Por Soledad Fernández.
Cuenta la leyenda que quien probase su sangre, trascendería y se transformaría en un ser completamente diferente: mejor, único.
Su cuerpo agitado
vibró al ritmo de él, sin descanso, durante horas. Ella pedía más, mientras que
él desgarraba su cuerpo entre mordiscones y arañazos desesperados, donde el
dolor y la excitación eran casi equivalentes. Ella se desangraba en sus brazos
y él arremetía una y otra y otra vez, entusiasmado. Cuando terminó, consumió toda
su sangre y arrojó los restos a la pila de jóvenes muertas que, una tras otra,
habían pasado por él en aquella noche. Luego las quemaría; sí, eso era lo mejor
si no deseaba problemas con algún entrometido de esos que abundaban en la
ciudad. Aunque realmente, su carisma siempre le había sido de gran ayuda, aún
en los momentos más críticos.
Alexander era extremadamente
bello, alto y vampiro desde hacía mucho tiempo. Y esa inmensidad de tiempo
transcurrido, había provocado algo en él: hartazgo. Quizás tenía que ver con la
facilidad con la que se alimentaban, él y su carne, o quizás la falta de una
compañera real y eterna. No sabría definirlo, pero de algo estaba seguro, debía
cambiar. Miró a su alrededor y los demás inmortales, entre ellos su amigo John,
parecían no cansarse de orgías como esa. Ellos aún deseaban y disfrutaban de
aquella vida, y no les molestaba el interés por el que las doncellas se
acercaban. Sus instintos eran tan bajos y básicos que solo pensaban en sangre y
sexo. Nada más, solo eso. Pero para él, era una vida vacía.
Sin embargo, fue
durante esa noche de libertinaje, donde el sexo y la sangre habían abundado,
que escuchó de la leyenda y se convenció a si mismo de que existía. Y no sólo eso,
Alexander se convenció de que él sería
el privilegiado que la encontraría. Pero su búsqueda había sido durante mucho
tiempo y aunque no sabía bien quién era el o la portadora de semejante elixir, no
descansaba. Debía hallarlo a como diera lugar. Aunque ya había pasado más de un
siglo y aún no había hallado siquiera alguna pista que indicase que la leyenda
era real.
“Dicen que tiene un brillo particular, que cuando
ves al portador de aquella maravillosa sangre, enseguida te das cuenta y no hay
dudas, no en ese momento”.
Y el tiempo pasó
sin noticias de que la leyenda no fuese más que eso: una historia inventada
para mantener la ilusión de que algo más existía. Un fantástico relato, en el
que se creía que la vida de un vampiro podría tener una alternativa diferente,
que habría algo más que la sangre o la muerte. “Quizás es solo una leyenda,
querido amigo”, le había dicho John una noche en la que ambos iban a una recepción
donde abundarían las mujeres jóvenes y el sexo sin tapujos. “Tal vez”, murmuró
por lo bajo Alexander, pensando que, quizás, su amigo tendía razón.
Al llegar,
Alexander miró como siempre, por instinto nada más, la muchedumbre que se
agolpaba en aquel hermoso lugar. Era una noche sin luna donde abundaba la piel
y el perfume barato, a la luz de las estrellas. Miles de antorchas adornaban un
parque enorme colmado de flores blancas y de gente vacía que sólo anhelaba ser
tocada por estos seres inmortales. Y aquel deseo radicaba en una remota
esperanza: que ellos las harían eternas. Nada más lejos de la realidad. Los inmortales
ya no lo hacían y había una clara razón para ello: los recién convertidos.
Estos seres nuevos, recién nacidos a una vida libertina y descontrolada eran
justamente incontrolables y los vampiros adultos, por supuesto, no deseaban
pasar su vida haciendo de niñeros… al menos no él que pasaba sus días en eterna
y frustrante búsqueda. Pero entonces, esa noche algo sucedió.
En medio de la multitud
un brillo intenso apareció de la nada misma y supo que su fuente de poder
estaba allí. Sí, finalmente la había encontrado. Era claro que no podía ser
nadie más. Entonces, una figura hermosa y esbelta se separó del resto y caminó
hacia él con delicada determinación. Era exquisita y joven. Al verla, vestida
tan solo con una túnica casi transparente y azul, todo se volvió gris a su
alrededor. Todo excepto aquella visión. Esa figura femenina que sólo veía él y
de la que no podía quitar los ojos.
“Eres tan…”, balbuceó
sin poder terminar la frase. Su corazón, dormido durante siglos, explotó de
locura por ella, de ansias, de deseo. Jamás en su vida inmortal había sentido
algo así. Su garganta ardió tan solo de imaginar aquella sangre discurrir entre
sus labios, en su boca ansiosa. Debía poseerla, beberla, adorarla. Extendió su
mano y ella lo observó directo a los ojos. Su mirada verde, profunda como el
océano, lo atravesó, llegó directo a su alma avejentada y se sintió estremecer.
“Jamás creí que esto fuese así…”, masculló y una voz musical y delicada dijo “¿Así
como?”
“No
sé…perfecto”, le contestó y sintió que sus piernas temblaban. Ella se detuvo y él
se sintió agonizar. La deseaba con horror, con temor por lo que fuese a
resultar de beberla. Pero debía hacerlo. Imaginó su piel blanca y desnuda
debajo de él, agitada y temblorosa. El aroma de su cuerpo, de su aliento, de su
sexo lo invadía y él no tenía otra alternativa más que enloquecer. Podía saborearla
aun antes de que todo se consumase. Cerró los ojos y la pensó jadeante y
expuesta a su sed, mientras su cabello dorado y eterno caía a los lados y sus
labios rojos pedían más. Pedían inmortalidad. ¿Se la daría? A ella sí,
definitivamente. La haría su compañera, su amante eterna. Pero antes debía
probarla siendo humana, siendo carne suave, dulce, trémula. Después sería
tarde. Después ella desearía sangre y no su cuerpo. Debía hacerla suya antes de
que…
Abrió los ojos y
allí estaba ella. Podía sentir su aliento, incluso escuchar su corazón latir
acelerado, como el de él. Una cadencia galopante al unísono. Ella lo miraba
fascinada y dispuesta a abrirse como una flor. Pero…
Entonces, él
acercó sus labios para besar aquella perfección, aunque un destello detrás de
sus hombros lo frenó en seco y aterrorizado salió corriendo de allí.
****
“No puede ser”,
se dijo con un sentimiento de angustia y miedo entremezclados. No podía
entender de qué se trataba todo aquello. Una burla del destino, con seguridad. Miró
las paredes de su habitación, oscuras como su corazón y la bajeza de sus
sentimientos, tratando de encontrar una respuesta que, por supuesto, no
encontraría. Se escondió allí, en esa antigua fortaleza familiar, resuelto a no
salir jamás. Moriría de hambre si era necesario, pero no podía poseer a
semejante criatura. No, jamás podría hacerle eso a ella.
Los días pasaron
y su corazón agobiado se sentía prisionero. La sed subía por su cuello
desesperándolo y mientras se debatía entre sucumbir a sus necesidades básicas o
morir abandonado, sintió un ruido proveniente de la puerta principal. El temor
se apoderó de él porque si ella lo venía a buscar no podría parar, no podría controlarse.
Ya no.
Caminó con
cautela por el pasillo principal. La oscuridad estaba presente no solo en su
entorno: la falta de alimentación le provocaba dificultades para ver y en ese
momento solo divisaba bultos a los lados. Continuó con debilidad, apoyándose en
las paredes para no caer, mientras todo a su alrededor giraba vertiginosamente.
Pero antes de llegar, a metros nomás de alcanzar la fuente del sonido, cayó al
suelo y la oscuridad se apoderó totalmente de él.
—¡Alexander!
****
Todo estaba como
en una nube espesa que no se iba y se instalaba en sus rincones.
—Vamos
¡despertá!
John lo sacudía
enérgicamente y por primera vez, en los siglos en que se conocían, hubo
preocupación en su rostro. Alexander abrió los ojos, a pesar de que le costaba
horrores. La sed era desesperante, quemaba su garganta y no le dejaba pensar
con claridad. A pesar de ello, se incorporó trabajosamente con la ayuda de su
amigo, y horrorizado lo amonestó por estar allí.
—¡Pensé que
habías muerto! ¿Qué sucede, amigo? Desapareciste…
—No deberías
estar aquí…
—¿Qué? Estás
loco…ahora que te veo en estas condiciones, definitivamente debo estar aquí.
Alexander miró a
su amigo y notó su preocupación. Entonces, se sentó en el piso y agarrándose la
cabeza solo repitió agónicamente:
—¡La encontré! ¡La
encontré!
John, lejos de
entender, solo pudo responderle:
—Tenés que
alimentarte. Así no sobrevivirás ni un día más. Vamos.
Lo ayudó a
cazar. Alexander no deseaba otra sangre que no fuese la de ella por lo que todo
lo que probó le pareció insulso, desprovisto de ese sabor particular que solo
ella podría dar. Sació su sed, sí, pero no su alma.
Luego de una
noche entera de cacería, ya más fuerte y algo recompuesto, volvió junto a su
amigo a la fortaleza. Allí John exigió respuestas.
—La encontré,
amigo. La encontré…
—¿Qué
encontraste?
—La fuente del
elixir…
John se asombró
al sentir tristeza en la voz de Alexander. No podía explicarse ese tono luego de
haber estado junto a él en su larga búsqueda. Él sabía que su amigo no pensaba
en nada más, asique esta actitud era en verdad, desconcertante.
—No entiendo…
¿no deberías estar feliz por ello?
—Amigo: si la
conocieses, no preguntarías eso. Ella no merece su final. Ella es demasiado
bella y pura para que yo siquiera me atreva a pensar en su sangre y sin embargo,
es lo único que puebla mis pensamientos, día y noche. No debiste ayudarme. Me
tendrías que haber dejado morir…así podría dejar de pensarla en su perfección.
John entendió
que nada podría hacer por él. Estaba condenado. Le preguntó si deseaba algo en
aquella agonía, a lo que Alexander solo meneó la cabeza en una negativa
contundente.
****
“¿Y si yo
deseara morir?”. Un suspiro voló en el aire y Alexander despertó de su
inquietante alucinación. Al abrir sus ojos ella estaba allí, acariciándolo.
Estaba más bella de lo que la recordaba. Su piel era más perfecta, más blanca y
suave. Su sed se disparó. Pero no sólo aquella que clamaba su sangre. Se
incorporó y la beso sin pedir permiso. Beso su boca, sus labios rojos y
carnosos mientras que sus manos temblorosas la exploraban. Acarició cada uno de
sus rincones ocultos y húmedos. No podía detenerse, no quería hacerlo y ella lo
dejaba ser.
Arrancó su ropa
y admiró su cuerpo desnudo. Acarició su busto perfecto y redondo que le
reclama, le pedía por sus labios y se lo dio. Los besó con desesperación
mientras que se quitó sus prendas, apresurado, torpe, ansioso hasta el extremo.
Entonces, su piel helada entró en contacto con la calidez de ella y fue
perfecto. La ansiedad recorría todo su cuerpo y al momento de penetrarla, otra
vez apareció el destello detrás de sus hombros y el terror y la culpa
destruyeron todo.
Se levantó de
inmediato y tapó el cuerpo de ella, avergonzado por su bajeza y debilidad. No
podía observarla sin sentir el pecado.
—¿Por qué te
detenés? —dijo ella que sabía muy bien por qué, aunque deseaba escucharlo de
sus labios —¿Acaso no te agrado?
—Es más que
eso…te amo con locura, te deseo con agonía, ¡pero no puedo quitarte la vida!
—¿Y si yo quiero
que lo hagas?
—No podría jamás
beber tu sangre…
—¿Por qué no?
—Porque ya eres
inmortal… y sólo te quitaría el alma…
Se miraron por
un segundo que duró milenios. Ella lo amó por su sacrificio y lo deseó por ser
el hombre que siempre había buscado. Entonces, desplegó sus angelicales y
transparentes alas y descubrió su cuerpo, precioso e inmaculado, ante él.
Avanzó hacia el vampiro atemorizado, acarició su rostro y lo besó con pasión,
sin parar, mientras que él la tomó por la cintura. En ese momento mágico, único
y perfecto, el Ángel se entregó al vampiro; y, mientras ambos se gozaban
mutuamente, mientras sus corazones palpitaban desbocados, ella expuso su cuello
blanco y delicado, y él probó aquel elixir prohibido pero no para consumirla,
sino para hacerla su compañera.
Una luz extraordinaria
bañó a los amantes entrelazados y los elevó. Entonces, ambos se volvieron uno y
trascendieron más allá de la mismísima eternidad…
FIN
Consigna: Escribir un relato ―género y tiempo verbal a elección― donde cuentes una historia que creas que va a ganar, inédita, escrita especialmente para el torneo.
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