Seudónimo: Leeloo
Autora: Yolanda Boada Queralt
Sergio frotó el sucio cristal de la ventana con su propia manga y espió a las dos mujeres. Habían salido al jardín con la excusa de fumar un pitillo y allí estaban, regalándose cariñitos entre las plantas muertas.
Autora: Yolanda Boada Queralt
Sergio frotó el sucio cristal de la ventana con su propia manga y espió a las dos mujeres. Habían salido al jardín con la excusa de fumar un pitillo y allí estaban, regalándose cariñitos entre las plantas muertas.
—¡Tíos,
no os lo vais a creer! ¡Ángela y Carmen están haciendo manitas!
Miró
de soslayo a los demás, que bebían cerveza ante sus portátiles.
—¡A
buenas horas te enteras! —soltó Roberto, carcajeándose.
—Ay,
Sergio... Si dejaras de mirarte el ombligo y levantaras más a menudo la
cabeza... —comentó Raúl, uniéndose a las risotadas.
Sergio
tomó una de las linternas que habían dejado sobre el aparador polvoriento y
salió del salón refunfuñando. Roberto se incorporó y fue tras él, pero solo oyó
el eco de unos pasos que se perdían escaleras arriba. Subió la escalinata
alumbrado por los últimos rayos del sol que atravesaban la vidriera de colores.
El
chirrido de una puerta llamó su atención. Era la habitación de una niña. Entró
y la vio: la casa de muñecas.
Abrió
algunas de las ventanitas y halló un libro escondido. «Mi Diario». Entonces
sonó un chasquido tras su espalda y contempló, paralizado, la silueta de una
mujer que colgaba de la lámpara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario