Seudónimo: Borkum Riff.
Autor: Robe Ferrer.
Autor: Robe Ferrer.
Como
cada mañana, Rigby y Mordecai se encontraban realizando las tareas de limpieza
y mantenimiento del parque en el que trabajaban. A sus veintitrés años, ambos
se ganaban la vida con aquel trabajo.
A
los pocos minutos llegaron sus compañeros Musculitos y Chócala montados en su
cochecito de golf. Pararon a escasos metros de ellos derrapando y salpicándolos
de barro.
—Hola,
pringaos —saludó Musculitos—. ¿Habéis hablado con Benson? Tiene una sorpresita
para vosotros.
En
aquel instante llegó su jefe montado en el coche de Pops, el gerente del
parque, acompañado de este y de Skips, el sabio y fuerte yeti que vivía en
aquel lugar incluso antes de que fuera un parque.
—Escuchadme
bien, va a venir a visitarnos una excursión de un colegio. Quiero que les
enseñéis el parque y que no hagáis ninguna tontería de las vuestras —les dijo
la máquina de chicles.
—Jo,
tío, menudo marrón —se quejó Mordecai—. Nosotros no somos niñeras de nadie.
—Eso,
nosotros no estamos aquí para cuidar a mocosos —apoyó su amigo Rigby. Después,
el mapache se dirigió hacia el azulado pájaro—. Mordecai, acabemos de recoger
estas hojas y vayamos a tomarnos un refrigerio.
—Perdedores,
no podéis tomar nada porque el jefe os ha encargado cuidar a esos críos
—intervino Musculitos—. Chócala, vayamos nosotros a por ese refrigerio.
El
fantasma con la mano en la cabeza y el monstruo verdoso arrancaron el carrito
de golf y comenzaron a hacer derrapes salpicando de barro a los demás.
—¡Alto
ahí! —ordenó Benson—. Esta tarea de enseñar el parque también es para vosotros.
—Eso
es un trabajo de pringaos —protestó Musculitos.
—Si
os negáis a hacerlo, os despediré —atajó Benson.
—¡UUUHHH!
—exclamaron Mordecai y Rigby, a la vez que hacían un gesto con la mano.
—Y
a vosotros también. —Y dicho esto, el jefe se retiró del lugar a pie
mascullando improperios contra sus empleados. Tenía tantas ganas de despedirlos
a todos… pero aquello entristecería a Pops, y era tan sensible que no podía
darle ese disgusto.
—Jo,
tío, nos han hecho la pirula. ¿Cómo vamos a guiar nosotros una excursión por el
parque? —preguntó Rigby.
—Chicos,
¡una excursión es algo maravilloso! —se emocionó Pops. La piruleta gigante se
llevó las manos a la cara e hizo un gesto de confort y nostalgia al mismo
tiempo; un gesto que solo un niño sería capaz de hacer.
—Intentad
no meter la pata —les dijo Skips—. Y andaos con ojo, los niños de hoy en día
son mucho más espabilados que nosotros.
Los
dos se despidieron de los cuatro trabajadores de mantenimiento y se marcharon.
No sin antes decirles, que en breve llegarían los colegiales.
—Chócala,
volvamos al trabajo. Quiero acabar antes de que lleguen los mocosos —le dijo
Musculitos a su compañero. Después de eso, salieron del lugar salpicando barro
a Mordecai y Rigby.
El
mapache y el pájaro se limpiaron y continuaron con el trabajo.
Media
hora después apareció de nuevo Benson, pero esta vez venía acompañado de los
niños a los que tenían que enseñar el parque Mordecai y Rigby. Eran solo cuatro
muchachos, por lo que ambos pensaron que sería algo sencillo.
—Aquí
tenéis a vuestro grupo de estudiantes para que le enseñéis las maravillas de
nuestro fantástico parque. Musculitos y Chócala ya tienen su grupo y han
empezado la visita. Niños, disfrutad del parque y aprended muchas cosas.
—Benson se retiró a su despacho, dejando a los dos encargados de mantenimiento con
los niños.
—Buenos
días, niños. Nosotros somos Mordecai y Rigby —saludó Mordecai—. Vamos a ser
vuestros guías en esta visita. Ahora podríais empezar por presentaros.
—Yo
me llamo Stan Mars, y estos son mis amigos: Kenny McCormick, Eric Cartman y
Kyle Broflovki —dijo uno de ellos.
—¿Cómo?
—preguntaron a la vez los dos trabajadores del parque.
—Ezque
ez un judío de miedda —dijo el más gordo de ellos riendo y haciendo burlas
hacia su amigo.
Todos
ellos iban vestidos con ropa de invierno a pesar del calor que reinaba en el
parque. El que se presentó como Stan llevaba un abrigo marrón y un gorro azul.
El gordo llevaba el gorro de color celeste y un abrigo rojo. El judío llevaba
un gorro con orejeras de color verde y un abrigo naranja. El cuarto llevaba un
viejo abrigo naranja y se cubría casi toda la cara con la capucha; solo se le
veían los ojos.
—Cállate
gordo —ordenó Kyle.
—No
me da la gana, podque tu madre ez una puta. ¿Quedéiz que oz cante la canción de
madre de Kyle ez una puta? —le preguntó a Mordecai y Rigby
—Yo
por lo menos sé quién es mi padre —respondió Kyle.
—Mprh
mprh mprh mprh mprh mprh —les explicó Kenny a los dos guías.
—¡¡UUUUUHHHHH!!
—exclamaron estos a la vez. Después continuó Rigby dirigiéndose a los niños—.
Bueno, ya está bien de discusiones. ¿Quién quiere pasarlo de vicio?
—Yooo
—respondieron los niños.
—Muy
bien, colegas, entonces comencemos la visita. Jamás os olvidaréis de esta
excursión porque va a ser la más flipante que habéis hecho nunca.
Quince
minutos después, se encontraban en un cruce de caminos cercano al edificio en
el que vivían los dos guías. Allí coincidieron con el otro grupo de
excursionistas. Los chicos parecían entusiasmados con la visita que les estaban
ofreciendo Chócala y Musculitos.
Mordecai
y Rigby se miraron el uno al otro y decidieron pedir ayuda. El mapache sacó su
teléfono móvil y marcó el número de Skips. De todos, él era el que más sabía
sobre el parque, y si él no podía ayudarles a organizar una visita mejor que la
que estaban haciendo sus otros dos compañeros, nadie podría hacerlo.
Tras
una larga conversación, en la que Rigby solo emitía monosílabos y sonidos de
asentimiento, regresó junto a los demás.
—Me
ha dicho que podemos enseñarles el estanque. Nadie lo sabe, ni siquiera Benson
o Pops, pero allí, Skips cría el único ejemplar en el mundo de pez unicornio
—explicó a su compañero y amigo.
—Entonces
no perdamos el tiempo. Iremos en el carrito, está en el garaje.
Los
trabajadores del parque y los cuatro alumnos del colegio elemental de South
Park montaron en el pequeño cochecito de golf. Rigby aceleró a fondo y giró
levemente el volante para salir del lugar. El coche comenzó a girar sobre sí
mismo sin control. A la segunda vuelta, Kenny salió despedido del vehículo en
dirección al viejo arce del que tan orgulloso estaba Pops. El cuerpo del niño
quedó hecho un amasijo de carne y huesos pulverizados debido a la violencia del
choque.
—¡Oh,
oh! La hemos cagado —informó Rigby.
—¡Oh,
dios mío, han matado a Kenny! —exclamó Stan.
—¡Hijos
de puta! —insultó Kyle—. Bueno, ¿vamos a ese lago o qué?
—Pero,
pero… tenemos que informar a Skips de lo que ha sucedido —dijo Mordecai—. Voy a
llamarlo ahora mismo.
Mientras
el gran pájaro azul realizaba la llamada de teléfono, llegó al lugar Pops a
interesarse por cómo iba la excursión.
—Hola,
muchachitos. ¿Qué tal va esa excursioncilla? Espero que estéis disfrutando de
nuestro maravilloso paaaaa —la gran piruleta se quedó sin habla cuando vio el
cuerpo de Kenny estampado contra el árbol. Enseguida se echó a llorar y
gimotear.
—Pedo
menudo madica, ¿pod qué lloda el cabezón ezte? —se rio Cartman—. Venga, tú,
jodido marzupial, llevanoz al lago ese del pez unicodnio.
—Cartman,
los mapaches no son marsupiales. Eres un jodido retrasado —le dijo Stan.
—Calla,
madica de miedda.
En
aquel momento llegó Skips que, tras el aviso de su subordinado, acudió saltando
a todo lo que daban sus cortas patas.
