miércoles, 4 de julio de 2012

Un regalo inolvidable

Por Leonardo Chirinos.


Dedicado a Ester Carillo.


   Ester aguardaba a los invitados sentada en el sillón de la sala, observando como las luces del árbol navideño parpadeaban pausadamente de una manera casi hipnótica. Mientras, la canción «Noche de paz» entonaba de fondo.
   Dentro del apartamento un tenue resplandor dorado alcanzaba cada rincón, acompañado por el exquisito aroma del pavo que aguardaba en el horno. Ella lucia un esplendido vestido azul rey que le había costado un ojo de la cara, pero de eso se trataba la Navidad, de gastar, gastar y gastar. Y precisamente eso había hecho en la semana al comprar los preparativos para su fiesta, la misma que realizó con éxito por tres años consecutivos en su apartamento; y este año no sería la excepción.
—Wau, ¿qué hora es?—inquirió, y observó en el reloj de brazalete que colgaba de su muñeca que era las veinte y quince—. Ya deben estar por llegar.
   Se dirigió a la mesa de los bocadillos y se sirvió un poco de ponche, cuando dio el primer sorbo sonó el timbre de la puerta, colocó el baso de nuevo en la mesa y planchó las arrugas del vestido con las manos, entonces el timbre sonó impaciente dos veces más.
—Ya voy —gritó la chica y comenzó a caminar hacia la puerta.
   Tocaron el timbre una vez más, se apresuró y observó por la mirilla de la puerta, nadie se encontraba del otro lado. Ester frunció el ceño y abrió lentamente, observó por la ranura de la puerta y se sorprendió al ver un regalo aguardando en el tapiz del pasillo. Su barbilla se desprendió de emoción al notar la tarjeta que yacía junto al lazo rojo del paquete: «Para Ester, por una navidad inolvidable». Debajo de la frase se encontraba un pequeño corazón dibujado con lo que parecía ser crayón rojo. Su corazón comenzó a acelerarse y su mente alumbró dos pensamientos en rápida sucesión. El primero: Aquel «amigo secreto» que la había estado sorprendiendo con regalos durante toda la semana, y quien esperaba conocer esa noche en la fiesta, dejó el regalo en su puerta para cerrar el juego con broche de oro. Y el segundo: La odiosa señora que tenía por vecina y siempre se quejaba por el «odioso» escándalo de sus celebraciones, por fin  había decidido cumplir su amenaza de arruinar alguna de sus fiestas dejando el paquete en su puerta para que cuando lo abriera alguna distorsionada broma acabara con todos sus planes. Aunque el primero parecía ser el más obvio. La tentación de abrir el regalo era arrolladora y estaba dispuesta a asumir las consecuencias.
   Llevó el regalo hacia la mesa de la cocina y lo primero que notó fue el peso, no era pesado ni ligero, era algo que no lograba mantenerse estable, como si la caja fuera demasiado grande para lo que estuviera dentro, y por eso se acunaba hacia los lados. Lo siguiente que notó fue la manera en que se balanceaba de un lado al otro, no rodaba ni se deslizaba como un objeto inanimado, esa cosa parecía moverse como un pequeño hombrecito dentro de la caja. Al colocar el regalo sobre la mesa Ester observó la caja detalladamente como si una visión de rayos X le permitiera ver dentro y consideró una vez más la hipótesis que tenia acerca de la «Vecina» y el «Amigo secreto».
   Comenzó a desanudar el lazo rojizo del paquete y de pronto dio un respingo con el sonido del teléfono a su espalda. Giró llevando las manos hasta su pecho y dando un enorme suspiro se dirigió a él y contestó.
— ¿Quién habla?
— ¿Ester? Es Sergio. —Al escuchar la cálida voz de Sergio, ofreció toda su atención demostrando al igual que una chica de quince años su atracción por él (estaba casi segura de que él era su «Amigo Secreto»)—. Estoy con los muchachos y estamos en camino, hay un tráfico tremendo en la avenida y de seguro tardaremos un poco.
—Está bien. Angie esta en camino, nos falta…
   El llanto de un bebe comenzó a escucharse dentro el paquete que residía en la mesa y Ester quedó petrificada sin prestar atención a las palabras que Sergio emitía al otro lado de la línea, luego ella soltó el teléfono y la conversación se cortó. La respiración de Ester se aceleró y por un instante la sensación de salir corriendo por la puerta se apoderó de ella.
— ¿Qué pasa nena? ¿No eres capaz de ayudar a un niño indefenso? —Expresó una voz ronca y grasosa dentro de la caja— Eres una maldita sin corazón que prefiere gastar el dinero en ropa cara y fiestas que ayudar a los niños en Navidad.
—Yo… yo. —por un segundo Ester quiso contestar en su defensa como acostumbraba hacer, pero recordó que aquello que le hablaba no podía ser humano, y si lo era no tenia buenas intenciones para con ella.
—Solo usas tu corazón para bombear sangre y tener vida, perra desagradecida, pero no te lo mereces y por eso he venido a arrancártelo del pecho.
   Las lágrimas de Ester comenzaron a manar de sus ojos y comenzó a retroceder sin apartar la vista de la caja.
 ¡¿A dónde quieres ir?! —Le gritó la voz de la caja y Ester soltó un breve alarido—. ¿No quieres verme a la cara? ¿No puedes ver tu muerte?
   La tapa de la caja salió volando y una criatura pequeña y deforme salto de ella hacia el ventilador de techo, incrustó las garras en una de las aspas y soltó una indiscreta carcajada masculina mientras giraba con el ventilador. Ester soltó un grito tremendo y atravesó la sala corriendo en dirección a la puerta. La bestia de color sangre soltó el ventilador y el impulso lo lanzó directo hacia Ester tumbándola al suelo, allí se montó sobre ella y comenzó a rasgar su pecho con unas arrugadas manos como de una anciana de donde surgían una largas y afiladas uñas que destrozaban la fina piel de la chica.
—Me comeré tu maldito corazón y luego lo cagare en el infierno —gritó con una segunda voz que surgió de su boca, mientras que la primera seguía riendo a carcajadas.
— ¡No! —gritó Ester, entonces agarró la ardiente piel de la criatura y la lanzo lo más fuerte que pudo al otro extremo de la sala.
   Se levantó presionando su pecho con la mano y se dio cuenta que el impulso de la bestia la había lanzado hasta la mesa de bocadillos, miró a su alrededor y toda la habitación se encontraba vacía. Mientras Ester observaba a cada extremo de la sala, la indomable agitación de su jadeo lastimaba la herida de su pecho y aceleraba la hemorragia. De pronto, un constante golpeteo en el techo se intensificó. Al detenerse a mirar arriba, la criatura salto encima de ella tumbándola sobre la mesa y continuó rasgándole el pecho. Una de las botellas de ponche se quebró cerca de la mano quemada de Ester cortándole uno de los dedos, entonces agarró el afilado trozo de vidrio y se lo clavó en la espalda al pequeño monstruo. Este la soltó y comenzó a chillar de dolor mientras intentaba sacar el vidrio del espinazo. Ester se levantó y comenzó a correr de nuevo hacia la puerta, pero un olor a quemado la hizo detenerse, fue allí cuando decidió dejar de correr. Cambió su dirección atravesando las cortina de la cocina, agarro uno de los cuchillos y tiró el resto al basurero, escondió el arma blanca en su espalda y esperó mirando fijamente a la entrada de la cocina.
   Los chillidos continuaron detrás de la cortina y luego dominó el silencio. Ester presionó con fuerza el mango del cuchillo y dio un gran suspiro.
—Te estoy esperando, bestia horrorosa.
   Volvió el golpeteo del techo y de pronto la criatura asomo la cabeza por uno de los extremos de la cortina observando odiosamente a la chica con sus espeluznantes ojos verdosos. La bestia tomó impulso y se lanzó hacia Ester, ella se apartó a un lado y abrió la portilla del horno, la criatura cayó dentro sobre el chamuscado pavo navideño, allí comenzó a gritar con distintas voces a la vez: un niño llorando, un hombre gritando de dolor; también se podían distinguir maldiciones en distintos idiomas y silbidos de pájaros. Ester bajó la intensidad de calor dentro del horno para ver cómo la criatura escribía un nombre en la ventanilla:«Raquel». Era el nombre de su vecina. Una rabia descomunal creció desde lo más profundo de su corazón, vació el basurero de la concina y metió a la criatura agotada en su interior.
   Sergio, Angie y el resto de los chicos se encontraron en la puerta del apartamento de Ester y uno de ellos tocó el timbre. Al abrirse la puerta quedaron sorprendidos al ver el macabro aspecto que ella lucia. La mayor parte de su cuerpo estaba ensangrentada y el costoso vestido se encontraba destrozado. Una espantosa herida cubría su pecho y con su brazo derecho sostenía el basurero sellado, en cuyo interior algo parecía golpear incontrolablemente. Su rostro expresaba una ira temible que intimidó a todos los chicos. Comenzó a caminar entre ellos y ninguno se interpuso en su camino.
—E... ¿Ester?, ¿a dónde vas? —preguntó Sergio. La chica no volteó para mirarlo a los ojos.
—Voy a visitar a mi vecina y darle un regalo que nunca olvidará.

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