Llevaban puesto el mismo chaleco de plumas
sin mangas que el conductor que nos
había traído.
─¡Llegáis
tarde, casi es de noche! ¡Poneos estos chalecos, dentro de poco hará frío! Nos
ordenó, sin tener el detalle de saludarnos.
Habían
despoblado un trozo de bosque con una motosierra y unas hachas. Un gran socavón
se hallaba entre la tierra y la maleza removida. Allí, tras acercarnos, pudimos
ver un enorme féretro de ónice negro. El sepulcro del brujo Evelio
Montañasaltas.
─Las
indicaciones del alemán eran correctas. Tras varios intentos infructuosos
pudimos lograr el hallazgo. El material usado en el sepelio es inusual y nos
indica que habían seguido algún viejo ritual… Aún no he bajado y debe… ehh…
joderrr….
No
pudo acabar la frase y se resbaló hacia el interior de la tumba, entre todos
pudimos sacarlo a duras penas, con el consiguiente susto en el cuerpo.
─¡No
te lesiones ahora Buendía! Bromeó Robe con sorna.
Bajamos
con cuidado al interior de la fosa. La piedra estaba helada. Los arboles
comenzaron a crujir con más fuerza. La noche, negra y plomiza avanzaba sin
obstáculos sobre el crepúsculo. Entre Buendía, Robe y un obrero con ayuda de
horquillas y palancas consiguieron echar hacia un lado la tapadera. Un intenso
hedor fétido nos hizo retroceder. Tras esperar varios minutos, con sigilo y
cierto temor nos asomamos al interior de aquel ataúd de piedra negra… El
cadáver semi-descompuesto de un hombre de gran envergadura se hallaba rígido y
con los ojos abiertos. Su mirada muerta ocasionaba espanto. Su rostro estaba
marcado por terribles cicatrices y pronunciadas quemaduras habían arrugado la
piel, un sombrero de ala ancha cubría su cabeza dejando escapar mechones de
pelo podrido. Los insectos, a miríadas, entraban y salían por la boca
entreabierta y los agujeros de la nariz y los oídos. Sobre su regazo, entre sus
manos huesudas y largas, se encontraba una bolsa de cuero atada con un cordel
rojo. No pude esperar más y me adelanté a mis compañeros y a los asustados
obreros. Aparté los dedos tiesos del objeto y tiré del cordel. Al introducir la
mano sentí un intenso pinchazo y percibí brotar la sangre. Al apartar la funda
por completo entre mis manos ensangrentadas se hallaba un libro y un punzón
adherido a él, con el que me había herido. Era de piel oscura, como encurtida,
la portada estaba repleta de cicatrices y un extraño símbolo precedía su
centro. La sangre comenzó a empapar la portada del raro incunable y para
sorpresa de los que estábamos allí presentes el libro la absorbía con
vehemencia, con una sed de siglos. Entonces, aterrados y ateridos ante aquella
escena, de la garganta del finado comenzó a brotar una voz terrible. Arcana,
gutural. Era un mantra, una oración que el muerto repetía una y otra vez.
<<
el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah
>>
Huimos
despavoridos fuera de la tumba. El finado alzó aún más aquella voz innominable
y un fuerte grito se oyó en lo profundo del bosque. Los arboles temblaron y
desde la espesura surgieron unas criaturas de pesadilla, invocadas por aquel
brujo resusitado y su plegaria… Eran, por lo que parecía, dos enormes ciervos.
Sin embargo alguna extraña mutación había cambiado sus cuerpos. Pero lo
horrendo de aquella espeluznante escena era que los animales estaban muertos,
corrompidos. La piel se les caía a pedazos, mostrando los órganos y algunos
huesos. Sus rostros de pesadilla tenían una malévola sonrisa y sus ojos, ¡ay
Dios aquellos ojos!, los mismísimos faros del averno. Conseguimos coger del
suelo las hachas, palancas y la motosierra, mientras aquellos seres esperaban
emitiendo sonidos guturales.
Pude mirar hacia la yacija. El horrendo
hechicero había salido de su ataúd de ónice y seguía con su cantinela. Con una
voz surgida de los tiempos primigenios.
<<
el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah
>>
Estaba de pie junto a la excavación y levantando la mano hizo una seña a sus
pútridos aliados. Éstos se alzaron en sus patas traseras, desafiándonos.
Todo ocurrió muy deprisa.
Los seres se abalanzaron sobre nosotros, atacándonos con sus puntiagudas astas.
