Por Robe Ferrer.
Consigna: Cuento de terror con Batman de protagonista
Consigna: Cuento de terror con Batman de protagonista
Texto:
—¡El
murciélago quiere comerme! ¡El murciélago quiere comerme!
—No
ha dejado de repetir lo mismo desde que llegó, señor Comisario —le dijo el
carcelero de Arkham.
Gordon
miró al interior de la celda acolchada a través del ojo de buey y vio al
desquiciado Garfield Lynns. Estaba totalmente seguro de que aquello era una
nueva acción de Jonathan Crane para hacerse con el control de la ciudad.
Desde
la explosión sobre el Atlántico que salvó Gotham, nadie había vuelvo a ver al
hombre murciélago. Todos los criminales fugados de las cárceles de la ciudad
habían sido detenidos de nuevo con la ayuda de Blake. Sin embargo, unos meses
atrás, había habido una nueva fuga de Arkham comandada por Crane. En aquella
ocasión, diez de los más peligrosos delincuentes de la ciudad habían huido:
Pamela Isley, Hugo Strange, Floyd Lawton, Waylon Jones, Jervis Tetch, Victor
Fries, Harleen Quinzel, Zsasz, Edward Nygma, Lynns y el propio Crane. De todos
ellos, se había conseguido detener de nuevo a Lawton, Fries y, ahora, a Lynns;
los cuales presentaban claros delirios de terror, posiblemente, causados por la
toxina del miedo que empleaba Crane en su alter ego de El Espantapájaros. De la doctora Quinzel solo se había encontrado
parte de la cabeza y apenas era reconocible. Del resto no había ninguna
noticia.
***
—¡No
puedes escapar de mí! —dijo la voz grave a sus espaldas. Cada vez la notaba más
cercana por más que corría.
Edward
Nygma no sabía quién había organizado la fuga del manicomio, pero que su celda
fuera una de las que se habían abierto, le había venido muy bien. Sin pensarlo
un instante, se lanzó a la protección que le brindaba la noche para
escabullirse y esconderse en su viejo laboratorio de las abandonadas industrias
Wayne. Solo Batman le buscaría en aquel sitio. Allí había permanecido oculto
hasta unas horas antes, que alguien le había descubierto.
Un
ruido en las plantas superiores mientras perfeccionaba un nuevo bastón para
leer las mentes, le puso en alerta. Se agazapó tras una mesa y guardó silencio
para escuchar. Oía pisadas, pero eran tan ligeras que no podía asegurar si lo
imaginaba o no. Entonces sucedió. La pared más cercana a la mesa en la que se
encontraba voló por los aires con una explosión.
—¡Te
encontré!
La
silueta a la que pertenecía la voz apareció tras la cortina de polvo y humo que
se había formado con la explosión. Sin pararse a pensar, Edward emprendió una
carrera para salvar la vida. Algo le decía que esta vez no iba a regresar a Arkham.
Él no tenía una fuerza descomunal o grandes poderes como otros de los fugados;
él solo contaba con su intelecto superior y, en aquellos momentos de tensión,
lo notaba algo bajo de forma. Por ello, lo único que le quedaba era correr y
conseguir despistar a su perseguidor. Eso y sus pajaritos. Sacó un par de explosivos y los lanzó contra la silueta
oscura.
—Estabas
muerto —murmuraba mientras arrojaba las granadas con forma de ave—. Todos vimos
la explosión, y son los gatos los que tienen siete vidas, no los murciélagos.
—Si
estoy muerto, entonces, ¿por qué intentas matarme? —respondió la silueta, que
por fin se dejó ver. Su capa, sus botas y su capucha con las orejas puntiagudas
eran inconfundibles—. No se puede matar a los muertos.
Entonces
se dejó ver por completo y el terror se dibujó en los ojos de Edward. El
murciélago había cambiado. Se rumoreaba en los bajos fondos de la ciudad, pero
ahora podía comprobarlo por él mismo. Se decía que había regresado de entre los
muertos, pero que ya no era el mismo, que ya no se encargaba de detener a los
criminales, si no que los eliminaba.
