miércoles, 4 de julio de 2012

Mágico

Por Angie Leal Rodríguez.


Dedicado a Raúl Omar García.


Fue un día tranquilo, mucho más relajado que los anteriores y no dejaba de resultarle raro que el viernes le mostrara esa cara… Raúl era un hombre comprometido, responsable y algo parco, tal vez en el fondo tuviera algo de ese niño que todos llevamos dentro, o al menos es lo que nos hacen creer siempre, en fin. Iba camino a casa mientras en su auto sonaba aquella romántica canción que dice algo así como “You are so beautiful to me…”, perfecta para evocar la imagen de su esposa y desear llegar a casa para abrazarla y regalarle un tierno beso. Curiosamente esa noche mágica de mediados de diciembre en la que casi todo el mundo siente ya espíritu navideño en el corazón aún no había logrado que Chiche se contagiara de tal ‘virus’.
Siendo muy joven formó una relación con una linda chica, ahora a sus treinta y un años ya podía decirse que tenía una familia hecha. Llegando a casa sus adorables hijos corrieron a recibirlo, Eric, de cinco años y Dana, de nueve; ¡eran su vida! Los nenes regresaron a la sala a escribirle su cartita a Papá Noel, mientras Raúl fue a la cocina a saludar a su esposa (le dio el beso que tenía guardado para ella desde hacía rato) y se dispusieron a disfrutar la cena, estaban platicando sobre los típicos temas de familia cuando de repente una vocecita los interrumpe: —Papá, ¿cómo se escribe “Play Station”?—inquirió el chiquillo, los tres sonrieron y el orgulloso padre respondió y a la vez preguntó: —¿Eso le vas a pedir a Papá Noel?—. Lo que hizo que al pibe se le iluminara el rostro y empezara a contarle a su padre tantas cosas como su imaginación le permitió; le habló de la casa en el Polo Norte, del trineo, de los renos, del gordo risueño, de la fábrica de juguetes, de los dulces, ¡de todo! Y terminó lanzándole una pregunta directa: —Papi, ¿tú conoces a Papá Noel? —Raúl no supo qué responder, no quería destruirle la ilusión diciéndole que lo del gordo era un  invento creado por una compañía refresquera (eso pensaba él) y mejor optó por decirle:  —Sigue con la carta, hijo, con que tú y tu hermana lo conozcan es suficiente.  Eric regresó a la sala con una mueca de desilusión.  Pero no pasaron ni diez segundos para cuando se escuchó una voz femenina diciendo: —Chiche, ¿cómo has podido responderle eso a nuestro hijo? ¡Casi le dices que no existe!— dicho esto la señora se levantó del comedor, recogió los platos, los puso en el fregadero y se fue a la recámara llevándose a los niños y dejando a su marido pensativo con los codos sobre la mesa y la cara entre las manos; pero al poco rato Raúl se levantó y se acomodó en un sillón de la sala a disfrutar un rato de buena lectura y un habano para poder dormir relajado. 
Al día siguiente decidieron salir a dar un paseo en familia, desayunaron algo ligero, llenaron una canasta con frutas, bocadillos y jugos y se fueron rumbo al parque.  Había un sol esplendoroso y se dispusieron a disfrutarlo, pasaron horas jugando, correteando, fue un momento muy agradable que repetían regularmente cada sábado; dieron casi las tres de la tarde y decidieron regresar a casa. Cuando iban rumbo al automóvil Eric se rezagó, Raúl volteó a verlo y se dio cuenta que su hijo estaba embelesado viendo a un tipo panzón con largas barbas que vestía de rojo con blanco y tenía a un grupo de niños a su alrededor mientras sus padres se encargaban de tomarles una foto con él para tenerla de recuerdo, ¡vaya negocio! Fue hacia su hijo y le pidió: —¡Anda, Eric! Nos vamos ya, date prisa, por favor. El chico salió de su ensimismamiento y corriendo se dirigió hacia su padre.  Ya en el camino sonaba “Shymphony of Destruction”, sí, esa famosa canción de Megadeth, uno de los grupos favoritos de Raúl; era tal el escándalo que su esposa bajó el volumen y luego preguntó con una sonrisa: —Mis amores, ¿qué les pareció el paseo?, ¿la pasaron bien?—  Al instante Dana respondió que había pasado un rato muy divertido y feliz  pero el niño se mostró un poco triste y dijo: —Mami, ¿viste que Papá Noel estaba en el parque? ¡Si hubiera traído mi cartita se la habría dado personalmente! Quería tomarme una foto con él y presentárselo a mi papi, pero él estaba muy apurado y no me permitió ni que se lo dijera —añadió con tristeza. A lo que la madre respondió: —Sí, amor, vi que estaba ahí en el parque con muchos niños, lástima que no trajiste tu cartita, pero no te mortifiques, la pondremos en el árbol en casa y él le leerá para traerte tus regalos en Navidad, anda, regálame una sonrisa —lo animó. El niñito cambió el semblante, sonrió y dijo: —¡Gracias mami! Ojalá que papá algún día lo conozca y vea lo maravilloso que es. Raúl estaba tan entretenido tarareando “The earth starts to rumble, world powers fall…” que no se dio por enterado del comentario de su hijo. 
Los días siguieron pasando con normalidad, hasta que la noche del veintitrés de diciembre mientras Raúl estaba ensayando unos parlamentos para su participación en una conocida obra teatral fue interrumpido por su esposa que preocupada le dijo: —Chiche, Dana se siente mal, por favor ve por unos analgésicos a la farmacia. Raúl salió de prisa, tomó el auto y manejó en dirección a la farmacia, mientras su esposa se quedó al cuidado de los niños.  Algo anormal llamó su atención al llegar, bajó y vio un bulto tirado en la banqueta y al parecer gemía pero no se preocupó por ayudar al tipo pues pensó que era un vagabundo o algún borracho, se dio la vuelta y siguió hacia la puerta de la farmacia pero paró en seco cuando escuchó su nombre, el hombre en la acera lo llamaba, no le quedó de otra más que acercarse a ver quién era. Se acercó y vio que estaba vestido de rojo, era gordo y tenía largas barbas, sin duda era uno de los tantos Papás Noel que hay en cada esquina haciendo negocio con las fotografías y como tenía prisa y estaba preocupado por su hija no le dio importancia, estaba a punto de irse pero recordó que el gordo lo había llamado por su nombre, eso era raro, ¿cómo es que lo supo?... Se puso a un lado de él y preguntó:
—¿Puedo ayudarlo en algo?... ¿Cómo es que sabe mi nombre?... ¿Lo conozco?...
El gordo sonrió como pudo y dijo: —Son muchas preguntas, amigo, vamos por partes, primero por favor ayúdame a incorporarme, no puedo pasar la noche aquí tirado, ya soy viejo. ¡Anda, Chiche!—. Raúl lo ayudó y cuando lo quiso poner de pie tuvo que sentarlo en su coche porque al parecer el personaje tenía una pierna rota, lanzó un grito de dolor ahogado.
—¿A qué hospital lo llevo, amigo? Tengo prisa, mi nena está un poco enferma, faltan cinco minutos para las once de la noche y debo ir ya con los analgésicos —dijo apurado. A lo que el otro respondió:
—No puedo ir a ningún hospital, no tengo servicio de salud, Raúl, llévame a mi casa, por favor. El joven padre deseó que su casa no estuviera lejos porque no disponía de mucho tiempo, y preguntó:
—¿En qué colonia vive? ¡Ah, aún no me ha dicho de dónde me conoce!
 —Yo no vivo en ninguna colonia, vivo en el Polo Norte, y te conozco porque eres el incrédulo papá matasueños del pequeño Eric —sonrió y añadió— ¡Ah, y no creo que tu carcacha pueda llegar hasta mi casa!
Raúl empezaba a perder la paciencia.
—¡No me rompás las pelotas! Como broma ya estuvo bueno, ¿de cuál fumaste amigo?—inquirió enojado y divertido a la vez.
—¡Que no es broma! ¡Es verdad! ¿No me ves? ¿Acaso no me conoces? ¡Soy Papá Noel! Mis renos se desorientaron porque Rodolfo está un poco mal de la gripe y perdió el control del trineo, dieron una sacudida y así fue como vine a dar aquí, ya deben estar buscándome; tengo una pierna rota, soy un anciano, bajamos hoy para terminar de recoger las cartitas porque mañana tengo mucho trabajo, hay que entregar los regalos, ¡por favor ayúdame! —dijo a punto de perder el control por la impaciencia.
Raúl no lo podía creer, sonrió cínicamente y sin decir “¡Agua va!” le lanzó un tirón de barbas,  pero a los pocos segundos se separó asustado por el grito de dolor del gordo, pudo comprobar que no era postiza, pero eso no significaba que todo lo que él le decía fuera verdad, siendo realistas ¿cómo iba a ser posible que ése fuera Papá Noel? ¡Nah! ¡Imposible! De cualquier forma quiso hacer algo para salir dudas.
—A ver, dime algo que me haga creer que eres quien dices ser.
—Vamos, Raúl, me vas a hacer  recordarte el carrito de bomberos que te traje cuando tenías dos años, o el rompecabezas junto con el memorama que te di a los cinco años, el tráiler de control remoto que me pediste cuando tenías ocho, ni qué decir de la colección completa de pistolas de agua y lanzapelotas que me pediste en tu cartita a los nueve, o el “Nintendo” que describías en tu carta la Navidad de mil novecientos noventa, no olvido tu carita feliz al abrir todos los regalos, ¡esa es mi recompensa! ¡Ah! Ahora que lo recuerdo, me disculpo por no haberte podido traer el juego de escenografía que me pediste hace cinco años ni la discografía completa de Megadeth porque, comprende, ¡ya no estabas como para pedirme cosas! —terminó con un “¡Jo, jo, jo, jo!” ante la cara atónita del joven padre.
