Por Asier Rey.
Consigna: Cuento de terror con Batman de protagonista
Consigna: Cuento de terror con Batman de protagonista
Texto:
Es
de noche en Gotham City. Las trémulas luces de las farolas apenas iluminan los
recovecos donde los yonkis se pinchan, los camellos cuentan billetes y las
prostitutas gimen de forma impostada. Una estampa habitual, sin duda, desde que
aquellos que juraron defender la ciudad se abandonaron a la molicie sin recato
alguno. Las sirenas vienen y van en la noche, creando un juego de efectos
Doppler peculiar. Si no fuera por que cada una de esas sirenas intenta evitar
un delito, resultaría hasta divertido.
Pero
en Gotham ya nadie ríe.
Por
suerte para sus ciudadanos, hace tiempo que el Joker desapareció y, con él, sus
mortales sonrisas forzadas. Si nos asomamos al río Sprang, aún pueden oírse sus
siniestras carcajadas retumbando en nuestros oídos. Con su marcha, los viejos
tiempos tocaron a su fin.
Pero
llegaron nuevos tiempos, más difíciles y extraños.
Por
eso, los ciudadanos de Gotham City no pueden explicarse qué les sucedió a sus
defensores, por qué se volatilizaron. La ciudad llora su pérdida, mientras el
crimen se extiende como una lacra que nadie sabe erradicar.
La
ciudad es sangre y barro que pisar.
*
* *
Son
las tres de la mañana. Helena duerme plácidamente en su cuna, con su peluche
favorito, disfrutando de la despreocupación de sus dos años de vida. En la
habitación contigua, dos cuerpos respiran pesadamente, agotados por el esfuerzo
de cuidar una niña tan revoltosa. Selina, con su hermoso pelo rubio enmarañado,
está en los brazos de Morfeo desde hace varias horas, y sueña con ovillos de
lana con los que jugar. Bruce, sin embargo, no puede conciliar el sueño. Está
cansado y los párpados le pesan, pero permanece insomne, incapaz de destensar
sus músculos. Mira nuevamente a través de la ventana, hacia el inmenso océano
que rodea la ciudad y hacia el cielo,el hermoso y ennegrecido cielo. Y ve algo
que creía ya olvidado.
Una
señal luminosa, pidiéndole ayuda al héroe que un día fue.
Menea
la cabeza, contrariado. Comprueba que Selina sigue dormida y se tranquiliza
algo más. Está excitado, nervioso, no quiere que la situación se le escape de
las manos, así que se levanta cuidadosamente de la cama y se acerca al cristal
de la ventana, para poder observar la señal con mayor nitidez. Es ella, no hay
duda.
Selina
ronronea y Bruce da un respingo. Por fortuna, sigue dormida. Es lo mejor,
piensa él. No quiere que ella se entere. Aún no. Primero tiene que desentrañar
ese misterio. ¿Quién ha activado la señal, si hace años que está retirado? Sólo
Harvey sabe cómo llamarlo, sólo Harvey... Hace tanto tiempo que no ve a su
añorado amigo, que la sola posibilidad de que siga vivo le produce un vuelco en
el estómago. Pero, y si no es Harvey quien lo requiere, ¿quién puede ser? Su
cerebro le ofrece varias posibilidades, todas ellas oscuras y temibles. Pero su
instinto le dice que es mejor destapar al autor cuanto antes. Pronto la gente
de Gotham se fijará en el cielo, si no lo ha hecho ya, y la vuelta a su vida
pasada sería obligada e irrenunciable.
Arropa
a Selina, le da un suave beso y sale de la habitación. Se viste con su traje,
sus guantes, su máscara. El tiempo ha variado su fisonomía y las costuras
quedan prietas, pero aún mantiene un porte adecuado para vestirse sin
desmerecer al héroe de años atrás. Antes de partir, se adentra en la habitación
de la pequeña Helena y acaricia su mejilla. Su preciado tesoro.
—Descansa,
mi cielo. Papá vuelve enseguida.
Helena
duerme. Selina duerme. Incluso el viejo Alfred duerme, pese a su avanzada edad.
El único que permanece despierto es Bruce, que entra en una polvorienta
batcueva y abandona su vida de hogar para convertirse, una vez más, en Batman.
*
* *
Un
par de niñatos patean el rostro de un mendigo alcoholizado, pero el Caballero
Oscuro no tiene tiempo que perder; y menos cuando se trata de mantener su modo
de vida doméstico bajo control. Ahora tiene una mujer, una hija, una hermosa
mansión con mayordomo... aunque en esencia pueda parecer idéntico a lo que ya
tenía, ahora es algo más. Es un proyecto vital a conservar. Y alguien ha
perturbado su pacífica existencia.
El
batmóvil tarda escasos minutos en llegar al Old Gotham, en el sur de la ciudad.
Sobre el tejado de la comisaría de policía, el reflector envía sus haces de luz
en dirección a la mansión Wayne. Todo está extrañamente en silencio. Batman
mira a uno y otro lado, rebusca en su cinturón de herramientas hasta encontrar
una pistola ascensor y lanza el gancho hacia el tejado. Mientras sube por las
paredes del edificio, se maravilla de su agilidad y se dice que, después de
todo, aún se mantiene en forma.
Una
vez en el tejado, recoge el gancho y mira en derredor. Allí no hay nadie,
piensa. En realidad, no se oye a nadie en varios metros a la redonda, ni
siquiera dentro de la comisaría. Un escalofrío recorre su espalda, pero se
calma y se dice a sí mismo que no pasa nada, que todo va bien. Se acerca
lentamente al reflector, y lo que descubre le corta la respiración.
—Pero,
¿qué demonios...?
Al
principio, todo está oscuro, pero pronto su vista se adapta y aprecia la
calidez del color rojo que inunda el suelo. Las paredes son rojas, el tejado
está teñido de rojo. Incluso el reflector está recubierto de una fina película
viscosa que provoca la aversión del hombre murciélago. El color rojo se entremezcla
con pequeños pedazos de algo que un día fue vida, y que ahora solo son
vísceras, huesos, carne podrida y tumefacta que hacen de la persona fallecida
algo desconocido y tenebroso. Puro zumo de vida humana.
Junto
a los restos, un pequeño aparato de visión se activa de repente, ante el
asombro de Batman. Al principio emite unas hermosas imágenes de la campiña
inglesa, lo que le deja confundido; pronto, sin embargo, la grabación se
traslada a un lugar menos desconocido, más familiar. Entonces, Batman desaparece
y los ojos de Bruce se cargan de lágrimas que luchan por salir de él, mientras
la pesadilla se sucede sin que pueda hacer nada por evitarlo.
Ve
todo el proceso de sacrificio, de despiece, de disección. Primero desnudan el
cadáver, luego separan la cabeza del cuerpo, las extremidades del tronco, todo
con una delicadeza exquisita y sin apenas dejar manchas de sangre en el suelo.
Después los restos se van empaquetando en bolsas, como carne de vacuno, como
mercancía.
Una
vez terminada la labor, el individuo cambia de habitación y se mueve
silenciosamente, hasta llegar a los pies de una cuna.
—¡No!
—clama Bruce.
—Shhh...
duerme, pequeña. Todo va a ir bien.
El
horror brota del cuerpo de Bruce en forma de alaridos. Apenas se ve el interior
de la cuna, pero el hombre parece acariciar el rostro dormido de Helena.
Después, con un giro teatral, el hombre se da la vuelta y mira fijamente a la
cámara. Sonriendo.
—Hola,
Batman. ¿O debería decir... Bruce?
Este
se queda helado, mientras el Joker saluda desde la habitación de su hija.
—Oh,vamos,
vamos, seguro que no entiendes qué esta pasando, ¿verdad? Tranquilo, chico, no
pongas esa cara. Anímate. Algún día tenía que descubrir quién eres, ¿no crees?
Las
lágrimas de Bruce corretean por su máscara en mil direcciones, hasta
precipitarse al charco de sangre.
—Tranquilo,
no voy a matar a tu hija... aún. Primero pasaré por tu dormitorio a saludar a
Selina... Quién sabe, quizá le haga lo mismo que a Alfred, ¡ja, ja, ja!
—¡Maldito
psicópata! Exclama Bruce, henchido de ira.
Pero
pronto sus músculos se relajan y su cuerpo se precipita sobre los restos de
Alfred, mientras el golpe recibido en la cabeza le hace penetrar en una espiral
de inconsciencia.
*
* *
Es
un sitio oscuro, húmedo, con un olor indescriptible a vómitos, meados y podredumbre.
Si la Prisión de Blackgate huele siempre así, se dice Bruce, es normal que
acaben todos locos. Está atado fuermente a una silla y ésta a una robusta
tubería. Frente a él, en la misma tesitura, se encuentra Selina. Aturdida, algo
herida, pero con vida.
—¡Selina!
¿Estás bien?
—¿Qué
está pasando, Bruce? ¿Qué pasa? —dice, con una mueca de horror.
No
tienen que decirse nada, pues pronto comprende lo que sucede. Les han
encontrado, al fin.
—¿Cómo
ha podido ocurrir, Bruce? ¿Cómo? —solloza.
Entonces,
irrumpen dos figuras en la estancia. Una de ellas es un viejo conocido, con su
chaqueta morada y su sempiterna sonrisa. La otra figura pertenece a un hombre
alto, vestido a dos colores, que lanza compulsivamente una moneda al aire. A
Bruce se le agolpan los recuerdos en el pecho y se queda aturdido, incapaz de
reaccionar.
—Hola,
Bruce. Hola, Selina. Cuánto tiempo. Qué bonita reunión familiar, ¿verdad? ¡Ja,
ja, ja, ja, ja!
Bruce
no entiende nada. Tanto el Joker como Harvey desaparecieron de sus vidas hace mucho
tiempo, demasiado para que ahora aparezcan como si nada. Observa detenidamente
el rostro del que una vez fue su amigo. Sus dos caras son antagónicas,
completamente opuestas: una es normal, la otra es un amasijo de carnes
consumidas por el ácido.
Bruce
está destrozado, y no ver a su hija le sume aún más en la desazón. Sólo quiere
que esta pesadilla acabe cuanto antes.
—¡¿Qué
quieres de nosotros, payaso?! ¡Dímelo y te lo daré! ¡Te daré a Batman, si
quieres, pero deja que ella se vaya!
Las
risas del Joker se vuelven más estentóreas, más alocadas. Parece disfrutar con
la deriva de aquel hombre derrotado.
—¡Ja,
ja, ja, ja, ja, qué cosas tienes, Brucie! ¿Para qué quiero yo a Batman? Yo lo
único que quiero es... reír.
Con
un chasquido de dedos, el Joker deja que Harvey Dos Caras se adelante y se
ponga frente a Bruce.
—
Vas a morir... o no. Tu suerte depende de lo que diga mi moneda.
Bruce
sabe lo que significa eso. Si la moneda sale cara, Harvey llevará a cabo su
amenaza. Si en cambio sale cruz, salvará la vida. Nunca el estudio de las
probabilidades le había parecido tan interesante como en este momento.
Harvey
lanza su moneda y la atrapa en el aire. Todos estiran el cuello para poder ver
el resultado. Aquella moneda de veinticinco centavos muestra el lado cruz de la
misma, para alivio de Bruce y Selina.
—Vaya
—dijo el Joker, contrariado—, un golpe de suerte.
—La
moneda ha hablado —se limitó a decir Dos Caras.
—Hay
veces —prosiguió el Joker— que es mejor forjar nuestro propio destino, ¿no te
parece?
Con
un par de piruetas, el Joker se acercó hasta una puerta, que, al abrirla,
mostró una hermosa cuna blanca.
—Creo
que va siendo hora de que juguemos todos, murciélago.
*
* *
Tienes
cinco minutos para decidirte, Brucie. Elige, ¿la niña o ella?
—¡Jodido
cabrón, suéltame y verás!
