Por Juan Carlos Santillán.
Consigna: Relato que sería la futura película animada de Steven Universe en versión para adultos, respetando la versión latina.
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Texto:
1
—Nunca
el universo me pareció tan obscuro como esta noche.
Sobre
el ulular de la brisa marina, la voz llega amortiguada a los oídos de Steven.
Desde su lecho en el altillo ve las tres siluetas recortadas contra la ventana,
de espaldas a él. En todos esos años, no había reparado en lo extraño de su
situación. Todo ese tiempo había sentido a aquellas alienígenas como sus
madres. Aquellas coloridas criaturas de apariencia humana, con gemas en sus
cuerpos que les otorgan poderes maravillosos. ¿Pero no es acaso él mismo un
alienígena, aunque sólo lo sea en parte, siendo hijo de una como ellas? Se
levanta la camiseta con la estrella estampada en el pecho y pasa una mano por su
vientre. He ahí la respuesta.
Su
madre murió cuando Steven nació. Su padre acaba de morir.
—¿Qué
haremos con el muchacho? —Oye que dice otra voz.
2
—Mi
padre era Greg DeMayo. Era humano, muy humano. Yo adoraba a ese tipo loco de
barba y pelo largo, que cambió su apellido para mí.
—Llevábamos
mucho tiempo buscándolos. Ignorábamos que su padre hubiese muerto.
Steven
sonríe con amargura. Oye y ve todo como en sueños. Sospecha que ha sido drogado.
—Mi
universo ya no existe —dice.
—Usted
ya es un adulto. No esperaría que esa fantasía durara para siempre, señor
DeMayo
—Mi
apellido es Universe.
El
hombre de traje juega con un largo cuchillo de hoja aserrada. Enciende un
cigarrillo.
—Este
cuchillo fue hallado en su vivienda, señor DeMayo, y tiene sus huellas en él.
—Era
de mi padre; él me lo regaló.
—Fueron
halladas también varias mujeres con piedras incrustadas en el pecho...
—Gemas.
—¿Cómo
dice?
—Son
gemas.
—Ya.
Gemas. Pues hallaron a estas mujeres —prosigue el hombre de traje, colocando
una a una las fotografías sobre la mesa— con gemas incrustadas en el pecho o en
el cráneo. Y sabemos que hubo más, a lo largo de muchos años. Al comienzo fue
todo responsabilidad de su padre, claro, usted era apenas una criatura. Pero
cuando él murió, usted continuó con esto y fue en adelante todo responsabilidad
suya —culmina, entrelazando los dedos de las manos—. ¿Qué tiene que decirnos al
respecto?
—No
tengo nada que decirles. Yo no soy uno de ustedes.
—¿Porque
lleva usted mismo una gema incrustada en el vientre?
—Sí.
—Entiendo.
— El hombre de traje arroja una larga bocanada de humo, dando vueltas al
cuchillo. A Steven no le agrada su expresión irónica. Instintivamente, se lleva
una mano al vientre. Sólo siente una inquietante rugosidad bajo la tela. Se
levanta la bata de hospital y ve la profunda cicatriz. Se aferra con fuerza a
los brazos de la silla de ruedas.
—¿Qué
me han hecho?
—La
ciencia ha avanzado mucho, señor DeMayo. Nos ha permitido corregir su malformación.
—¡Me
han mutilado! ¡No podían extirpar esa gema, era parte de mi organismo, pude
morir!
El
hombre de traje clava el cuchillo en la mesa con tanta fuerza que el vaso de
vidrio que reposa sobre ella se tambalea. El agua que contiene se estremece de
un modo que a Steven, aturdido como está, le resulta curioso. Y finalmente el
vaso cae al piso como en cámara lenta, haciéndose añicos.
—¡No
era parte de su organismo, señor DeMayo! —estalla el hombre de traje— ¡Lo que
usted tenía era una malformación congénita en el vientre! ¡Y, en su insania,
había alucinado que esa protuberancia en su ombligo se trataba de una gema
alienígena! ¡Llegó al punto, hace unas semanas, de amputarla usted mismo,
reemplazándola por un fragmento de cuarzo! ¡Los médicos debieron detener el
avanzado cuadro de septicemia que presentaba, antes de poder intervenirlo
quirúrgicamente! ¡La operación duró varias horas! ¡Y ha permanecido en coma
inducido desde entonces!
—¡Era
lo único que tenía de mi madre!
El
hombre de traje inspira profundamente, pasándose ambas manos por el cabello.
—Entiendo
que la perniciosa influencia de su padre lo ha trastornado gravemente, señor
DeMayo. Pero debe reaccionar. ¡Y darme la información que necesito! ¡Sabemos
que hay más! ¿Dónde están las demás, señor DeMayo? ¡Responda!
Un
chirrido electrónico y un poco de estática dan paso a una voz femenina.
—Eeh...
¿Señor?
—¿Qué
quiere? —brama el hombre de traje, volteando la cabeza hacia la amplia
superficie reflejante ubicada a un costado. Steven tiene entonces la certeza de
que del otro lado los han estado observando durante todo ese tiempo. El hombre
de traje vuelve a rugir—: ¡Dije que no debía ser interrumpido!
—Ha
llegado información importante, señor —contesta la voz—. Es urgente.
—Por
su bien, espero que de verdad valga la pena.
El
hombre de traje arranca el cuchillo de la mesa y se lo guarda en la chaqueta.
Sale de la habitación dando un portazo. Se oye su ronca voz gritando: «¿qué es
eso tan...?». Lo siguiente que Steven oye son ruidos de golpes. Ve la puerta
que estalla en mil astillas, dando paso al cuerpo del hombre de traje, que es
proyectado violentamente al interior, cayendo boca arriba en las baldosas,
donde queda inmóvil. Detrás, Steven ve una pierna bien torneada que se
introduce por el boquete, tras la cual ingresa una atractiva mujer de buena
figura, con el rostro agraciado cubierto por una espesa capa de maquillaje, que
le sonríe amistosamente.
—¡Hola,
chico! —Oye Steven la voz de la atractiva mujer, la misma que oyó por el
altavoz hace un momento. La observa anonadado. Luego reacciona.
—¿Está...
muerto? —pregunta.
—No
lo creo. Apenas inconsciente, me figuro. —Oye, como a lo lejos, que le responde
la mujer—. Pero sería bueno irnos antes de que despierte.
La
ve colocarse detrás de la silla rodante y empujarla.
—Espera
—dice Steven, cuando la silla pasa junto al cuerpo del hombre de traje. La
silla se detiene. Steven se agacha y abre la chaqueta.
—¿Qué
haces? —Oye que le pregunta la voz.
—Me
llevo un recuerdo —responde Steven, extrayendo el cuchillo.
La
silla vuelve a ponerse en movimiento y sale al corredor.
3
—¡Lapislázuli!
—exclama Steven, observando la espigada figura encadenada—. ¡Sabía que eras tú!
Ve
a su antigua amiga pender del techo en una habitación de concreto, tras una
gruesa lámina de vidrio con perforaciones circulares muy pequeñas. Sus tonalidades
azules lucen apagadas.
—¿Lo
sabías, dices? —Oye a su espalda la voz desconcertada de la mujer que empuja la
silla.
—Tuve
el presentimiento de que ella estaba cerca —explica Steven— cuando vi el agua agitarse
de un modo extraño en el vaso. Pero... ¿Qué haces?
Mientras
Steven habla, ve cómo la mujer ha dejado a un lado la silla y la ha emprendido
a puñetazos contra el vidrio. A primera vista, sus nudillos lucen ya oscuros
moretones, producto del impacto. Pero una mirada más atenta descubre que es el
espeso maquillaje el que ha desaparecido, dando paso a la piel de ese color tan
peculiar.
—¡Amatista!
—¿Qué,
no me habías reconocido? —Steven la ve sonreír sin dejar de aporrear el vidrio
con los puños— He tenido que adoptar este aspecto para pasar desapercibida.
—Claro
que te he reconocido, tu voz es inconfundible —Steven sonríe a su vez,
nervioso, intentando poner orden a sus ideas—. Pero te pregunto qué haces, no
tenemos tiempo para eso.
—¿De
qué hablas, Steven? ¡No podemos dejarla ahí!
—¡Sí
que podemos, si queremos salvarnos! ¡Ya es muy tarde para ella!
—¡Steven!
—¡Vamos,
Amatista, no queda mucho tiempo, debemos huir! —Steven apoya las manos en los
brazos de la silla, se incorpora y da dos pasos tambaleantes, hasta colocar su
rostro a un palmo del que ya empieza a ver algo borroso ante sí— ¡Tú
conservarás ese aspecto, que es estupendo, pero tendremos que huir lejos,
porque ya nos han visto a ambos así y nos han grabado las cámaras, o tal vez
puedas cambiar tu aspecto y el mío..., y pasaremos desapercibidos! ¡Podemos ser
felices!
—¿Podemos...
qué? ¡Steven, estás loco!
—¡Yo
no...! —La vista de Steven se desenfoca un poco más antes de que deje caer los
brazos a los lados y un resoplido salga de su boca—. No estás siendo razonable.
—¿Yo
no estoy siendo razonable? ¡Tú no pareces tú! ¡Y yo no soy esto! —Steven ve
transformarse el armonioso cuerpo en una figura rechoncha de metro y medio de
altura—. ¡Ésta soy yo! ¿Te acuerdas? ¡Mírame!
Steven
la mira: la rechoncha Amatista se pasa furiosa la mano por el rostro
pintarrajeado, desgarrando la gruesa capa de maquillaje. Cuatro surcos
profundos de fondo morado atraviesan ahora la masa blancuzca y roja.
—¡Ésta
soy yo! —La oye repetir—. ¡Y esto...!
Pero
no la oye terminar la frase. La ve dirigir la mirada a la aserrada hoja del
cuchillo que brilla en la mano de Steven.
—¿Me
matarás, Steven?
—No
tenemos tiempo. Ellos sólo quieren las gemas. Y nos dejarán tranquilos..
—¡Pero
las gemas son parte de nosotras! ¡Esas gemas somos nosotras mismas! ¡Y sólo
quedamos nosotras dos! ¿Entiendes? Yo... —La voz de Amatista para de gritar. Lo
siguiente que Steven oye salir de sus labios es casi un tímido susurro—.
¿Quieres que te dejen en paz, verdad? Eso lo entiendo. Pero yo no...
—Sólo
quiero una vida normal —dice Steven, viendo sobre la cabeza de Amatista a los
hombres de traje que se aproximan—. Ya es tarde. Perdóname.
Da
un paso adelante. Y puede ver que también lo hace ella. Entonces empieza el
forcejeo.
4
—¡Esto
es una masacre!
Los
cuerpos de varios hombres de traje están regados por el piso del corredor. En el
centro está la silla de ruedas, vacía. Y, a los pies, una rechoncha figura de
metro y medio.
—¡Tiene
toda la piel amoratada! ¿Y qué es eso? ¡Tiene un agujero enorme en el centro del
pecho!
—¿Quién
pudo hacer esto?
—Fue
DeMayo. Es un demente. Pero no pudo haberlo hecho solo, ha debido de recibir
ayuda.
—¡Señor,
ésta está viva!
Todos
los hombres de traje apuntan sus armas a la alargada figura que respira
fatigosamente al otro lado del vidrio roto.
—¡Atrás,
puede ser peligrosa!
—¡Se
está moviendo!
—¡No
disparen!
5
Bajo
el negro cielo sin estrellas, arrastrada por la corriente, la endeble
embarcación surca las aguas a una velocidad vertiginosa. Sobre los tablones
precariamente unidos, Steven, cubierto únicamente por la bata de hospital
empapada, se aferra al ensangrentado cuchillo de hoja aserrada. Ve una vez más
la hoja clavarse en la carne morada, hacer palanca, extraer la piedra. Pero
sabe que no era su mano la que lo aferraba. Está seguro de que no lo era. No
pudo ser su mano. Y sin embargo... No ha parado de llorar desde que abandonó
ese horrible lugar y se precipitó al mar.
Puede
ver la otra orilla. Reconoce el perfil de Ciudad Playa, su hogar. Casi puede
tocarla.
Entonces,
la corriente amaina. De improviso, como si alguien hubiese dejado de empujar
las aguas, éstas se van aquietando progresivamente, hasta detenerse por
completo. Flotando en medio de un océano imperturbable como un espejo, Steven
puede divisar la tierra, oscura, en el horizonte. Y en la lisa superficie que
lo separa de ella, la primera curva empinada de una aleta dorsal. Y luego otra.
Y otra más.
Steven
quiere llorar. Pero no puede. Ya no le sale una gota. Ni una gota de agua se
mueve ya. Entonces se convence de que ella también ha muerto. Él está ahora
solo en el mundo. Ha quedo solo en el universo. Mira hacia el cielo. Y vuelve a
oír la voz. Pero ahora sabe que está únicamente en su cabeza:
—Nunca
el universo me pareció tan obscuro como esta noche.
25.09.17
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