jueves, 15 de junio de 2023

La fosa

La noticia nos sorprendió a Robe y a mí, mientras investigábamos un panteón en el cementerio abandonado del pueblo viejo de Belchite. Según nuestros informes estaban sucediendo innumerables acontecimientos paranormales en aquella necrópolis. Cargados de numerosos aparatos para la ciencia parapsicóloga queríamos dar fe a lo acontecido. De hecho, decían, que aquel pueblo estaba maldito por los tristes acontecimientos en la guerra civil y era archiconocido por todos los amantes del misterio. Incontables pruebas fidedignas se habían conseguido a lo largo de muchos años de investigación que daban valor a todos los informes de varios parapsicólogos.

─¡Era Buendía!−Hice una pausa, respirando profundamente, antes de contarle la novedad a mi colega tras colgar el celular−. Han encontrado una tumba en los bosques de los Picos de Europa, cerca de un pequeño pueblo. Se acerca sorprendentemente a la descripción que el ocultista alemán Herman Frick hizo del lugar de sepultura en sus memorias. Es muy probable que sea la fosa del brujo asturiano Evelio Montañasaltas. Sí es así puede que en el ataúd se encuentre el último ejemplar del Necronomicón del árabe loco Abdul alhazred, con el que, según el germano, fue enterrado el hechicero. Dueño legítimo del pagano libro. Ojala la suerte no nos sea esquiva y el incunable, si está entre los restos mortales, se halle en condiciones óptimas.

─¡Deja lo qué estés haciendo, Raúl!¡Sí nos damos prisa en menos de 6 horas estamos allí!

 

Con total discreción Buendía había contratado a un par de peones del pueblo de Camarmeña. Uno de ellos, un chico de color, conduciendo un viejo Land Rover Defender nos recogió en la plaza de la villa. Apenas nos cruzamos con un par de lugareños que llevaban a las vacas a los tinados. Las ancianas, recelosas, cerraban los postigos de las ventanas de sus caserones de piedra y tejados de pizarra a nuestro paso. Tras varios kilómetros por una carretera comarcal el auto se desvió por una pista forestal que era devorada por un inmenso bosque. Oscuro, viejo…

 El trayecto se nos hizo largo, el conductor no abrió la boca en todo el camino. Robe y yo sentíamos un extraño hormigueo en el estómago. Estábamos ante un hito con mayúsculas. El libro maldito del árabe loco era uno de los incunables más buscados a lo largo de la historia. Incluso había dudas de su verdadera existencia y muchos decían que fue un invento del no menos loco, escritor norteamericano: H.P.Lovecraft. El simple hecho de que hubiera una mínima posibilidad de que el libro estuviera allí merecía todos los kilómetros que llevábamos ya en nuestras espaldas.

─¡Ya casi estamos! –masculló el obrero en un acento extraño, mezcla de asturiano y una lengua africana− A partir de aquí hay que caminar medio kilometro más o menos.

 

Fuera  del todoterreno hacía fresco. La tarde estaba avanzada y los altos arboles apenas dejaban entrar la poca luz que las nubes dejaban escapar. Se sentía una fuerte opresión en el pecho. Era como si los arcaicos arboles nos vigilaran. Las maderas crujían a nuestro paso, tal vez en una comunicación ancestral y más vieja que el propio hombre. Olía a rancio, un aroma fuerte de humedad y putrefacción… A lo lejos pudimos percibir un halo de luz entre la floresta. Tras avanzar unos pasos alcanzamos un claro en el bosque. Allí se encontraba el profesor  Juan Alejandro Buendía con sus sempiternas gafas redondas junto al otro peón. Llevaban puesto el mismo chaleco de plumas sin mangas  que el conductor que nos había traído.

─¡Llegáis tarde, casi es de noche! ¡Poneos estos chalecos, dentro de poco hará frío! Nos ordenó, sin tener el detalle de saludarnos.

Habían despoblado un trozo de bosque con una motosierra y unas hachas. Un gran socavón se hallaba entre la tierra y la maleza removida. Allí, tras acercarnos, pudimos ver un enorme féretro de ónice negro. El sepulcro del brujo Evelio Montañasaltas.

