Seudónimo:
Berenice.
Autora: Ángela Eastwood.
Autora: Ángela Eastwood.
Tanto
por profesión como por convicción, el padre Brown sabía, mejor que casi todos
nosotros, que la muerte dignifica al hombre. Con todo, tuvo un sobresalto
cuando, al amanecer, vinieron a decirle que sir Aaron Armstrong había sido
asesinado y que debía acudir al pueblo a la mayor brevedad.
—¡Por
los clavos de Cristo! ¿Qué ha ocurrido?—exclamó calzándose las botas a toda
prisa.
—Pues
que el chico tuvo la desafortunada idea de sugerir la celebración de un rodeo
para conmemorar el inicio de la primavera, padre—explicó uno de los hombres—.
Dijo que podría ser un acontecimiento memorable. Que había leído en un viejo
libro de historia que hace muchos años se celebraba con potros salvajes, pero que,
en su defecto, los bisontes podrían servir. Bisontes-ciborg en este caso.
—¡Un
rodeo con esos monstruos!—exclamó el padre llevándose las manos a la cabeza—.
¿Pero en qué estaba pensando ese chico?
—Pues
eso, padre, que cuando acabó de hablar, los parroquianos del salón casi
lloraban de la risa, porque casi nadie recuerda ya la primavera. Pero Harry «brazo de oro» ni se inmutó. Se acercó muy despacio a él y le dijo,
aproximando mucho su cara a la del chico, que no tenía cojones de subirse a un
bicho de esos. Que para eso había que ser muy macho. El joven Aaron le dijo que
sí podía, que por algo le habían nombrado «sir». Cuando oyó
esto Harry soltó una gran carcajada, luego se puso a palmotear y por último le
llamó nenaza. Aaron le dijo que retirase lo que acababa de decir, pero Harry
comenzó a bailar en círculos, imitando el cloqueo de una gallina. Ya puede
imaginarse lo que sucedió después, padre. Aaron, rojo de ira, llevó torpemente
su mano a la cartuchera para desenfundar su arma, pero Harry es demasiado
rápido, ya sabe que cuenta con una gran ventaja. El chico no tuvo nada qué
hacer.
—Ese
Harry…, cualquier día amanecerá ahorcado—dijo Brown meneando la cabeza.
—Verá,
padre, el problema es que, hallándose todavía el cuerpo del joven Armstrong
tirado en el suelo, Harry se dirigió a todos los parroquianos y, medio borracho
y enardecido, les dijo así:
«¡Escuchadme todos! Esta rata no hubiera aguantado ni un
segundo sobre una de esas bestias cibernéticas. Son de carne y hueso, pero se
mueven como máquinas engrasadas. Son animales mejorados, pero algo en todo ese
proceso los volvió locos. Y es casi imposible abatirlos. Pero lo peor de todo:
son muy inteligentes. Si este chico se hubiera subido a lomos de uno de ellos lo
hubiera lanzado a tal altura, que hubiera bajado convertido en mierda
derretida. Pero si queréis ver al mejor domador del mundo: aquí me tenéis. ¡Y
ahora vayamos a por esas bestias infernales y hagamos posible ese maldito rodeo!»
—¿Y
cómo reaccionaron los muchachos?
--Jalearon
la ocurrencia de Harry. Luego se marcharon en sus Harleys, borrachos y armados
hasta los dientes. Bueno, menos Harry, ya sabe, padre, que él ya cuenta con un
arma acoplada en su brazo y no necesita…
——Lo
sé hijo, lo sé. De otra manera no contaría con tantas muescas en su haber. El
muy hijo de perra no necesita desenfundar—dijo el padre, ante la mirada sorprendida
de su interlocutor, que nunca lo había oído lanzar tantos improperios—.Esto es
muy grave, muchachos. Esos bisontes son los deshechos tarados de algunos
experimentos fallidos. Dejaron con vida a unos animales blindados y descomunales,
peligrosos.
Cuando
acabó de hablar el padre Brown miró con tristeza por la ventana. El color rojo
del cielo era casi tan violento como el de la tierra.
—¿Qué
dice de todo esto nuestro hombre de la ley?—dijo al fin tomando su sombrero.
—El
sheriff opina que mientras no se incumpla la ley no meterá las narices—dijo uno
de aquellos hombres.
