Despierto
con el sabor amargo de quien ha pasado toda la noche de bar en bar. Con la
vista nublada del que se ha quedado cegado por el alcohol y por su risa. Con la
inquietud de no recordar del todo bien qué hace ese cabello rubio y ondulado
balanceándose rítmicamente al son de la respiración de su dueña. Yace de
espaldas a mí, arropada solamente por su larga cabellera. Que no se despierte.
Me incorporo e intento mantener el equilibrio, pero caigo
en una red de ropa con aroma a tabaco y a sudor que me trae recuerdos de
anoche. Atrapado entre sus medias y mis pantalones me siento ridículo. Casi
tanto como cuando anoche se acercó a mí y yo no supe más que decir cuatro
frases baratas. Me echo las manos a la cabeza avergonzado. Ella tiene un
nombre, pero yo solo rezo para que no se despierte.
Aún sentado en el suelo, miro a mi alrededor
e inspecciono toda la habitación para acabar el viaje en mi antiguo espejo.
Entra demasiada luz por la ventana. Una claridad tan intensa y limpia que sería
capaz de expiar todos los pecados de quien cayera en sus redes. Yo confieso.
Cierro los ojos con fuerza y vuelvo a abrirlos. El cuadro es hermoso desde
aquí: veo el lateral del colchón, un brazo femenino fino y flexible descansando
sobre él señalando levemente con el índice hacia la puerta. Sonrío. Parece que
esté indicándome la salida. La salida de mi propia casa. En la imagen su rostro
oculto contrasta con el mío lleno de admiración. Ella calla. Yo lo digo todo con
la mirada: eres hermosa. No te despiertes.
Respiro profundamente. Sigo observando mis
facciones en el espejo y la curiosidad hace que me acerque a él, a mi otro yo.
Me arrimo cada vez más, hasta descansar la mirada en mis propios ojos. En mis
otros ojos. Me estremezco, pero continúo mirándome fijamente en él. Intuyo que
la resaca y no haber dormido prácticamente tienen mucho que ver. Allí
estoy, cada vez más cerca, tanto que mi
mejilla entra en contacto con el frío cristal. Mi respiración dibuja nubes opacas
en él que van apareciendo y esfumándose en cuestión de segundos.
De
pronto oigo un maullido. ¿Qué ha sido eso? Ni siquiera me giro buscando su
origen. Viene de dentro. Apoyo la palma de mi mano derecha con suavidad en la
superficie. Frío vertical. Vuelvo a oír otro. Empujo con mis dedos como si
buscara el origen, cuando noto cómo el espejo va ablandándose a mi paso. Está
cediendo ante mi palma, ante mi empeño. Es una sensación natural, automática,
esperada, me completa. Mi mano va desapareciendo dejando a su paso restos de
cristal resquebrajado que no corta. No me hiere. Quiere que entre. Me quiere
entero. Sin dudarlo, avanzo con una pierna, luego con la otra y todo mi cuerpo
traspasa aquel delicado manto que separa lo desconocido del origen de todo.
Lo
primero que alcanzo a ver es un cielo celeste, hermoso, con nubes flotando en
el horizonte. Huele a bosque. Sonrío con ganas. Hacía tiempo que no disfrutaba
de esa sensación. Veo a lo lejos una sombra que se acerca ladina. No.. no puede
ser.. ¿Gaia? ¡Gaia! Es Gaia, mi gata, mi adorada compañera de noches
tenebrosas. Cuántas veces habíamos jugado con la complicidad de los hermanos.
Se acerca rápidamente y comienza a enroscarse en mi cuello mientras enreda sus
patas en mi pelo. ¡Tranquila, tranquila! ¿Cómo estás, preciosa? Te veo en
forma. Estas palabras resuenan en el interior de mi cabeza... ¿Te veo en forma?
Gaia
hacía ocho años que había muerto atropellada. Esa máquina del diablo se me
había aparecido en sueños a menudo después del sangriento suceso y se dedicaba
a alumbrarme con sus faros y a despertarme entre gritos. ¿Qué estaba pasando?
Venga hombre, pienso para mí, he atravesado el espejo después de una noche de
borrachera, me reencuentro con mi gata muerta... Solo falta que se me aparezca
la abuela sujetando una de sus bandejas de magdalenas recién horneadas... Me
empiezo a reír ante tales locuras esperando despertar en mi propia habitación
tapado hasta arriba con las sábanas, con una resaca de órdago para variar y
dispuesto a afrontar un domingo más a base de café y cine clásico.
Pero
la risa frena en seco. A Gaia se le eriza el lomo. Nerviosa, no para de caminar
de un lado a otro y me advierte de lo peor. Mis ojos se clavan en el espejo,
puerta de entrada a este lugar. Veo el cuarto donde he dormido desde el otro
lado. Ese cuarto con esa desconocida durmiendo. Ella está despertando, arquea
la espalda y estira los brazos. Se levanta hermosa, y aparta por fin sus
cabellos de la cara. Mira hacia donde yo estoy.
Ese cráneo despojado de toda vida que tiene por cabeza me mira. Y ahora
vuelve a señalarme con su dedo índice hacia la puerta, donde ha dejado
descansando por un rato su guadaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario