La brisa sopla del nordeste y es un
viento frío y turbulento que en ocasiones te obliga a replantearte si te
conviene seguir en ruta o volver a tu casa tan confortable.
Lo mío duró solo unos segundos y
mientras lo analizaba, estuve lavando mis zapatos durante algunos minutos. No
quería que su energía, la de “aquello” que se me había adherido, también se
impregnara en el resto de la casa. Le di vuelta al asunto un rato, hasta que
empecé a rememorar todo.
Yo iba de camino a hacer las
compras, tendría que haber cruzado la calle Navarro, pero en la esquina estaba
Juan López, no era vecino del barrio pero siempre andaba molestando por ahí,
pidiéndole a la gente que pasaba guita para la birra, con la excusa de sus
hijos pequeños y su enfermedad, así que
decidí girar por Av. Devoto. Curioso,
nunca había tomado esta calle, le habían cambiado el nombre durante los
meses que viví en España, todo era nuevo.
Caminé unos pasos y creí ver la
silueta de una persona robusta que
tendría unos 60 años de edad. Vestía una
camisola blanca abotonada, de esas que usaban las abuelas a fines de los 80´
cuando tomaban mate mientras barrían la vereda; ella tenía el pelo blanco y
rizado, su aspecto era desaliñado cuando
se movió hacia mí, me alteró y entonces el viento me golpeó en la cara y se
cortó mi respiración. Me giré bruscamente en sentido contrario y fueron solo
tres segundos, cuando volví a mirar en sentido a la casa vieja y el sen de campo,
la silueta había desaparecido. Algo me impulsó a darme vuelta y no fue
justamente el viento, Me golpeó y sujetó fuertemente otra vez, no podía
desembarazarme de aquello, y allí lo supe. Se había adherido a mí, no sabía que
era, un aura o una presencia. Sentir
eso me asustó y me hizo estremecer, lo
que me atravesó no era una brisa normal.
Pasé por delante de su casa, porque esa debió de serlo, al menos años atrás
cuando todavía vivía. La vista se me nublo, no vi bien pero en la puerta
desvencijada había un cartel, una pizarra marrón escrita con tiza, algo. El
texto estaba borroneado, pero leí claramente la “FANTASMA DE AV. DEVOTO” y el
número de la vivienda, el resto no se leía. La vista se me compuso cuando giré
en la esquina y vi a unos vecinos charlando en el umbral de un edificio.
Ya no estaba tiritando, pero la
sensación helada y húmeda seguía en mí, y la figura de esa mujer parada en
forma grotesca, parecía enojada o muy confundida. No intenté ser muy racional,
el viento repentino me asusto y pensé
que ella me iba a atacar, me giré, cuando volví la vista ya no estaba y
avancé igual. No lo había imaginado del todo, era un fantasma, eso lo sé.
Ese día, más tarde, ni bien terminé
de hacer las compras me volví a casa y antes de cruzar la puerta de entrada,
tuve la necesidad de quitarme los zapatos y dejarlos ahí afuera. Y así entré,
el piso estaba helado, pero fue la sensación ms segura que tuve durante el
resto de esa tarde. Y entonces limpié los zapatos y rocié con desinfectante de
alcohol la bolsa de las compras, siempre lo hacía pero esta vez, lo acompañé de
una oración.
Le serví un mate a mi amigo Marcos, que había venido de visita a
casa. Siempre fui de mente abierta, pero nunca había tenido alguna experiencia
paranormal, pero esto lo comprobó.
- Tenía que ser ella estaba enojada
y muy confundida, quizás era simplemente una aparición, por eso desapareció
cuando me volví, ya no le presté atención y se fue - Le dije a Marcos.
- Por las dudas evitá volver a pasar por ahí, te vió, eso no es bueno.
No sentiste nada raro? - Dijo Marcos.
- Desde cuando vos crees en
fantasmas, Marcos. Justo vos.. – Le dije yo.
El me miró y se quedó callado unos
segundos. – Te lo digo enserio, te conté de las experiencias que habían tenido
mis viejos con la casona de la cúpula de Crisolito Larralde, no?. Yo no creo,
bueno no tanto, pero algo paso ahí y mis viejos lo vieron y lo sintieron. Tardaron meses de librarse de la sensación de
que algo de eso se quedó con ellos y entonces pasó todo lo que pasó -
Después de cenar, limpié y escuché
música durante un rato, e Investigué un poco sobre esa casa, la 3297 de Av.
Devoto. A fines de los 80´ allí vivieron varias generaciones de la familia
Gregario, una pareja española del norte, de las islas Baleares, criaron a sus
hijos y sus nietos en ese lugar. Y luego
llegaron los Mistral a vivir ahí a principios de los 90. No había nada
fuera de lo común. Entonces quién podía ser ese fantasma enojado que vi aquel
primer día de helada brisa otoñal.
Había pasado casi una semana de mi
experiencia y aproveché mi tiempo libre en casa para leer, me resultaba curioso
todo este asunto del fantasma de Av. Devoto, como le había llamado yo. Busqué
en internet y de casualidad di con una publicación de Facebook del grupo de
“Cúpulas de la ciudad” Y se me ocurrió preguntar si alguien sabía algo respecto
a esta casa de Villa Santa Rita, tan cerca de mi propia casa. Pero no hubo
nada, ninguna coincidencia o evento que diera lugar a una historia de fantasmas
en esa vivienda. Salvo por una cosa, uno
de los miembros del grupo sabía algunas historias sobre Los Mistral.
Ciro, el nieto querido de la pareja
anciana Delia y Ernesto Gregario, había formado pareja con Elena Mistral, una
mujer de temple frío, seco y algo violenta con ambos ancianos. La pareja se
casó y se mudó junto a ellos alrededor del ochenta y nueve. Dos años
después, Ernesto enfermó y murió.
Elena había tenido una hija junto a
Ciro y convenció al joven de que su abuela estaría más cómoda en un
departamento pequeño y así ellos podríanaprovecharque mejor la casa y el garaje para colocar la
ferretería que tanto anhelaba Ciro tener.
La fachada cambió, dividieron el frente de la
casa en dos, pero con el carácter tormentoso de Ciro el negocio no funcionó
y tomó muchas deudas. Ya para el 94, el matrimonio se marchó, la
casa nunca se vendió, y de ellos nada más se supo.
– Entonces, nada! Ningún fantasma -
Me preguntó Marcos, mientras chateábamos en el Snap. – Nop! - dije yo. Bueno,
algo sí me quedó en claro, el matrimonio de los ancianos Gregario, con sus altibajos y todo fueron
felices durante los años que habitaron esa casa, hasta que sus descendientes se
mandaron la parte. Creo que Delia era una mujer de aspecto frío y de
temperamento algo turbulento, razón por la que no habría congeniado demasiado
con la esposa de su nieto.
Habían pasado unos días y me decidí.
Un día otoñal tan bello de cielo azul y hojas amarillas regadas por las
veredas, volví a pasar delante de la 3297, y esta vez no pasó nada. Pero
entonces vi algo particular que antes no había notado. El piso superior se
había venido abajo, y las vigas del techo, estaban dobladas hacia el interior,
parecía aplastado, o quemado, un rayo supuse.
No había pararrayos, en la zona. Los habían sacado cuando la compañía de
tv por cable, comenzó a extender el cableado, en la zona.
Caminé
las dos cuadras siguientes y entré a la iglesia
del barrio, tenía pensado visitarla. El párroco fue muy amable, me conto
sobre la casa de Av. Devoto y entonces supe, no todo siempre fue margaritas y
flores. La abuela Delia no se llevaba tan mal con Elena, ya. Su nieta Carmen
requería de su total cuidado, era una niña especial, él la describió así, no
sabía los detalles.
Una noche, cayó una tormenta copiosa
y el viento arrancó las chapas precarias con las que Ciro había sujetado parte
del techo de la habitación de su madre, Elena intentó ayudar mientras la mujer
anciana se retorcía de miedo en la cama, y mientras Ciro buscaba colocar una
luz de emergencia de esas a pilas sobre una de las mesitas para poder ver bien,
un rayo explotó el cielo nublado de abril y una ráfaga de viento arrancó la
hoja laminada que Ciro había intentado sostener minutos antes. Hubo gritos,
muchos, los vecinos no se enteraron hasta el amanecer. Y se instaló el rumor de
que Elena, terminó con el brazo cercenado por el hombro, mientras la sangre
brotaba a chorros de entre el musculo que lo unía a su cuello. Una vecina dije
que vio el cuerpo colgando de un ventanal roto. A Elena se le había abierto la
carótida, Ciro, con el cuerpo medio colgado sobre ella, debió haber visto como
los ojos de su mujer se opacaban mientras las pupilas se dilataban
lentamente.
A Ciro también lo había golpeado, el
dolor fue mucho mayor para él, enloqueció. La policía poco pudo hacer por el
pobre diablo. Para él, la abuela poco
importaba, aunque en realidad seguía viva. Él no lo sabía pero su mujer había arreglado la chapa para que
esta cayera sobre la cama de la vieja, aplastándola al instante. Necesitaban
dinero para tratar el problema de su hija. Pero había fallado, ahora ella había pagado el pato. Ciro y la nena desaparecieron a la mañana
siguiente luego de todo el tumulto que causo en la cuadra las sirenas de la
ambulancia y el bullicio de los vecinos.
El plan había salido mal. Un
accidente y la herencia quedaría para
ellos, así lo había arreglado Elena, en su papel de abogada, pero ahora ella
estaba muerta. La vieja se quedó sola, encerrada arriba. Nadie se enteró, ni
entró a revisar, la policía había hecho todo mal. Durante días no supieron que Elena había convencido a Ciro de sacar a
la vieja del departamento que tanto les costaba pagar el alquiler y la habían
traído de vuelta a la casa la noche
anterior, para matarla, según el plan de Elena.
Él se fue y nada más se supo. Dos o tres días después, los bomberos,
volvieron con un arquitecto pagado por el municipio, porque la parte superior
de la casa podía derrumbarse y arrastrar la medianera vecina. Y ahí estaba la
abuela, con el pulso mínimo, muerta de frio. Hipotermia dijeron ellos. Fue un
caso muy sonado en su momento, pero con
el tiempo fue olvidado supongo. Delia
murió durante el otoño extenso del 2000 y desde entonces la casa quedó sola y con el primer cambio en
la brisa otoñal de Abril, decían que ella aparecía, perdida y sola, vigilante.
Decidí volver y le pedí a Marcos que
me acompañara. Sabía cuál era su nombre “Delia”, eso me daba poder sobre ella,
supuse.. Me paré frente a la puerta y me la quedé viendo, no se veía nada raro.
Pero entonces Marcos se quedó de piedra, él me hablaba bajo yo no le entendía
nada de lo que me decía. Cuando me giré, me topé la cara desencajada con la
mandíbula torcida y un ruido atroz que salía de una garganta, no era Delia, era
Carmen, su nieta, en un flash mental, la
reconocí de forma inmediata por las fotos que me mostró el párroco que guardaba
en el templo de todos sus feligreses.
Pero Carmen estaba viva, no muerta y cuando bajé la vista hacia el
cuerpo de Marcos que yacía en cuclillas temblando en el suelo, ella le asesto
un golpe en el cráneo con el mango de algo. La sangre brotaba, no pude hacer
nada. Un estruendo resonó en mi cabeza, me había reventado la mandíbula con el
mango de la cuchilla y un dolor sordo, me ahogó la sangre y los fluidos se
escapaban de mi boca, me había mordido la lengua y tragué como pude pero ya no
podía respirar, mis pensamientos fluían como la sangre que manaba sin cesar de
la cabeza de Marcos.
Fueron segundos, pero sentí un
dolor agudo en la cabeza y me vi
atravesando el portón de entrada de la casa, me golpee el cuerpo contra el
vitral del hall de entrada de la casa. No llegué a incorporarme, sentí un dolor
punzante que me ascendió por el brazo, de pronto tenía un cuchillo clavado en
el antebrazo. La agarré del cuello con la mano sana y se lo retorcí en la
desesperación, me estremecí de ira, de
pronto a sus espaldas, vi un filo elevado y Delia apareció detrás de Carmen.
Algo ocurrió y ella cayó al suelo con un alarido apagado, su cuerpo exangüe
boca abajo, con el brazo que aún sostenía el cuchillo con el que me atacó y su
cara y sus ojos abiertos miraban fijo el Sen de campo de la entrada. Delia me
sonrió y me desvanecí.
La brisa cálida sopló de nuevo, abrí
los ojos y Delia no estaba más. Se había
ido finalmente, quién había sido su inocente
carcelera, Carmen, también descansaba en paz. La pobre chica había
estado enferma desde sus inicios, “demente”, decía su familia. había sufrido un daño cerebral mientras estaba en
la cuna. Y luego del accidente había sido oculta y resguardada por Delia, mientras la niña
crecía, la cordura de la vieja se
desvanecía.
Carmen había permanecido sola allí. Se había
alimentado de las alimañas de la casa. Delia no podía irse, lo sabía, algo
había dejado atrás en este mundo.
Me
repuse de mis heridas en el hospital y supe que Marcos estaba recuperándose,
con un gran corte sobre la sien
izquierda y un chichón de canto en el mismo costado.
Nunca más volví a pasar por la 3297
de Av. Devoto. Cada vez que siento ese viento fuerte de abril aún impregnado en
mí, trayendo a mi memoria la figura de una Carmen delgada y enloquecida,
vigilada siempre por el espíritu de su abuela, mi cuerpo se estremece hasta
entumecerse todo. Al fin y al cabo, aquel,
sí que resultó siendo un otoño de lo más peculiar. FIN-
Un otoño peculiar
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