Seudónimo: Sir Gregory Lestrange.
Autora: Carmen Gutiérrez.
Todo
comenzó con un rumor meses atrás. Ya sabes, estábamos los colegas en el
almuerzo, entre risas y cosas uno de ellos comenzó a narrar la noche más loca
de su vida. Nos contó que el fin de
semana pasado, junto a unos amigos, recorrió el centro en compañía de una mujer
exultante –a la que llamaba Beatriz– que se les unió en un bar de dudosa
reputación. Bajando la voz nos narró con lujo de detalles lo que la mujer en
cuestión hizo con ellos y para ellos. Los detalles eran tan picantes y tan
bajos que, con sinceridad, pensé que hablaban de una prostituta. Me sorprendí
cuando mi colega me dijo que no, que la mujer era la que tomaba las iniciativas
y la que pagaba las rondas. Con risitas, los muchachos y mi mejor amigo, Paco, planearon
salir por la noche en busca de tan explícita dama. Decliné la invitación ya que
la gripe me estaba matando.
El
sábado en la tarde, me sorprendió que Paco llegase a mi casa. Trajo una bolsa
con tés y algunos panecillos. Lo recibí encantado al mismo tiempo que me
intrigaba su visita; quiero decir que llevamos casi cuatro años de amistad y jamás
se me ocurriría visitarlo por una simple gripe, y menos llevarle té de
manzanilla.Lo notaba preocupado, le ofrecí jugar una partida de Street Figther
y accedió. Pero cuando inicié el juego empezó a hablar. Sí, había salido con
los colegas. Sí, habían encontrado a “Beatriz”. No, no había sido nada de lo
que esperaba. Narró la noche anterior como una mezcla de pesadilla y sueño
alucinante al ritmo de Pink Floyd.
—Quiero
pedirte perdón, amigo—me dijo mirando atentamente sus zapatos—.
Ya estaba muy borracho cuando la encontramos.
Cuando
vio mi cara de desconcierto, pues la verdad es que no entendía nada, me dijo quién
era en realidad la tal Beatriz.
—Es
ella—aseguró
sin titubear y sin dejar de mirarme a los ojos, lo cual hizo más escalofriante
la situación. Claro que dudé, y maldije…y volví a dudar. Pero la afirmación de
Paco estaba tan bien cimentada que dejó de parecerme una.
Lo
peor fue el lunes. No podía dejar de darle vueltas al asunto, me la imaginaba
protagonizando todas esas locas anécdotas que mis compañeros no dejaban de
comentar. Paco se había ofrecido a explicar la situación para que los colegas
dejasen el tema por la paz, pero me negué. Comencé a tener pesadillas en los
que todos me señalaban y se reían en mi cara. Fue cuando decidí montar todo ese
aparato de espionaje que consistía en un auto diferente, un acento extranjero
fingido y disfraz; claro, si a una gorra vieja, lentes oscuros y bigote falso
se le puede considerar disfraz.
Estaba
muy nervioso. Las manos me sudaban y apenas podía mantenerme quieto detrás del
volante. Ella no conocía el auto de Paco y yo esperaba con todas mis fuerzas
que no reconociese mi rostro detrás del cristal. Deposité mi confianza en los
lentes oscuros y el bigote falso, sin embargo, no me quedaba dudas de que
estaba jugando mi relación con aquella mujer sólo por un rumor. La esperaba fuera
del bar gay de muy mala reputación que Paco había mencionado. Rogaba en mi
interior que ella nunca llegase al lugar. Llevaba ya casi una hora esperando
cuando se me ocurrió que quizá ella ya estuviera dentro y entré, caminando
entre las mesas con más aprensión de la que me convenía aparentar y la vi.
Si
un rayo me hubiese caído directo en los huevos no me habría sorprendido tanto
como verla vestida de esa manera, irreconocible. Tacones altos, una falda tan
corta que dejaba ver los ligueros, escote pronunciado, el cabello alborotado y
mucho maquillaje. Estaba en una mesa semicircular en medio de dos chicas. A la
vista de todos, la falsa rubia la besaba con lujuria mientras ella le apretaba
con suavidad un pecho. La otra tenía la mano bajo su falda y la movía con ritmo.
He visto escenas parecidas en montones de videos porno y siempre me ponían el
tronco duro cómo una roca, pero ahora… estaba como un idiota, parado en medio
de un río de gente, a punto de llorar como un niño. Alguien me agarró una nalga
y soltó una risotada. Sin ver quien era, le solté un puñetazo dándole de lleno
en la cara y cuando me volví me di cuenta de que era una chica.