─Las indicaciones del alemán eran correctas. Tras varios intentos infructuosos pudimos lograr el hallazgo. El material usado en el sepelio es inusual y nos indica que habían seguido algún viejo ritual… Aún no he bajado y debe… ehh… joderrr….

No pudo acabar la frase y se resbaló hacia el interior de la tumba, entre todos pudimos sacarlo a duras penas, con el consiguiente susto en el cuerpo.

─¡No te lesiones ahora Buendía! Bromeó Robe con sorna.

Bajamos con cuidado al interior de la fosa. La piedra estaba helada. Los arboles comenzaron a crujir con más fuerza. La noche, negra y plomiza avanzaba sin obstáculos sobre el crepúsculo. Entre Buendía, Robe y un obrero con ayuda de horquillas y palancas consiguieron echar hacia un lado la tapadera. Un intenso hedor fétido nos hizo retroceder. Tras esperar varios minutos, con sigilo y cierto temor nos asomamos al interior de aquel ataúd de piedra negra… El cadáver semi-descompuesto de un hombre de gran envergadura se hallaba rígido y con los ojos abiertos. Su mirada muerta ocasionaba espanto. Su rostro estaba marcado por terribles cicatrices y pronunciadas quemaduras habían arrugado la piel, un sombrero de ala ancha cubría su cabeza dejando escapar mechones de pelo podrido. Los insectos, a miríadas, entraban y salían por la boca entreabierta y los agujeros de la nariz y los oídos. Sobre su regazo, entre sus manos huesudas y largas, se encontraba una bolsa de cuero atada con un cordel rojo. No pude esperar más y me adelanté a mis compañeros y a los asustados obreros. Aparté los dedos tiesos del objeto y tiré del cordel. Al introducir la mano sentí un intenso pinchazo y percibí brotar la sangre. Al apartar la funda por completo entre mis manos ensangrentadas se hallaba un libro y un punzón adherido a él, con el que me había herido. Era de piel oscura, como encurtida, la portada estaba repleta de cicatrices y un extraño símbolo precedía su centro. La sangre comenzó a empapar la portada del raro incunable y para sorpresa de los que estábamos allí presentes el libro la absorbía con vehemencia, con una sed de siglos. Entonces, aterrados y ateridos ante aquella escena, de la garganta del finado comenzó a brotar una voz terrible. Arcana, gutural. Era un mantra, una oración que el muerto repetía una y otra vez.

 

<< el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah >>

Huimos despavoridos fuera de la tumba. El finado alzó aún más aquella voz innominable y un fuerte grito se oyó en lo profundo del bosque. Los arboles temblaron y desde la espesura surgieron unas criaturas de pesadilla, invocadas por aquel brujo resusitado y su plegaria… Eran, por lo que parecía, dos enormes ciervos. Sin embargo alguna extraña mutación había cambiado sus cuerpos. Pero lo horrendo de aquella espeluznante escena era que los animales estaban muertos, corrompidos. La piel se les caía a pedazos, mostrando los órganos y algunos huesos. Sus rostros de pesadilla tenían una malévola sonrisa y sus ojos, ¡ay Dios aquellos ojos!, los mismísimos faros del averno. Conseguimos coger del suelo las hachas, palancas y la motosierra, mientras aquellos seres esperaban emitiendo sonidos guturales.

 Pude mirar hacia la yacija. El horrendo hechicero había salido de su ataúd de ónice y seguía con su cantinela. Con una voz surgida de los tiempos primigenios.

<< el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah >>

 Estaba de pie junto a la excavación  y levantando la mano hizo una seña a sus pútridos aliados. Éstos se alzaron en sus patas traseras, desafiándonos.

Todo ocurrió muy deprisa. Los seres se abalanzaron sobre nosotros, atacándonos con sus puntiagudas astas. Uno de ellos consiguió ensartar a un obrero, abriéndole el estomago desde la ingle hasta casi el esternón. La lucha fue encarnizada. Las hachas golpeaban sus cuerpos corrompidos, la sangre oscura y fétida surgía de aquellas heridas… Buendía, motosierra en ristre, cortó de cuajo el cuello del animal que había herido de muerte al peón, mientras entre todos los demás desmembrábamos al otro súcubo infernal.