¡No lo podía creer! ¿Cómo era posible tal cosa? ¡Raúl tenía sentado en su auto al mismísimo Papá Noel! De la impresión hasta se olvidó de los analgésicos, fue como si su corazón y su mente hubieran sido invadidos por la magia de la Navidad, ¡se sentía como un niño! Estaba emocionado, incrédulo, expectante… ¡Quería gritar, reír, saltar! Volvieron a su mente las ansias con las que lo esperaba cada veinticuatro de diciembre a medianoche para ver si de pura casualidad le tocaba conocerlo, pero eso nunca pasó; sobra decir que se tenía que conformar con ver sus regalos al pie del pino, lo que hizo que se desilusionara por completo y dudara de su existencia, incluso llegó a pensar que eran sus padres quienes dejaban los regalos y esa misma idea es la que casi le transmitía a sus pequeños hijos.
Raúl aún no salía de su asombro cuando de repente se escuchó el sonido de unas campanitas, voltearon hacia el lugar de donde provenía el sonido y vieron unos rayos de luz y una pequeña luminosidad carmesí al centro, ¡era Rodolfo liderando el trineo! ¡Increíble! Ver al reno de la nariz roja como la grana y de un brillo singular delante de los demás renos unidos por unas cuerdas halando un hermoso trineo decorado con motivos navideños fue la cereza del pastel. ¡Chiche no podía estar más maravillado! Estaba literalmente con la boca abierta. No podría articular palabra. Salió de ese estado cuando vio que Rodolfo flotaba directo hacia donde estaba Papá Noel y el gordo extendió su brazo para tomar algo de una bolsita que colgaba del dorso del reno, eran unas pastillitas luminosas, extrañas, se llevó una a la boca y unos segundos después mágicamente se puso de pie sin problema. Agradeció a su reno favorito con una palmadita suave en el cuello. ¡Increíble! Al instante recordó las semillas del ermitaño, “Dragon Ball” no estaba lejos de la realidad.  Sin duda eran demasiadas emociones vividas en muy poco tiempo.  
Papá Noel se dirigió a Raúl con una sonrisa en el rostro y le dijo: —Chiche, nunca pierdas la capacidad de soñar, deja que tu corazón se inunde de alegría, magia y amor; comparte todo lo bueno que hay dentro de ti, sigue amando a tus dos tesoros con todo tu ser y siembra en ellos el espíritu mágico de la Navidad, no permitas que dejen de soñar. ¡Ah! Recuerda que ése es el verdadero sentido de estas fechas, los regalos no son importantes pero sirven para dibujar sonrisas en las caritas de todos los niños del mundo —y añadió— una última cosa: deja salir de vez en cuando a aquel chiquillo alegre que moría de felicidad cada veinticinco de diciembre, verás el gran cambio que esto significará en tu vida. ¡Gracias!— Dicho esto se acercó al joven que todavía estaba en shock y le dio un fuerte abrazo, Raúl le correspondió atónito. Se separaron y el gordo risueño subió a su trineo, le guiñó un ojo y dijo adiós con su mano derecha. En pocos segundos solo quedó una pequeña luz en el cielo, parecida a la estela de un cometa que luego se convierte en estrella.
Chiche se frotó los ojos para ver si no había sido un sueño, volteó hacia la puerta de la farmacia y ahí todo parecía normal, había algunas personas en el estacionamiento y otras más en la cafetería que estaba al lado, como si nada hubiera pasado. Miró su reloj: Diez cincuenta y cinco. ¿Cómo podía ser eso posible? Debía ser un tipo de magia o algo parecido, ¡fue como si el dios Cronos se hubiera sentado a esperarlo! No quiso buscarle explicación. Entró a la farmacia, compró los analgésicos y manejó hasta su casa.
Al llegar ahí su esposa le comunicó que Dana ya estaba mucho mejor, había sido solo un susto. Él dudó en contarle lo que le había pasado, pues podría tacharlo de loco, no se arriesgó, solo se prometió mentalmente que pondría en práctica cada una de las palabras que ese singular personaje le había dicho hacía un rato. ¡Fue una gran experiencia que jamás olvidaría! La magia existe y está en todas partes, solo hay que abrir los ojos del corazón para poder verla y sentirla.





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