jueves, 15 de junio de 2023

SOBREVIVIENTE

      —Sheriff, ¿podrían al menos quitarme las esposas?

—Lo lamento, por ahora es preferible que se quede así.

—Ustedes creen que yo los maté, ¿verdad?

—¿ Y qué le importa lo que pensemos nosotros? Preocúpese mejor por lo que indican las pruebas.

—Claro, claro. Las pruebas…

—Volvamos al principio, Smith. Guau, vaya historia para decir en voz alta sin sonrojarse ¿Le suena razonable lo que ha declarado?

—Bueno, no… ¡No lo sé! Mire, jefe; no se trata de ser razonables. Por más que parezca una locura, yo que usted lo tomaría en serio. Todos aquí corremos peligro. De hecho, debería evacuar el pueblo ahora mismo.

—¿Evacuar? Deje de tomarnos el pelo, hombre.

—¡Es que usted no entiende!

—Es usted el que no entiende el problema en que se ha metido… ¡Ayudante! ¿Por qué está tan callado? Me gustaría oír su opinión.

—Creo que es una mierda de caballo grande como una pirámide, señor, con todo respeto. Este tipo está completamente loco o, en el mejor de los casos, nos toma por idiotas. Tampoco me convence el acto de las manos temblorosas y el tonito crispado. Está claro que miente.

—¡No miento! ¡Esos hombres eran mis amigos! ¡Púdrase!

—Ya, ya, caballeros.

—Hay otro problema, sheriff. Creo que deberíamos encausar las declaraciones del señor Smith antes de que llegue el comité de investigación. Todo este asunto se ve muy desprolijo.

—Correcto, Randy, tiene razón. Los oficiales Bobo y Dickinson tienen instrucciones de llevarlos a la escena del crimen antes de traerlos aquí. Con eso ganaremos algo de tiempo. Smith, présteme atención, por favor. Repasemos la noche anterior. ¿Qué demonios hacía la división forestal a esa hora de la noche en la zona de Greyson Peak? 

—Ya se lo dije.

—Dígamelo de nuevo. Las mentiras suelen enriquecerse con la repetición.

—Nuestro turno termina a las cinco. Pero ayer teníamos una reunión con los hombres del sindicato. ¿Le mencioné que la SFPA nos obliga a trasladarnos a Canadá? Bueno, nos enteramos que el mismo Jamie O´Ryan haría acto de presencia y los muchachos pensaron que sería buena idea agasajarlo con hamburguesas y cerveza local.

—Ya. Pero la gente del sindicato no se presentó, ¿o sí?

—No. Aparentemente tuvieron que acudir a resolver un problema de «ligas mayores» así que la reunión se pospuso para más adelante. Como se podrá imaginar, todo el mundo se sintió desalentado. Carl Merrick tenía una declaración que quería leer y Dick… Dick Sanchez, el capataz, anotó en un cuaderno todas las preguntas que debíamos hacer. Parecíamos críos que se han quedado sin su regalo de navidad. Algunos ya nos disponíamos a bajar al pueblo pero Steve insistió en aprovechar la carne y las cervezas y, pensándolo bien, hubiera sido una lástima desperdiciar la ocasión.

—¿A qué Steve se refiere?

—Steve Halloran. El otro se apellida Harris.

—¿Y qué pasó después?

—Comimos y bebimos, conversamos, hicimos las bromas habituales… Carl se pintó la cara con carbón y se puso a imitar a James Brown, Murray se tiró pedos ¿A qué se refiere con «qué pasó después»? ¿No escuchó lo que le conté antes? ¡Fuimos atacados!

—Usted dijo en la primera declaración y cito: «En algún momento Skinny Red se fue a mear. Estaba bastante borracho y como tardaba en volver, Dick Sanchez y Steve Harris fueron a buscarlo. Al rato oímos que gritaban, nos llamaban. Corrimos en la dirección de las voces y los encontramos completamente inmóviles, asomados a una especie de fosa. Miraban hacia el fondo con expresión absorta. Cuando nos acercamos vimos que ahí abajo había un ataúd. ¡Un ataúd! ¡En el medio del bosque! Solo que no era uno común y corriente. Este era ancho y profundo como un sarcófago y en lugar de madera parecía estar hecho de metal».

—Sí, así fue. Necesito un cigarrillo.

—Randy, por favor, convídele un cigarrillo a nuestro invitado.

—Gracias. Entiendan que no es fácil contar esto. En ese momento Skinny, Dick y Harris bajaron a la fosa y comenzaron a empujar la tapa con la intención de abrirla. Nosotros no lo podíamos creer. Les gritábamos que se detuvieran, pero ellos no nos hacían caso. Parecían poseídos. Al mismo tiempo, empezamos a oír un zumbido. Una cosa infernal que te taladraba el cerebro como si hubieran prendido uno de esos trituradores de corteza. Y lo peor es que junto al zumbido tuvimos la sensación de que algo o alguien nos estaba leyendo el pensamiento… y dolía, dolía como el infierno. Halloran se llevó las manos a los oídos y cayó de rodillas. Merrick se hamacaba y lloraba como un chico.

—Señor Smith, usted dijo antes que Merrick arrojó una piedra contra la tapa del ataúd y que eso frenó el sonido. Así lograron escapar.

—¿Eso dije? Qué extraño.

—Mmm.

—El que arrojó la piedra fui yo. Fue lo único que se me ocurrió y fue una suerte que funcionara. Al desaparecer el zumbido recobramos la compostura. Los chicos que estaban en la fosa salieron del trance y comenzaron a trepar con desesperación para salir de ahí. A través de la hendija entreabierta de la tapa vimos asomarse un rostro pálido. Tenía los ojos abiertos y eran completamente negros… Oiga, dígale a su ayudante que cambie la expresión o no diré una palabra más. 

—Randy, por favor.

—Nos está haciendo perder el tiempo, sheriff.

—Déjeme decidir eso a mí. Señor Smith, le pido que continúe ¿Qué sucedió a continuación?

—Fue una pesadilla. Huimos hacia el obrador en una carrera desesperada. El bosque parecía haber cobrado vida y se esforzaba en detenernos. Raíces y zarzas se interponían en nuestro camino. Las ramas nos azotaban la cara a pesar de no soplar viento. Una vez en el claro, buscamos herramientas con qué defendernos. Hachas, machetes… recuerdo haber visto que el gordo Carson tomaba una motosierra. Entonces nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Aparecieron desde las sombras. Nos rodearon. Esos… monstruos. No sé ni cómo describirlos. Un ciervo adulto parado en dos patas, con unas fauces enormes y llenas de colmillos, atacó a Steve Harris. Le arrancó un pedazo de un mordisco. Todos gritamos. No había forma de procesar lo que ocurría. Unas siluetas vagamente antropomórficas nos cayeron encima. Eran alimañas que habían mutado hasta alcanzar el tamaño de un hombre. En el medio de aquel caos, me vi trenzado en una pelea cuerpo a cuerpo con un murciélago humanoide. Su repulsiva cabeza emitía unos chillidos insoportables mientras intentaba clavarme unos dientes como agujas en el cuello. Su cuerpo era blando y desprendía un calor febril… y apestaba. Oh, dios mío, aquel olor…

—Discúlpeme. Usted dijo que el hombre siniestro, el mismo que habían visto en la tumba, estaba presente durante el ataque y que, según sus propias palabras, controlaba mentalmente a estos seres. Pero fíjese que ahora no lo menciona.