Entonces, de la espesura, surgió una bestia enorme. Se asemejaba a un lobo, pero tenía también rasgos humanoides. Y desde el cielo, al unísono, se escuchó un chillido insoportable y un batir de alas. Una criatura terrorifica, semi-descompuesta, lo que antes fue un águila en otro tiempo, se posó delante de nosotros. El brujo seguía a pies de la tumba, imperturbable.

  << el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah, el Zee-un-ἢa- Σan-papah >>

La criatura lobuna se abalanzó sobre mi camarada Robe. Sus fauces amarillentas y pringosas laceraron su cuello mientras una de sus garras le atravesaba las costillas. El grito de mi amigo aún me acompaña en mis pesadillas… Me lancé sobre el animal que devoraba a mi colega sobre el suelo preso de una sobredosis de adrenalina y rabia. Había recogido de la hojarasca un cuchillo de montaña y cerrando los ojos clavé la hoja una y otra vez en aquel cuerpo pestilente. El ser aulló mientras Buendía, desde otro rincón del claro del bosque, luchaba con ferocidad e introducía la punta de la motosierra en el plumífero cuerpo de aquella criatura alada. Un amasijo de plumas y vísceras salieron disparadas salpicando el rostro del profesor… Mi cuchillo penetraba en aquella carne corrupta, pero aquel ser no cesaba en su empeño de acabar con mi vida. Se revolvió y ahora era él el que me tenía a su merced. Sus temibles y apestosas fauces estaban a punto de hundirse en mi cuello. El cuchillo cada vez lo clavaba más profundo, pero era inútil. Cerré los ojos esperando el final…

Un fuerte ruido me hizo abrirlos de nuevo. El profesor cortaba con la motosierra el cuello de aquella diabólica lamia. Un chorro de sangre negra y espesa surgió como un torrente.

    Me reincorporé a duras penas. Tenía heridas y magulladuras por todo el cuerpo. Buendía parecía disfrutar descuartizando a aquel maldito ser.  Miré instintivamente hacia la tumba. El hechicero no se encontraba al borde de la sepultura y fue entonces cuando me percaté de que aquella oración recitada por el brujo en un lenguaje desconocido también había cesado… Oteé de lado a lado el claro del bosque. Aquello era una masacre de cuerpos mutilados. Un intenso olor a sangre flotaba en el aire. Casi se podía masticar el sabor metálico del líquido vital. De repente mis ojos se centraron en el chico de color que desmembraba con un hacha un tercer ser cérvido que no había visto aparecer. Entonces detrás de él, imponente, el pútrido hechicero. Solo pude advertirle señalándole, la voz apenas salió de mi boca. Cuando el pobre muchacho quiso percatarse el malévolo brujo le cogió la cabeza y con sus largas y huesudas manos le arrancó la cabeza de cuajo, separándola del maltrecho cuerpo que aún convulsionaba. El hechicero parecía sonreír mientras sujetaba la cabeza entre una de sus manos…

 Sin pensar en las consecuencias me lancé hacia él cuchillo en alto. El profesor Buendía me imitó levantando la motosierra… Fue todo como un rayo fugaz… Clavé el cuchillo en una de las piernas del brujo y éste, de un fuerte manotazo, me tumbó al suelo. Buendía, de un mandoble, le cercenó la mano que portaba el libro y el terrible mago lo agarró con la otra de la cabeza, estrujándosela. Sus gafas se hicieron añicos y se mezclaron con los huesos rotos de la cara y los trozos de cerebro que salieron a chorros… No lo pensé dos veces. Recogí del suelo el libro maldito y huí.

 No miré atrás, a pesar del terrible grito de agonía del profesor Juan Alejandro Buendía… Arranqué el todoterreno y el bosque solo fue una estela a través del cristal…

     
     He escuchado pasos sórdidos por el pasillo. Llevo sin dormir desde que ocurrió aquella pesadilla. Tres días con sus noches. Sobre la mesita del salón yace el libro del árabe loco, aún no me atrevido a abrirlo.

Los pasos suenan cada vez más cerca. Está ahí al otro lado de la puerta. Puedo oler su hedor a putrefacción, el asqueroso aroma a bosque viejo y antiguo. Puedo escuchar su respiración gutural.

Viene a por él. Por su propiedad…

…y yo estoy perdido… 

 

 

 

Consigna: Escribir un relato de terror a partir de las imágenes recibidas

Por: Gato negro

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