Uno de ellos consiguió ensartar a un obrero, abriéndole el estomago desde la
ingle hasta casi el esternón. La lucha fue encarnizada. Las hachas golpeaban
sus cuerpos corrompidos, la sangre oscura y fétida surgía de aquellas heridas…
Buendía, motosierra en ristre, cortó de cuajo el cuello del animal que había
herido de muerte al peón, mientras entre todos los demás desmembrábamos al otro
súcubo infernal.
Entonces, de la espesura,
surgió una bestia enorme. Se asemejaba a un lobo, pero tenía también rasgos
humanoides. Y desde el cielo, al unísono, se escuchó un chillido insoportable y
un batir de alas. Una criatura terrorifica, semi-descompuesta, lo que antes fue
un águila en otro tiempo, se posó delante de nosotros. El brujo seguía a pies
de la tumba, imperturbable.
<< el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa-
Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah >>
La
criatura lobuna se abalanzó sobre mi camarada Robe. Sus fauces amarillentas y
pringosas laceraron su cuello mientras una de sus garras le atravesaba las
costillas. El grito de mi amigo aún me acompaña en mis pesadillas… Me lancé
sobre el animal que devoraba a mi colega sobre el suelo preso de una sobredosis
de adrenalina y rabia. Había recogido de la hojarasca un cuchillo de montaña y
cerrando los ojos clavé la hoja una y otra vez en aquel cuerpo pestilente. El
ser aulló mientras Buendía, desde otro rincón del claro del bosque, luchaba con
ferocidad e introducía la punta de la motosierra en el plumífero cuerpo de
aquella criatura alada. Un amasijo de plumas y vísceras salieron disparadas
salpicando el rostro del profesor… Mi cuchillo penetraba en aquella carne
corrupta, pero aquel ser no cesaba en su empeño de acabar con mi vida. Se
revolvió y ahora era él el que me tenía a su merced. Sus temibles y apestosas
fauces estaban a punto de hundirse en mi cuello. El cuchillo cada vez lo
clavaba más profundo, pero era inútil. Cerré los ojos esperando el final…
Un
fuerte ruido me hizo abrirlos de nuevo. El profesor cortaba con la motosierra el
cuello de aquella diabólica lamia. Un chorro de sangre negra y espesa surgió
como un torrente.
Me reincorporé a duras penas. Tenía heridas
y magulladuras por todo el cuerpo. Buendía parecía disfrutar descuartizando a
aquel maldito ser. Miré instintivamente
hacia la tumba. El hechicero no se encontraba al borde de la sepultura y fue
entonces cuando me percaté de que aquella oración recitada por el brujo en un
lenguaje desconocido también había cesado… Oteé de lado a lado el claro del
bosque. Aquello era una masacre de cuerpos mutilados. Un intenso olor a sangre
flotaba en el aire. Casi se podía masticar el sabor metálico del líquido vital.
De repente mis ojos se centraron en el chico de color que desmembraba con un
hacha un tercer ser cérvido que no había visto aparecer. Entonces detrás de él,
imponente, el pútrido hechicero. Solo pude advertirle señalándole, la voz
apenas salió de mi boca. Cuando el pobre muchacho quiso percatarse el malévolo
brujo le cogió la cabeza y con sus largas y huesudas manos le arrancó la cabeza
de cuajo, separándola del maltrecho cuerpo que aún convulsionaba. El hechicero
parecía sonreír mientras sujetaba la cabeza entre una de sus manos…
Sin pensar en las consecuencias me lancé hacia
él cuchillo en alto. El profesor Buendía me imitó levantando la motosierra… Fue
todo como un rayo fugaz… Clavé el cuchillo en una de las piernas del brujo y
éste, de un fuerte manotazo, me tumbó al suelo. Buendía, de un mandoble, le
cercenó la mano que portaba el libro y el terrible mago lo agarró con la otra
de la cabeza, estrujándosela. Sus gafas se hicieron añicos y se mezclaron con
los huesos rotos de la cara y los trozos de cerebro que salieron a chorros… No
lo pensé dos veces. Recogí del suelo el libro maldito y huí.
No miré atrás, a pesar del terrible grito de
agonía del profesor Juan Alejandro Buendía… Arranqué el todoterreno y el bosque
solo fue una estela a través del cristal…
He escuchado pasos sórdidos por el
pasillo. Llevo sin dormir desde que ocurrió aquella pesadilla. Tres días con
sus noches. Sobre la mesita del salón yace el libro del árabe loco, aún no me
atrevido a abrirlo.
Los
pasos suenan cada vez más cerca. Está ahí al otro lado de la puerta. Puedo oler
su hedor a putrefacción, el asqueroso aroma a bosque viejo y antiguo. Puedo
escuchar su respiración gutural.
Viene
a por él. Por su propiedad…
…y
yo estoy perdido…
Consigna:
Escribir un relato de terror a partir de las imágenes recibidas
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