DOS DE
TRES
Aarón
estaba sentado detrás de su escritorio. A su espalda, los marcos con todos sus
diplomas y agradecimientos adornaban la pared formando un mosaico de
egocentrismo y presunción. En el escritorio, una única foto, del mismo Aarón
estrechando la mano del fundador y director de B.E.G (Búsqueda y Erradicación
Global), Egglar Leggard, tomada hacía ya dos años. La empresa había sido un
éxito y Aarón se sentía orgulloso de ser la mente detrás de la idea. Aquella foto
representaba la farsa de un dirigente marioneta, un teatro bien dirigido y una
crítica impecable. El éxito de la empresa fue inmediato, y la caja fuerte se
hizo pequeña en tan solo semanas. Las acciones subieron como la espuma y los
medios de comunicación bautizaron a Eglar Leggard como el nuevo Rockefeller.
Todo el mundo tiene alguien a quien quiere matar, ¿verdad? ¿Por qué no
comercializarlo? Aarón había puesto en manos de Egglar un abanico de
posibilidades, le había dado toda la libertad para explotar la idea siempre y
cuando el 51% de las acciones estuvieran en su bolsillo y su nombre nunca
saliera a la luz. De
esa manera era como se sentía cómodo, actuando a espaldas y llenándose los
bolsillos. Por esa misma razón los cuadros adornaban la pared, si quieres
esconderte, hazlo delante de los ojos del mundo.
Aarón
abrió el primer cajón de su escritorio y sacó una caja de habanos, todavía
cerrada. La guardaba para una ocasión especial y esa lo era. Minutos antes, un
mensaje a su teléfono le había dado la noticia, el último trabajo había sido un
éxito. Todo iba sobre ruedas, un dolor de cabeza menos. Sabía que a su esposa
no le sentaría bien la noticia y quizá acabaría perdiéndola, pero no podía
dejar que todo se fuera a la mierda de aquella manera, era su hijo pero no
estaba dispuesto a tolerar ninguna tontería. Primero estaba todo ese asunto de
cuando era niño, había llegado a la prensa, pero una cantidad sustanciosa de
dinero había convertido lo que podía haber sido una noticia escandalosa en una
simple nota y ahora estaba el escándalo con la modelo sueca y eso no podía
salir a la luz. Muerto
el perro se acabó la rabia, había tenido que pagar una fortuna para que las
personas adecuadas hicieran desaparecer el cadáver de la chica y le había
bastado una bofetada para calmar al inútil de su hijo, pero la calma había sido
efímera, solo tardó dos semanas en matar a la segunda, no habría una tercera,
por eso convirtió a su hijo en objetivo.
Abrió la
caja de puros y algo llamó su atención. Una nota pegada al dorso de la tapa.
¿Cómo era eso posible si la caja era nueva? Repasó mentalmente la procedencia
de la caja de habanos, la compró en su viaje a Cuba, tres meses atrás, desde
que la trajo, la caja había estado guardada en el mismo cajón. Sacó la nota y
se acercó a la luz, su vista ya no era la de antes. Ocho palabras, tan solo
ocho palabras hicieron que un sudor frío recorriera instantáneamente la espalda
de Aarón; “¿Qué se siente al ser el nuevo objetivo?”.
La luz se
apagó. Durante unos segundos que parecieron horas, Aarón se quedó congelado en
su asiento, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.
—Dime
Aarón, ¿Qué se siente al ser el nuevo objetivo?
La voz
masculina hizo que la sangre se le congelara. Se sabía el guión de memoria, él
mismo lo había escrito. Ya estaba muerto. La bala le entró por la oreja derecha
y se quedó alojada en su cerebro.
TRES DE
TRES
El
teléfono de Egglar vibró en su mesita de noche. No le hizo falta abrir el
mensaje para saber qué decía, trabajo cumplido, dos de tres. No recibiría más
órdenes, él era el dueño y señor de todo. Había sido un buen movimiento, usar
al hijo para poder deshacerse del padre. Aarón y él habían convertido el
asesinato en un negocio, al principio las redes sociales elevaron el grito al
cielo, pero los índices de violencia habían bajado en un 83% en los primeros
cuatro días, un record histórico. La gente se cagaba en los pantalones tan solo
de pensar que podían convertirse en objetivos por una simple discusión en la
calle, un cambio mal dado, un choque de hombros o saltarse la fila del banco
podían hacer que te borrasen de la faz de la tierra, siempre y cuando, la otra
persona se lo pudiese permitir.
En un
mundo caótico el caos absoluto es la solución más limpia, su discurso había tomado
por sorpresa a políticos de segunda y periodistas por igual, había sido
perfecto. Pero, ¿realmente había sido su discurso? Aarón lo había escrito para
él, había sido muy claro en qué gestos tenía que hacer y qué tono de voz usar
en cada momento. ¿De qué servía ser director y fundador de una empresa
millonaria si no podía hacer y deshacer a su antojo?
Pero esos
días habían acabado, y todo gracias a su mascota, el eje de la empresa, su
ejecutor. Nadie debía saber la identidad del ejecutor salvo el mismo director,
otro beneficio que Aarón le había robado. Pero él se había encargado de cambiar
eso, ahora el ejecutor era su marioneta. El dinero tenía un poder excelente en
las personas, pero las promesas eran aún mejores. Entrelazó las manos por
detrás de su cabeza recargándose en la almohada, a su derecha, la muchacha que
dormía a su lado se giró dándole la espalda y haciendo que la sábana se
deslizase por debajo de su cintura, no debía pasar de los veinticinco años, le
encantaba el poder que su figura ejercía. La había conocido esa misma tarde,
era una becaria que ansiaba trabajar para él, no había tardado ni cinco
segundos en contratarla, no podía dejar escapar ese culito joven y bronceado.
La invitó a cenar y más tarde a tomar unas copas en su ático. Noche redonda.
Había dado la noche libre a sus guardaespaldas, no le gustaba tener público
cuando se follaba a sus empleadas.
Acarició
la espalda de la chica y sintió como la piel se le erizaba, no tardó en
ponérsele dura de nuevo. La agarró del hombro y la puso boca abajo, separó sus
nalgas y antes que la chica pudiera despertarse, la penetró. Ella se
despertó de repente con un gemido y le arañó en la pierna. Así le
gustaban a Egglar, salvajes. Los gritos de ella se hacían cada vez más rítmicos
y ahogados, no tardó en correrse, esta vez no lo hizo fuera, si no dentro y el
placer fue mucho mayor. Se limpió con la sábana y le dio la espalda a la chica,
no recordaba su nombre, casi nunca lo hacía, no tardó en dormirse. Nunca más
despertó.
Aitana
abrió los ojos y se desperezó, le dolía el trasero y se sentía pegajosa,
necesitaba una ducha. Se levantó de la cama y se estiró, el suelo estaba tibio
al contacto de sus pies descalzos, le gustaban esos lujos, podría
acostumbrarse. Pero no con ese hombre, era desagradable y malo en la cama. Cogió su blusa
del suelo y se la puso por encima para dirigirse al baño. Se dio una ducha
larga y caliente para quitarse el hedor del cuerpo, todavía tenía tiempo antes
de que llegasen los guardaespaldas de Egglar para llevarla a su casa, eso era
lo que el viejo le había dicho. En cuanto acabó, se puso una toalla alrededor
de la cabeza para que el pelo no escurriera agua en la alfombra, seguro que era
muy costosa y no le iban a pagar por sus servicios. Salió del baño y fue
recogiendo su ropa del suelo, por supuesto, no había traído muda extra así que
se tendría que poner la del día anterior. Egglar seguía tumbado boca abajo y
tapado hasta las orejas, no entendía como podía tener frío con el calor que
hacía esa mañana. Se fijó en el teléfono de su jefe, emitía una luz
parpadeante, se acercó de puntillas a la mesita de noche y lo agarró. En la
pantalla la imagen de un sobre cerrado parpadeaba constantemente, volvió a
girarse hacia Egglar, seguía dormido. Abrió el mensaje y casi automáticamente
lo dejó caer al suelo. Se acercó a la cama y puso la mano sobre el viejo,
estaba helado. Salió corriendo de la habitación con la ropa en los brazos, en
el suelo, el celular reposaba boca arriba, había dejado de parpadear y en la
pantalla se podía leer el mensaje: ¿Qué se siente al ser el próximo objetivo?
UNO DE
TRES
La mente
de Abraham funcionaba de forma diferente a la de los demás, las voces de su
cabeza habían sido sus mejores amigos. Toda su vida había sido relativamente
fácil, su padre le daban todo lo que quería con tal de que no molestara y su
madre lo sobreprotegía, pero realmente se sentía vacío. A los trece años le
habían regalado un gatito siamés, Abraham lo cuidó con todo el cariño del
mundo, lo alimentaba, le cambiaba la arena, lo bañaba y jugaba con él. A los
seis meses el gato desapareció y Abraham se puso muy nervioso, estaba todo el
día inquieto, no comía y apenas dormía. Su madre le dio la opción de comprar
otro gato, pero él se negó en rotundo, solo quería a Patas. Salía cada tarde
después del colegio durante horas a buscarlo, había pegado carteles en todos
los árboles y postes de luz a lo largo de diez manzanas desde su casa, había
llamado puerta por puerta preguntando por su gato, pero nadie lo había visto.
Pasadas
dos semanas encontró a Patas, o parte de él. Su cabeza adornaba el tronco de un
árbol, justo donde días antes había colgado uno de sus carteles de búsqueda.
Salió corriendo hacia su casa y se encerró en su habitación, lloró durante
horas hasta que el cansancio pudo más y se quedó dormido.
Al día
siguiente, en la escuela escuchó por primera vez la voz de Carl. Fue durante el
recreo, unos niños estaban jugando fútbol mientras Abraham se comía su
bocadillo sentado en una esquina del patio, solo como de costumbre. Uno de los
chicos chutó más fuerte de lo normal y el balón golpeó en la comida de Abraham
tirándola al suelo, una lluvia de carcajadas estalló en el campo de fútbol.
—Eh,
imbécil ¡pásame el balón! —dijo un muchacho con la cara sucia de sudor y el
pelo pegado a la frente.
La voz de
Carl causó una punzada en el cerebro de Abraham.
—Es él,
ese es el hijo puta que mató a Patas. Hazle lo mismo, mátalo, deja a ese
desgraciado como él dejó a tu gato, se lo merece. —Abraham se llevó las manos a
las sienes y cerró los ojos con fuerza.
—¿No me
has oído, imbécil? Dame el balón ahora mismo, no tengo ganas de golpear a nadie
hoy, así que no me obligues —El muchacho cerró los puños y avanzó rápidamente
hacia Abraham con pose amenazadora.
—Déjame en
paz, tú lo mataste, te daré tu merecido, te cortaré la cabeza ¡oh si!, me
beberé tu sangre —la cabeza de Abraham giró bruscamente hacia la derecha a
causa del puñetazo del muchacho. El sabor metálico de la sangre no tardó en
inundarle la boca.
—Estás
loco de remate, imbécil, completamente loco. Te espero a la salida, esto solo
ha sido una pequeña prueba.
El
muchacho cumplió su promesa y Abraham llegó a su casa acompañado por el
director de la escuela.
Dos costillas rotas y un derrame en el ojo fueron el
resultado de la brutal paliza que recibió, estuvo dos semanas sin salir de
casa. Sus padres quisieron poner una denuncia al muchacho que inició la pelea,
pero el pequeño se negó, tenía miedo de la reacción que pudiera tener y acabar
golpeado de nuevo.
La última
noche de recuperación en casa, Abraham volvió a escuchar a Carl.
—Mírate,
te dejó hecho una mierda, ¿vas a dejar que se salga con la suya? Tienes que
hacer algo y ¡ya! Mató a tu gato y te ha dejado en cama todo este tiempo,
¿quieres seguir siendo un maricón toda tu vida? He visto tu futuro, chico, y
tienes potencial, pero tienes que hacer lo que te digamos, niño, no estás solo,
somos varios dentro de ti, estamos aquí para ayudarte, haznos caso y serás todo
lo que quieras ser.
—¿Qué
eres? ¿quién eres? ¿por qué estás dentro de mi cabeza?
—No hay
necesidad de que hables chico, piensa, solo piensa. Soy lo que más deseas, soy
lo que no tienes, estoy porque soy, siempre he sido y siempre seré—. La voz
sonaba gutural, pero lo tranquilizaba, Abraham sentía que lo conocía de toda la
vida, como si fuera ese amigo de la niñez que no veía desde hacía años y de repente
regresaba a su vida. —Ahora duerme, y sueña chico, porque es en los sueños más
profundos, donde tus miedos se calman y se convierten en los verdugos de los
demás. Esta noche escribiremos la primera página del resto de tu vida.
Sebastián
Corso, el chico que había golpeado a Abraham, fue encontrado muerto en su cama,
rodeado de un charco de sangre y la cabeza separada de su torso, tenía catorce
años. La policía estuvo en casa de los Escorza toda la mañana, interrogando a
Aarón y Miriam, los padres de Abraham, pero su hijo no se había salido de casa
en toda la noche, o eso creían ellos. Aarón hizo entonces el primer gasto para
ocultar a su familia de un escándalo y fue en ese mismo momento, cuando en su
mente se comenzó a dibujar la posibilidad de crear B.E.G.
Jen había
aparecido seis años más tarde, el día que Abraham conoció a Darla, una modelo
sueca, en la fiesta de inauguración del tercer edificio de la B.E.G, donde el
señor Leggard, daría las gracias a Aarón por todo la cesión desinteresada del
terreno donde estaba edificado. Abraham había bebido unas copas de más y a
Darla no le había sido difícil convencerlo de ir a un lugar más “íntimo”.
Subieron
al ático, una zona donde los muebles seguían envueltos en bolsas de plástico y
el aroma a madera todavía se hacía presente. Se besaron calurosamente y Abraham
empujó a la chica contra la
pared. Comenzó a desnudarla mientras le mordía el cuello, sus
manos eran ágiles y fuertes. Darla le desabrochó el pantalón y lo bajó hasta
los tobillos. Abraham la tiró al suelo y la besó de nuevo. Fue justo en ese
momento cuando la escuchó.
—Esa puta
trabaja para la prensa, tiene una cámara escondida en su bolso, le han
prometido una fuerte cantidad de dinero y un reportaje especial en la revista
del próximo mes, ya le han tomado las fotos desnuda —Abraham sacudió
bruscamente la cabeza.
—¿Qué te
pasa mi vida? ¿por qué te detienes?
—No es
nada, no te preocupes —pero Abraham había aprendido a confiar en la voz de Carl
y esta no podía ser diferente, ya le había dicho que eran varias.
—Fóllatela,
chico, dale lo que quiere y después deshazte de ella, no dejes que te engañe
esa cara bonita, no permitas que esas tetas salgan en la portada del mes que
viene —Jen sonaba divertida y Abraham le hizo caso, se corrió en su espalda
mientras ella gritaba y se dejó caer a su lado, jadeando.
—Gracias,
Jen —dijo Abraham con la respiración agitada—. Gracias, de verdad, ha sido el
mejor polvo en mucho tiempo.
—¿Por qué
me llamas Jen? mi nombre es Darla.
—Cállate
zorra, sé lo que quieres hacer conmigo. Follarte al hijo de Aarón Escorza iba a
dar un impulso a tu carrera, ¿verdad? quieres aprovecharte de mí, pero no va a
ser así —las manos de Abraham se cerraron alrededor del cuello de Darla
mientras la chica se retorcía y su vida se escapaba lentamente. La adrenalina
hizo que se le pusiera dura.
Los
hombres de Aarón limpiaron lo que su hijo había dejado en el ático y la noticia
no llegó a filtrarse a la prensa, estaba empezando a cansarse del gasto que su
hijo representaba para él y dos semanas después, tras la muerte de una
reportera, decidió que su hijo sería su próximo objetivo.
—Dime
chico, ¿qué se siente al ser el próximo objetivo? —era Carl el que le habló—
Todo se ha vuelto en tu contra, ¿sabes? Tu queridísimo papi ha dado la orden,
va a caer en el juego de Leggard, ¿vas a permitirlo o vas a actuar como con ese
chico… Corso? Esto es un juego, niño, los dos leones se pelean por su empresa y
tú eres el peón, la figura sin importancia, pero un peón, puede convertirse en
reina si llega donde debe.
—Mi padre
nunca me haría eso, mandar a un ejecutor a buscarme. Por mucho que me deteste,
sigo siendo su hijo.
—¿En
serio? Revisa tu correo.
Abraham
encendió su ordenador portátil y entró en su correo electrónico. Un mensaje con
remitente desconocido se mostró en la pantalla. ¿Qué se siente al ser el
próximo objetivo?
—No te
pongas nervioso chico, ya te dije, si nos haces caso, puedes ser y hacer lo que
quieras. Tu padre guarda el arma en el segundo cajón de su mesita de noche, ve
y hazte con ella. Jen no te falló con la puta sueca y la reportera, yo no te
fallé con el que mató a tu gato y él tampoco te fallará. Serás lo que siempre
has sido.
Abraham se
hizo con la pistola de su padre y regresó a su habitación. Su madre había ido
al cine con unas amigas y su padre se quedaría, como siempre, hasta tarde en su
oficina.
—Ya viene,
él es como tú, pero sus voces no son tan fuertes, no lo permite, no siempre les
hace caso —esa voz no la había escuchado nunca, pero había aprendido a confiar en
ellas— se jacta viendo sufrir a sus objetivos, es fuerte pero nosotros lo somos
más. Siéntate en la silla de tu escritorio y abre la ventana, dale la espalda,
deja que se confíe.
No escuchó
sonido alguno, sólo una suave brisa en la cara causada por la corriente de aire
procedente de la
ventana. Abraham notó el frío del acero en la nuca y el pelo
se le erizó, sentía miedo.
—Dispara
chico, hazlo o deja que gane —se dejó caer de lado en la silla y un disparo
pasó rozándole la oreja izquierda, alzó la mano que sostenía la pistola
mientras se giraba y apretó el gatillo tres veces consecutivas. El olor a
pólvora se mezcló con el olor de la sangre del ejecutor.
—Sus
demonios son tuyos chicos, bien jugado —una serie de punzadas sacudieron la
cabeza de Abraham— ahora sabes todo lo que él sabía. Aquí empieza tu juego y
vas a ganarlo.
El cuerpo
que yacía en el suelo llevaba la máscara típica de los ejecutores, al quitársela,
Abraham vio que tenía la cara quemada, otra marca que los distinguía, o eso le
había dicho su padre. La tomó y se la puso. Tenía poco tiempo antes de que su padre
viera la nota dentro de la caja de puros que el ejecutor había puesto días
atrás por orden de Leggard. Lo que no sabía el viejo director, era que la mano
que lo haría dueño y señor absoluto de la empresa, por un breve espacio de
tiempo, era la suya.
Ahora
sabía lo que quería, siempre se sentía vivo cuando mataba, las voces ganaban
fuerza con cada asesinato y ahora poseía los demonios del ejecutor.
No tenía
tiempo que perder, sabía lo que debía hacer, esa noche morirían dos personas
más. Sacó el teléfono del bolsillo del cadáver y mandó dos mensajes: Objetivo
eliminado y ¿Qué se siente al ser el próximo objetivo?
FIN
Consigna: Escribir un
relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas
que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.
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