Por Francisco Medina Troya.
Consigna: Erótico
Consigna: Erótico
Texto:
Su calle siempre olía a azahar. Sería por eso que su piel tenía ese perfume impregnado
en cada poro. Quererlo era como amar a una flor despertada por el rocío. Suave,
húmeda, fresca, de pétalos que empezaban en sus fuertes muslos y terminaban en
su pecho hercúleo. Quererlo significaba parar el tiempo, o en su caso no prestarle
la mínima atención. Quererlo consistía para mí en el arrebato más incisivo del
día. Vivía en mi realidad y esa realidad se trasminaba en mis sueños donde él
era el protagonista.
Pero
todo tiene un principio y todo ocurre por un destino que siempre está en puja
con la casualidad. Destino o casualidad me hicieron arribar a ese pueblo del
interior en busca de novedosas lides en un nuevo trabajo, lejos, muy lejos de
mi hogar…
Siempre
cuesta adaptarse a un nuevo lugar. Sobre todo hasta que haces amigos. Fueron
semanas duras, donde mi única compañía eran las latas de cerveza y las series
televisivas que veía en mi portátil… los días transcurrían lentos, pesados. Ajenos
a mi tristeza.
Ya
desde el primer día él me llamó la atención. Caminaba por la acera dispuesto a
que las flores de los jardines le tuvieran envidia. Era un hombre atlético, de
cabellos largos y ondulantes que le caían como cascadas sobre los hombros. Sus
ojos tenían el fulgor de las estrellas, su sonrisa era de esas que hacían que
el mundo se detuviera y detuvo mi corazón. Le miré con detenimiento y sentí
como mi sexo despertaba de un gran letargo, serpiente dormida y con un hambre
voraz. Su pecho era musculoso y se marcaba en su camiseta, cada musculo quería
exponerse al mundo. Sus caderas firmes mostraban un trasero digno de perder el
sentido. Y yo lo perdí… Me dirigió una de esas miradas con las cuales te roban
el sueño antes de entrar en aquellas oficinas donde trabajaba, justo enfrente
de mi lugar de mi faena, donde con parsimonia terminaba el segundo cigarro del
día.
No
negaré que me las apañaba para encender mi pitillo para verlo pasar. Aquellos
minutos eran para mí un paraíso mientras le observaba y un infierno cuando
aquellas puertas acristaladas se llevaban su figura. El resto del día me las
pasaba pensando en él. Miraba por los ventanales hacia el edificio de enfrente
pensando que estaría haciendo. Me lo imaginaba inclinado hacia adelante, dejando
al descubierto su torso. Sus músculos prietos, con algunas gotitas de sudor, me
lo imaginaba mojando sus finos labios dándoles un brillo natural, me imaginaba como
se le marcaba en el pantalón.
Por
las noches no podía dormirme. Sin quererlo su imagen se adueñaba de mi mente y
de forma automática mi miembro se endurecía. Me masturbaba lentamente. En mi
cabeza me inventaba las historias más lascivas en las que los dos éramos los
protagonistas. Le veía sobre mí, moviendo sus caderas, su pecho en mi boca que
relamía sus pezones que me sabían a flores. Mi mano se movía al compás de las
imágenes y el orgasmo llegaba triunfante para dejarme una aciaga sensación de
culpa.
Creo
que el verme allí como un pasmarote día tras día le hizo gracia. Y ya no solo
me miraba con esos ojos infinitos si no que me dirigía una sonrisa que me hacía
bajar la mirada… Quizás esos ojazos azules me decidieron a dar aquel paso.
Podría ser un completo fracaso o el comienzo de algo. Pero no iba a quedarme
con la incertidumbre. Me las averigüé para conseguir su nombre en los buzones
de la entrada, y le dejé un pequeño paquete y una invitación. Y aquella tarde
le esperé en uno de los parques del pueblo. Me entretuve observando a unos
chavales que hacían piruetas imposibles con sus tablas de skate. Antes de que
llegara le aventajó su perfume, un aroma
fresco e impetuoso. Volví la cabeza y le vi. Llevaba un polo color crema y unos
pantalones chinos que dibujaban su paquete, me mordí el labio de deseo, su
cabello estaba pulcramente recogido en una cola de caballo y le daba un aspecto
imponente. Sonreía y sus ojos tenían ese brillo de la aventura.
-Gracias
por la pulsera… ¿cómo adivinaste que me encanta el cuero?
-Pura
suerte-le contesté bajando mis ojos grises-espero no ser muy atrevido.
-¿Qué
es la vida si no un puro atrevimiento, si no te lanzas al vacío sin red?
Tenemos que aprender a volar. ¿Tú tienes unas alas bonitas?
-Depende
de quién me las vea desplegar. Le dije auscultando aquellos ojos de cielo.
Pasamos
aquella tarde en la terraza de un café cercano y al despedirnos me besó muy
cerca de la comisura de los labios. Sentí su aliento mentolado y quise morderle
la boca y perderme en aquel cuello. Me imaginé de espaldas a él, sus manos en
mi torso, muy pegado a mí, sintiéndolo fuerte dentro… nos pasamos los números
de teléfono y nos fuimos cada uno a su hogar. Él estaría fuera unos días por
motivos laborales, no sabía cómo iba a soportarlo.
Esperé
como un crío en el día de reyes su mensaje. Impaciente, preso de unos nervios
bajo el hechizo de su mirada de océano.
Su
whatsapp llegó cuando me vencía el sueño.
“Hola…
¿duermes?”
“¿Dormir?...
¡Imposible!, tu mirada no me deja conciliar el sueño” Le contesté
“Ni
a mí tu boca… ¡lo que haría yo con esos labios!”
Estuvimos
hasta altas horas de la noche conversando. Me dijo que haría con mis labios,
con los suyos. Me dijo que besaría mi espalda, cada rincón de mi piel, como si
fuera un terreno inexplorado. Me dijo que se perdería entre mis muslos y que la
noche sería tan corta que el día llegaría entre
besos y susurros…
Los
días en el trabajo fueron un suplicio, más atento al móvil y a sus ansiados
mensajes. A escondidas los leía y hacía que temblara todo mi cuerpo. Se me
encendían las mejillas con sus palabras picantes y ardientes. Aquel juego me
estaba llevando a un paroxismo casi demente y unas ansias locas de tenerlo
entre mis brazos.
Por
las noches la mensajería echaba humo. Nos hablábamos hasta altas horas de la
madrugada. Implantando un deseo que casi traspasaba la pantalla. Sueños húmedos
me invadían. Me veía en aquel mundo onírico amado salvajemente por aquel titán
de cabellos como cascadas. Solo veía su boca, sus manos, su cuerpo desnudo y un torrente de placer que traspiraba en mis sabanas húmedas.
A
él le encantaba ese juego, disfrutaba sabiendo que yo me volvía como loco con
cada palabra que me escribía. Aquel rol virtual solo estaba consiguiendo que yo
fuera su esclavo y que estuviera rendido a sus pies incluso antes de que me
pusiera un dedo encima.
La
cita llegó después de días de condena. Se dejó de rogar y cuando vio que yo
había perdido casi las esperanzas de verlo me escribió: “¿No vas a venir?” y se
me cayó encima la lata de Cocacola light que me estaba bebiendo.
Vestirse
así bajo la presión de los nervios no es lo más conveniente cuando tienes una
primera cita. Apenas reparé en la ropa que me puse con la esperanza de que no
me durara mucho encima y tras pasarme como tres pueblos con el desodorante y la
colonia salí por la puerta de mi piso como un colegial los viernes. Ni me fijé
en los viandantes que a más seguro se quedaron estupefactos por mis prisas y mi
indumentaria improvisada y un par de autos casi me atropellan al cruzar los
pasos de peatones sin mirar, con el consiguiente enfado de los conductores.
Caminé
por espacio de diez minutos que se me hicieron horas y cuando llegué a una
avenida de naranjos el aroma a azahar estaba flotando como un ser vivo que se
retorcía por el aire. Me planté como un valiente lacerado por los miedos más
indecibles ante el timbre de aquella casa. Cerré los ojos y pulsé el botón.
Primero
escuché unos pasos, lentos. ¡Por Dios!, ¿por qué iban tan lentos? Después la
puerta se abrió y lo primero que vi fue su sonrisa y aquellos ojos de océano.
-¡Hola!-
casi susurró desde el interior- ¿vas a quedarte ahí como un vendedor indeciso o
vas a echarle galones y vas a entrar?
Su
hogar estaba pulcramente ordenado. Cada cosa en aquella casa seguía un orden
establecido. No me lo imaginaba llevado por la pasión tras ver como tenía todo
en perfecto estado de revisión. Tenía un gusto excelente y me encantó la
decoración casi oriental que gobernaban las habitaciones…con un gesto me invitó
pasar al salón. Un enorme cuadro de una lámina del cuadro de Gustav Klimt
Serpientes de agua I precedía la pared donde un sofá Chaise Longue reposaba con
su elegancia de piel de cuero negra. Olía a incienso y una agradable música de
jazz danzaba en el ambiente.
-¿Te
gusta Lester Young? Le pregunté sonriéndole tímidamente.
-Fue
junto a Dexter Gordon el mejor saxo que ha existido nunca… sus interpretaciones
junto a Billie Holiday han sido el mayor canto al amor… ¿Sabes que tema es el
que está sonando?
-¡Claro!...
es una obra maestra… “The man i love”… Dije casi ruborizándome.
-¡Muy
bien, chico me estás sorprendiendo!… Ahora te enseño mi colección de vinilos…
nada de cd, ni mp4. No hay mejor forma que escuchar la música que en los long
plays, tienen un sonido particular, inimitables.
-Estoy
de acuerdo contigo, los vinilos son especiales, impregnados de una magia extraordinaria,
suerte que nunca han desaparecido y vuelven a estar de moda.
-¿Quieres
una copa?...¿Whisky, Ron..?
-Ron,
por favor…
Se
alejó hacia la cocina por un ancho pasillo. Llevaba una camisa blanca y un
pantalón del mismo color, al estilo ibicenco. El cabello recogido en un moño
alto. Le miré el trasero mientras caminaba con delicadeza.
Con
la copa en la mano me llevó hasta una pequeña biblioteca donde tenía su gran
colección de libros y de vinilos. Mientras me los enseñaba con la otra mano
palpaba mi trasero, no pude evitar excitarme y que debajo del calzoncillo
comenzara a moverse por sí solo mi pene. Él paso deliberadamente su trasero por
mi pantalón, sintiendo mi dureza. Sin previo aviso dejó su copa sobre una mesa
y me quitó la mía de las manos. Me miró, y sus ojos ahora eran dos mares
embravecidos. Cuando me di cuenta su boca se había acercado mucho a la mía,
dijo algo que no entendí y me besó con lentitud. Su lengua recorrió mi boca,
sus labios atraparon a los míos mientras me iba despojando de toda la ropa.
Sentí sus manos en mi pecho y como su lengua se detuvo en mis pezones. Fue
cruel ahí, los lamía, los mordía, hacía círculos por la aureola. Cuando me
percaté estaba desnudo ante sus ojos y mi vergüenza. Caímos sobre una gran
alfombra y me dejé llevar por él. Me dijo que iba a devorar mi mundo y se
perdió entre mis piernas. Creí ver el paraíso cuando su boca se aventuró en mi
vientre y sus labios rodearon mi hombría. Después todo fue fuego, saliva y
semen…
Cuando
regresé a casa y me tumbé en la cama no podía dormir. Me olía la piel, me la
acariciaba. Tenía impregnado el aroma de los naranjos en cada poro, el perfume
de la calle donde vive. Cerrando los ojos aspiraba ese aroma y me trasportaba
hasta sus brazos, hasta sus labios, como navegando entre aquella fragancia y
los recuerdos. Aunque me vendaran los ojos encontraría la calle donde vive, su
casa. Guiado por la aromática presencia de su pasión…
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario