domingo, 18 de junio de 2023

Por el bien mayor

El sumo sacerdote estaba inclinado sobre el pergamino, sabía que las palabras tenían que ser exactas o el hechizo no funcionaría. Atar a un ser sobrenatural a la voluntad de un grupo de humanos no era tarea fácil.

Los patriarcas de las quince familias fundadoras estaban a su alrededor, expectantes.

Desde el momento en que se instalaron en esa región supieron que algo era diferente, de vez en cuando aparecían animales desfigurados que se comportaban en contra de su naturaleza: ardillas atacando aves, pequeñas aves persiguiendo conejos, conejos con el hocico lleno de dientes puntiagudos. El punto de no retorno había llegado cuando uno de esos conejos atacó al bebé de la familia Santoro. La madre descubrió el horror; atraída por los gritos de dolor de su hijo que cesaron de repente, el blanco conejito, que hasta ese momento había sido la mascota de la familia, había desgarrado la garganta del infante y masticaba con gusto y ganas la tierna carne de su vientre.

La madre, loca de dolor, había terminado con el ataque aplastando la cabeza de ese ser horrendo con la lámpara de la cabecera.

Tardaron tres días en arrancarle los restos de los brazos para poder darle santa sepultura, y en el momento en que lo hicieron todos vieron aparecer de la nada a un ser humanoide vestido completamente de negro: medía mas de dos metros de altura, el blanco de su piel era casi brillante y los ojos completamente negros, si los mirabas por mucho tiempo podías sentir como se empezaba a llevar tu alma.

El dolor de la madre lo había atraído al mundo. Al principio todos se alegraron, ya que ese ser comenzó a deshacerse de los animales deformes: se los comía, no de una forma muy agradable, pero era una forma de hacerse cargo del asunto.

Si «el hombre alto», como comenzaron a llamarlo, no estaba cerca; controlar a esos pequeños animales era relativamente fácil, un golpe bien dado con una pala y a seguir trabajando. El problema se fue agravando cuando estas deformidades empezaron a aparecer en animales más grandes, perros, gatos, lobos, el año anterior alguien había visto a un ciervo enorme con el hocico hundido en el flanco de un caballo que había escapado de las caballerizas, el ciervo usaba las astas y los puntiagudos dientes para desgarrar la piel. Se formó una partida para intentar darle caza, pero no lograron dar con su paradero.

Y ahora, la solución que se les había ocurrido era intentar someter la voluntad de «el hombre alto» y atarlo a las ordenes y deseos de esas quince familias.

En los libros esotéricos del sumo sacerdote encontraron la descripción de un ser que se ajustaba a lo que ahora vivía en su bosque:

«El hombre polilla»

Ser sobrenatural que se alimenta de los errores aberrantes de la naturaleza, que se hace tangible al ser atraído por el dolor humano. Puede desarrollar un gusto por la carne humana. Con la siguiente base de hechizo se pude atar su voluntad, pero es importante adaptarlo a las circunstancias de cada lugar y grupo de personas...

En eso era en lo que estaba trabajando el sumo sacerdote, en la adaptación para sus necesidades, y en escribir claras instrucciones para las futuras generaciones.

 

I

Saúl Santoro observaba en silencio la ropa que iba a ponerse: pantalón de gruesa y resistente mezclilla, playera interior blanca de algodón, camisa de franela con doble tela en los brazos para hacerla más resistente, botas de trabajo con punta de acero y por último lo más importante del atuendo: chaleco amarillo con cintas reflejantes, habían descubierto que esté tipo de cintas confundían a las aberraciones.

Se vistió en silencio poniendo especial atención en atar bien las cintas de las botas, no podía permitir que en un descuido se desataran.

Siempre supo que en algún momento iba a tener que cumplir con su obligación como parte de los miembros de las familias fundadoras del pueblo, una parte de su mente creía que lo que les habían enseñado toda la vida eran cuentos de hadas, otra parte sabía que los horrores eran muy reales, a pesar de que habían pasado más de cincuenta años sin un avistamiento, la semana pasada un ave deforme y gigante había atacado la granja de los Salvatierra  y supieron que era momento de invocar a «el hombre alto».

No era hacer una invocación como tal, era dejarlo salir de donde lo habían metido sus antepasados. Él tenía el mapa que marcaba el lugar, no le hacia gracia tener que internarse en el bosque con todos esos animales peligrosos, pero era la única forma de deshacerse de ellos.

En el pasado, habían intentado disparar a esos animales, pero las balas no les hacían daño, la única forma de matarlos era desmembrándolos, así que sus armas eran hachas, cuchillos, machetes e incluso, una sierra eléctrica. Lo ideal era que fueran armas que se pudieran blandir fácilmente y que no resultaran muy pesadas.

Saúl se despidió con un beso de su esposa que lloraba en silencio. Se reunió con los otros cuatro hombres que habían sido elegidos por medio de un sorteo. Todos los hombres del pueblo se preparaban para ese momento, pero solo cinco eran los elegidos para entrar al bosque, tenían que tener respaldo por si algo fallaba.

 

II

 

Dentro del bosque reinaba la penumbra, en silencio cuatro hombres seguían al quinto que se guiaba por medio de un mapa, cada vez se internaban más en la arboleda, uno esperaría que esa parte del mundo estuviera plagada de sonidos, pero lo único que se oía eran las pisadas de las botas de trabajo sobre el suelo cubierto de hojarasca.

El punto marcado por el mapa era una hondonada, en cuyo centro descansaba una enorme caja de metal, un ataúd enorme para contener a un ser gigantesco.

Con cuidado los hombres se fueron deslizando de uno en uno hasta el fondo de la explanada. Saúl y Félix se pusieron a trabajar con las palancas y deslizaron la tapa unos centímetros y dejaron al descubierto a «el hombre alto».

Los hombres no sabían que esperar, quizá algún gruñido o que el ser, de un salto, saliera de la caja que lo había aprisionado por tantos años, pero no sucedió nada, ahí estaba, enorme y con los ojos negros fijos en el infinito.

—¿Y ahora? ¿Qué hacemos? —susurró Benito, era el más joven de los cinco, pero aún así debería de haber tenido claro que la principal regla para hacer este trabajo era mantenerse en silencio.

Los demás lo miraron horrorizados y no pudieron hacer nada cuando una de las aberraciones salió del bosque y arrastró a Benito lejos de los demás, el pobre muchacho solo pudo emitir un pequeño grito cuando la garra de la bestia le perforó el pecho.

Impulsados por la necesidad de rescatar al muchacho los demás salieron de la hondonada, olvidándose por completo de mantener silencio.

La mente de Juan apenas tuvo un segundo para registrar que probablemente ese ser era el que había atacado la granja de los Salvatierra cuando saltó sobre su espalda, cuchillo en mano y le rebanó la garganta, ya era muy tarde para Benito.

Juan se levantó con la ropa manchada de sangre de la bestia y del muchacho, al alzar la mirada divisó a una manada de ciervos deformes salir de entre los árboles, se preparó para la embestida, la sangre caliente y viscosa hizo que el mango del cuchillo se le resbalara y las astas del ciervo atravesaron su cuerpo.

—¡No! —gritó Eduardo encendiendo la sierra eléctrica que empezó a andar mientras se hundía en la carne del cuello del monstruo.

De la partida de cinco solo quedaban tres hombres, defendiéndose con la sierra, las hachas y los cuchillos, no era una pelea justa y sabían que la llevaban de perder. Cuando Saúl vio salir de la hondonada a «el hombre alto» sintió esperanza, pero esta solo duro un segundo.

Sin emitir sonido alguno, «el hombre alto» se acercó a Félix, con su enorme mano tomó su cabeza y sin ningún esfuerzo la arrancó de cuajo, dejo caer el cuerpo a sus pies, les dio la espalda y comenzó a atacar a las aberraciones que aún quedaban.

Eduardo tiró la sierra y se fue corriendo, el no era el líder del equipo y su trabajo ahí estaba hecho, la responsabilidad de lo que seguía era de Saúl.

Saúl no perdía detalle de lo que sucedía en el bosque, las aberraciones, en vez de huir se acercaban a «el hombre alto», como si una fuerza invisible los atrajera hacia él, quien los destrozaba con las manos arrancando cabezas y miembros sin hacer distinción. No se los comía a mordidas, pero Saúl podía ver la fuerza vital de esos seres entrando en «el hombre alto»

Cuando todo terminó el ser miró a Saúl, pero no se acercó.

Saúl apuntó hacia la hondonada mientras caía de rodillas y «el hombre alto» caminó hacia ahí. Gruesas lágrimas recorrían su rostro mientras recordaba las palabras escritas en el pergamino del sumo sacerdote.

Un sacrificio se hará,

del grupo de cinco él uno escogerá

y cincuenta años sin bestias vendrán.

Saúl controló el llanto, tomó la palanca y bajó a la hondonada para volver a encerrar en la oscuridad al ser que tanto bien le hacía al pueblo a pesar del precio tan alto que se tenía que pagar.

Su trabajo estaba concluido, que Dios ayudará al que vendría después.

 

Escribir un relato de terror basado en las imágenes adjuntas.

Pedro Salcedo.

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