Seudónimo: Corazón de piedra.
Autora: Soledad Fernández.
Damián entra apurado por la ventana. Su cuarto está en penumbras; lo ve
desdibujado. Las manos le tiemblan, la visión está desencajada. Uno de sus pies
se enreda en la cortina y cae de rodillas al suelo. Apenas siente el dolor,
pero su cuerpo en contacto con el parqué de la habitación provoca un ruido
sordo, opaco que se ahoga en la tranquilidad de la madrugada. Se arrastra hasta
su cama y se queda tendido allí. Suspira. La agitación de minutos antes aún persiste,
tarda en relajarse, en volver a ser él. Lentamente entra en un estado de sopor.
Se duerme profundo. Cientos de imágenes se suceden, figuras de un sueño convulsionado
y violento.
Una mancha roja se hace presente frente a sus ojos. Se estira, se hace
enorme, crece y lo envuelve. Se transforma en un charco gigante que lo baña.
Puede sentir el olor a sangre coagulada penetrando sus sentidos, asfixiándolo. Sin
embargo, está excitado aunque no sabe por qué. El baño rojo pasa. La sangre se
seca en el cuerpo de Damián mientras que sobreviene la oscuridad acompañada de
los alaridos de alguien. Gira su cabeza hacia la fuente del desgarrador sonido
y ve una joven. Ella es la que grita. Damián la conoce. Es una de las chicas
top de la secundaria. Camila. Siempre le gustó. Ella es una de esas jóvenes que
se desarrolló antes de tiempo, que les ganó en belleza a todas sus compañeras.
Es alta y tiene unas tetas maravillosas que se dejan ver a través de la remera
ajustada que siempre lleva. Ahora parecen más grandes y eso lo excita más.
Siempre la imaginó desnuda en su cama. Pero es la novia del capitán del equipo
y eso es un problema para él. “Típico de una mala historia”, piensa.
Ella continúa gritando, incansable. La sangre avanza como un mar rojo y embravecido.
Él quiere saber de dónde proviene tanto y busca. A su alrededor la bruma se
hace espesa y no lo deja ver bien. El olor es desagradable y no poder ver lo
trastorna. Entonces, la luna sale e ilumina sus manos. Están rojas. Una brisa
cálida se esparce entre él y la joven, como un suspiro y dispersa la neblina. En
el suelo ve un brazo arrancado de cuajo. La sangre proviene de ahí. Unos metros
más adelante, el cuerpo del capitán del equipo yace inerte con una horrible
expresión de dolor mezclada con terror. Damián mira a Camila, también bañada en
sangre y despierta de golpe.
La mañana está presente. Damián apenas recuerda el sueño, pero tiene un
sabor a triunfo. Al menos en sus sueños él tiene una chance de quedarse con la
mujer que ama. Se levanta de un salto y va hasta su ropero a cambiarse la ropa.
El piso está lleno de barro mezclado con algo, pero no le interesa. El sueño lo
dejó satisfecho y eso es lo mejor que lo podría haber pasado a su autoestima.
Recuerda la noche de juerga con sus amigos. Recuerda que la pasó muy bien. Aunque
habían tomado de más y ahora los detalles están poco nítidos. Pero se siente contento
a pesar de las lagunas mentales mañaneras.
Llega a la escuela. Ve chicas llorando y a los forzudos del rugby
ocultando sus propias lágrimas. La conmoción es generalizada. Por un breve
instante piensa en su sueño y cree que si se tratase de una película mala de
terror, su eterno rival habría desaparecido y su joven y deseada novia caería
rendida en sus brazos. Una mueca se le dibuja en los labios tan solo de pensar
en ella como trofeo. Pero borra la sonrisa al ver tanto dolor rodeándolo. A lo
lejos divisa a sus amigos. Se acerca no sin notar la cara de preocupación de
los muchachos. “Desaparecieron”, dice Javier. “¿Quiénes desaparecieron?”. El
silencio se convierte en una mala sentencia. Camila y su novio no aparecen por
ningún lado. Nadie sabe dónde encontrarlos, nadie los vio desde la tarde
anterior.
“Estaban vivos cuando los viste, ¿no Damián?”, dice Lucas y Damián
siente algo raro en su pecho. Comienza a pensar que tal vez el sueño no era del
todo una pesadilla. ¿Y si era un recuerdo? “No puede ser”, se dice una y otra
vez. Y la duda pesa en su conciencia.
Trastornado vuelve a su casa. Va a su cuarto, todo se encuentra limpio.
Todo pulcro como cada día. Piensa en las huellas que dejó por la madrugada, esa
mezcla de barro y algo más. No se atreve a pensar en ese componente extra.
Teme. Se sienta en la cama e intenta recordar lo vivido la noche anterior.
¿Cómo es que no los recuerda? Lo único que se viene a su memoria es cerveza,
mucha y sus dos amigos. “Fuimos a lo de Lucas, al sótano… a tomar las cervezas
y a jugar a la play…” Recuerda el juego: Noche de luna. Hombres lobo contra
zombis. Multiplayer. Él iba ganando. Pero estaba pasado. Empezó a hablar
pavadas. Recuerda las risas. Recuerda que hablaron de Camila. “Vos fuiste el
último en verlos, Damián”, le había dicho Javier esa mañana en la escuela.
El sueño lo vence otra vez. Se duerme pensando en la luna llena y en el
resplandor. Se encuentra frente a la pantalla. Va ganado, siempre gana. Es uno
de los hombres lobo. Sus compañeros de juego ríen a carcajadas y él solo puede
pensar en Camila, en sus curvas. En todo lo que haría si la tuviese frente a
él, sin ropa. “Encarala, man”, le dice Lucas tan borracho como él. Damián se
imagina ese bombón derritiéndose en su cama, tanto que se le cae la lata de
cerveza en los pantalones. “Menos mal, así se te baja un poco”, le gritan a
carcajadas sus amigos. Damián se levanta contrariado. Esos comentarios son de
mala onda, piensa. “No te enojes”, le dice Lucas. “Andá a buscarla si estás tan
caliente con ella. Andá y decile” le grita Javier. Y Damián va hasta donde vive
ella.
Otra vez los gritos, la sangre y el terror que lo despiertan de golpe. Esta
vez, está más seguro de haber sido culpable de esas desapariciones. De alguna
manera, sabe que se las ingenió para matarlo y destrozarlo. A pesar de que
aquel muchacho le lleva más de una cabeza de altura, cree que pudo derrumbarlo
y descuartizarlo. Se imagina comiendo a su contrincante, crudo, sanguíneo. Se
imagina desgarrando la carne de su brazo con los dientes. Pero de inmediato la náusea
aparece y tiene que ir al baño a vomitar. “¿Estás bien hijo?”, escucha entre
arcadas. “No es nada mamá”, le contesta.
El sopor aparece otra vez, en ecos febriles y lejanos. “Estás ardiendo, Damián”,
dice su madre preocupada. Él teme lo peor. Está convencido de que se va a
transformar en un monstruo, de que es el asesino. Que de un momento a otro la
policía va a llegar y lo va a interrogar.
“Tenés más de 40 grados…” La madre le da algo para tomar y Damián se
duerme rápidamente. Y los gritos lo persiguen. La ve a ella, a la distancia. La
ve con un camisón blanco, translúcido. Puede distinguir su figura a través de
la tela. Ve sus senos, esos que lo vuelven loco cada noche. Se acerca hipnotizado.
El aroma de ella se siente en todos lados. Ella es una loba y él será su
conquistador. Camina hacia ella. Siente el pasto mojado debajo de sus pies
descalzos. “Esto es un sueño”, se repite. Pero es muy real, demasiado. Extiende
su mano y la acaricia. Toca el rostro de ella y desciende por el cuello y más
allá. Su piel es blanca y caliente. El aroma de Camila se confunde con otro
pero no le importa. Ella es lo que siempre quiso y ahora la puede tener. Se
acerca para besarla. Se siente torpe. “Es la cerveza”, piensa mientras sus
labios tocan los de ella. Siente su lengua en la boca y le parece lo más
exquisito del mundo. Pero ese olor fuerte se hace intenso, penetrante,
nauseabundo. Es el olor a sangre.
Damián abre los ojos, se desprende del beso más esperado de su vida.
Detrás de Camila está su novio destrozado. Ella retrocede. La luna sale y la
alumbra en su magnificencia. Y mientras arranca su ropa, su cuerpo desnudo se
transforma y un aullido sale de su garganta. El corazón de Damián se desboca. Escapa
corriendo. Corre cuadras y cuadras desesperado. Se cae en el barro. Se levanta
con torpeza. La vista se le nubla por el alcohol que aun circula por sus venas.
Tropieza. Se cae otra vez pero ahora divisa su casa y va directo hacia allá.
Siente el terror en su nuca. Siente que el miedo trepa por su espalda como una
garra que se clava en su cuello. Entra por la ventana de su cuarto. Se tira en
la cama y piensa en ella, en la visión de la mujer transformándose en un
monstruo asesino. Ve una sombra. Alguien que avanza, que lo sacude por los
hombros con violencia. No quiero morir, piensa y grita con todas sus fuerzas.
“Despertá Damián”. Él abre los ojos y ve a su madre. Suspira aliviado.
“Fue sólo un sueño. Estoy a salvo”, piensa y sonríe.
“Mirá quien te vino a visitar”, continúa ella. Y el joven ve a la mujer
de sus sueños y sabe que es la última noche que vivirá… al menos como humano.
- FIN -
Consigna: Género: Horror. La historia debe incluir a un hombre lobo como personaje, principal o secundario.
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