sábado, 25 de junio de 2022

Apuesta con el diablo

En ocasiones, cuando estoy divagando, me viene a la mente una pesadilla en la que el diablo desgarra con sus dientes la cabeza de una serpiente. Entonces reflexiono que Dios y el diablo son una misma entidad, un ser con doble personalidad o un extraterrestre bipolar que juega con los humanos solo con el fin de pasar el rato.

En el sueño, el diablo arroja lo que queda de la serpiente, se quita la sangre de los labios y me dice:

"¿Por qué crees que Dios no impidió que la serpiente engañara a Eva?".

Le digo que no sé.

Y él sigue:

"Él, que todo lo ve y todo lo sabe, pudo evitarlo, pero no quiso, eligió jugar un poco".

Desde luego que considero que fue una trampa que el Creador le puso a sus hijos para probar su lealtad. El mismo Dios en su faceta de diablo y más tarde convertido en una serpiente.

 

—¡Suéltame! —gritó Joaquín, despertándome.

Abrí los ojos y guardé en un sobre la lista con las deudas de Joaquín. El pobre imbécil debía cien vidas. Mi función principal era torturarlo hasta que llegara el patrón, él se encargaría del resto.

—Ahora te voy a cortar dos dedos de la mano izquierda —amenacé a Joaquín—. Por favor, no te resistas.

—¡Aaaah! ¡Aaaa!

Sus dedos cayeron en medio de sus pies. Después le metí un carrujo en la boca.

—¿Estoy en-en el infierno o en-en la Tierra? —balbuceó después de darle una chupada al carrujo.

—¿Así de rápido te hizo efecto la hierbita?

—Responde, ¿dónde estoy?

—Da lo mismo.

Dejé la sierra encendida en el piso. Cogí el lápiz del escritorio y lo introduje en la maquinita sacapuntas.

—¿Qué haces, amigo? —preguntó, escupiendo el carrujo—. ¿Harás un retrato de mi hermosa cara?

Aferré a Joaquín de los cabellos y le clavé el lápiz en el ojo.

—¡Aaaay! —gritó Joaquín—. ¿En qué nivel estoy, cabrón? ¡Aaaay!

—Llegaste al noveno. Supongo que traicionaste a uno de los grandes.

—Era un simple político de mierda —dijo Joaquín—. No valía nada. Siempre lo hemos hecho y nunca había pasado nada.

—Resulta que era uno de los aliados del patrón.

Su semblante reveló los estragos del dolor y de la locura. Él no paraba de llorar; sin embargo, al mismo tiempo sonreía. Era una risa enferma. A pesar de la situación, no trató de soltarse de la silla. Sabía que no tenía escapatoria. Decidí retirarle el lápiz de la cuenca ocular.

—¿Quieres que te machaque todo el día? —le pregunté—. Ofrécele un trato importante al señor antes de que yo te haga trizas. Ya no quiero hacerte más daño, dime algo interesante y hago la llamada.

Parecía que el hombre ya no tenía miedo. Desenchufé la sierra, pues creí que era demasiado. Me arrimé, le di un golpe en el estómago y después le pegué en la cara. El tipo apretó la mandíbula.

—¡Basta! —gritó Joaquín—. Háblale al patroncito. Tengo que proponerle un último acuerdo.

Tomé un bate del rincón y le quebré las rodillas. El traidor no hacía más que reírse. Cielo santo, pensé, lo que tengo que hacer para no vivir en un mar de lava, sentado en un peñón. El cretino comenzó a sumar con los dedos que le quedaban.

—Un alma, dos almas, tres almas —balbuceó con la mirada perdida en alguna mancha de sangre del techo.

Le quité los amarres y Joaquín cayó de la silla, enseguida se deslizó como un gusano entre la sanguaza.

—Dame un balazo —suplicó—, quizás Dios tenga piedad de mí. En fin, ya me arrepentí de mis pecados.

—No creo que Dios reciba en el paraíso a un cerdo como tú, o como yo.

Aunque en el fondo yo sí esperaba ser perdonado y recibir el descanso eterno de mi alma.

—Dame la pistola, señor Iscariote. Yo me voy a pegar un tiro.

