Autora: Carmen Gutiérrez
El
diablo compró la vida de Susana con una moneda dorada de veinticinco centavos. Muchos
años después descubrí que era una moneda con un baño de oro, pero lo importante
es que me olvidé de Susana y me preparé
para mi gran proyecto. Como corredor de bolsa ganaba bien, a veces perdía y eso,
nada de lujos extravagantes, ni romances de revista. Aunque fingí ser
homosexual para librarme de las habladurías de oficina… gajes del oficio.
Al
llevarse a Susana, el diablo me hizo notar el montón de errores que estaba a
punto de cometer. “No estás listo” me dijo; tenía razón. Después de muchos
años, además de mi apartamento, compré una casa veraniega cerca del bosque; nada
fuera de lo normal. Trabajé horas extras y acumulé días de descanso para poder
ausentarme por largos periodos en el trabajo y dedicarme a lo mío.
Pero
no quiero aburrirte con los detalles, mi niña… ya bastante tienes con lo mucho
que me cuidas y te preocupas por mí. Cuando conocí al diablo yo era joven,
seguro de mí mismo, inteligente, pero ante él me sentí como un nene en pañales.
Lo vi llevarse a Susana sin hacer esfuerzo, ella le obedecía sólo con mirarlo. Todos
mis esfuerzos buscaban recrear eso, supongo.
Experimenté
mucho y debo confesar que todos mis proyectos fueron muy interesantes. Me
divertí en cada uno de ellos. Pero ¿sabes qué es lo más interesante? Que no
cometí ni un solo error. Ni uno solo. Del primero al último, todos salieron
bien. Tuve complicaciones pero supe resolverlos…
Sin
embargo, hace dos años noté que me estaba volviendo torpe. Las cosas se me
escurrían de las manos, no podía enfocar y de pronto comencé a sufrir insomnio.
Me di cuenta de que todos mis planes, mis proyectos, mi trabajo, mis ahorros no
contemplaban el deterioro de mi cuerpo. Había hecho cosas que muchos hubieran
querido hacer, había conocido gente especial, había recorrido el país pero
nunca me había hecho ni un solo chequeo médico… y tuve que interrumpir mis
vacaciones.
Fue
devastador. Mis nervios se degeneraban a pasos agigantados, mi cerebro daba las
órdenes pero llegaría el momento en que mis miembros no pudieran cumplirlas.
¿Qué manera de morir sería esa? ¿Después de tanto esfuerzo? ¿Después de… todo?
Decidí
terminar el proyecto que tenía en desarrollo y cerrar el negocio. Y entonces, cuando iba de camino a casa, te vi.
Caminabas tan tranquila por la acera, tan ligera, tan bella. Me detuve a tu
lado y te dije que subieras al auto. Lo hiciste. Te dije que no gritaras, no
gritaste. Te traje a mi casa y te pedí que te desnudaras. Fue glorioso.
En ese momento tenía a cuatro rubias encadenadas en el
sótano. Te las mostré y no trataste de huir. Te pedí que limpiaras mientras me
deshacía de ellas y dejaste todo reluciente. Esa noche te mordí, te até, te
violé y no rechistaste. Sé que no lo harás.
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