miércoles, 18 de julio de 2012

Centro de atención


Por Carmen Gutierrez.



“Gracias por llamar a la Línea de Ayuda y Orientación para suicidas. Por el momento todos nuestros agentes están  ocupados. Su llamada es muy importante para nosotros, por favor espere en la línea y uno de nuestros representantes le atenderá en la mayor brevedad posible” dijo la elegante voz femenina en el teléfono a la cual siguió una canción de fondo que Marco comenzó a cantar en voz baja  -Déjate caer...el cielo esta a tus pies...la la la la ...la sangre es  amarilla déjate caer... – pulsó de nuevo el botón del altavoz y encendió un cigarro. Llevaba diez minutos en espera y estaba perdiendo la paciencia pero la voz decía que le atenderían a la brevedad y si ya tenía tanto tiempo esperando podía hacerlo un poco más.

Al fin escuchó un pitido y corrió a levantar la bocina.
—Gracias por su tiempo de espera, le atiende Luis ¿Con quién tengo el gusto? —preguntó una voz ronca pero agradable.
—Con Marco.
—¡Hola, Marco! ¿Cómo puedo ayudarte hoy?
—Bueno... es que...he estado pensando en suicidarme...
—¿Si? Pues llamaste al lugar adecuado. Y ¿qué pasa?
—Pues... yo siempre he sido un tipo solitario pero últimamente...
—Me refiero a qué ha pasado para que aun no lo hayas hecho. —interrumpió Luis.
—Pues es que creo que necesito ayuda. —contestó Marco un tanto sorprendido.
—Lo entiendo, ¿has pensado en el impacto que tendrá tu suicidio?
—No mucho, sé que mi familia se sentirá triste pero...
—Creo que no me expliqué —Luis le interrumpió de nuevo—. Me refiero a que si quieres que sea algo espectacular, que mucha gente lo vea o quizá un suicidio discreto, sólo para los más cercanos, la policía o tal vez algún reportero curioso. Porque te puedo dar varias opciones.
—¿Cómo? —preguntó Marco confundido.
—Bueno, tenemos el discreto suicidio con pastillas, mucha gente cree que es elegante y hasta clásico, les recuerda a Marilyn Monroe, la verdad  es que no lo recomiendo si tienes una imagen que cuidar; las esfínteres se relajan antes de que mueras y terminas bañado en mierda. También algo discreto es el cortarse las venas en la bañera, como Jim Morrison, dicen que fue sobredosis pero la verdad es que fue un suicidio. ¿Tienes bañera en casa?
—No pero...
—Entonces, si eliges este método, te sugiero que rentes una habitación en algún motel lejos de la ciudad, si escoges un hotel elegante saldrás en los diarios lo cual te quita la sensación de intimidad.
—Pero...
Marco trató de seguir pero Luis tomó aliento y continuó:
—Yo en lo personal elegiría el método Cobain. Se puso de moda hace unos años, a los forenses les encanta. Es el más elegido por los famosos e intelectuales dejan una huella ¿Eres alguien famoso, Marco?
—No pero...
—Si tienes dificultades para conseguir un arma no te preocupes, cómprala en el mercado negro y no necesitas la licencia y eso, total al único al que harás daño es a ti y cuando descubran que tienes una pistola sin los debidos permisos será demasiado tarde ¿no crees? — preguntó Luis y soltó una carcajada amigable.
—¡Alto! ¡Para el carro amigo! —ordenó Marco antes de que Luis pudiera continuar— ¿De qué demonios se trata esto? ¡Necesito ayuda!
—Perdona, Marco —respondió Luis con calma, se escuchaba sinceramente preocupado—. Claro, dime que necesitas.
—Como te dije, necesito ayuda. Me siento muy solo, no tengo amigos y mi novia me acaba de dejar porque dice que no hago nada por mí. Acabo de participar en un concurso de literatura y quedé en último lugar. ¡en el último! Era lo que más deseaba en la vida y ahora no tengo nada. Soy terrible —explicó Marco encendiendo otro cigarrillo.
—Lo entiendo —dijo Luis muy serio y preguntó— ¿Estas fumando, Marco?
—Si. —contestó este.
—¿Te importa si fumo contigo?
—No, adelante.
—Gracias, lo necesitaba —hubo una pausa en la que se escuchó como Luis exhalaba largo y tendido—. Así que necesitas ayuda. ¿Qué es lo que quieres?
—Ya te lo dije —contestó Marco exasperado.
—No, me dijiste lo que te ha pasado y lo que necesitas; no me has dicho que es lo que quieres.
—¿Qué quiero? —Marco estaba escandalizado— Quiero alguien que me quiera, quiero hacer lo que me gusta, quiero tener alguien con quien hablar. No quiero...ser yo.
—Lo entiendo. Dime Marco ¿Suicidándote vas a tener lo que quieres?
—Pues... pues...
—No, Marco no. Al morir se te acaba el tren. No hay nada más. Es la última estación. Yo te aconsejo que lo hagas. Te conozco muy poco pero por lo que me dices es normal que estés solo, con ese pesimismo y la forma tan egoísta que tienes de pensar. No creo que encuentres a nadie que te quiera, no eres muy especial que digamos, concursos de literatura ya no vas a encontrar y la verdad creo que estas gastando oxígeno
—¿Qué? Oye amigo, no sé quien te crees que eres pero no tienes derecho a decirme esas cosas —Marco se levantó de la cama y comenzó a pasear por la habitación con pasos largos y desesperados—. Lo has dicho bien, tú no me conoces.
—Pero tú sí te conoces, has pasado más tiempo contigo que con nadie más en el mundo y si tú no crees en ti, dime Marco ¿por qué habría de hacerlo yo? —replicó Luis con toda la tranquilidad del mundo.

