—Sheriff, ¿podrían al
menos quitarme las esposas?
—Lo
lamento, por ahora es preferible que se quede así.
—Ustedes
creen que yo los maté, ¿verdad?
—¿
Y qué le importa lo que pensemos nosotros? Preocúpese mejor por lo que indican
las pruebas.
—Claro,
claro. Las pruebas…
—Volvamos
al principio, Smith. Guau, vaya historia para decir en voz alta sin sonrojarse ¿Le
suena razonable lo que ha declarado?
—Bueno,
no… ¡No lo sé! Mire, jefe; no se trata de ser razonables. Por más que parezca
una locura, yo que usted lo tomaría en serio. Todos aquí corremos peligro. De
hecho, debería evacuar el pueblo ahora mismo.
—¿Evacuar?
Deje de tomarnos el pelo, hombre.
—¡Es
que usted no entiende!
—Es
usted el que no entiende el problema en que se ha metido… ¡Ayudante! ¿Por qué
está tan callado? Me gustaría oír su opinión.
—Creo
que es una mierda de caballo grande como una pirámide, señor, con todo respeto.
Este tipo está completamente loco o, en el mejor de los casos, nos toma por
idiotas. Tampoco me convence el acto de las manos temblorosas y el tonito
crispado. Está claro que miente.
—¡No
miento! ¡Esos hombres eran mis amigos! ¡Púdrase!
—Ya,
ya, caballeros.
—Hay
otro problema, sheriff. Creo que deberíamos encausar las declaraciones del
señor Smith antes de que llegue el comité de investigación. Todo este asunto se
ve muy desprolijo.
—Correcto,
Randy, tiene razón. Los oficiales Bobo y Dickinson tienen instrucciones de
llevarlos a la escena del crimen antes de traerlos aquí. Con eso ganaremos algo
de tiempo. Smith, présteme atención, por favor. Repasemos la noche anterior.
¿Qué demonios hacía la división forestal a esa hora de la noche en la zona de
Greyson Peak?
—Ya
se lo dije.
—Dígamelo
de nuevo. Las mentiras suelen enriquecerse con la repetición.
—Nuestro
turno termina a las cinco. Pero ayer teníamos una reunión con los hombres del
sindicato. ¿Le mencioné que la SFPA nos obliga a trasladarnos a Canadá? Bueno, nos
enteramos que el mismo Jamie O´Ryan haría acto de presencia y los muchachos
pensaron que sería buena idea agasajarlo con hamburguesas y cerveza local.
—Ya.
Pero la gente del sindicato no se presentó, ¿o sí?
—No.
Aparentemente tuvieron que acudir a resolver un problema de «ligas mayores» así
que la reunión se pospuso para más adelante. Como se podrá imaginar, todo el
mundo se sintió desalentado. Carl Merrick tenía una declaración que quería leer
y Dick… Dick Sanchez, el capataz, anotó en un cuaderno todas las preguntas que
debíamos hacer. Parecíamos críos que se han quedado sin su regalo de navidad. Algunos
ya nos disponíamos a bajar al pueblo pero Steve insistió en aprovechar la carne
y las cervezas y, pensándolo bien, hubiera sido una lástima desperdiciar la
ocasión.
—¿A
qué Steve se refiere?
—Steve
Halloran. El otro se apellida Harris.
—¿Y
qué pasó después?
—Comimos
y bebimos, conversamos, hicimos las bromas habituales… Carl se pintó la cara
con carbón y se puso a imitar a James Brown, Murray se tiró pedos ¿A qué se
refiere con «qué pasó después»? ¿No escuchó lo que le conté antes? ¡Fuimos atacados!
—Usted
dijo en la primera declaración y cito: «En algún momento Skinny Red se fue a
mear. Estaba bastante borracho y como tardaba en volver, Dick Sanchez y Steve
Harris fueron a buscarlo. Al rato oímos que gritaban, nos llamaban. Corrimos en
la dirección de las voces y los encontramos completamente inmóviles, asomados a
una especie de fosa. Miraban hacia el fondo con expresión absorta. Cuando nos
acercamos vimos que ahí abajo había un ataúd. ¡Un ataúd! ¡En el medio del
bosque! Solo que no era uno común y corriente. Este era ancho y profundo como
un sarcófago y en lugar de madera parecía estar hecho de metal».
—Sí,
así fue. Necesito un cigarrillo.
—Randy,
por favor, convídele un cigarrillo a nuestro invitado.
—Gracias.
Entiendan que no es fácil contar esto. En ese momento Skinny, Dick y Harris
bajaron a la fosa y comenzaron a empujar la tapa con la intención de abrirla.
Nosotros no lo podíamos creer. Les gritábamos que se detuvieran, pero ellos no
nos hacían caso. Parecían poseídos. Al mismo tiempo, empezamos a oír un
zumbido. Una cosa infernal que te taladraba el cerebro como si hubieran
prendido uno de esos trituradores de corteza. Y lo peor es que junto al zumbido
tuvimos la sensación de que algo o alguien nos estaba leyendo el pensamiento… y
dolía, dolía como el infierno. Halloran se llevó las manos a los oídos y cayó
de rodillas. Merrick se hamacaba y lloraba como un chico.
—Señor
Smith, usted dijo antes que Merrick arrojó una piedra contra la tapa del ataúd
y que eso frenó el sonido. Así lograron escapar.
—¿Eso
dije? Qué extraño.
—Mmm.
—El
que arrojó la piedra fui yo. Fue lo único que se me ocurrió y fue una suerte
que funcionara. Al desaparecer el zumbido recobramos la compostura. Los chicos
que estaban en la fosa salieron del trance y comenzaron a trepar con
desesperación para salir de ahí. A través de la hendija entreabierta de la tapa
vimos asomarse un rostro pálido. Tenía los ojos abiertos y eran completamente
negros… Oiga, dígale a su ayudante que cambie la expresión o no diré una
palabra más.
—Randy,
por favor.
—Nos
está haciendo perder el tiempo, sheriff.
—Déjeme
decidir eso a mí. Señor Smith, le pido que continúe ¿Qué sucedió a
continuación?
—Fue
una pesadilla. Huimos hacia el obrador en una carrera desesperada. El bosque
parecía haber cobrado vida y se esforzaba en detenernos. Raíces y zarzas se
interponían en nuestro camino. Las ramas nos azotaban la cara a pesar de no
soplar viento. Una vez en el claro, buscamos herramientas con qué defendernos.
Hachas, machetes… recuerdo haber visto que el gordo Carson tomaba una
motosierra. Entonces nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Aparecieron desde
las sombras. Nos rodearon. Esos… monstruos. No sé ni cómo describirlos. Un
ciervo adulto parado en dos patas, con unas fauces enormes y llenas de
colmillos, atacó a Steve Harris. Le arrancó un pedazo de un mordisco. Todos
gritamos. No había forma de procesar lo que ocurría. Unas siluetas vagamente
antropomórficas nos cayeron encima. Eran alimañas que habían mutado hasta
alcanzar el tamaño de un hombre. En el medio de aquel caos, me vi trenzado en
una pelea cuerpo a cuerpo con un murciélago humanoide. Su repulsiva cabeza
emitía unos chillidos insoportables mientras intentaba clavarme unos dientes
como agujas en el cuello. Su cuerpo era blando y desprendía un calor febril… y
apestaba. Oh, dios mío, aquel olor…
—Discúlpeme.
Usted dijo que el hombre siniestro, el mismo que habían visto en la tumba, estaba
presente durante el ataque y que, según sus propias palabras, controlaba
mentalmente a estos seres. Pero fíjese que ahora no lo menciona.