—Venga,
Brucie, no eches a perder la diversión. Piensa que una de ellas vivirá, ¿no es
maravilloso? ¡ja, ja, ja, ja, ja!
Bruce
intenta pensar un plan, una salida a esta situación. Selina intenta desatarse
las manos, sin éxito. El Joker blande una enorme katana con la que juguetea
frente a la cuna. Dos Caras hace girar su moneda sobre una mesa, expectante.
Parece deseoso de apostar su moneda por una de las dos vidas.
—¡El
tiempo pasaaa! ¿No te decides, Brucie? Está bien, si no quieres jugar... ya lo
haré yo por ti.
—¡Noooo!
El
Joker levanta la katana y golpea la cuna una y otra y otra vez, mientras gotas
rojas comienzan a salpicarle y a manchar sus ropas y su cara. Prosigue su
tarea, ante los gritos horrorizados de Bruce y Selina, quienes no pueden creer
lo que están viviendo. Veinte segundos después, completamente exhausto, el
Joker se limpia la cara y se pasa el líquido rojo por su boca, complacido.
—Ah,
Selina vive. Es hermoso, Brucie, hermoso.
Pero
Bruce ya no puede oírle. Toda su ira, toda su rabia y su impotencia se acumula
en sus brazos, que tiran con fuerza de la tubería hasta que un crac delata lo
que sucede. En cuestión de segundos, los brazos de Bruce se liberan y su ira
pasa de las manos a una mirada de fuego, en la que se refleja la sonrisa del
Joker.
—Ja,
ja, ja, ja, ja, ja! —estalla en carcajadas el Joker—. ¡Cuánto tiempo, amigo
mío!
Ya
no puede decir nada más. Batman se levanta de su cautiverio y, de un salto, se
abalanza sobre el Joker para golpearlo sin piedad. Pronto Dos Caras acude a
socorrer al bufón, pero Batman se revuelve y se desembaraza de su antiguo amigo
Harvey sin dificultad. Lo que mueve a Batman es más poderoso que cuarenta
villanos de Gotham.
Batman
golpea con furia el rostro risueño del Joker, quien no para de sangrar y reír
al mismo tiempo. Parece que disfruta con la situación.
—¿De
qué te ríes, hijo de perra?
—Mira
en la cuna, Brucie.
—¿Qué
dices?
—Vamos,
mira en la cuna —susurra, con una sonrisa rebosante de sangre.
Batman
se acerca, temeroso. Para su desconcierto y alivio, cuando se acerca lo que ve
no es el cuerpo de Helena, sino varias bolsas médicas de sangre. Por un
momento, siente cómo su ira va menguando y su cordura se va imponiendo.
Pero
entonces, ve algo más. El mismo aparato de visión que en el tejado. La misma
campiña inglesa. La misma mansión Wayne.
El
proceso de despiece y disección es más rápido en un cuerpo menudo, pero tan
turbador y angustiante. Batman boquea, hipnotizado por lo que sus ojos
humedecidos observan. Pronto, un peluche manchado de sangre es lo único que le
queda de Helena.
—¡Ja,
ja, ja, ja, ja! ¿Qué te parece, Brucie?
El
grito de Batman se oye en todo Gotham. Selina llora, desconsolada, atónita ante
lo sucedido. Batman es más Batman que nunca; la ira alimenta cada célula de su
piel iracunda.
—Me
toca jugar a mí —dice Batman, con una voz profunda y ajena.
—Vamos,
Brucie, ¿por qué estás tan serio?
Batman
se agacha y recoje la katana que portaba el Joker. Mira su filo, luego mira al
bufón y una extraña mueca se dibuja en su rostro. Un rostro que ya no es el de
Bruce Wayne. Bruce Wayne ha muerto con su hija.
—Vaya,
creo que éste puede ser un final adecuado para alguien como tú.
Y
Batman ríe a carcajadas, enormes carcajadas que apenas dejan oír los lamentos
de Selina y los gritos de dolor del Joker, mientras paladea cada segundo de su
eterna venganza.
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