domingo, 4 de junio de 2023

Un otoño peculiar

La brisa sopla del nordeste y es un viento frío y turbulento que en ocasiones te obliga a replantearte si te conviene seguir en ruta o volver a tu casa tan confortable.

Lo mío duró solo unos segundos y mientras lo analizaba, estuve lavando mis zapatos durante algunos minutos. No quería que su energía, la de “aquello” que se me había adherido, también se impregnara en el resto de la casa. Le di vuelta al asunto un rato, hasta que empecé a rememorar todo.

Yo iba de camino a hacer las compras, tendría que haber cruzado la calle Navarro, pero en la esquina estaba Juan López, no era vecino del barrio pero siempre andaba molestando por ahí, pidiéndole a la gente que pasaba guita para la birra, con la excusa de sus hijos pequeños y su enfermedad,  así que decidí girar por Av. Devoto. Curioso,  nunca había tomado esta calle, le habían cambiado el nombre durante los meses que viví en España, todo era nuevo.

Caminé unos pasos y creí ver la silueta de una persona  robusta que tendría unos 60 años de edad. Vestía  una camisola blanca abotonada, de esas que usaban las abuelas a fines de los 80´ cuando tomaban mate mientras barrían la vereda; ella tenía el pelo blanco y rizado, su aspecto era desaliñado  cuando se movió hacia mí, me alteró y entonces el viento me golpeó en la cara y se cortó mi respiración. Me giré bruscamente en sentido contrario y fueron solo tres segundos, cuando volví a mirar en sentido a la casa vieja y el sen de campo, la silueta había desaparecido. Algo me impulsó a darme vuelta y no fue justamente el viento, Me golpeó y sujetó fuertemente otra vez, no podía desembarazarme de aquello, y allí lo supe. Se había adherido a mí, no sabía que era, un aura o una presencia.  Sentir eso  me asustó y me hizo estremecer, lo que me atravesó  no era una brisa normal. Pasé por delante de su casa, porque esa debió de serlo, al menos años atrás cuando todavía vivía. La vista se me nublo, no vi bien pero en la puerta desvencijada había un cartel, una pizarra marrón escrita con tiza, algo. El texto estaba borroneado, pero leí claramente la “FANTASMA DE AV. DEVOTO” y el número de la vivienda, el resto no se leía. La vista se me compuso cuando giré en la esquina y vi a unos vecinos charlando en el umbral de un edificio.

Ya no estaba tiritando, pero la sensación helada y húmeda seguía en mí, y la figura de esa mujer parada en forma grotesca, parecía enojada o muy confundida. No intenté ser muy racional, el viento repentino me asusto y  pensé que ella  me iba a atacar, me  giré, cuando volví la vista ya no estaba y avancé igual. No lo había imaginado del todo, era un fantasma, eso lo sé.

Ese día, más tarde, ni bien terminé de hacer las compras me volví a casa y antes de cruzar la puerta de entrada, tuve la necesidad de quitarme los zapatos y dejarlos ahí afuera. Y así entré, el piso estaba helado, pero fue la sensación ms segura que tuve durante el resto de esa tarde. Y entonces limpié los zapatos y rocié con desinfectante de alcohol la bolsa de las compras, siempre lo hacía pero esta vez, lo acompañé de una oración.

Le serví un mate a  mi amigo Marcos, que había venido de visita a casa. Siempre fui de mente abierta, pero nunca había tenido alguna experiencia paranormal, pero esto lo comprobó.

- Tenía que ser ella estaba enojada y muy confundida, quizás era simplemente una aparición, por eso desapareció cuando me volví, ya no le presté atención y se fue -  Le dije a Marcos.

- Por las dudas evitá  volver a pasar por ahí, te vió, eso no es bueno. No sentiste nada raro? - Dijo Marcos. 

- Desde cuando vos crees en fantasmas, Marcos. Justo vos.. – Le dije yo.

El me miró y se quedó callado unos segundos. – Te lo digo enserio, te conté de las experiencias que habían tenido mis viejos con la casona de la cúpula de Crisolito Larralde, no?. Yo no creo, bueno no tanto, pero algo paso ahí y mis viejos lo vieron y lo sintieron.  Tardaron meses de librarse de la sensación de que algo de eso se quedó con ellos y entonces pasó todo lo que pasó -

Después de cenar, limpié y escuché música durante un rato, e Investigué un poco sobre esa casa, la 3297 de Av. Devoto. A fines de los 80´ allí vivieron varias generaciones de la familia Gregario, una pareja española del norte, de las islas Baleares, criaron a sus hijos y sus nietos en ese lugar. Y luego  llegaron los Mistral a vivir ahí a principios de los 90. No había nada fuera de lo común. Entonces quién podía ser ese fantasma enojado que vi aquel primer día de helada brisa otoñal.

