Por Ángela Eastwood.
Consigna: Cuento sobre Gravity Falls, respetando la versión latina. Debe contar algo nuevo tras lo sucedido al culminar la serie.)
Consigna: Cuento sobre Gravity Falls, respetando la versión latina. Debe contar algo nuevo tras lo sucedido al culminar la serie.)
Texto:
Llegó
el verano y con él las ansiadas vacaciones. Mabel lanzó su psicodélica mochila
al suelo y Dipper lanzó al aire la gorra que le regalara su adorada Wendy.
—¡Por
fin! —exclamó feliz—. ¡Pensé que no aguantaría ni una clase más!
—¡Chicos,
tienen correspondencia de su tío Stan! —dijo la madre sacando la cabeza por la
ventana de la cocina.
—¡Carta
del tío Stan! —gritaron felices al unísono.
«Queridos
sobrinos: Tan sólo el saberles estudiando me ha detenido de contarles un tema
de suma gravedad: algo terrible está ocurriendo en Gravity Falls. Cuando
regresaron a California todo fue bien durante un tiempo. Mi hermano Stanford y
yo nos dedicamos durante unos meses a explorar el Ártico —no olviden que ese
siempre fue nuestro sueño de niños—, y allí vivimos espeluznantes aventuras que
nos ayudaron a recuperar el tiempo perdido; pero ambos intuíamos que algo no
iba bien en el pueblo. En nuestros sueños enormes maizales crecían por todos
lados de forma salvaje, transformando el
pueblo en una suerte de selva amarilla, sepultándolo todo. Era tan angustioso que
decidimos regresar a Oregón, para contemplar, sorprendidos, que nuestras
pesadillas eran en verdad reales. A nuestra llegada, Soos nos informó que,
debido a ese raro suceso, los autobuses turísticos habían dejado de llegar,
ante la imposibilidad de abrirse paso en aquella jungla, hecho este que
significaba la ruina. Pero aún había más. Con la invasión también llegaron los
relámpagos rojos y los rayos certeros. ¿Recuerdan la gran mansión de la colina,
aquella que tiempo atrás perteneciera a vuestra amiga Pacífica Noroeste? Siento
decirles que ha sido destruida, devastada por esos rayos mortíferos. El viejo
Fiddleford MacGucket, —recordaréis que se hizo rico vendiendo sus patentes y
que luego de buscar una nueva morada más apropiada para su nuevo estatus de
millonario, se enteró de que la gran
mansión estaba en venta y la adquirió por un módico precio—, salvó su vida por hallarse en su barco en esos instantes probando
la inmersión de uno de sus monstruos metálicos. Otras cosas han sucedido
también, pero lo más inquietante de todo es el extraño silencio que reina en el
pueblo. Por favor, vengan. ¡Les necesitamos! Con cariño: su tío Stan».
Durante
el largo viaje a Oregón, los hermanos Paine recordaron con añoranza el primer día
del verano anterior, cuando sus padres, cansados de verlos haraganear,
decidieron enviarlos a la cabaña de su tío Stan, un lugar perdido en mitad del
bosque, una trampa para turistas, un timo simpático con el que su viejo tío se
ganaba unos buenos dólares, mostrando a los turistas todo un abanico de
manipuladas rarezas: monos con cola de sirena, misteriosos mechones de
unicornio, pociones mágicas, botes con ojos de alienígenas en formol, y todo
tipo de curiosidades que los pobres incautos le quitaban de las manos, pagando
precios desorbitados. Pero no tardaron
en averiguar que en verdad el lugar era un foco de sucesos paranormales y sobrenaturales.
Hablaron también del viejo diario encontrado en el bosque y del entusiasmo que
sintieron al ir descifrándolo. Hablaron
de todos y de cada uno de los seres de Gravity Falls. Del dios Bill Clave y su
intento fallido de acabar con el mundo. Del mofletudo y malvado Gideon, que
tantos disgustos les dio poniéndose de lado del peligroso Bill. De los pícaros
gnomos, del gran oso Multioso de las mil cabezas, de los zombies, del cabello
mágico del unicornio Celeste, de los Hombres-Tauro y del día en que Dipper acudió
a ellos para aprender a ser un hombre de pelo en pecho. Y… de Wendy. ¿Tendría
novio? Dipper suspiró.
A
la puerta de la cabaña les esperaban sus tíos Stan y Ford, también el grandullón
Soos y su flamante novia, Melody. Dipper los miró con cariño, pero su corazón
adolescente volcó de emoción al ver entre los rostros el de la pelirroja Wendy,
más alta y más linda que el verano anterior. Nunca lograría alcanzarla. En todo
ese año Dipper tan sólo había crecido un par de centímetros, aunque su voz
aflautada había adquirido un tono interesante. Wendy corrió a abrazarlos y de
pronto pareció que no había pasado el tiempo.
—¡Pero
miren a este guapo chico! ¿Dónde dejaste la constelación de tu frente? Ya veo
que desaparecieron esos granitos que formaban la osa mayor. ¿Acaso deberíamos
dejar de llamarte Dipper? ¿Y qué fue de tu voz? —dijo Wendy riendo y
arrancándole la gorra.
—¡Mira
Dipper! ¡Parece que los tíos han hecho reformas en la cabaña! —exclamó Mabel
riendo con esa risa peculiar que sonaba a cascabeles—. ¿De qué mares tenebrosos
habrá salido ese grandioso animal? ¡Guau! La batalla para apresarlo debió ser
colosal.
Y
es que un pulpo de dimensiones grotescas cubría el techo de la cabaña mágica.
El monstruo parecía sacado de una pesadilla de Julio Verne. Los ciclópeos
tentáculos abrazaban la cabaña y la rodeaban por todos los costados. La cabeza,
de grandes ojos saltones, se veía realmente terrorífica. Pero lo que más
entusiasmó a los chicos es que el monstruo sufría de una especie de letargo
inducido y podía, en cualquier momento, volver a la vida. Sólo había que
pronunciar las palabras adecuadas. Esto
fascinó a los chicos y durante un rato el ambiente fue festivo. Por la
mañana el aspecto del pueblo volvía a ser inquietante y el silencio desolador.
—¿Dónde
habrán ido los pájaros? —preguntó con tristeza el tío Ford, que caminaba al
lado de su hermano Stan, ambos con las manos a la espalda.
—¡Eh,
Dipper! ¡Wendy! ¡Vengan a ver esto! —chilló Mabel alucinada—. Nunca vi nada más
bonito. ¿Qué es? ¿Me lo puedo quedar, tío Stan? Por favor por favor por favor
por favor. ¡Es taaaan cool!
—¡Vaya!
—exclamó Dipper rascándose la cabeza por debajo de la gorra—. Es… raro, pero a
la vez entrañable. ¿Sabes Mabel? Cuando regresemos a la cabaña lo buscaremos en
nuestro libro de animales insólitos.
—Uhmmm,
parece una salamandra —dijo Wendy, examinándolo de cerca—. Hummm, pero tiene
branquias.
—No
es necesario que indaguen, niños: es un ajolote —dijo sentencioso un tipo
fornido de expresión patibularia. Los ojos, negros en su totalidad, resultaban
abrasivos y altamente hipnóticos. La voz de trueno, un brilloso diente de oro y
una soga anudada en el antebrazo completaban todo el cuadro de su persona—.
Pero no se encariñen con él. Su tiempo en este mundo está a punto de expirar.
—¿Quién
es usted? —preguntó el tío Stan—. Nunca
lo vi por aquí.
—Oh,
disculpen, no me presenté. Mi nombre es Persiguius Focus. Pero allí de dónde
vengo me llaman El verdugo.
Los
chicos observaron con ternura al anfibio y luego con un odio mal disimulado a
Persiguius. El tipo estaba como unas maracas, sin duda alguna.
—¿Y
qué le hizo el pobre bicho para que quiera matarlo? —gruñó enojado el tío Stan—. Vayámonos,
muchachos, ya ven que se trata de un demente peligroso.
—¿Demente?
Ja ja ja. Ustedes no saben —dijo el sujeto con desprecio, extrayendo de su
bolsillo una navaja de enormes proporciones, con la que comenzó a hurgarse las
sucias uñas—. Déjenme informarles sobre el adorable animalito. Si no le doy
muerte ahora, en la primera luna llena él se transformará en lo que en verdad
es: un dios azteca. El dios Xólotl. ¡Ah! Detecto por la estupefacción de sus
caras que no tienen idea de lo que hablo.
Sin
soltar la navaja, ante un público boquiabierto y cariacontecido, El verdugo
levantó las manos al cielo y bramó así: «Por
el fuego de sus ojos le conocerán y la espuma de su hocico se mezclará con la
sangre de los muertos. Y la tierna vértebra se convertirá en huesos de titanio
que crujirán buscando su sitio, estirándose, y cuando esto se complete su
cabeza dará vueltas buscando otro rostro, el suyo, y cuando ya sea lo que es se
levantará y con el primer paso temblará la tierra. Entonces los maizales
desaparecerán, porque ya no necesitará esconderse y con su primer aliento le
devolverá la vida a aquel que le ha invocado».
—¡Amigos!
Melody cocinó unas ricas tortitas de plátano con caramelo. ¡Vengan a comerlas!
Pueden traer al rarito —gritó Soos desde la puerta de la cabaña.
—¡Jesús
Altamirano Rodriguez! ¿Dónde quedaron tus modales? —protestó Melody, mirándolo
con expresión cariñosa.
El
recién llegado, ajeno y haciendo caso omiso a la llamada familiar, siguió con
su disertación:
«Y
llegó el momento en que los dioses debieron ser sacrificados para que el quinto
sol comenzara su movimiento. Xólotl, gemelo de Quetzalcóalt, horrorizándose
ante la muerte anunciada, buscó la forma
de esconderse en un magueyal; luego de encontrarlo yo, su verdugo, huyó de
nuevo, tomando la forma de un animal mitad pez mitad salamandra. Y helo aquí,
observen su sonrisa ladina. No duden de que en la noche su cuerpo se
transformará otra vez, desechando el actual, para adoptar su verdadera
identidad, la del dios del ocaso, de los espíritus, aquel que trae la mala suerte,
mitad hombre mitad perro. No se dejen engañar por su aspecto frágil».
—No
tenemos ni idea de lo que dice, amigo, pero no nos quedaremos para ver cómo ejecuta
al pobre animal indefenso —gruñó el tío Stan, colocando la mano sobre el hombro
de Mabel, que se hallaba al borde del llanto.
—¿Indefenso?
Ja ja ja. ¡Están ciegos! —dijo Perseguius con desprecio—. Coman sus ridículas
tortitas. Cuando llegue la luna recordarán mis palabras, pero tal vez sea muy
tarde. Axolotl ha sido invocado con un único fin. No olviden que es el dios de
los desesperados. Aquel que ya no pudo ser lo ha llamado, con el fin de volver
a ser.
Dicho
esto Persiguius Focus se alejó furibundo y el grupo, aún perplejo, entró en la
casa. Un rico olor a plátanos maduros se extendía por la cabaña.
—¡Qué
tipo tan raro! Hicieron bien en no traerle con ustedes —exclamó Soos.
Olvidándose
por completo del incidente, comieron los sabrosos dulces cocinados por Melody,
mientras hablaban de sus respectivas aventuras.
—Cuéntennos
tío Stan y tío Ford —dijeron alegres los hermanos, que como todos los gemelos,
a veces hablaban al unísono—. ¿Cómo les fue en el Ártico? ¿Qué grandes
misterios desentrañaron allí? ¿Encontraron tal vez esqueletos de seres
milenarios olvidados en inexplorables grutas? ¿Tuviste otra cita con Linda
Susan, tío Stan? ¿En qué investigaciones andas ahora, tío Ford?
Llegó
la noche y con ella más silencio. En el otro extremo de la cabaña el tío Stan
se revolvía inquieto bajo las mantas. Era la misma pesadilla de todas las
noches. Una y otra vez Stan volvía a rememorar la aniquilación de Bill Clave.
Los dos volvían a encontrarse dentro de la mente de Stan y Bill moría de nuevo
a manos de Ford y su pistola borradora de recuerdos. Una trampa perfecta de la
que Bill no pudo escapar. Stan sacrificó su mente y sus recuerdos para salvar
el mundo. En el sueño Bill se retorcía entre las llamas aullando furioso por su
derrota, mientras recitaba una retahíla incoherente. ¿Qué significaban esas
palabras? Si lograra descifrarlas…
—Tío
Stan —exclamó eufórico Dipper a la mañana siguiente—. Podríamos grabarte
mientras duermes y luego reproducir la grabación al revés.
—¡Esa me parece una gran idea! —dijo Wendy—. ¡Hagámoslo, jefe!
La noche llegó y
con ella la pesadilla. De nuevo Bill Clave se retorcía dentro de la mente de
Stan antes de morir y cambiaba de color y se desmontaba y volvía a juntar su
cuerpo piramidal mientras pronunciaba aquellas palabras ininteligibles: «revlov
emrecah aírdop redop ougitna lE. redra ed odagell ah opmeit iM».
—El antiguo poder podría hacerme volver. ¿Qué
diantres significará eso? —gruñó Stan cuando lo hubieron descifrado—. El
antiguo poder, el antiguo poder. Mi tiempo ha llegado de arder. El antiguo
poder podría hacerme volver. ¡Ya lo tengo! ¡Todo el tiempo estuvo ahí!
De pronto la tierra tembló como si de un
terremoto se tratara y todos se echaron al suelo protegiendo sus cabezas. El
cielo nocturno enrojeció y de la charca emergió un monstruoso ser que crecía
imparable. De su cabeza deforme brotaron unos cuernos afilados y en su cara
borrosa se dibujó un hocico. El torso era el de un hombre poderoso, pero allí
dónde debiera haber pies habían pezuñas. Una túnica cubría su cintura y del
cuello desnudo colgaba un rico abalorio ornamentado con hermosas piedras
preciosas.
—¡Mírenlo!¡Es asombroso!¿Cómo lucharemos
contra un poder así? —exclamó Ford.
—¡Estúpidos humanos! —Les gritó el dios con
su voz de ultratumba—. Pobres y ridículos títeres que no entendieron las
señales. Vieron el maíz, sufrieron las tormentas de rayos y se adaptaron sus
ojos al rojo de la bóveda ensangrentada. No entendieron nada.
Dicho esto el dios tomó su báculo, lo
golpeó contra el suelo y pronunció unas palabras que nadie entendió.
—¡Que regrese aquél que me llamó con su
último estertor! Yo, Xólotl, dios del fuego y de los desesperados, gemelo de la
serpiente más hermosa, yo, que una vez fui el perro que acompañaba a aquellos hasta
su último viaje a la eternidad, te invoco, Bill Clave, para que renazcas de los
muertos. ¡Que así sea!
—¡Tenemos que parar esto, tío Stan! —gritó
Dipper—. No podemos luchar contra dos dioses.
—Nosotros no… ¡Pero Julius sí! —gritó Ford iluminado de
pronto—.¡Stan! ¡Necesitamos su fuerza descomunal! Solo él podrá parar al monstruo. ¡Di las
palabras! ¡Dilas!
—«Pergilius
mantis amaratis lumpus» —recitó el viejo,
levantando las manos hacia el gran cefalópodo—. ¡Yo, que provoqué tu sueño, te
invoco ahora! Despierta, ancestral criatura del Ártico.
—¿Creen acaso que esa torpe mascota
adormilada va a frenar mi ataque? —Se carcajeó Axolotl. Lágrimas de risa
bajaban por su hocico—. Que soy un diooooooooooooooos.
Un ojo enorme se abrió ensangrentado. Luego el otro. Un tentáculo
ancho como un gran árbol se desenrolló de la cabaña y luego otro y luego los
demás. La cabeza del monstruo se volteó veloz buscando a su enemigo y con un
estruendo que sonó como los barcos cuando escoran contra los acantilados se
incorporó, pesado, acercándose amenazante.
—¿De dónde diantres sacaron semejante
maravilla? ¿Es pariente del Kraken, acaso? —gritó alborozado Persiguius Focus,
que acababa de incorporarse a la lucha. Aullaba y saltaba de alegría.
Xólotl reía confiado cuando Julios soltó un tentáculo con toda su fuerza lanzándolo
a varios metros. Aprovechándose de la sorpresa de su contrincante, el gran
pulpo lo apresó con sus poderosos brazos, sacudiéndolo con furia como si de un
muñeco se tratara, evitando de este modo las dentelladas del perro. Los
inmovilizados brazos del dios nada tenían que hacer contra los tentáculos de
hierro del monstruo marino, que utilizaba además sus ventosas para zarandearlo
a su antojo. El grupo contemplaba la escena a cubierto. El verdugo reía y
gritaba lanzando exclamaciones de entusiasmo.
—¡Dale, monstruo de los abismos! ¡Atízale
en el hocico! ¡Dale fuerteeeeeeee!
Aturdido, el dios azteca intentó
contraatacar cuando Julius, arrancando un árbol de cuajo, le asestó con él en
pleno hocico nublando su conciencia
durante unos instantes, momento este que aprovechó El verdugo para correr y rodearlo
con su cuerda mágica.
—¿Qué ocurrirá ahora? —preguntó Stan,
ayudándole con los nudos.
—No teman —dijo señalando a Xólotl—. El
contacto con la cuerda debilita su poder, eliminándolo de forma transitoria.
Ahora es débil como un cordero. Vamos, cielito, es hora de volver a casa. ¡Ah,
por cierto! Cuiden de Julius. ¡Es
fantástico! Tal vez vuelva un día de estos para que me cuenten su historia.
—Claro, amigo, cuente con ello —dijo Stan,
estrechando la mano del verdugo.
De pronto una risita harto conocida los
obligó a todos a mirar a los cielos.
—¡Oh no! —exclamó Dipper señalando hacia
arriba—. ¡Miren! ¡Es Bill Clave! La invocación dio resultado.
—¡Gracias, dios azteca, te debo una! Aunque
no te imaginaba tan debilucho. Hola amigos. ¿Me echaron de menos?
…
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