—¿Qué
ha sucedido? —exigió saber de inmediato.
—No
lo sabemos exactamente —comenzó a explicar Mordecai.
—Bueno,
el caso es que quisimos llevarlos a ver el pez unicornio del estanque, y al
arrancar, ese niño salió volando del cochecito. Yo creo que el cinturón de
seguridad está en mal estado —mintió Rigby.
—Pedo
si aquí no hay cintudones.
—¡Cállate,
gordo! —ordenó el mapache.
—Yo
no eztoy goddo, eztoy fuedtecito.
—Reconócelo,
Cartman, estás gordo —rieron sus dos amigos.
—¡Ya
está bien, silencio! —ordenó el inmortal yeti. Entonces se le oscureció la
mirada y el cielo se tornó rojizo—. Tras el bosque de abedules, en la zona más
oriental del parque, existe un viejo cementerio cajún. Ese cementerio ya estaba
aquí mucho antes de que construyeran el parque, incluso mucho antes de que
llegara yo a la zona. Pues según cuentan las viejas leyendas, los antiguos
guerreros de la tribu eran enterrados allí cuando caían en la batalla. Poco
tiempo después regresaban junto a los suyos para seguir luchando por su pueblo.
También dicen que no volvían solos.
—Eso
es muy chungo, tío —se quejó Rigby.
—Pero
tenemos que hacerlo; solo así conseguiremos que Pops se recupere —argumentó
Mordecai. La gran piruleta se encontraba en un estado catatónico y no dejaba de
llorar por el niño fallecido. De su boca solo salían las palabras “el niñito ha
muerto” y las repetía una y otra vez—. Vamos allá.
Mordecai,
Rigby y Skips montaron el carrito de golf y partieron hacia el viejo
cementerio. Media hora después, los dos trabajadores del parque, pala en mano,
hicieron un hoyo en el suelo en el centro de una extraña formación de piedras
que formaban una espiral. Skips depositó el cuerpo del colegial en el agujero
y, entre los tres, lo taparon de nuevo con la tierra.
—Ya
está —les dijo el yeti a sus dos trabajadores—. Ahora regresemos con Pops y los
otros niños. En breve veremos al muchacho de nuevo entre nosotros. Antes
incluso de los que pensamos.
Cuando
llegaron al lugar en el que se encontraba el gerente del parque con los tres
infantes, se encontraron con que el más gordo, estaba acercándole el trasero a
la cara y soltando ventosidades cerca de su nariz mientras los otros dos no
paraban de reír.
—¡Eh,
tío, eso no mola nada! —recriminó Mordecai. Cartman soltó otra flatulencia.
Pops seguía en estado catatónico balbuceando palabras ininteligibles.
—Tío,
menudo pedo más malo —le dijo Rigby riendo.
—Dejad
de hacer el tonto y continuad con la excursión —ordenó Skips cogiendo en brazos
a Pops y llevándoselo.
—Enseguida.
Mordecai
y Rigby se hicieron cargo del grupo de estudiantes y se encaminaron hacia el
estanque para enseñarles el pez unicornio.
—Mrph
mrph mrph mrph —se escuchó a escasos metros de ellos. Era Kenny que había
resucitado. Sin embargo, ya no era el Kenny que todos conocían. Bajo la capucha,
se podían observar unos ojos hundidos y una piel amarillenta. De sus
extremidades, igual que de la caja torácica y espalda, asomaban huesos
fracturados por la colisión. Junto con el niño caminaban otros resucitados,
todos ellos eran guerreros indios.
—A
Kenny le pasa algo —informó Kyle a sus dos monitores.
—Es
que el regreso del más allá tiene que ser duro, pero seguro que dentro de un
rato está perfectamente.
—¿Y
quiénes son esos que vienen con él?
—Seguro
que le han hecho el favor de ayudarle a volver —les dijo Mordecai.
—Mrph
mrph mrph —murmuró a la vez que se lanzaba contra su amigo Cartman.
—¡Eh, Kenny, no me jodaz! Deja mi cedebro tranquilo.
—Mrph
mrph mrph.
—¡Qué
no!, no te voy a dar ni siquiera un poquito, ez mío. Jodido pobre. ¡Eh, pedo
que hijoputa!, me ha moddido.
—Chicos,
chicos, dejad de morderos —ordenó Mordecai a la vez que tiraba de los pies de
Kenny para separarlo de su amigo. Entonces, el cuerpo del niño se separó de la cabeza,
cayendo esta al suelo con los ojos desorbitados y la boca abierta. Los otros
resucitados se dispersaron por el parque.
—¡Anda,
la puta, han vuelto a matar a Kenny! —gritó de nuevo Stan.
—¡Cabronazos!
—insultó Kyle.
—Rápido,
llevémoslo otra vez al viejo cementerio cajún —dijo Rigby.
Nuevamente,
los dos trabajadores del parque cargaron en el cochecito de golf el cuerpo sin
vida del niño y lo llevaron hasta el lugar que les había dicho Skips. Cavaron
un nuevo hoyo, depositaron el cadáver y lo taparon con tierra.
Cuando
llegaron a dónde se encontraban los otros niños, los dos menos alborotadores
miraban con los ojos desencajados al más gordo. Mordecai y Rigby pudieron
observar que Cartman tenía los ojos hundidos y la piel amarillenta. De la
comisura de su boca colgaba una baba de aspecto lechoso. Fue cuando se dieron
cuenta de que el otro niño, al morderlo, le había convertido en muerto
viviente. Habían desatado un apocalipsis zombi sin saberlo. Entonces apareció
de nuevo Kenny, esta vez sin un brazo y con la cabeza cosida al cuerpo con
grueso hilo negro. Más guerreros cajún resucitados lo acompañaban.
—Mrph
mrph mrph.
—¡Oh,
no! Quiere comerse nuestros cerebros —se asombró Rigby.
—Bolitaz
de quezooo… —gimoteó el otro muerto viviente.
—¿Y
a este qué le pasa, tronco? —quiso saber Mordecai.
—Nada,
que aunque sea un zombi siempre será un gordo de mierda y solo piensa en comida
—le dijo Stan; todos rompieron a reír.
Kenny
se lanzó sobre el pequeño mapache para morderlo. Entonces Mordecai sacó su
rastrillo de recoger las hojas y le atizó con la zona metálica. Los dientes del
rastrillo le hicieron grandes arañazos en lo que quedaba de cara de Kenny.
Después cogió la pala y repitió el golpe. La cabeza del niño salió volando
hasta estrellarse contra un árbol. Los dos amigos del niño repitieron las
frases anteriores.
—¡Oh,
dios mío, ha matado a Kenny!
—¡Hijo
de puta!
En
aquel momento, fue Cartman el que se lanzó sobre Mordecai. Esta vez fue Rigby
el que cogió la pala y golpeó al corpulento colegial hasta que quedó inerte en
el suelo.
—¡Oh,
dios mío, ha matado a Cartman! —gritó Stan. Silencio. Miró a su amigo Kyle—.
¿No vas a llamarle hijo de puta?
—No.
Se lo merecía.
—Es
verdad. Que se joda. —Y ambos comenzaron a reír.
Los
muertos que habían resucitado a la vez que el niño, se habían hecho con el
control del parque y estaban mordiendo a los transeúntes que caminaban por él.
A lo lejos, pudieron ver cómo habían convertido en zombis a Musculitos y
Chócala, que perseguían sin piedad a Benson y al becario Thomas. Un guerrero
cajún resucitado corría tras Skips que seguía llevando en brazos a un
horrorizado Pops.
Mordecai
y Rigby se miraron, y miraron a los dos estudiantes que quedaban vivos. El gran
pájaro azul, lleno de responsabilidad, dijo que tenían que hacer algo. Entonces
el mapache tuvo una gran idea.
—No
hace falta. Cogeremos este viejo reloj de tiempo y viajaremos al pasado e
impediremos que se organice esta excursión.
—¡UUUHHH!
Mola.
En
ese instante Mordecai puso la mano sobre el hombro de Rigby y este comenzó a
girar las manecillas del antiguo reloj en el sentido inverso de cómo lo hacían
ellas habitualmente. El plano físico del espacio-tiempo comenzó a plegarse
sobre sí mismo y después giró una y otra vez hasta convertirse en una espiral
del tiempo. Mordecai y Rigby comenzaron en uno de los extremos de la espiral
elíptica y a cada giro se iban aproximando cada vez más al centro de la misma,
hasta que, cuando lo alcanzaron, desaparecieron de aquel presente para regresar
al pasado.