Batman
dio un zarpazo a Nygma y le abrió cuatro grandes heridas en el pecho que
comenzaron a sangrar de inmediato. Sus dedos se habían convertido en garras tan
afiladas como cuchillas. Abrió la boca y sus dientes se mostraron puntiagudos y
brillantes, se lanzó contra su víctima y le dio una dentellada en la cara
arrancándole un pedazo de mejilla. Algunos jirones de piel quedaron colgando
con el hueso del pómulo al descubierto.
Edward
gritó todo el rato, hasta que el insoportable dolor le hizo perder el
conocimiento. Mientras, el murciélago continuaba desgarrando y mordiendo los músculos
y tendones que iba encontrando. Su boca y sus manos se encontraban totalmente
cubiertas de sangre, y aquello parecía gustarle. No sabía de qué manera había
afectado la explosión a su ser, pero estaba claro que no era el mismo. En otro
tiempo, se hubiese limitado a detener a Nygma y a los otros prófugos, pero
desde que salvó a la ciudad de la bomba, tenía sed de sangre. Llevó la cabeza
hacia atrás y lanzó un gruñido más animal que humano.
***
Garfield
Lynns se arrastraba con sus manos por aquel callejón oscuro sin poder mover las
piernas. El golpe que le había dado el murciélago le había paralizado completamente
de cintura para abajo.
El
monstruo lo perseguía como si fuera el juego más divertido del mundo: darle
caza. Primero lo siguió por algunas calles apareciendo y desapareciendo cerca
de él mientras reía. Después comenzó a darle empujones y golpes para guiarlo
por el camino que el murciélago quería, sin darle opción para elegir la ruta de
escape. Entonces fue cuando se cansó del juego y, Batman, le propinó un golpe
con una especie de bastón en la parte baja de la espalda dejándole inmóvil
temporalmente.
—¡Detente!
—le ordenó una voz autoritaria; sin miedo—. Tú no eras así. Eras justo, y por
eso te respetaban y te temían.
Batman
se giró hacia la voz. La reconoció como la de una persona que era buena y que
en su día le había ayudado en la lucha contra la delincuencia.
—John,
no te entrometas. —El detective no se amilanó ni un momento. Había luchado
siempre contra el crimen y por la justicia gracias a Batman. Pero aquel ya no
era el hombre murciélago que él conoció. Los ojos le centellearon con un brillo
rojizo, demoníaco.
Se
giró de nuevo hacia Lynns, que había conseguido desplazarse algunos metros
ayudándose de las manos. Estaba recuperando la movilidad en sus piernas, pero
aún no podía confiar en ellas para escapar.
Sonó
un disparo en la noche, iluminando el callejón. John Blake había disparado
contra el demonio en el que se había convertido el Caballero Oscuro. Batman se
abalanzó contra el detective a la vez que este disparaba dos veces más. El
murciélago lanzó un zarpazo hacia el cuello de Blake, pero este se cubrió con
un brazo. Una gran incisión se abrió desde el codo hasta la muñeca. El
detective ahogó un grito y lanzó un golpe sin éxito. Batman repitió el ataque y
Blake su defensa, sin embargo, en esta ocasión, las garras del murciélago
cercenaron el brazo del detective por debajo del codo. Un gran chorro de sangre
salpicó a todos los presentes. Batman se limpió la sangre que había manchado su
cara con una larga lengua. Después cogió al detective por los hombros y lo
levantó hasta dejarle la yugular a la altura de su boca. Lanzó una dentellada,
y otra, y otra más. La sangre salpicaba en todas direcciones y se escurría por
la comisura de los labios del murciélago. Sus ojos refulgían con más fuerza que
antes. John Blake perdió el conocimiento momentos antes de que su rival le
robara la vida rompiéndole el cuello. Después bebió toda la sangre y devoró con
avidez todo el cuerpo.
Lynns
no se quedó más tiempo. Se arrastró, caminó y corrió impulsado por el miedo
hasta que lo encontraron vagando por la ciudad y repitiendo que Batman quería
comérselo. En ese estado fue trasladado a Arkham.
***
—No
podemos hacer nada por él —dijo el comisario Gordon justo antes de retirarse
del ventanuco.
—¡Está
aquí! ¡El murciélago está aquí y quiere comerme! —continuaba gritando Lynns.
En
la oscuridad de su celda, lo último que vio fueron unos ojos rojos y unos
afilados dientes brillantes.
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