Por Pold Maciel.
“Sé que esto tiene que acabar, todo pasará. Solo está confundido.”
“Sé que esto tiene que acabar, todo pasará. Solo está confundido.”
Se repetía una y
otra vez Karla a sí misma. Vivía con la incertidumbre de estar sola en la
ciudad. Una ciudad que no es la misma en la que nació, en la que creció pero en
la que ahora se ve obligada a estar por seguir el sueño de una vida mejor.
Karla sigue a Santiago.
Santiago es su
amado esposo. Un hombre buenmozo que dedica su vida a su familia, a complacerla
y dar lo mejor de sí mismo para ella y su pequeño hijo de solo 4 años. Karla
debería estar feliz de tener a un hombre como él a su lado. Un hombre que
además de bien parecido, se mantiene en forma y todo tiempo libre lo pasa con
su familia, pero no es así. Karla siente que algo no está bien.
“No
puedo sentirme así, no por más tiempo. Me está matando.”
Cada mañana,
durante la ducha, Santiago quería que solo fueran bromas de su imaginación lo
que sentía. No podía creer que el amor que siente se haya divido y acabe con su
sueño, su apetito, su vida. Durante los últimos meses, creyó con todo su ser
solo satisfacer su necesidad de cariño, pero esto se le escapa de las manos.
Santiago siente cada vez más que debe amar con locura y perderse en el deseo de
lo nuevo, pero sabe perfectamente que no puede.
“Esto
es solo un juego, solo eso.”
Es algo de lo
que Leonardo se repetía a sí mismo. Cada noche, Leo salía a fumar su habitual
cigarro nocturno, hábito que cogió durante su última relación, habito que tomó
durante los últimos 6 años de su vida. Derrotado y devastado, noche tras noche
al fumar ese nefasto cigarrillo, no podía hacer otra cosa más que llorar ahogando
los gritos de dolor que sentía.
Al inicio todo
fue un juego.
Unas sonrisas
compartidas en el centro comercial y toparse en el gimnasio local hizo de esa
sonrisa una amistad. Todo parecía normal, el chico nuevo en la ciudad
socializando. Se fueron adentrando en la vida uno del otro, conociéndose. Un
par de salidas al bar, pláticas amenas en el gimnasio y convivios locales
hicieron que Santiago tuviera un nuevo amigo en la ciudad, Leonardo.
Santiago
presumía cada vez que podía a su esposa e hijo, vivía enteramente enamorado de
ellos, eran su más grande ilusión, su más grande victoria en la vida. Por otro
lado, Leo solo quería sanar, quería que las heridas que le provocaron se
convirtieran en lecciones de vida, aprender de ello y seguir adelante.
Una noche como
cualquier otra, tras unas copas en el bar de costumbre, Santiago llevo a Leo a
su casa. Antes de bajarse y por el calor de las copas, Leo lloraba por quien
fue su amor, por aquello que perdió y no recuperará jamás. Santiago sintió las
ganas de abrazarlo con todas sus fuerzas y calmarlo, y eso hizo. Ese abrazo tan
cálido provocó que Leo recostará su cabeza unos minutos en su hombro y dejar
salir esas lágrimas que ahogaban su pecho. Le levanto un poco su cabeza,
rozando la mejilla de Santiago mas este no se inmuto. Sus rostros quedaron a
solo milímetros uno del otro. La mirada fija uno en el otro, la nariz tenía un
suave y delicado roce y la tensión dentro del automóvil aumento. Sin saber cómo
o porque, sus labios se fueron acercando cada vez más uno al otro hasta que el
contacto de ambos provocará una pequeña chispa que encendió eso que ninguno
quería empezar. Ese fuego fue quemando cada esperanza de tranquilidad en sus
vidas. Sus labios comenzaron un juego del que ambos conocían las reglas, pero
desconocían las consecuencias. Santiago posó su mano con delicadeza en el
rostro de Leo sin despegar los labios ni un milímetro. Leo solo pudo sostener
con su mano la de Santiago, asegurándose que no la moviera y el mundo se
congelará así para siempre.
Por fin se
separaron sin decir nada uno al otro, el momento era incomodo pues ambos tenían
los ojos cerrados y el alma expuesta. Su amistad había cruzado la delicada
línea y ahora estaban expuestos, sin mascaras, sin amistad, sin tapujos, solo
con cariño. Leo se despidió susurrando un “hasta luego” que salió sin querer
pues su cuerpo quería realmente tenerlo entre sus brazos. La mano de Santiago
jamás soltó la de Leo a pesar de haber terminado el beso. Sostenía la mano con
firmeza queriendo que no se bajara del auto. Pero no fue así, Leo se marchó.