Cuando
abrieron los ojos, se habían desplazado una semana atrás. Estaban en la mansión
del parque, la misma en la que ellos compartían habitación y en la que Benson
tenía su despacho. Tenían que distraer la atención del capataz para hacer
desparecer todo lo referente a aquella maldita excursión del futuro.
Sabían
que no iba a ser nada sencillo, Benson no se separaba de su escritorio para
nada. En aquel momento pasó por allí Thomas, el becario. Él sería el encargado
de hacer salir a la máquina de chicles del despacho. Mordecai lo abordó sin más
dilación y le indicó que tenía que hacer salir al jefe. La cabra, en un
principio, no quiso colaborar con ellos. Sabía que se metían en muchos líos y
no quería ser cómplice. Quería acabar las prácticas sin problemas con el jefe,
pero tampoco quería enfrentamientos con sus compañeros.
—Muy
bien, Thomas, si no quieres ayudarnos, entonces vete a engrasar mi cortacésped
—ordenó Rigby, y le dio una lata de aceite metida en una bolsa de papel. Cuando
la cabra salió del edificio, Rigby y Mordecai entraron corriendo al despacho de
su jefe.
—¡Benson,
Benson! Thomas se ha vuelto loco —exclamó Rigby—. Se ha comido todos los
sándwiches de queso Premium de la ciudad. Ahora se lleva el tuyo para comérselo
en el cobertizo.
Mientras
el mapache entraba gritando y haciendo aspavientos, Mordecai, con sigilo y
disimulo, cogió y se guardó el bocadillo de Benson. El jefe miró hacia el lugar
en el que momentos antes estaba su sándwich de queso Premium. Al ver que no
estaba allí, salió corriendo para atrapar al becario y recuperar el almuerzo.
—Muy
bien, ya está. Ahora coge ese papel y llama al colegio para anular la
excursión, después lo destruiremos y dejaremos un número falso.
Destruyeron
el papel y pusieron un teléfono inventado y el nombre de un colegio que no
existía. Pocos minutos después llegó Benson y comenzó a llamar al colegio para
concertar la excursión. Marcó varias veces el número y en todas ellas le
dijeron que aquel teléfono no pertenecía a un colegio, sino a una funeraria.
Con la mosca detrás de la oreja, Benson miró a los dos trabajadores del parque.
No podía demostrarlo, pero sabía que ellos dos estaban detrás.
—No
sé lo que habéis hecho, pero esto es cosa vuestra. Si por mí fuera os pondría
de patitas en la calle, pero Pops no lo soportaría. Pero me las vais a pagar,
durante toda una semana vais a cortar el césped. Todos los días.
Los
dos amigos salieron del despacho riendo. Habían conseguido su propósito; aunque
les había tocado la tarea más tortuosa de todas, había merecido la pena.
Una
semana después, mientras limpiaban las hojas de la hierba, por la entrada
principal pasaron un grupo de colegiales. A pesar del calor, uno vestía un
abrigo marrón y un gorro azul y rojo, otro un gorro de orejeras verdes y un
abrigo naranja, otro un abrigo naranja y se cubría con una capucha y, el más
gordo de todos, llevaba un abrigo rojo y un gorro celeste.
—¡Eh,
tíos, mirad a esos doz, padecen madicas! —rió el más corpulento.
Rigby
cogió una lata que alguien había tirado al suelo y se la lanzó, con tan mala
suerte que le acertó en la cabeza al de la capucha. El niño trastabilló y cayó
en la carretera en el momento en el que pasaba el camión de la basura y lo
arrollaba.
—¡Oh,
dios mío, ha matado a Kenny! —exclamó el del gorro azul.
—¡Hijo
puta! —insultó el del gorro de orejeras al conductor del camión.
Mordecai
miró a su compañero sabiendo los dos que podían hacer algo por el muchacho.
—Ha
sido fuera del parque, no es responsabilidad nuestra —le dijo el mapache, y
continuó rastrillando las hojas del césped.
- FIN -
Consigna: Fuiste elegido por los creadores de «Un show más» para que escribas el cuento en el cual se basarán para realizar la película animada de la serie. Confiamos en que no escribirás un episodio más, sino la historia más disparatada, terrorífica y delirante que se pueda imaginar para un film. Deben participar todos los personajes que trabajan en el parque, el resto vos decidís quiénes deben estar. Extensión: mínima tres páginas (completas), máxima seis páginas.
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