—Es que todavía no llegué a esa parte, jefe. Como le dije; la situación era un caos. Yo luchaba por mantener al murciélago lejos de mi yugular al tiempo que tanteaba mi cinturón para alcanzar el cuchillo. Cuando lo hice no dudé en apuñalar a la bestia hasta sacármela de encima. Me limpié la sangre de los ojos y me enderecé justo a tiempo para ver como el gordo Carson enterraba la motosierra en el pecho del ciervo. Steve Harris yacía muerto en el suelo en una posición antinatural. Los otros forcejeaban en una lucha desigual. Los homúnculos seguían saliendo de las sombras y nos superaban en número. Uno de ellos clavó sus garras en el pecho de Carl Merrick y le arrancó el corazón con la misma facilidad con la que se destripa un pescado. Me di vuelta para correr y me encontré de frente con el hombre siniestro. Sostenía a Skinny Red por los hombros y sonreía con una expresión que era como un rictus cadavérico. Skinny intentó decirme algo pero el tipo le arrancó la cabeza de cuajo. Trastabillé y apuñalé el aire con mi cuchillo luchando para no desmayarme de terror. A mi alrededor se estaba produciendo una carnicería. Entre los alaridos de mis compañeros y los gruñidos de las bestias, creí que perdería la razón. No entiendo como logré coordinar mis movimientos para escapar de semejante escenario. Las monstruos intentaron seguirme, pero el hombre siniestro levantó una mano para que me dejaran marchar. «Nos volveremos a ver», dijo. Las palabras, por supuesto,  me estremecieron, pero aquel gesto magnánimo me pareció cien veces peor. De alguna manera, recordar eso empeora las cosas. Quiero decir,  me hace daño cada vez que quiero procesar los hechos. No tengo muy claro que sucedió después, lo único que sé es que deambulé durante horas. Atravesé el bosque, crucé el valle, vadeé arroyos y barrancos hasta que finalmente di con el camino que desembocaba en la carretera. Apenas recuerdo al ayudante Randy deteniendo la patrulla a mi lado y preguntándome si necesitaba un aventón. Toda esa parte se me hace borrosa. Siento que alguien usó mi cerebro como una vieja cinta de VHS, grabando, borrando y volviendo a grabar.

—Fíjese qué curioso, Smith. Usted ha repetido la historia de forma casi idéntica, pero en este último punto ha cometido un error. El ayudante, aquí a mi lado, no lo recogió en la carretera. Usted entró al pueblo caminando por su cuenta y Randy lo interceptó cerca de la plaza ¿No es así, colega?

—Correcto, sheriff. El señor Smith estaba cubierto de sangre de pies a cabeza y sostenía un cuchillo de cacería. Si eso no es un código 417K no sé lo que es.

—Bien. A propósito, Randy: ¿por qué no veo la patrulla estacionada afuera?

—Oh, es que… tuve que llevarla al taller esta mañana.

—¿Al taller? ¿De qué demonios está hablando?

—Por un problema con el alternador.

—¡Sheriff! Le repito que fue el ayudante quién me levantó en la carretera. Pero… Oh dios, ahora lo recuerdo. En el medio del camino fuimos interceptados por… por…

—¡Silencio Smith! ¿No cree que ya ha dicho suficiente? Ayudante, no entiendo cómo pudo llevar la patrulla al taller. No existe ningún taller mecánico en todo el maldito lugar. Aquí las reparaciones las realiza el viejo Keaton, y usted lo sabe.

—Sí, creo que… sí. El problema no fue la patrulla, el problema es que había sangre por todas partes… y su voz era dulce pero también lastimaba los oídos. Estaba en todas partes… latía, latía como un corazón inmenso.

—¿De qué habla? ¿Qué significa esto?

—¡Oh, por dios, sheriff! ¡Quíteme las esposas!

—¿Randy?

—Sangre… hablo de sangre. Una cosmogonía de sufrimiento latiendo al unísono.

—¿Randy?

— Ya lo verá. Se lo demostraré.

—¡Dispárele! ¡Dispárele!  

—¿Randy…?      

                                                                ***

Consigna: Escribe un cuento de terror en base a imágenes

Seudónimo: Síndrome de Marfan

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