Santiago sintió
que cometió el peor error de su vida. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero
al mismo tiempo se sentía tan satisfecho, tan lleno, tan feliz. Quería gritar
de emoción y llorar por lo que había hecho. Manejó por el camino más largo que
conocía a casa, pues su esposa e hijo esperaban que llegara sano y salvo. No
dejaba de pensar en Leo, en sus suaves labios, el roce de su barba y ese arete
en el labio inferior con el jugó unos segundos. Santiago sentía perderse en los
profundos ojos negros de Leo. Al llegar a casa, su hogar, se dirigió
directamente a la habitación del niño, le beso la frente y al oído le dijo
cuanto lo amaba y que eso jamás cambiaría. Tomo la sábana del niño y la subió
hasta los pequeños hombros de ese ser que tanto ama, a lo cual, solo recibió
una sonrisa del infante sin abrir los ojos. Camino lentamente a su habitación,
no quería despertar a Karla. Ya era tarde y ella dormía. Tenía una imagen tan
placentera y bella que, tras quitarse la ropa solo pudo abrazarla. Pasó sus
brazos por la cintura de su esposa y besando su espalda, al oído nuevamente le
dijo cuanto la amaba. Karla, entre dormida, dijo que lo amaba con todo su
corazón y provoco que su espalda golpeara con su pecho, abrazándose aún con más
fuerza. Santiago podía descansar, el alcohol le jugó una broma. O eso quiso
pensar.
Leo abrió la
puerta sin poder concebir lo que había pasado. Una y otra vez repasaba lo
sucedido y no lo comprendía. Ese hombre, ese amigo, ahora compartía con el más que
solo una amistad. Leo sentía dentro de sí que el beso no fue un beso
cualquiera. Ese beso no buscaba sexo. No fue un beso ardiente que despertara
los más bajos instintos de ambos. Ese beso era de cariño, era un beso sincero
que compartía un sentir entre ambos. Leo realmente no quería sentir nada,
estaba lastimado lo suficiente para considerar a alguien en su vida, menos aún
a alguien con una vida hecha ya. Pero el verde de los ojos de Santiago, lo
rosado de sus labios y esa barba rojiza hacían que Leo pudiera enamorarse de
él.
Se lavó la cara
y quería fingir que nada de esto estaba sucediendo. Se negaba a creer que su
amigo, el chico con la esposa e hijo perfectos, pudiera voltearlo a ver de esa
manera. Culpó al alcohol para poder dormir. Pero no fue así. Al recostarse no
pudo evitar sentirse solo, no pudo más que recordar cuando lo abrazaban
tiernamente durante la noche y tras besar su espalda, le decían cuanto lo
amaban. Las lágrimas corrieron por sus mejillas por segunda vez en la noche.
Pasaron los días
de una forma rutinaria. Mensajes había por parte de ambos, mensajes sin sentido
y sin saber quien comenzó. Una noche, Santiago va a tomar unas copas con unos
compañeros del trabajo. Pasada la media noche, Leo recibe una llamada de
Santiago pidiendo que saliera un momento a hablar con él. Leo realmente estaba
desconcertado pues eran las dos de la madrugada y se asustó de creer que algo
le había pasado. Salió solo con una chaqueta y se acerco al carro. Dentro,
Santiago tenía lágrimas en sus ojos. Sin preguntar nada, Leo lo abrazo con
todas sus fuerzas. Santiago no dejaba de llorar y se aferraba a sus brazos como
no queriéndolo soltar. Leo tomo con ambas manos su rostro y le pregunto qué
pasaba, a lo que Santiago solo pudo responder besándolo. Nuevamente ahí
estaban. Después de días sin hablar del tema, besándose apasionadamente. El
beso duro solo unos segundos pero al retirarse Santiago dijo: -Lo siento mucho
Leo, me gustas mucho y no soporto la idea de tenerte lejos de mí. Cada vez que
un mensaje tuyo aparece, sin remedio sonrió. Eres un chico especial, un chico
al que quiero en mi vida.
Leo se quedo sin
habla y lo volvió a besar. Difícil de admitir para Leo, pero también sentía lo
mismo que Santiago. Noche y día pensaba en él, sonreía al saber que el también
lo hacía. Leo odiaba la idea de sentir algo pero el momento realmente le ganó y
venció a la frialdad de su corazón. Quiere decir que no, pero su corazón dice
que puede intentarlo. Leo solo se limita a sonreír y decir: -No dejo de pensar
en ti, en estos labios tan sinceros que me recuerdan lo que es querer. Sé que
es pronto pero algo hay entre nosotros y no lo quiero negar.
Santiago no
dejaba de llorar y al escucharlo nuevamente se abrazan. El tiempo pasa y creen
que solo son instantes cuando el móvil de Santiago suena. Es Karla. Pasan de
las cuatro y media de la madrugada.
Llevan ya un par de horas queriéndose con locura en su auto. Santiago
seca sus lágrimas y le avisa a Karla que va en camino, algo se complicó pero
todo está bien. Se miran unos instantes y Leo no sabe qué hacer más que besar
su mejilla y desearle buenas noches mientras baja del auto. El momento era
incomodo, frio y tenso. Santiago no reacciona y solo enciende el auto y se va.
Karla vivía
tranquila. Ella solo dedicaba su día a cuidar a su pequeño hijo y estar lista
para esperar a que Santiago llegara. El horario de Santiago era variado, por lo
tanto, ella se predisponía a estar lista cualquier momento para él. Era la
esposa perfecta, cuidaba bien de su hijo, excelente ama de casa y una entregada
esposa.
Una noche, no
podía dormir sin Santiago a su lado. Ella sentía que algo no estaba bien, algo
en ella le quito el sueño. Tomo el móvil en sus manos y le llamó a Santiago
para saber que sucedía. La voz agitada, entrecortada y con un tono triste, como
sollozando. Para la inquietud que ese momento invadía a Karla, esto fue lo
peor. Karla lo espero para poder hablar con él, realmente estaba preocupada.
Santiago llegó
con la cara limpia, sin rastros de lágrimas en sus ojos. Karla claramente podía
ver que una profunda tristeza le invadía desde adentro pero al preguntar, él
solo mencionó que fue un largo día, que estaba cansado. Quiso profundizar pero
sus intentos fueron en vano. Ella se abalanzo a abrazarlo y se percato que su
perfume había cambiado un poco. La loción que su esposo utiliza se ve mezclado
con una fragancia diferente, una fragancia fuerte, una fragancia masculina.
Ambos se recostaron sin cruzar mas palabras y cuando los brazos de Santiago
cruzaron la cintura de Karla, el perfume que tanto llamo su atención volvió a
envolverla.
Al amanecer,
Karla salió a correr un poco, tenía mucho en que pensar. Prendió el ipod y corrió
por la calle intentando que el sudor de su frente cubriera las lágrimas en su
rostro. De pronto, un chico se venía acercando a ella. Un tipo alto, de tez
moreno claro y bastante atractivo para ella. Al cruzar a su lado, ese perfume
que no le dejo dormir se impregno en su nariz nuevamente. Karla dio vuelta
sobre sí misma y comenzó a correr detrás de él.
El chico comenzó
a caminar y tenía su celular en la mano. Ella caminó sigilosamente siguiéndolo
con una distancia segura mientras veía como mandaba mensajes de texto en el
celular. Decidió que era tiempo de una ducha y tranquilizarse.
Entró con
cuidado y en silencio. Al subir las escaleras a su habitación, encontró a
Santiago con el celular en las manos, sonriendo. Sintió como un frio recorrió
todo su cuerpo, como subía por la espalda y terminaba en su nuca. Se sintió
abrumada, triste, angustiada pero no dijo nada, solo entro al baño y se dispuso
a ducharse. No podía creer lo que en su cabeza se formaba. El chico que vio,
ese chico que corrió cerca de ella usaba exactamente la misma loción que
Santiago tenia impregnada en su cuerpo anoche. Durante la ducha trató de despejar
su mente pues lo que pensaba era solo una locura y una coincidencia. Su esposo
no puede estar viendo a otro hombre, eso no es algo que puede pasarle a ella.
Lo intentó día
a día, pasar de la escuela al trabajo sin que le afectara si Santiago escribía
o llamaba pero no era así. Realmente su mente solo formaba recuerdos de sus
besos, sus manos, sus abrazos. La gente alrededor notó el cambio de actitud, la
sonrisa en su rostro, pero Leo no dijo nada a nadie. Sabía que todo podía ser
solo un juego más, pero esto no podía quitar de su mente que en cualquier
momento podía recibir un mensaje de Santiago anunciando su llegada y pudiera
besarlo de nuevo. Este sentimiento hacia que el vacio que Leo sentía durante
todo el día cambiará por la ilusión de tenerlo cerca, pero ya eran más de 2
semanas y Santiago no contestaba mensajes o llamadas. No desde esa mañana donde
se prometieron intentarlo, donde jugaron a ser los amantes de novela
shakesperiana, trágicos e imposibles.
Santiago esperó
a que su esposa saliera de la ducha para darle los buenos días, el ya los había
recibido de su nueva ilusión, su nueva alegría. Lamentablemente no pudo
hacerlo. Pudo ver el dolor en los ojos de Karla, aún cuando su rostro pintó la
sonrisa mas falsa que había tenido en mucho tiempo. Una gran mentira. Se
levantó y la tomó por la cintura para besarla pero ella no respondió al abrazo.
Santiago estaba realmente inquieto por saber que sucedía pero Karla solo
mencionó que extrañaba su ciudad y a su familia, que no podía estar tanto
tiempo tan lejos. Otra gran mentira. Santiago sintió un alivio al escuchar esto
pero dentro de él sintió todo como una falsa excusa.
Mientras
Santiago conducía al trabajo no dejaba de pensar en lo que le ocurría a
Karla. El dolor que le causó verla la
tan triste mientras él sonreía por alguien mas fue algo que no podía soportar.
Ideas daban vueltas una y otra vez por su cabeza pero no tenía una explicación
para tanto dolor en ella. Pensó en proponerle unas vacaciones para que visitara
a su familia y él aprovecharía un poco de tiempo a solas con Leo, pero al
mencionárselo a Karla, la negativa de su respuesta fue solo la confirmación de
su inquietud. Ella sospechaba y él era el culpable de tanto dolor en su
corazón. Su mente se nubla por completo mientras su corazón se vuelve pedazos,
tan fuerte que puede escucharlos. Las lágrimas en los ojos de Santiago eran
definitivamente su alma que estaba saliendo en forma de dolor al recordarle que
estaba fallando a esa mujer que juró amar con locura frente a un altar. Su
móvil vibra y ve un mensaje, es Leo deseándole un buen día en el trabajo. Eso
le partió el ya destrozado corazón. Ese fue el pequeño recordatorio del destino
de que no puede jugar con los sentimientos de los demás. Santiago debe decidir
a quien amar, con quien estar, a quien entregar esos pedazos de corazón para
que con un abrazo sincero y fuerte puedan juntarse y volver a sanar su corazón.
Y decidir también a quien dejar por siempre para que continúe su vida, la chica
a quien juro amor frente al altar pero con quien se siente incompleto o al
chico que lo completa pero a quien recién comienza a conocer, a querer.
Leo no entendía
que sucedía. Sabía perfectamente que estaba invadiendo una vida, pero
desaparecer sin razón aparente lo estaba volviendo loco. Creyó cada palabra,
cada gesto, cada caricia como una promesa, como algo que estaba creciendo. Era
una promesa de que él podía estar bien, de que podía sanar y vivir feliz. Ahora
todo le parece una gran mentira, le parece un juego en el que no debió jugar.
Karla escuchó
esa proposición de vacacionar como la afirmación de un desliz de su marido.
Tras mencionar el rotundo no, colgó el teléfono y no pudo contenerse más. Lloró
como nunca en su vida lo había hecho. El dolor fue tanto que las piernas se
doblaron y de rodillas en el piso, tomo sus manos, miró el anillo. Esa promesa
de ser la única para él se había esfumado, el maquillaje se corrió por todo su
rostro, sus manos temblaban de dolor y ese anillo solo le recordaba que
Santiago tenía a alguien más, tenía a un chico a su lado. Hicieron votos de
amor, sobrellevar lo mejor y lo peor pero sabe que ahora están rotos, y lo sabe
por como duele, pero sabía también que aun lo necesita con ella. Su cabeza daba
vueltas una y otra vez. Se repetía a si misma que tal vez no era suficiente y
que este chico podía hacerlo feliz, que le daba lo que ella no podía.
Santiago fue por
semanas un ente sin vida. No había más alegrías, no había más tristezas, no
había nada que le diera sentido a su vida. La decisión más dolorosa que había
enfrentado. Descubrió quien era, que quería pero tenía que decidir entre su
felicidad o la de la mujer que juró amarlo toda la vida. Karla realmente nunca
le había fallado, quien él era en realidad fue algo que jamás contó ni al mejor
de sus amigos. Era su más grande secreto y ahora era también su más grande
castigo. Su libertad significaba la condena de alguien más y realmente no sabía
si podía con ello, si su conciencia lo dejaría continuar cuando haces sufrir a
alguien más.