Una
hora más tarde el sheriff y el padre hablaban de manera distendida ante sendos
tragos de un sucedáneo bastante fiel del viejo whisky.
—¿De
qué se compone este brebaje?—preguntó el padre, distraído.
—No
lo sé, Brown. Pero he visto cómo brillaba el cadáver oxidado de una vieja
Harley tras limpiarlo con este líquido dorado. Sí, la he visto florecer después,
como una Venus renacida, brillante, sensual. ¡Bah, está muy bueno y calienta el alma! En
cuanto a lo del rodeo, yo no me preocuparía demasiado.
—No
quiero que muera ninguno de mis muchachos por culpa de ese mal bicho de Harry.
No sé por qué no has tomado cartas en el asunto.
—No
se preocupe, padre, está todo organizado. Harry será el primero en salir. Si no
muere aplastado bajo las patas del ciborg será conducido a la cárcel. De un
modo u otro no tiene escapatoria. Una vez acabe su numerito yo mismo suspenderé
ese rodeo. Y los animales serán conducidos de nuevo a su reserva.
—Que
Dios le oiga. Thomas, que Dios le oiga—dijo el padre.
El
sheriff sonrío con ironía antes de apurar su trago.
—Ese
Dios suyo se largó con toda su cohorte de ángeles tras la gran guerra, Brown.
El
día del rodeo llovió una especie de barro por la mañana. Luego la lluvia sucia cedió,
dejando paso a un mediodía sangriento y sofocante.
Dentro
del recinto fortificado seis bestias magníficas se revolvían furiosas, con los
ojos inyectados en sangre. Unos metros más allá Harry «brazo de oro» atusaba sus
bigotes y se acicalaba el pelo ralo. Con un poco de suerte Sally se encontraría
entre el público, luciendo un generoso y perturbador escote. Tal vez el aire
caliente revolviera sus cabellos rojos. Harry se relamió de placer. Si salía
airoso de aquella locura, tal vez ella aceptara revolcarse un rato con él.
Entre
los parroquianos, Harry vio al padre Brown y lo saludó tocando ligeramente el
ala de su sombrero, un saludo que no fue correspondido. A la hora convenida sonó
el cuerno. Era la señal.
Harry
se secó el sudor de sus manos en las chaparreras de cuero y miró al público.
Sólo tenía que aguantar ocho segundos. Ocho. Acarició su brazo metálico. Le
habían obligado a descargar la munición. Estaba indefenso.
—¿Qué
ocurre Harry?—gritó el sheriff exhibiendo una sonrisa lobuna—.¿Acaso eres una
nenaza?
—Harry
Callahan—dijo el padre Brown mirándolo de manera intensa—. Aún puedes
arrepentirte y entregarte a la justicia. Estás perdido. Ya no podrás abatir a
la bestia con ese brazo tuyo demoníaco. Encomiéndate a Dios si decides
continuar con esta locura.
Harry
miró a los dos hombres y sonrió haciéndoles una reverencia, luego dirigió su mirada acerada hacía la
puerta de aquel recinto. Los animales embestían la puerta con las afiladas
cornamentas. Querían salir. No aguantarían mucho más ese encierro. «Están sedientos
de mi sangre», pensó Harry. «Es el fin. Pero... ¡Qué demonios! Me ahorcarán de todas
formas. Y yo ya tengo experiencia montando a otras fieras». Y sonrió,
mirando a aquella pelirroja de ojos verdes y piernas interminables.
—Va
por ti, nena—dijo, lanzándole su sombrero.
Luego,
en medio del silencio más absoluto, sólo se escuchó el tintineo de sus
espuelas, acercándose muy despacio a la puerta.
- FIN -
Consigna: Debes escribir un western de ciencia ficción que inicie con este párrafo como texto disparador: «Tanto por profesión como por convicción, el padre Brown sabía, mejor que casi todos nosotros, que la muerte dignifica al hombre. Con todo, tuvo un sobresalto cuando, al amanecer, vinieron a decirle que sir Aaron Armstrong había sido asesinado», de "Los tres instrumentos de la muerte", de G. K. Chesterton. Podés cambiar el nombre de los protagonistas si lo deseás. Extensión: mínima una página, máxima tres páginas.
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