Había pasado casi una semana de mi experiencia y aproveché mi tiempo libre en casa para leer, me resultaba curioso todo este asunto del fantasma de Av. Devoto, como le había llamado yo. Busqué en internet y de casualidad di con una publicación de Facebook del grupo de “Cúpulas de la ciudad” Y se me ocurrió preguntar si alguien sabía algo respecto a esta casa de Villa Santa Rita, tan cerca de mi propia casa. Pero no hubo nada, ninguna coincidencia o evento que diera lugar a una historia de fantasmas en esa vivienda.  Salvo por una cosa, uno de los miembros del grupo sabía algunas historias sobre Los Mistral.

Ciro, el nieto querido de la pareja anciana Delia y Ernesto Gregario, había formado pareja con Elena Mistral, una mujer de temple frío, seco y algo violenta con ambos ancianos. La pareja se casó y se mudó junto a ellos alrededor del ochenta y nueve. Dos años después,  Ernesto enfermó y murió.

Elena había tenido una hija junto a Ciro y convenció al joven de que su abuela estaría más cómoda en un departamento pequeño y así ellos podríanaprovecharque  mejor la casa y el garaje para colocar la ferretería que tanto anhelaba Ciro tener.

 La fachada cambió, dividieron el frente de la casa en dos, pero con el carácter tormentoso de Ciro el negocio no funcionó y  tomó muchas deudas.  Ya para el 94, el matrimonio se marchó, la casa nunca se vendió, y de ellos nada más se supo.

– Entonces, nada! Ningún fantasma - Me preguntó Marcos, mientras chateábamos en el Snap. – Nop! - dije yo. Bueno, algo sí me quedó en claro, el matrimonio de los ancianos  Gregario, con sus altibajos y todo fueron felices durante los años que habitaron esa casa, hasta que sus descendientes se mandaron la parte. Creo que Delia era una mujer de aspecto frío y de temperamento algo turbulento, razón por la que no habría congeniado demasiado con la esposa de su nieto.

Habían pasado unos días y me decidí. Un día otoñal tan bello de cielo azul y hojas amarillas regadas por las veredas, volví a pasar delante de la 3297, y esta vez no pasó nada. Pero entonces vi algo particular que antes no había notado. El piso superior se había venido abajo, y las vigas del techo, estaban dobladas hacia el interior, parecía aplastado, o quemado, un rayo supuse.  No había pararrayos, en la zona. Los habían sacado cuando la compañía de tv por cable, comenzó a extender el cableado, en la zona.

Caminé las dos cuadras siguientes y entré a la iglesia  del barrio, tenía pensado visitarla. El párroco fue muy amable, me conto sobre la casa de Av. Devoto y entonces supe, no todo siempre fue margaritas y flores. La abuela Delia no se llevaba tan mal con Elena, ya. Su nieta Carmen requería de su total cuidado, era una niña especial, él la describió así, no sabía los detalles.

Una noche, cayó una tormenta copiosa y el viento arrancó las chapas precarias con las que Ciro había sujetado parte del techo de la habitación de su madre, Elena intentó ayudar mientras la mujer anciana se retorcía de miedo en la cama, y mientras Ciro buscaba colocar una luz de emergencia de esas a pilas sobre una de las mesitas para poder ver bien, un rayo explotó el cielo nublado de abril y una ráfaga de viento arrancó la hoja laminada que Ciro había intentado sostener minutos antes. Hubo gritos, muchos, los vecinos no se enteraron hasta el amanecer. Y se instaló el rumor de que Elena, terminó con el brazo cercenado por el hombro, mientras la sangre brotaba a chorros de entre el musculo que lo unía a su cuello. Una vecina dije que vio el cuerpo colgando de un ventanal roto. A Elena se le había abierto la carótida, Ciro, con el cuerpo medio colgado sobre ella, debió haber visto como los ojos de su mujer se opacaban mientras las pupilas se dilataban lentamente. 

A Ciro también lo había golpeado, el dolor fue mucho mayor para él, enloqueció. La policía poco pudo hacer por el pobre diablo. Para él, la abuela  poco importaba, aunque en realidad seguía viva. Él no lo sabía pero  su mujer había arreglado la chapa para que esta cayera sobre la cama de la vieja, aplastándola al instante. Necesitaban dinero para tratar el problema de su hija. Pero había fallado, ahora ella  había pagado el pato.  Ciro y la nena desaparecieron a la mañana siguiente luego de todo el tumulto que causo en la cuadra las sirenas de la ambulancia y el bullicio de los vecinos.

