Camina
entre las sombras disfrutando, por unos míseros instantes, de una paz efímera mientras
el olor acre del polvo que le rodea repta por su nariz y le embriaga sin poder
evitarlo. Ataviado con su larga y negra capa se protege del viento frío del
norte que se cuela incansable por sus dominios. Las arenas del tiempo que
cubren cada rincón de su palacio reciben amorosas todos los pasos que él da con
sus agotados pies. Podría simular que gobierna cada recoveco de su hogar, de su
prisión, pero reconoce que no es verdad, que en algún lugar escondido en las
tinieblas está él, incontrolable y maléfico, esperando su oportunidad y la
certeza de esa amenaza arruina cualquier atisbo de serenidad que pudiera
albergar su alma, si es que tiene alguna. Si a eso se le añade la tarea
hercúlea que le ha sido encomendada es normal angustiarse. Que un Eterno se preocupe
no es nada bueno. Lo sabe y lo acepta mientras vuelve a sus quehaceres divinos.
Con
sus esqueléticos dedos albinos va rozando las infinitas vasijas de cristal almacenadas
en el mar de estanterías que custodia. Da igual hacía donde dirija su mirada,
baldas repletas de los más variopintos recipientes le devuelven su imagen distorsionada.
Miríadas de colores aleatorios iluminan su paso sin orden ni concierto. Y así
debe ser, nada puede dar la más mínima pista sobre el exquisito contenido que guardan.
Siempre ha tenido el temor de que si supiera lo que hay en ellos hasta él podría
caer en la tentación de abrir alguno y esparcir lo encerrado en su interior.
Al
pasar junto a algunos frutos de la cosecha de hoy un hermoso ejemplar en vidrio,
grabado con dos cenefas de símbolos arcanos, llama su atención. Al acercarse a
él, el tenue movimiento de lo escondido dentro refleja su rostro bañado en un
verde esmeralda hermoso y nítido. Sin querer, una ínfima sonrisa melancólica aparece
en la comisura de sus labios y por un instante, fruto de un quimérico encantamiento,
puede ver una versión afable de su siempre taciturna faz que le hace recordar cómo
era él antes de que todo esto empezara, cuando aún era joven y libre. La
tristeza vuelve a adueñarse de él.
De
pronto oye, claro como el agua, el lejano sonido del cristal haciéndose añicos.
¡Está sufriendo otro ataque! El eco que reverbera como una pulsión espasmódica
le avisa de que, esta vez, la distancia hasta el desastre es su mayor hándicap.
La incertidumbre y la ansiedad le hacen volar por los estrechos corredores
mientras escucha como siguen rompiéndose decenas de tarros cuyos trozos repiquetean
profetizando una posible catástrofe. Parece que su enemigo quiere llevar en
esta ocasión el juego al límite.
Al
llegar a su destino ve frente a él como las esencias divinas y fugaces de los
sueños derramados irradian luz y color mientras huyen y se evaporan hacia las
alturas. No tiene tiempo que perder, debe contener todas las que pueda antes de
que desaparezcan para siempre arrastradas por un viento que ha vuelto a
convertirse en un aliado involuntario de su hermano. Sabe que alguna, como
suele pasar en cada incursión enemiga, ya habrá escapado de este templo. Es la
mano ganadora con la que juega su rival. Solo espera que no sea la que tanto
tiempo él lleva temiendo y su antagonista deseando.
Con
cuidado, pero con rapidez, utiliza su propia energía vital para recomponer las
vasijas rotas e introduce en ellas los que ha podido rescatar. Al hacerlo se
debilita, al igual que le pasa a su hermano con cada destrucción ya que el
mundo onírico se nutre de ellos y ellos de él. Es este equilibrio cósmico el que
los mantiene en eterna confrontación. Ahora pasará un tiempo hasta que ambos recuperen
sus fuerzas y todo vuelva a comenzar. Fantaso utilizará la tregua para buscar aquello
que más desea y Morfeo seguirá cuidando de sus tesoros mientras millones de fantasías
humanas siguen llenando los infinitos huecos que hay a su alrededor. Levanta la
vista y en la bóveda de su castillo observa el reflejo de una realidad que
jamás estará a su alcance. Siempre ha deseado ser uno de ellos, pero debe
conformarse con el papel que le ha tocado representar en esta tragicomedia que
es la existencia. Al menos parece que de nuevo ha ganado a su rival. La rueda
de la vida sigue con su lento girar y la humanidad permanece ajena a lo
ocurrido.
Y
mientras retoma su vigilante vagar por el solitario reino que habita no puede
evitar pensar que algún día perderá. Que en este juego del ratón y el gato en
el cual aquellos sueños que se volatilizan se cumplen, ya sean bondadosos o
malignos, llegará el momento en el que el deseo que se ejecute al escurrirse
entre sus dedos será el que anhele el fin de todo lo que existe, incluidos ellos.
Y ahí acabará todo. Pero así debe ser, es una regla impuesta por Hypnos, su
padre, ya que los mortales necesitan creer en algo que de vez en cuando suceda
y llene sus vidas de aliento. Si no fuera así dejarían de soñar y entonces sí
que todos quedarían condenados a un infierno sin fin. Esa es la profecía. Así
que, como el buen peón de esta partida de ajedrez que es, seguirá combatiendo
hasta el final ya que es su deber y su destino.
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