Por María Galerna.
Consigna: fábula detectivesca o policial, con animales en calidad antropomorfa.
Consigna: fábula detectivesca o policial, con animales en calidad antropomorfa.
Texto:
La
bestia camina encorvada bajo el peso de su carga. En el claro del bosque
abandona el fardo. El cuerpo mutilado queda a la intemperie.
El local estaba casi vacío. Apenas unos
parroquianos rezagados deseosos de no volver a casa y algún borracho medio
adormilado, continuaban allí. El
ambiente era tranquilo y las conversaciones
escasas.
El camarero sacaba brillo a unos
vasos con total parsimonia. Sólo había un cliente apoyado en la barra, mirando
el fondo vacío de un vaso de whiskey. Lo
conocía, y por cómo agachaba las orejas, fruncía el morro y entrecerraba los
ojos, dedujo que no había tenido un buen día.
—¿Le sirvo otra copa sargento?
El sargento Mathew Bloohound lo
miró como si lo viera por primera vez. Sacudió la cabeza y sus orejas
revolotearon sacándolo de su ensimismamiento.
—Gracias, Joe —dijo mientras le
acercaba el vaso— Ha sido un día duro.
—Algo oí en las noticias sobre una
jovencita
—Si… —susurra entre dientes el
policía— Nunca había tropezado con algo igual.
Estaba destrozada cuando la encontramos. Es inimaginable el sufrimiento
por el que tuvo que pasar esa niña. Joe… tenía parte del pelaje desgarrado. Fue
golpeada, mordida, mutilada… la cola, su preciosa cola, cortada y colocada
alrededor de su cuello…
Se le truncó la voz y unas lágrimas rodaron por su fino pelo color
café hasta llegar a las fuertes mandíbulas que apretaba con rabia.
—Tú lo sabes Joe, tú has sido
policía, sabes la maldad de algunos, pero esto…
Joe gruñó y se pasó la mano por los
mechones amarillentos. Recordaba sus tiempos de defensor de la ley, cuando aún
era un joven idealista, ahora sólo era una sombra de aquello. Sus gruñidos y
ladridos no asustaban ya a nadie, ni siquiera a los borrachos que perdían las horas en su bar.
—¿Y sabes lo peor, Joe? No tenemos
ni una pista. Nada. Y eso me desespera. Mejor me voy a casa.
Se levantó y se dirigió hacia la
puerta, su cola caída denotaba el estado de ánimo en el que se encontraba.
Salió a la calle.
—¡Jefe! —el agudo ladrido del agente Beagle resonó en la
oficina — Le buscan ahí fuera.
—¿Cuántas veces te he repetido que
no entres de ese modo? —Le recriminó mientras se cogía la cabeza con las dos
manos— Tengo un fuerte dolor de cabeza.
La verdad es que admiraba la
vitalidad del agente Beagle. Era joven y menudo, pero lo suplía con unas
enormes ganas de aprender y ser útil. Sólo que a veces, como hoy, se pasaba con
su entusiasmo.
—Diles que pasen.
—Emtren señores, el sargento los
recibirá ahora.
El sargento Bloohound apartó la
vista de los papeles que estaba revisando y los fijó en los visitantes que
entraban en ese momento.
A ella la reconoció enseguida, era
Liberty, su amor de instituto y seguía tan guapa como la recordaba. Esos
andares felinos, esa suave piel tan
blanca… y esos ojazos verdes, sí, no había cambiado nada.
. Al tipo no lo conocía. Llevaba
una cuidada barbita, tenía dos cuernos que apenas le sobresalían de la frente y
unos ojos bobalicones. Parecían nerviosos.
—Hola, Liberty, cuánto tiempo ¿en
qué puedo ayudarte?
—Verás Mat… —empezó a decir. Su voz
era suave. Había olvidado que ella
siempre lo llamaba así.
—Mat, es por Marí, la hija de mi
amiga Mildred, ayer no regresó a casa. Estamos muy preocupados —señaló a su
acompañante— Es Paul, un buen amigo y
abogado de la familia. Oímos lo de la chica que apareció y… cuando Mildred me
llamó, pensé en ti ¿nos ayudarás?
—Mandaré a algunos agentes a hacer
preguntas por el barrio. Y hablaremos con sus amigas. Cuando sepamos algo, os
avisaremos.
Los acompañó hasta la puerta del
despacho.
—Liberty, ¿tu hija Zoe es buena
amiga de Marí?. Me gustaría hablar con ella.
—Si, inseparables. Está en casa,
pasa cuando quieras.
— Gracias —sonrió— Te llamaré
cuando vaya.
Han pasado dos semanas y la niña no
aparece. No han pedido rescate, ni se tienen pistas. El sargento Bloohound teme
encontrarla como a la anterior. Eso le tiene de mal humor.
Nadie la vio antes de desaparecer.
Sus amigas tampoco saben nada. Tiene una cinta de video donde están las dos,
Zoe y Marí, en el cumpleaños de ésta última, pero tampoco saca nada en claro.
La
carne sonrosada de Marí esta llena de dentelladas. La sangre resbala por alguna
de las heridas. No le quedan fuerzas para chillar a pesar del agudo dolor que
siente. La bestia la observa.
—No
eres ella, pero servirás.
Y
una desagradable sonrisa aparece en su boca, dejando al descubierto unos
afilados colmillos.
—¡Jefeee!
Otra vez el maldito Beagle y sus
aullidos.
—‘Jefe!, no he podido detenerla,
dice que tiene que verle inmediatamente. Un asunto de vida o muerte.
Mientras el agente se disculpaba,
una figura cubierta con unos oscuros ropajes,
penetraba en el despacho. Encorvada, se apoyaba en un bastón adornado
con la cabeza de una cobra. Su plumaje negro, su afilado pico y sus ojos
hundidos, no presagiaban nada bueno.
—Está bien Beagle, déjanos, yo
atenderé a la señora —le dijo al agente mientras repasaba a la anciana de
arriba abajo. ¿Qué querrá?, se preguntó.
—Buenas tardes sargento, deje que
me presente, soy madame Raven y estoy aquí para ayudarle a encontrar a la niña
de la celda.
—¿De la celda? —repitió sorprendido
el policía.
—Sí. Ayer la vi en un sueño. Un
monstruo la torturaba.
El sargento la miró con curiosidad,
sin saber qué creer. Conocía el mito de que los de su clase tenían visiones. Se
decía que se movían entre los vivos y los muertos. Caminantes entre mundos.
Pero eran historias de críos. Cuentos.
Se armó de paciencia.
—Cuénteme que pudo percibir del
lugar —le pidió. Total, no tenían nada y se agotaba el tiempo. Estaba dispuesto
a aceptar la ayuda que fuera, por insólita que pareciera.
—El sitio donde la tiene es
antiguo. Un edificio de piedra que parece abandonado. Hay unas escaleras que
llevan a un oscuro y húmedo pasillo. Al final se percibe un poco de claridad.
Allí hay una celda con un camastro. Una pequeña ventana es la que da esa luz.
La niña está allí.
—Gracias madame Raven,
investigaremos —le dijo, aunque sin poner demasiado énfasis. Se levantó para
abrirle la puerta y con la mano extendida, le mostró la salida.
—Sé que no me cree sargento, pero
le diré algo más, olía a mar y se escuchaba
una campana. Espero que le sirva.
Mathew se quedó agarrado al pomo de
la puerta, perplejo. Pensaba. Edificio viejo, abandonado, con humedad por estar
cerca del mar. La boya de las mareas, cuya campana sonaba de tanto en tanto.
Sabía cuál era el lugar.
Se
oyen pisadas en el lúgubre pasillo. El sonido retumba en las piedras de las
paredes.
—Esta
noche será tu última noche. No eres ella, debes morir.
Y
con la garra derecha, con un limpio movimiento, le desgarró la garganta.
El edificio era un antiguo penal,
abandonado desde hace un par de decenas de años, estaba en estado ruinoso. y se
encuentraba cerca del mar.
Algunos agentes, con el sargento al
mando, se aproximaron con cuidado. La pesada puerta de entrada estba cerrada
con un oxidado candado, que se abrió sin ofrecer mayor resistencia.
El interior era tal y cómo lo había
descrito la sensitiva, húmedo y maloliente. Unos escalones de piedra se perdían
en la negrura. Bajaron con precaución. Las linternas apenas taladraban la
oscuridad.
Al final del pasillo estaban las
celdas, todas vacías, excepto la última.
—Marí… Marí —llamó el
sargento. Ningún sonido llegó del
interior.
Entraron. Alguno de los agentes
tuvo que salir al no poder soportar la visión de la niña. Debajo de una raída
sábana, su cuerpo apareció cubierto de sangre y heridas, mordiscos y profundos
arañazos. Y el corte en la garganta, que casi seccionó la cabeza.
El sargento Bloohound contuvo las
nauseas mientras la rabia crecía en su interior.
Los dos agentes apostados en la
puerta del edificio oyeron un ruido, desenfundaron las armas. Están nerviosos.
Una grotesca figura, envuelta en una capa mugrienta, se acercaba tambaleándose-
—¡Alto! —Gritaron a un tiempo los
dos agentes —Quédese quieto, somos la policía.
El tipo los miró y buscó algo entre
sus ropas. No lo dudaron, dispararon. Cayó muerto en el acto.
En la celda, el sargento reunió las
pruebas. Han recogido unos pelos negros, largos y ásperos. De lobo. Las marcas
de las heridas también se corresponden con sus zarpas.
—¡Jefe! ¡Jefe! —gritó uno de los chicos que había dejado en
la entrada —Tiene que venir arriba —dice señalando hacia la escalera con gesto
nervioso.
—¿Qué es tan importante?
—El tipo, un tipo…
—Agente Beagle acabe de recoger las
pruebas —ordenó mientras se dirigía al exterior.
Sobre el suelo estaba “el tipo”,
muerto. Las linternas iluminaron el cuerpo. Era un enorme lobo negro, de
amarillentos colmillos y sucias garras. Uno de esos que frecuentaba las cantinas
del puerto.
A la mañana siguiente, vistas las
pruebas, se dio la noticia de la muerte del asesino. El comisionado, en rueda
de prensa, felicitó a sus hombres y aseguró que todo había terminado.
Esa noche Mat, como ella lo
llamaba, fue a casa de Liberty para devolverle la cinta de video, una excusa
tonta. Solo quería verla. Sentado en el sofá y mientras hablaba con ella, el
sargento dirigió la ventana, hacia la oscuridad
y su lomo se erizó. Tiene un mal presentimiento.
Fuera,
protegida por la noche, la bestia acecha. Unos crueles ojos rojos y dos
pequeños cuernos que apenas sobresalen de su frente, se camuflan entre la piel de lobo con la que se cubre.
—Zoe, Zoe… —musita.
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