Seudónimo: Abram Gannibal
Autor: Asier Rey Salas
Los escritores se acomodaron en la casa y se relajaron entre caladas prohibidas y juegos de mesa, felices con su merecido descanso. A las doce estaban de camino a sus catres, vencidos por la diversión.
Autor: Asier Rey Salas
Los escritores se acomodaron en la casa y se relajaron entre caladas prohibidas y juegos de mesa, felices con su merecido descanso. A las doce estaban de camino a sus catres, vencidos por la diversión.
A
la una, todos dormían plácidamente.
A
las dos, un alarido rompió el silencio.
Raúl
se levantó, asustado; salió al pasillo y se encontró con Carmen, con Roberto,
con Ángela... igual de atemorizados y extrañados. Habían oído aquel ruido
desgarrador con demasiada nitidez.
—¿Dónde
está Sergio? —preguntó Carmen. Todos se azoraron y miraron hacia aquella puerta
cerrada.
Comenzó
a manar la sangre y a manchar los pies descalzos de los escritores. Raúl se
desbocó y aporreó la puerta, fuera de sí.
Cedieron
las bisagras y la puerta se vino abajo. Allí, sobre la cama, reposaban los
restos del malhadado poeta. Una cajetilla de cigarrillos era lo único que podía
mirarse sin desagrado.
—Dios
—susurraron—. Sergio... ha muerto.
Las
lágrimas se desbordaron entre los presentes. Estaban en mitad de una pesadilla.
—Mirad
—advirtió Roberto—. Hay algo allí.
Todos
miraron a la esquina indicada. Apenas visible por la oscuridad, un arrugado
lazo azul les anunciaba una terrible realidad.
Había
un asesino en la casa.
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