Una tarde sin
sol, una tarde gris y melancólica fue el marco perfecto para decidir. El tiempo
había pasado pero no en vano. Santiago ya tenía su decisión y aunque en
realidad todo fue en su mente, toda esta situación tenía que terminar. Durante
estas semanas Karla había actuado como la esposa perfecta que siempre había
sido, Leo había escrito mensajes y llamado sin respuesta pero Santiago
realmente se mantenía ausente de ambos. Sin hablarlo, todo eso era un juicio y
el veredicto estaba dicho. Santiago llamó a Leo.
Leo tomaba unas
cervezas con sus amigos, todo transcurría normal para él. El convivir hacía que
el duelo interno que vivía por su relación fallida y ahora por la desaparición
de Santiago fuera, mucho más pasajero. El alcohol hacia que Leo realmente
olvidara cuánto dolor tenía dentro de sí. Solo quiere estar borracho todo el
tiempo para sacarlo de su cabeza, quiere estar borracho toda la vida para
olvidar que lo extraña. Todo iba bien pero su celular comenzó a sonar. Vio la
llamada de Santiago y sus manos comenzaron a temblar de la emoción. Desapareció
por semanas y ahora marca. Tras decir un “mi amor” por toda la espalda le
recorrió un escalofrío pues el “necesito verte” de Santiago no sonó nada a como
lo había dicho antes.
Se vieron en el
mismo lugar de siempre, sentado esperó Leo impaciente por Santiago. Se subió al
auto y comenzó a conducir. Se alertaron los nervios de Leo, nunca había
conducido mientras estaban juntos, siempre estacionados solo se besaban hasta
cansarse. Este día era diferente y lo podía sentir en su garganta, pues ya
tenía un nudo. Llegaron al punto más alto de la ciudad que un auto les permitía
llegar. Todo el camino fue silencioso pero Santiago no dejaba de derramar
lágrimas sobre sus mejillas y Leo no podía hablar de la impresión que esta
imagen le formaba. Santiago se detuvo y sin titubear le dijo: “Me regreso a mi
ciudad”. Leo se quedó frio, sintió que la sangre se le bajó a los tobillos, se
secó su garganta y solo pudo preguntar: “¿por qué?”. Santiago mencionó razones económicas,
climáticas y decía no haberse adaptado a la ciudad pero todo era mentira y Leo
lo sabía. No contuvo más el llanto y le comenzó a rogarle que no lo dejara.
Santiago lloró adolorido pero Leo afirmaba que eso era mentira. Sin más, Leo
dijo: - Te estoy rogando amor que no te vayas, que tengo que hacer para hacerte
ver que ella no puede amarte como yo puedo hacerlo. ¿Por qué no te quedas?
Cuando te vayas con ella te darás cuenta que no puede darte lo que yo tengo
para ofrecer.
Santiago siguió
llorando pero Leo no se detenía: - Es muy doloroso para afrontar, amar a un
hombre y compartir. Por favor quédate conmigo.
Santiago lo
detuvo con un beso, ese beso sincero y amoroso, ese beso fue el beso del final.
Sus labios jugaban por última vez, esta vez era la despedida de ambos. Esta vez
era el adiós para siempre pues Santiago tenía que afrontar su decisión. Una
decisión que le tomó semanas darse cuenta de lo que ocurriría con su vida.
Realmente nadie sabía que pasaba por su cabeza o en su corazón. Santiago tomó
con ambas manos el rostro de Leo y separándolo de él le dijo: - Esto tenía que
terminar Leo, lo nuestro no puede ser.
Leo no podía
creer lo que escuchaba, no podía creer que ese chico que sintió desde el primer
beso que era su alma gemela, que desde la primera sonrisa cautivó su corazón
ahora lo dejará sin más razones más que excusas ridículas y absurdas. Sin decir
más, Leo salió del auto y comenzó a caminar sin rumbo y sin dejar de llorar.
Realmente le dolía, realmente sufría de una segunda decepción en tan poco
tiempo. Leo caminó y se perdió en el horizonte, fuera de la vista de Santiago.
Las lágrimas de
Santiago no dejaban de brotar mientras conducía a su casa. Se repetía a si
mismo que era la mejor decisión, que él sería feliz. Se estaciona frente a su
casa, seca sus lágrimas y se dispone a entrar a su casa pero algo le parece
extraño, algo está fuera de su lugar.
Karla no está.
Solo esta una nota que dice: “Lo siento, no puedo con esto. Se feliz con él.”
FIN
Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde
cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente
para el torneo.
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