El plan había salido mal. Un accidente y la herencia  quedaría para ellos, así lo había arreglado Elena, en su papel de abogada, pero ahora ella estaba muerta. La vieja se quedó sola, encerrada arriba. Nadie se enteró, ni entró a revisar, la policía había hecho todo mal. Durante días no supieron  que Elena había convencido a Ciro de sacar a la vieja del departamento que tanto les costaba pagar el alquiler y la habían traído de vuelta  a la casa la noche anterior, para matarla, según el plan de Elena.  Él se fue y nada más se supo. Dos o tres días después, los bomberos, volvieron con un arquitecto pagado por el municipio, porque la parte superior de la casa podía derrumbarse y arrastrar la medianera vecina. Y ahí estaba la abuela, con el pulso mínimo, muerta de frio. Hipotermia dijeron ellos. Fue un caso muy sonado   en su momento, pero con el tiempo  fue olvidado supongo. Delia murió durante el otoño extenso del 2000 y desde entonces  la casa quedó sola y con el primer cambio en la brisa otoñal de Abril, decían que ella aparecía, perdida y sola, vigilante.

Decidí volver y le pedí a Marcos que me acompañara. Sabía cuál era su nombre “Delia”, eso me daba poder sobre ella, supuse.. Me paré frente a la puerta y me la quedé viendo, no se veía nada raro. Pero entonces Marcos se quedó de piedra, él me hablaba bajo yo no le entendía nada de lo que me decía. Cuando me giré, me topé la cara desencajada con la mandíbula torcida y un ruido atroz que salía de una garganta, no era Delia, era Carmen, su nieta,  en un flash mental, la reconocí de forma inmediata por las fotos que me mostró el párroco que guardaba en el templo de todos sus feligreses.  Pero Carmen estaba viva, no muerta y cuando bajé la vista hacia el cuerpo de Marcos que yacía en cuclillas temblando en el suelo, ella le asesto un golpe en el cráneo con el mango de algo. La sangre brotaba, no pude hacer nada. Un estruendo resonó en mi cabeza, me había reventado la mandíbula con el mango de la cuchilla y un dolor sordo, me ahogó la sangre y los fluidos se escapaban de mi boca, me había mordido la lengua y tragué como pude pero ya no podía respirar, mis pensamientos fluían como la sangre que manaba sin cesar de la cabeza de Marcos.

Fueron segundos, pero sentí un dolor  agudo en la cabeza y me vi atravesando el portón de entrada de la casa, me golpee el cuerpo contra el vitral del hall de entrada de la casa. No llegué a incorporarme, sentí un dolor punzante que me ascendió por el brazo, de pronto tenía un cuchillo clavado en el antebrazo. La agarré del cuello con la mano sana y se lo retorcí en la desesperación, me  estremecí de ira, de pronto a sus espaldas, vi un filo elevado y Delia apareció detrás de Carmen. Algo ocurrió y ella cayó al suelo con un alarido apagado, su cuerpo exangüe boca abajo, con el brazo que aún sostenía el cuchillo con el que me atacó y su cara y sus ojos abiertos miraban fijo el Sen de campo de la entrada. Delia me sonrió y me desvanecí.

La brisa cálida sopló de nuevo, abrí los ojos  y Delia no estaba más. Se había ido finalmente, quién había sido su inocente  carcelera, Carmen, también descansaba en paz. La pobre chica había estado enferma desde sus inicios, “demente”, decía su familia. había  sufrido un daño cerebral mientras estaba en la cuna. Y luego del accidente había sido oculta y  resguardada por Delia, mientras la niña crecía,  la cordura de la vieja se desvanecía.

 Carmen había permanecido sola allí. Se había alimentado de las alimañas de la casa. Delia no podía irse, lo sabía, algo había dejado atrás en este mundo.

Me repuse de mis heridas en el hospital y supe que Marcos estaba recuperándose, con un gran corte sobre  la sien izquierda y un chichón de canto en el mismo costado.

Nunca más volví a pasar por la 3297 de Av. Devoto. Cada vez que siento ese viento fuerte de abril aún impregnado en mí, trayendo a mi memoria la figura de una Carmen delgada y enloquecida, vigilada siempre por el espíritu de su abuela, mi cuerpo se estremece hasta entumecerse todo. Al fin y al cabo, aquel,  sí que resultó siendo un otoño de lo más peculiar. FIN-

Un otoño peculiar

Por Sunny

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