—Es
que todavía no llegué a esa parte, jefe. Como le dije; la situación era un
caos. Yo luchaba por mantener al murciélago lejos de mi yugular al tiempo que
tanteaba mi cinturón para alcanzar el cuchillo. Cuando lo hice no dudé en
apuñalar a la bestia hasta sacármela de encima. Me limpié la sangre de los ojos
y me enderecé justo a tiempo para ver como el gordo Carson enterraba la
motosierra en el pecho del ciervo. Steve Harris yacía muerto en el suelo en una
posición antinatural. Los otros forcejeaban en una lucha desigual. Los
homúnculos seguían saliendo de las sombras y nos superaban en número. Uno de
ellos clavó sus garras en el pecho de Carl Merrick y le arrancó el corazón con
la misma facilidad con la que se destripa un pescado. Me di vuelta para correr
y me encontré de frente con el hombre siniestro. Sostenía a Skinny Red por los
hombros y sonreía con una expresión que era como un rictus cadavérico. Skinny
intentó decirme algo pero el tipo le arrancó la cabeza de cuajo. Trastabillé y
apuñalé el aire con mi cuchillo luchando para no desmayarme de terror. A mi
alrededor se estaba produciendo una carnicería. Entre los alaridos de mis
compañeros y los gruñidos de las bestias, creí que perdería la razón. No
entiendo como logré coordinar mis movimientos para escapar de semejante
escenario. Las monstruos intentaron seguirme, pero el hombre siniestro levantó
una mano para que me dejaran marchar. «Nos volveremos a ver», dijo. Las
palabras, por supuesto, me
estremecieron, pero aquel gesto magnánimo me pareció cien veces peor. De alguna
manera, recordar eso empeora las cosas. Quiero decir, me hace daño cada vez que quiero procesar los
hechos. No tengo muy claro que sucedió después, lo único que sé es que deambulé
durante horas. Atravesé el bosque, crucé el valle, vadeé arroyos y barrancos hasta
que finalmente di con el camino que desembocaba en la carretera. Apenas
recuerdo al ayudante Randy deteniendo la patrulla a mi lado y preguntándome si necesitaba
un aventón. Toda esa parte se me hace borrosa. Siento que alguien usó mi
cerebro como una vieja cinta de VHS, grabando, borrando y volviendo a grabar.
—Fíjese
qué curioso, Smith. Usted ha repetido la historia de forma casi idéntica, pero
en este último punto ha cometido un error. El ayudante, aquí a mi lado, no lo
recogió en la carretera. Usted entró al pueblo caminando por su cuenta y Randy
lo interceptó cerca de la plaza ¿No es así, colega?
—Correcto,
sheriff. El señor Smith estaba cubierto de sangre de pies a cabeza y sostenía un
cuchillo de cacería. Si eso no es un código 417K no sé lo que es.
—Bien.
A propósito, Randy: ¿por qué no veo la patrulla estacionada afuera?
—Oh,
es que… tuve que llevarla al taller esta mañana.
—¿Al
taller? ¿De qué demonios está hablando?
—Por
un problema con el alternador.
—¡Sheriff!
Le repito que fue el ayudante quién me levantó en la carretera. Pero… Oh dios, ahora
lo recuerdo. En el medio del camino fuimos interceptados por… por…
—¡Silencio
Smith! ¿No cree que ya ha dicho suficiente? Ayudante, no entiendo cómo pudo
llevar la patrulla al taller. No existe ningún taller mecánico en todo el
maldito lugar. Aquí las reparaciones las realiza el viejo Keaton, y usted lo
sabe.
—Sí,
creo que… sí. El problema no fue la patrulla, el problema es que había sangre
por todas partes… y su voz era dulce pero también lastimaba los oídos. Estaba
en todas partes… latía, latía como un corazón inmenso.
—¿De
qué habla? ¿Qué significa esto?
—¡Oh,
por dios, sheriff! ¡Quíteme las esposas!
—¿Randy?
—Sangre…
hablo de sangre. Una cosmogonía de sufrimiento latiendo al unísono.
—¿Randy?
—
Ya lo verá. Se lo demostraré.
—¡Dispárele!
¡Dispárele!
—¿Randy…?
***
Consigna:
Escribe un cuento de terror en base a imágenes
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