martes, 15 de diciembre de 2020

Simplemente, un sentimiento (Geodana)

 

En mi casa, en mi vida, habitan dos animales. Dos pequeños peludos cariñosos. Pilares de mi vida. Ellos me aportan gran parte la energía y la felicidad que necesito. Me aportan todo.

El gato, ese ser independiente que tanto cariño me presta, que tanto amor me aporta. Sus ronroneos por las noches, cuando estoy viendo la televisión, leyendo; o ahora, desde que mi vida laboral cambio totalmente, sentado al lado de mí ordenador observando cada movimiento y mirándome con esos ojos de conquistador del mundo. O de haber conquistado mi corazón.

Ella. Mi pequeña compañera perruna, mi preciosa pequeña. Dueña de mi tiempo, de la otra parte de corazón que deja libre el gato. Compañera de paseos, de entrenamientos, de salidas y excursiones. O simplemente, compañera de sofá. Un poco apática a veces con los de su especie, pero igualmente adorable.

Hoy me he levantado como un día cualquiera más desde que esta pandemia nos azota a todos, y ahí estaban los dos, tumbados en el sofá, aún con la legaña puesta en el ojo. Y levantan la cabeza. Y me miran. Y me observan, con esos ojos de admiración, respeto y amor.

Y de repente, me han surgido muchísimos sentimientos y planteamientos de golpe. Sentimientos comunes a los de muchos en estos tiempos. Acordes a lo que estamos sufriendo y la situación que estoy viviendo. Que todos estamos viviendo.

Cada día los miro como hoy. Son preciosos, sí. Qué voy a decir yo si para mí son lo mejor del mundo.

Como todos hacemos —y quien lo niegue, miente— hablo con ellos cada día, les cuento mis cosas, mis inquietudes. Pero ellos no pueden contarme las suyas. Solo escuchan, pacientes.

A veces pienso en qué pasará por sus cabezas. No solo cuando les hablo, sino en su día a día normal.

Qué maravilla de seres vivos, que cantidad de belleza que nos falta al ser humano. Y no hablo de belleza física.

Dan, sin pensar en recibir nada a cambio. Quieren, sin esperar ser queridos. Cuidan, sin esperar ser cuidados. Envidio tanto el no esperar esa reciprocidad. El que jamás puedan sentir que hayan perdido el tiempo.

Y aun así al más mínimo detalle, al más mínimo gesto, son los más agradecidos.

No esperan nada. Pero si les das algo, lo más inapreciable, para ellos es un mundo.

No hay maldad. No hay reproches.

Hacen lo que quieren y son consecuentes con lo que hacen. No pueden hablar, no. Pero estoy segura de que si lo hiciesen, sus hechos serían un perfecto reflejo de sus palabras.

Pero, sobre todo, no juzgan a pesar de ser juzgados. Y, sin embargo, siguen siendo felices, precisamente porque son ajenos a ese juicio.

Y sin más. Ahí va mi sentimiento. Sencillo, pero enorme. Enorme, como el amor que les tengo.

Así que, no me queda más que recapacitar sobre todo esto. Afianzar en lo que coincido con ellos y aprender de lo que no. ¿No son seres realmente perfectos?

Que gran sentimiento el que nos aportan.

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