Marco se detuvo. Miró a su alrededor buscando algo para patear, al no encontrar nada dio un puñetazo en la cama que nadie escuchó, ni Luis quien esperaba su respuesta.

—Escucha —dijo al fin—, creí que me darías una razón al menos para no hacerlo.
—¿Por qué habría de hacer eso? Yo tengo mis propios problemas, Marco. No me pagan para escuchar los tuyos, me pagan para orientarte en tu suicidio. Si quieres hablar de tus cosas y de lo mala persona que eres habla con un psicólogo, ellos cobran por eso.

—Pero...—dijo Marco por enésima vez, al notar que no tenía nada que contestar a ese argumento preguntó para salir del paso— ¿Qué problemas tienes tú?
—¡Ay! Muchos, Marco —Luis hizo una pausa para soltar el humo— Tengo un trabajo donde atiendo a gente estúpida, no lo digo por ti que me caes bien, pero la gente que llama dice cada tontería... Mi mujer está neurasténica, tengo una compañera de trabajo que me encanta pero no puedo decirle nada porque soy casado y creo que ella también. Me pagan una miseria y no puedo dejar de fumar. Ahora mismo mi compañera me está mirando y tiene unos ojos tan hermosos que me roban el aliento. Esto es una mierda.
—¿Te gusta mucho esa chica? —preguntó Marco mucho más tranquilo.
—Mucho. Tiemblo tan sólo con tenerla cerca —contestó Luis en voz baja.
—¿La quieres? —Marco estaba en realidad intrigado.
—No lo sé. Me pone mal. Es linda, agradable, siempre sonríe y me mira de una manera que me hace pensar en levantarme ahora mismo e ir a besarla —dijo en un suspiro.
—¡Pues hazlo! — le animó Marco. Su estado de ánimo había cambiado y lo notó a su pesar— ¿Qué puede pasar? La vida sólo se vive una vez, Luis.

Hubo una pausa. Marco pensó que la llamada se había cortado pero escuchaba ruidos de fondo y se quedó a la expectativa. Se imaginó a Luis levantándose y acercándose a la chica en cuestión. Se imaginó que sus labios se unían ante la mirada atónita de los demás trabajadores y pensó que ese era un buen material para escribirlo. La comezón en las manos le decía que dejara el teléfono y se pusiera a redactar. La pausa se interrumpió con la voz de Luis que le dijo:

—Ya está. Lo he hecho. Mi supervisor me esta haciendo señas para que me acerque en cuanto termine con tu llamada, creo que me va a correr.
—¡Bien por ti! ¡Que te despida! Encontrarás un mejor trabajo y quizás la chica ¿Cómo se llama?
—Martha.
—¡Que bonito nombre! A lo que iba; quizás Martha salga contigo esta noche y tengas una buena sesión de sexo.

La carcajada de Luis casi le aturdió, Marco separó la bocina de su oreja y sonrió.

—Bueno, dejemos mis problemas para enfocarnos a los tuyos, Marco —Luis volvió al tono amable pero profesional que tenía al principio—. ¿Cómo y cuándo piensas suicidarte?
—Creo que lo pensaré mejor, Luis. No creo que ahora sea una buena idea.
—Es una lástima, porque puedo conseguir que lo hagas desde el Hotel Riu, las ventanas se abren incluso en el veinteavo piso.
—Gracias pero creo que no. Si te despiden ¿Puedo invitarte algún día a ver el fútbol?
—Claro, pero te aviso que soy culé de corazón. Siempre el Barcelona.
—Entonces no. Yo soy madridista —replicó Marco a carcajadas.
—Marco fue un placer atenderte. Te deseo suerte.
—Y yo te deseo que tengas éxito, Luis —dijo Marco y colgó.

Luis se levantó de la silla y estiró las piernas. Martha lo miraba sorprendida pero no dijo nada y él le hizo una seña de que la esperaba en la salida. El supervisor frunció el ceño cuando Luis deliberadamente lo ignoró y salió de la oficina. La noche estaba fresca. Encendió otro cigarrillo y decidió cruzar la calle para comprar un café para Martha cuando saliera y conversar un poco con ella. “La vida sólo se vive una vez” pensó.

Bajó de la acera silbando la tonada de una canción que le martilleaba la cabeza desde que despertó. Aún la tenía cuando los paramédicos trataban en vano de reanimarlo. Antes de morir, se dio cuenta de que el auto que lo había atropellado llevaba esa canción a todo volumen. “Sólo se vive una vez” de Mónica Naranjo. 



Fin.

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