—Ni siquiera mereces morir… todavía no.

Mientras veía al hombre delirar en el suelo, intenté recordar el motivo por el cual decidí traicionar al maestro. No pude, fue hace mucho. Tal vez yo pretendía inventar historias para justificarme, pero no había perdón. No sé qué me pasó, creo que en realidad necesitaba esas monedas de plata.

—No seas cobarde, mátame. Eres un asesino, ¿no? En el nombre llevas el castigo: Iscariote es un sicario y esa siempre será tu maldición. Por la eternidad serás odiado.

—¡Cállate!

—Recuerdo cuando era consejero del presidente —dijo Joaquín—. Yo tenía poder, dinero, mujeres y, por qué no, hombres a mi disposición.

—¡Cierra la boca!

—Tengo que decirle algo al patrón, no seas rencoroso, avísale.

—Dime de qué se trata.

Escuché los ruidos que producen unos pies que pesan miles de kilos. Logré oír esa respiración agitada que hasta la fecha me hiela la sangre.

—Él escuchó mis invocaciones —dijo Joaquín.

El patrón ingresó al nivel nueve con el rostro enrojecido y con la boca manchada de sangre, como en mis sueños.

—Un halo místico envolvía el ambiente —murmuró Joaquín, poniéndose de rodillas—. Por eso supe que usted llegaría en cualquier momento.

—¿Tienes una propuesta? —le preguntó a Joaquín—. Vamos, quiero divertirme.

—Sí —musitó—, le tengo una propuesta, señor.

Joaquín se arrastró por el suelo hasta los pies del patrón y luego se los besó.

—Habla.

—¿Qué tal una última apuesta?

—Ah, ¿quieres jugar?

—Sí, sí.

—¿De qué se trata?

—Le apuesto mi alma en la ruleta rusa.

—Tu alma ya me pertenece, acuérdate —sonrió, abriendo sus carnosos labios—. Hasta la de tus padres y la de tu esposa. Oh, todavía me acuerdo cuando hice mía a tu mujer en el baño. Qué buen regalo: la bañera repleta de sangre y sus ojos entre mis dientes. ¿Pudiste ver la escena en el espejo? Te vi sentado en el inodoro. Ay, no dejabas de llorar.

—¿Qué tal si le ofrezco el alma de mi hijo?

Ese desgraciado era capaz de entregar a su hijo con tal de seguir disfrutando de los placeres terrenales. Imaginé al patrón sujetando la mano del niño y a Joaquín convertido en un cuervo, un cuervo que le sacaba los ojos a su hijo.

—Esa propuesta me agrada.

—Muy bien —dijo Joaquín extendiendo la mano.

El jefe ignoró el apretón de manos

—Entonces tenemos un trato, solamente tienes que firmarlo.

—Sí —dijo Joaquín.

—Dame el revólver y un contrato —me ordenó el patrón—. Y déjanos solos.

—Están en el primer cajón, señor. Disculpe, tengo las manos manchadas y no quisiera...

—¡Vete! ¡Yo me hago cargo de redactar el documento!

Salí de la habitación y, antes de cerrar la puerta, el patrón mandó:

—Sube por las escaleras, Juditas —dijo, pasando la lengua por sus labios rojos—. No querrás ver lo que dejé en el elevador.

—Bien, señor.

—Tómate el fin de semana libre, pero el lunes te quiero en el nivel dos a primera hora… te vas a divertir, te lo juro por mí.

Subí lentamente por las escaleras y sospeché que jamás sería perdonado. Afuera pensé en no volver jamás a ese búnker subterráneo. Pero sé que mi penitencia era no morir y, como dijo el imbécil de Joaquín, mi castigo era ser Iscariote, el sicario inmortal, el más odiado.

Escuché el eco de un balazo y después esa risa macabra.

Supuse que era imposible ganarle una apuesta a un ser mentiroso, a un traidor que te engañaba con su dulce voz, con sus promesas y con su extraña belleza seductora, la cual se manifiesta en forma de tu mayor anhelo.

Escrito por El guardián entre el maizal

Consigna: Escribe un relato basándote en las tres imágenes adjuntas.

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