La
gente se apartó de mí mientras yo trataba de justificarme entre balbuceos y sin
que nadie me escuchara debido a la música estridente. Traté de acercarme a la
menuda chica, que me miraba desde el suelo sangrando por la nariz pero un
enorme tipo salió de la nada y me colocó un golpe en el estómago que me dejó
sin aire. Recuperé la compostura y comencé a hablar de nuevo cuando el gigante
volvió a lanzar su manaza, esta vez hacia mi cara. Lo esquivé por un pelo y le
regresé el golpe justo en las costillas. Pronto la gente comenzó a rodearnos,
dejando al “Yeti” y a mí en el ojo de un huracán de gritos de asombro.
El
gigante ni siquiera perdió el aliento con mi golpe y me lanzó una patada que yo
detuve sosteniéndole la pierna en alto con mis dos manos, se tambaleó un poco
pero mantuvo el equilibrio dando saltitos con su pie libre. Comencé a dar
moverme obligándolo a bailotear, sabía que en cuanto lo soltara se abalanzaría
sobre mi insignificante persona. Uno de los guardias de seguridad me detuvo por
la espalda aplicándome una llave de lucha greco que me hizo soltar a mi
oponente quien aprovechó para volver a golpearme. Otro guardia se encargó de
inmovilizarlo y nos sacaron del lugar por la puerta trasera.
Nos
lanzaron contra el piso del callejón trasero y nos molieron a patadas. El
hombretón gritaba que él solo estaba defendiendo a su amiga y yo di rienda
suelta al llanto, aproveché la oportunidad que los golpes me daban para
sollozar y sacar toda esa mezcla de sentimientos que cargaba desde el sábado.
Cuando los guardias se cansaron de golpearnos nos obligaron a irnos de ahí.
Apaleados y enfurecidos caminamos juntos hasta la acera del frente del bar. Me
dejé caer en el bordillo, sin importarme el olor a meados impregnado en el
concreto. Para mi sorpresa el gigante se sentó a mi lado y me ofreció un
cigarro. Lo rechacé con un gesto y él me ofreció otra cosa: mi bigote falso.
—Siento
lo de tu amiga, si esto hubiese sido la semana pasada quizá me habría sentido
halagado. Hoy no es un buen día.
El
hombretón se encogió de hombros y agregó:
—Voy
a esperar a que salga. Prometí llevarla a su casa a salvo. No eres gay,
¿verdad? —preguntó en medio de un quejido de dolor.
Negué
con la cabeza.
—Por
un momento pensé que sí…—dijo con media sonrisa—.
Pegas como niña…
Solté
una carcajada que tuve que interrumpir por un grito dolorido, tenía una
costilla rota. El grandulón rió junto conmigo y se puso de pie. Su amiga salía
en ese momento y lo seguí. Quería disculparme y decirle que la había cagado. La
chica aceptó mis disculpas. Tenía la blusa llena de sangrepero se notaba que la
hemorragia se había detenido. Me ofrecí a llevarla al hospital y ella estaba
rechazando mi oferta cuando unas risas se escucharon en la puerta.
Una voz dolorosamente conocida dijo a sus
acompañantes:
—Vamos
al hotel. Si les ha gustado lo que vieron ahí dentro van a volar con lo que les
haré en la cama.
Era ella. Me quedé congelado, forzándome
por no voltear y verla a la cara.
—¡Beatriz!
—saludó
el gigante con alegría.
Fue una reacción natural. Me volví y me
topé con sus ojos sorprendidos. Sentí un pequeño gustillo al verla tan asustada
como yo. Estaba en medio de un montón de motoristas con cara de matones. Uno de
ellos le estaba restregando el pito en las nalgas sin ningún disimulo, mientras
otro le lamía un oído. Los sentimientos se me anudaron en la garganta y los
ojos se me hicieron agua.
Estaba
viendo a una de las mujeres que más había amado en mi vida comportándose como
una cualquiera. Sentí que cada uno de sus abrazos y palabras de amor eran tan
falsos como su maquillaje.¿Cómo era posible que una persona pudiera ser tan
buena y hermosa de día y convertirse en algo tan diferente de noche? ¿Cómo se
podía ser dos personas totalmente distintas al mismo tiempo? Era como el cuanto
del Dr. Jekill y Mr. Hyde.
—Hola,
abuela —dije
por fin.
- FIN -
Consigna: Género: Acción. Con Jekyll como parte de la historia.
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