Dedicado a Juan E. Bassagaisteguy.
Juan Esteban miraba detenidamente las fotos del álbum, no podía creer que los pibes ya no eran pibes.
Juanito, su hijo mayor, estaba a 5 meses de convertirse en padre por primera vez, y vivía en la capital, era contador, como su padre.
Quién iba a imaginar que la chispa que prendió cuando a los 8 años Germán ganó aquella mención en el Concurso Literario “Letras en Rauch 2011” no iba a apagarse nunca y que su vida era escribir, primero como columnista y ahora, con su primer novela publicada.
El “pequeño” Valentín seguía siendo un polvorín que no se detenía ante nada enfrentando siempre con buena cara todo lo que la vida le presentaba.
Se acercaba la navidad, y uno a uno sus tres hijos se habían disculpado diciendo que no iban a poder llegar, cuando hablaba con ellos por teléfono no demostraba lo triste y decepcionado que se sentía para que ellos tuvieran unas buenas fiestas; Mariana le decía que pasar solos las fiestas no iba a ser tan malo, tenían amigos y familiares a los que visitar.
La fiesta de año nuevo iba a llegar enseguida y entonces verían a sus hijos.
La casa era solo para los dos, Mariana y Juanes, Juanes y Mariana, casi se sentía como si fueran recién casados, aunque extrañaban a los chicos, los extrañaban mucho pero ninguno de los dos lo admitía para no poner triste al otro.
—Juanes, despierta, no tengo mucho tiempo —la forma dormida se agitó en la cama pero no despertó.
—Un rato más papá —murmuró sin abrir los ojos.
—No soy tu padre, ¡despierta!
Juanes se sobresaltó y se sentó de golpe en la cama, efectivamente, no era su padre quien estaba parado junto a la cama, era un hombre de mediana edad que llevaba bigote y barba de candado, le sonaba la cara de algún lado pero no identificaba de dónde.
—¿Quién eres? —preguntó asombrado, mientras se ponía de pie y al mismo tiempo se dio cuenta que no estaba en su habitación —¿Dónde estoy?
—Todo a su tiempo —respondió el hombre— me llamo Laurent; Laurent Bassagaisteguy.
—No puede…
—Claro que puedo y aquí estoy —respondió Laurent algo desesperado porque Juanes no acababa de entender que estaba pasando— sé que crees que esto es imposible, pero no lo es, tu tristeza es tan grande que llegó hasta mí y estoy aquí para alegrarte un poco, esta es la casa en donde viví, en donde nacieron mis hijos y en donde morí, estamos en Saint Jean de Lux, bienvenido hijo, bienvenido —dijo sonriendo— porque de una forma u otra, tu eres uno de mis descendientes, uno de mis hijos.
Juanes no salía de su asombro y miraba hacia todos lados, comenzó a notar la ausencia de los apagadores de luz, de los focos en el techo, se dio cuenta que era verdad, estaba en una casa antigua.
—¿Pero… —intentó hacer una pregunta.
—¿Quieres seguir con las preguntas o quieres conocer la casa? Ponte el abrigo, afuera hace frío.
Sin preguntar nada más, Juanes tomó el abrigo que estaba en el perchero al lado de la cama y comenzó a ponérselo cuando escucho la voz de Mariana que llegaba de muy lejos.
—Juanes, despierta, te tengo una sorpresa.
La habitación a su alrededor desapareció, cuando abrió los ojos y se encontró con los ojos de su esposa que lo miraban llenos de amor, el enojo por no haber podido ver la casa de los Bassagaisteguy en Francia, se disipó.
Y la mayor sorpresa fue cuando se dio cuenta que detrás de su esposa se encontraban sus tres hijos y su nuera.
—Despierta dormilón —dijo Valentín con su pícara sonrisa— vamos a perder el vuelo.
—¿Cuál vuelo? —murmuró aun medio dormido.
—El que nos va a llevar a Francia —respondió Germán— como siempre has querido papá, todos juntos.
—¡Feliz navidad papá! —terminó Juan mientras se acercaba y besaba a su viejo en la frente, la mirada de asombro de su padre fue lo mejor de esa navidad.
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