—Pedro, hijito querido.
Ven, siéntate conmigo y come un trozo de pastel de chocolate. Yo misma lo hice.
Pasa un momento conmigo. Siempre andas apurado, tienes que darte un momento, un
descanso.
Pedro se vistió con un traje gris que ya le
quedaba apretado, la panza amenazaba con expulsar otro botón del saco. Se anudó
mal la corbata. La barba de una semana y media, los ojos irritados e hinchados
y las ojeras ya le daban el aspecto de un indigente.
—No puedo, mamá. Se me hace tarde. Mis
compañeros me esperan. Han de estar locos por mi ausencia. Me mandaron un
mensaje que decía: URGENTE.
La anciana vertió agua caliente a una taza,
destapó el frasco del azúcar y metió una cuchara.
—No, mamá. Ya sabes que no me gusta el café
soluble y que no tomo de ese endulzante.
—Oh, carajo, ya cambiaron tus hábitos, bien por
ti. ¿Y en qué trabajan ahora?
Pedro no dejaba de mandar mensajes y audios a
sus colegas.
—En el mismo proyecto de siempre. Llevamos diez
años perfeccionando la máquina del tiempo, pero los resultados valdrán la pena,
créeme.
La señora clavó el cuchillo en el pastel y cortó
un pedazo delgado.
—¿Y cuándo quedará ese dichoso aparatito?
Pedro levantó la vista, miró por la ventana para
cerciorase si su vehículo todavía seguía en el mismo lugar (no se acordaba) y
por último gruñó.
—Quizá unos quince o veinte años más.
Transportarse en el tiempo no es cualquier cosa. Esto será un gran
descubrimiento para la humanidad, no un gran paso, será un gran salto. Yo
siento que cada vez nos acercamos más al objetivo. Son asuntos que quizá no
entiendas ahora, pero…
La señora lo tomó de la mano y lo interrumpió:
—¿Qué harán con esa máquina?
—No estoy seguro todavía. Eso lo decidirá el gobierno.
Hay grandes proyectos a futuro. Yo solo soy un pequeña parte del engranaje.
—¿Podrán viajar en el tiempo y solucionar
problemas? ¿Podrán hacer que la gente sea más feliz? ¿Tú serás más feliz?
Pedro titubeó, mientras se sentaba a un lado de
su madre.
—No podemos intervenir, viejita. Si lo
hiciéramos, podríamos crear un caos en el mundo. El efecto mariposa es
peligroso. Lo que algún día fue, ya no será. Lo hecho hecho está. Ya nada se
puede arreglar en este catastrófico planeta. Así que ya no podemos vivir
añorando el pasado.
—Entonces no le veo el sentido. —Hizo una pausa
para aguantarse un sollozo—. ¿Ya fuiste a ver a tus pequeños? Tu exmujer se
molestará si faltas de nuevo a la visita. Después tus hijos no querrán verte
—Mamá, me toca ir a verlos los sábados,
acuérdate. Hoy es lunes.
—Hoy es sábado, hijo. Y la semana pasada no
fuiste al panteón a ver a tu viejo. Tu papá cumplía años y no te acordaste de
llevarle flores. Recuerda, lo que un día fue, ya no será… y hoy es mi
cumpleaños. Y mañana tengo cita con el medico porque… —La anciana empezó a
llorar.
Pedro abrió demasiado los ojos. Se le formó una
bola áspera en la garganta. Se incorporó, le dio un abrazo y un beso en la
frente a su madre. Luego pensó en todo lo que pudo haber hecho, quizá aún
estaría casado y sería feliz con su familia. Tal vez hubiera estado presente
durante los últimos días de su papá. Posiblemente habría ido a la graduación de
su hijo mayor. Había muchas posibilidades; sin embargo, ya nada podía
cambiarse, ¿o sí?
Pedro se secó las lágrimas con la manga del
saco, sacudió la cabeza y apagó el celular.
—Mamá, sí voy a querer pastel y un café. ¿Aún
hay tiempo de festejar?
—Todavía queda un poco, querido, solo un
poquito.
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